Elucubremos. Un actor sobre el que se hace una película que fantasea sobre el interior se su mente, y sobre el concepto de ser él mismo. Ninguno de sus personajes, ni siquiera su imagen pública. El concepto mismo del actor. ¿Qué tipo de actor sería ese? En cualquiera de los casos, uno muy grande. Más que grande, una estrella. Más que una estrella, una leyenda. ¿Cuántos actores en la historia del cine encajarían en ese traje sin quedarle grande? Abro espacio para la reflexión. Cierro espacio para la reflexión: muy pocos. ¿Alcanza ese nivel un señor nacido hace más de una cincuentena en Christopher, Illinois llamado John Gavin Malkovich?
John Malkovich, esplendor venido a menos, es uno de los actores más inquietantes, dispersos, oscuros, turbadores y esquivos de la industria americana. A menudo arrastró un halo de qualité, de porte europeo, que no siempre ha correspondido con los vaivenes de su carrera, que alcanzó su cenit en los noventa, cuando decir Malkovich era mentar a la elegancia y a la distinción hecha actor. Dotado de una voz suave y una dicción etérea capaz de embriagar una habitación, era sin embargo el villano ideal, precisamente por la contradicción entre sus maneras, su cuerpo equino y sus facciones amenazantes. Ha pasado una época algo olvidadiza, con algún título meramente alimenticio, que ha hecho tambalear su prestigio. No está en la cúspide como hace diez o quince años, pero últimamente vuelve a un cierto primer plano (el anterior trailer colgado por la Directrice es prueba palmaria), y aquí Mi Majestad que lo agradece. Pero, ¿cómo se puede ser John Malkovich?
Vale, nacer con ese nombre ayuda. Sigamos con la receta. Después de algunos pasos en la cantera teatral, en la que comparte “Muerte de un viajante” con un tal Dustin Hoffman, y alguna cosilla televisiva, debuta en el cine a lo bruto: “En un lugar del corazón”, de Robert Benton, le da su primera nominación a tito Oscar. Su segunda película es “Los gritos del silencio”, ya como protagonista, así que la cosa va realmente en serio, y un Spielberg como “El imperio del sol” lo confirma. Pero el gran diente de sierra, la explosión del fenómeno, el verdadero alfa del alfabeto Malkovich, es su maravilloso, seductor, despampanante, hipnótico Valmont de “Las amistades peligrosas”: la tortura psicosentimental que le aplica a la pobre Madame de Tourvel (con la vidriosa mirada de Michelle La Belle) transfiere a la frase “no puedo evitarlo” un nuevo significado desde entonces, y Malkovich se convierte en un icono de la maldad sofisticada. “El cielo protector” y “Sombras y niebla” añaden muescas de prestigio (Bertolucci y Allen), que no de taquilla, a su repertorio. Para ganar dinero ya le es suficiente con una escasa, pero impactante, escena en “Jennifer 8”, y su magnífico villano Mitch Leary de “En la línea de fuego”, en la que mantiene un atronador duelo con tito Clint que se graba en las pestañas de todos los espectadores. Su cambio de registro en “De ratones y hombres”, en la que interpreta a un disminuído psíquico, es recibido con disparidad de opiniones, huele a intento de Oscar, pero es ignorado por la Academia. Qué más da: la marca Malkovich vende, perfuma y da prestigio. ¿Qué más hay que hacer para ser John Malkovich?
Pues darse un barnizado europeo nunca viene mal. Refuerza el cosmopolitismo y marca unas distancias con la industria hollywoodiense que siempre son bienvenidas entre la crítica. Asípues, a mediados de los noventa, nuestro amigo John calza sus posaderas en el sur de Francia, y comienza a frecuentar el cine europeo. Y no cualquier cosa: en un ataque de gerontofilia, encadena un Antognioni y un Oliveira, para posteriormente pasarse por la Más Grande de las Bretañas y por la Alemania más prestigiosa. Agítese junto a un paseo por los teatros franceses, algunas visitas de incógnito a Barcelona (visto con estas gafitas que General Óptica me ha dado) y algún anuncio de traje italiano, y ya tenemos a un actor americano adoptado para la vieja causa europea. ¿O no? No. Hay que mantener el tren de vida, y Malkovich se vuelve terrenal vendiendo su cara de psicópata a productos de indudable comercialidad como “Con Air” o “El hombre de la máscara de hierro”. Europa no paga según qué facturas. A partir de aquí entramos en una época de cierto declive, por lo menos en cuanto a su popularidad y al gancho de sus películas. Buenas películas, acompañadas de excelentes trabajos de nuestro Malkovich, como “La sombra del vampiro” o “El juego de Ripley”, no son acompañadas por las masas. Mucho menos su debut como director en la interesante "Pasos de baile". Así, su mayor éxito se lo debe a Charlie Kaufman, Spike Jonze y ese enrevesado y delirante juego propuesto en “Cómo ser John Malkovich”, en la que nuestro héroe se presta al juego metalingüístico cinematográfico con una capacidad autoirónica que para sí quisiera la mayoría de engoladas estrellitas de Jolibú.
Desde entonces, la carrera de Malkovich, de vuelta ya en los Unidos, ha ido dando extraños tumbos (¿“Eragon”? ¿”Johnny English”? ¿¿¿einnnn???), aunque ahora parece que va a volver al primer plano con tito Eastwood (“The changeling”) y con los Coen (“Burn after reading”). Para servidor, siempre será un aliciente suplementario ver a este extraño animal interpretativo sonriendo perversamente en una pantalla. Simplemente, no puedo evitarlo.
Vale, nacer con ese nombre ayuda. Sigamos con la receta. Después de algunos pasos en la cantera teatral, en la que comparte “Muerte de un viajante” con un tal Dustin Hoffman, y alguna cosilla televisiva, debuta en el cine a lo bruto: “En un lugar del corazón”, de Robert Benton, le da su primera nominación a tito Oscar. Su segunda película es “Los gritos del silencio”, ya como protagonista, así que la cosa va realmente en serio, y un Spielberg como “El imperio del sol” lo confirma. Pero el gran diente de sierra, la explosión del fenómeno, el verdadero alfa del alfabeto Malkovich, es su maravilloso, seductor, despampanante, hipnótico Valmont de “Las amistades peligrosas”: la tortura psicosentimental que le aplica a la pobre Madame de Tourvel (con la vidriosa mirada de Michelle La Belle) transfiere a la frase “no puedo evitarlo” un nuevo significado desde entonces, y Malkovich se convierte en un icono de la maldad sofisticada. “El cielo protector” y “Sombras y niebla” añaden muescas de prestigio (Bertolucci y Allen), que no de taquilla, a su repertorio. Para ganar dinero ya le es suficiente con una escasa, pero impactante, escena en “Jennifer 8”, y su magnífico villano Mitch Leary de “En la línea de fuego”, en la que mantiene un atronador duelo con tito Clint que se graba en las pestañas de todos los espectadores. Su cambio de registro en “De ratones y hombres”, en la que interpreta a un disminuído psíquico, es recibido con disparidad de opiniones, huele a intento de Oscar, pero es ignorado por la Academia. Qué más da: la marca Malkovich vende, perfuma y da prestigio. ¿Qué más hay que hacer para ser John Malkovich?
Pues darse un barnizado europeo nunca viene mal. Refuerza el cosmopolitismo y marca unas distancias con la industria hollywoodiense que siempre son bienvenidas entre la crítica. Asípues, a mediados de los noventa, nuestro amigo John calza sus posaderas en el sur de Francia, y comienza a frecuentar el cine europeo. Y no cualquier cosa: en un ataque de gerontofilia, encadena un Antognioni y un Oliveira, para posteriormente pasarse por la Más Grande de las Bretañas y por la Alemania más prestigiosa. Agítese junto a un paseo por los teatros franceses, algunas visitas de incógnito a Barcelona (visto con estas gafitas que General Óptica me ha dado) y algún anuncio de traje italiano, y ya tenemos a un actor americano adoptado para la vieja causa europea. ¿O no? No. Hay que mantener el tren de vida, y Malkovich se vuelve terrenal vendiendo su cara de psicópata a productos de indudable comercialidad como “Con Air” o “El hombre de la máscara de hierro”. Europa no paga según qué facturas. A partir de aquí entramos en una época de cierto declive, por lo menos en cuanto a su popularidad y al gancho de sus películas. Buenas películas, acompañadas de excelentes trabajos de nuestro Malkovich, como “La sombra del vampiro” o “El juego de Ripley”, no son acompañadas por las masas. Mucho menos su debut como director en la interesante "Pasos de baile". Así, su mayor éxito se lo debe a Charlie Kaufman, Spike Jonze y ese enrevesado y delirante juego propuesto en “Cómo ser John Malkovich”, en la que nuestro héroe se presta al juego metalingüístico cinematográfico con una capacidad autoirónica que para sí quisiera la mayoría de engoladas estrellitas de Jolibú.
Desde entonces, la carrera de Malkovich, de vuelta ya en los Unidos, ha ido dando extraños tumbos (¿“Eragon”? ¿”Johnny English”? ¿¿¿einnnn???), aunque ahora parece que va a volver al primer plano con tito Eastwood (“The changeling”) y con los Coen (“Burn after reading”). Para servidor, siempre será un aliciente suplementario ver a este extraño animal interpretativo sonriendo perversamente en una pantalla. Simplemente, no puedo evitarlo.
7 comentarios:
MALKOVICH....EL ACTOR PER SE. No hay discusión y quien diga lo contrario miente como un villano y hay que someterlo a tormento físico y psíquico. ¡Qué coño importa que haya intervenido en películas comerciales¡¿Acaso no tienen que comer los genios? Mozart escribía de vez en cuando una musiquilla como la del chikilicuatre ¿se escribe así?(Cualquiera me va tirar una piedra, pero es la verdad)
En fin, ¿se nota que quiero a ese tìo?...pues eso.
Quien fuera Malkovich para que le analizaras así...
Gran repaso de una interesante carrera...
Un saludo.
Anro demuestra con este comment que el amor es el sentimiento que más odio despierta... ¿"Tormento físico y psíquico?" Mamá-miedo. Nadie le discute a Malkovich sus necesidades alimenticias, más hoy en día con la huelga de transportistas, que ha despertado en la población una especie de sentimiento de economía de guerra curiosísimo... Aún así, lo de "Eragon" y "Johnny English" me parece de lo más freak. En cuanto a Hatt, nada, sólo tienes que poner cara de malo en unas cuantas películas, luego hacer de tarado, alguna de época, y no te preocupes, que tienes lugar asegurado en La Linterna.
Dicen en mi tierra que "Por la boca muere el pez". Yo, por mi carácter impulsivo le estoy dando hostias a mi boca continuamente....pero qué le vamos a hacer. Uno nace, se hace...pero al final sigue igual. De todas formas, no me desdigo. Ese tío me ha dado muy buenos ratos en pantalla y le perdono los pecados cinematográficos que haya cometido. Hombre, eso de que el amor es el sentimiento que más odio despierta, es discutible. En fin, a veces creo que exageramos ambos conceptos.
Un abrazote.
Bueno, anro, ten en cuenta que los crímenes pasionales son de los más asiduos, y especialmente violentos... era broma, en cualquier caso. Todos tenemos nuestras debilidades. Ahora le tengo un poco perdida la pista, pero Malkovich, para mí, era un aliciente decisivo para ver una película, hiciese lo que hiciese: "Con Air" o "El ogro", daba igual. Saludos.
malkovich-malkovich-malkovich-malkovich... jajajajaja... esa escena tiene que ser uno de los momentos más surrealistas que se han visto en el cine en los últimos años, y demuestra que el susodicho Malkovich tiene un gran sentido del humor. A mi me gusta mucho, me parece un actor único, con una gran personalidad y un gran talento. El impacto de su Valmont fue increible, recuerdo el entusiasmo que provocó en su día, y no es de extrañar, porque a la vez que seducía a la pobre Michelle en Las Amistades Peligrosas, consiguió seducir a todo el público.
Pena que no se le vea mucho últimamente, o que cuando se le ve sea en películas que no le merecen. Espero con ganas esa nueva película de los Coen.
Saludos!
PD: eso de Jesuchrist Vampire Hunter... ¿es una película de verdad? ¿y ya lo sabe el Vaticano?
Te juro que es una película de verdad. Existe, ver ficha Imdb:
http://spanish.imdb.com/title/tt0311361/
Frase para la posteridad: "Si no he vuelto en cinco minutos, llame al Papa". Cualquier día le hago un post.
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