"Te amo más que a los niños, más que a los campos que planté con mis manos, más que a la plegaria de la mañana, más que a la paz, más que a la alegría, más que al amor, más que a la vida entera. Te amo más que a Dios".
Lo que acaban de leer, púberes padawanes, no pertenece a ninguna novela romántica de finales del XIX. Ese texto entrecomillado no es sino la prueba fehaciente de que “Robin y Marian”, film de 1976 dirigido por Richard Lester, es, bajo forma y apariencia de western crepuscular enclavado en el medievo inglés, ante todo y sobre todo, una historia de amor. El remache otoñal que Lester amartilló sobre la celebérrima leyenda de Robin Hood (o Robin de los Bosques, o Robin de Locklear, o Robin de Batman) (este último creo que no) se convirtió en, posiblemente, la mejor película del director yanqui, devolvió a la gran pantalla, después de nueve años, a Audrey Hepburn, y nos acabó de confirmar –por si había alguna duda después de "El hombre que pudo reinar"- que a Sean Connery le estaba saliendo una barba de actor clásico que muchos no imaginaban. Todo esto, a través de una leyenda del imaginario folclórico británico que aún hoy en día no se sabe muy bien si existió o si fue un mito creado por el cancionero popular y la mitología del ladrón que roba al poderoso. Por dudar, últimamente hasta se duda de que el arquero de Sherwood viviese en Sherwood; con lo cual, el sheriff de Nottingham ya no sería de Nottingham y... joder con el revisionismo: toda una infancia lanzada a la basura. Que alguien levante a Errol Flynn de la tumba y se lo explique...
Richard Lester. Director americano conocido por: a) aportar su grano de arena a la psicodelia sesentera (Austin Powers le debe la vida) con sus películas beatlianas “Help!” y “A hard day’s night!”; b) quitarle el puesto de trabajo a Richard Donner en “Superman II”, pergeñando una secuela que aún hoy no sé cómo calificarla; c) el crusaíto; y d) dirigir una de las películas más hermosas del cine americano de los setenta. “Robin y Marian”, como ha quedado dicho anteriormente, es un western crepuscular ambientado en el medievo inglés, que se vale de una imperecedera leyenda para seguir una senda que en aquella época habían marcado films como “Grupo salvaje” o “Pat Garret y Billy el Niño”, un camino algo más empedrado que desmitificaba el heroísmo maniqueo de los filmes de aventuras de décadas atrás. “Robin y Marian” nos traslada a un Robin Hood (Connery) que lleva 20 años de seguidismo hacia su rey Ricardo Corazón de León (Richard Harris) en la Tercera Cruzada y su retorno. A la muerte del monarca en Chalus-Sabrol, Robin vuelve, liberado por fin de su lealtad, a sus tierras de Nottingham. Allí se encuentra con que su leyenda se ha acrecentado a golpe de cancionero popular; que su amada Marian (Audrey Hepburn) se ha convertido en abadesa; y que su archienemigo, el sheriff de Nottingham (Robert Shaw), en plena cruzada contra el clero impulsada por Juan sin Tierra (Ian Holm en una breve aparición), se dispone a encarcelarla como parte de esa campaña. Los viejos sentimientos renacen, las rejuvenecedoras ansias de aventura rebrotan, y el aura legendaria azuzada por el fervor popular, obligan a Robin a estar a la altura de su propio mito, enfrentándose, por última y definitiva ocasión, a su némesis.
El gran acierto del film es, sin duda, el barniz ajado con el que repinta todo el mito. Todo es viejo, sucio, haraposo y maloliente, no hay una pizca de glamour medieval en las ropas, los andrajos o los espadones; se oyen las respiraciones marchitas de los avejentados protagonistas en sus peleas y esfuerzos físicos, casi tan jadeantes como sus fatigadas almas; el rey Ricardo se nos presenta como un ser sanguinario y colérico al que Robin no soporta, aunque sigue a su lado por su sentido de la lealtad; se nos asoma un Little John (Nicol Williamson) tan leal como para sacrificar su secreto amor por Marian; el trazo psicológico del sheriff de Nottingham muestra un profundo respeto y admiración por su contrincante, y es alguien que sólo hace lo que cree que tiene que hacer. Lo único que sobrevive incólume es el amor que sienten los dos protagonistas, al que Audrey Hepburn aporta su maravillosa fragilidad, a través de un personaje al que la fe cristiana no le da para el tamaño esfuerzo de renunciar a su corazón (ver monólogo del principio). Richard Lester combina todos estos elementos con singular sensibilidad, con tranco fluido y sigiloso, acompañado de unos parajes que ponen en bandeja una hermosa fotografía en technicolor. Todo esto coronado con un final lastimosamente hermoso, poético, de aquellos que dilatan el ritmo cardíaco y estrangulan el estómago, y que nos erizan el vello mientras acompañamos con la vista esa última flecha que se pierde en el infinito, en la leyenda. El ocaso del carcaj.
Lo que acaban de leer, púberes padawanes, no pertenece a ninguna novela romántica de finales del XIX. Ese texto entrecomillado no es sino la prueba fehaciente de que “Robin y Marian”, film de 1976 dirigido por Richard Lester, es, bajo forma y apariencia de western crepuscular enclavado en el medievo inglés, ante todo y sobre todo, una historia de amor. El remache otoñal que Lester amartilló sobre la celebérrima leyenda de Robin Hood (o Robin de los Bosques, o Robin de Locklear, o Robin de Batman) (este último creo que no) se convirtió en, posiblemente, la mejor película del director yanqui, devolvió a la gran pantalla, después de nueve años, a Audrey Hepburn, y nos acabó de confirmar –por si había alguna duda después de "El hombre que pudo reinar"- que a Sean Connery le estaba saliendo una barba de actor clásico que muchos no imaginaban. Todo esto, a través de una leyenda del imaginario folclórico británico que aún hoy en día no se sabe muy bien si existió o si fue un mito creado por el cancionero popular y la mitología del ladrón que roba al poderoso. Por dudar, últimamente hasta se duda de que el arquero de Sherwood viviese en Sherwood; con lo cual, el sheriff de Nottingham ya no sería de Nottingham y... joder con el revisionismo: toda una infancia lanzada a la basura. Que alguien levante a Errol Flynn de la tumba y se lo explique...
Richard Lester. Director americano conocido por: a) aportar su grano de arena a la psicodelia sesentera (Austin Powers le debe la vida) con sus películas beatlianas “Help!” y “A hard day’s night!”; b) quitarle el puesto de trabajo a Richard Donner en “Superman II”, pergeñando una secuela que aún hoy no sé cómo calificarla; c) el crusaíto; y d) dirigir una de las películas más hermosas del cine americano de los setenta. “Robin y Marian”, como ha quedado dicho anteriormente, es un western crepuscular ambientado en el medievo inglés, que se vale de una imperecedera leyenda para seguir una senda que en aquella época habían marcado films como “Grupo salvaje” o “Pat Garret y Billy el Niño”, un camino algo más empedrado que desmitificaba el heroísmo maniqueo de los filmes de aventuras de décadas atrás. “Robin y Marian” nos traslada a un Robin Hood (Connery) que lleva 20 años de seguidismo hacia su rey Ricardo Corazón de León (Richard Harris) en la Tercera Cruzada y su retorno. A la muerte del monarca en Chalus-Sabrol, Robin vuelve, liberado por fin de su lealtad, a sus tierras de Nottingham. Allí se encuentra con que su leyenda se ha acrecentado a golpe de cancionero popular; que su amada Marian (Audrey Hepburn) se ha convertido en abadesa; y que su archienemigo, el sheriff de Nottingham (Robert Shaw), en plena cruzada contra el clero impulsada por Juan sin Tierra (Ian Holm en una breve aparición), se dispone a encarcelarla como parte de esa campaña. Los viejos sentimientos renacen, las rejuvenecedoras ansias de aventura rebrotan, y el aura legendaria azuzada por el fervor popular, obligan a Robin a estar a la altura de su propio mito, enfrentándose, por última y definitiva ocasión, a su némesis.
El gran acierto del film es, sin duda, el barniz ajado con el que repinta todo el mito. Todo es viejo, sucio, haraposo y maloliente, no hay una pizca de glamour medieval en las ropas, los andrajos o los espadones; se oyen las respiraciones marchitas de los avejentados protagonistas en sus peleas y esfuerzos físicos, casi tan jadeantes como sus fatigadas almas; el rey Ricardo se nos presenta como un ser sanguinario y colérico al que Robin no soporta, aunque sigue a su lado por su sentido de la lealtad; se nos asoma un Little John (Nicol Williamson) tan leal como para sacrificar su secreto amor por Marian; el trazo psicológico del sheriff de Nottingham muestra un profundo respeto y admiración por su contrincante, y es alguien que sólo hace lo que cree que tiene que hacer. Lo único que sobrevive incólume es el amor que sienten los dos protagonistas, al que Audrey Hepburn aporta su maravillosa fragilidad, a través de un personaje al que la fe cristiana no le da para el tamaño esfuerzo de renunciar a su corazón (ver monólogo del principio). Richard Lester combina todos estos elementos con singular sensibilidad, con tranco fluido y sigiloso, acompañado de unos parajes que ponen en bandeja una hermosa fotografía en technicolor. Todo esto coronado con un final lastimosamente hermoso, poético, de aquellos que dilatan el ritmo cardíaco y estrangulan el estómago, y que nos erizan el vello mientras acompañamos con la vista esa última flecha que se pierde en el infinito, en la leyenda. El ocaso del carcaj.
10 comentarios:
Si te digo que creía haber visto todas las versiones de Robin Hood, pero que no conocía ésta, seguro que te sorprende, pero más me ha sorprendido a mí. Puesto que posiblemente sea uno de los personajes que más me ha encandilado desde que era una niña, me parece imperdonable no conocer la existencia de esta película, con lo que hago promesa de verla antes de que llegue este fin de semana.
Me encantó tu análisis de la película, pero eso ya no sorprende tanto no?
Un saludo
Disparaste muy requetebien tu flecha Oh, maestro de viejas ceremonias!...Esta maravillosa peli del, no lo suficientemente valorado, Lester, son de las que tú muy bien dices te retuercen el estómago y te obligan a no llorar, porque los hombres no lloran.
Y, no es por nada, pero es que esos veteranos, lo mismo que otros que aparecemos de vez en cuando, hacemnos caldito del fino. No me lo puedes negar, Mr. Marcbranches, ¡Voto a bríos!
Castigadora, ¿seguidora de Robin Hood y no conocías esta película? Pam-pam al culo. Cumple tu promesa de ver la película esta semana, y te emplazo a que te pases de nuevo por este post y me cuentes tus impresiones. Estoy convencido de que te va a gustar. Saludos.
Es cierto, anro, que los veteranos (la Directrice sabe mucho de eso)de vez en cuando HACEIS caldito del fino... y los jovenzuelos imberbes nos lo bebemos con agradecimiento... Ah, y gracias a los dos por el peloteo. Las aportciones en metálico, a la cuenta habitual. Saludos.
Lo que hace de ésta maravillosa película una obra admirable es el punto de vista que Lester adopta para darnos a conocer el final de la historia de Robin Hood.
El héroe desgastado, defraudado, decepcionado y envejecido, regresa al lugar de partida para toparse de lleno con el mito que fue. Las situaciones que de ello se derivan nos azotan con tremendas dosis de melancolía. Vemos cómo el mito humanizado, achacoso, se esfuerza por ocultar su rehumatismo, que tiene necesidad de rascarse las posaderas...y lo hace. Y es por eso que Robin se convierte en cualquiera de nosotros y deseamos aprender la lección de que, al final, no hay mayor aventura que la de estar vivo y saber que alguien a nuestro lado, está de acuerdo con ello.
Y es ahí donde la preciosa Marian de Hepburn cobra todo su sentido. Después del tiempo entregado a causas que resultaron espejismos, Marian es lo único verdadero que queda en su vida y, la que acompaña en su ocaso al mito, convertido ahora en hombre.
Escenas como la de la batalla final es de las que dejan huella cinéfila.
A mi parecer, contiene, la declaración de amor y, una de las muertes más hermosas de toda la historia del cine.
Y que decir de la música del maestro Barry!!!...Una de las mejores composiciones que realizó ,y sin dudarlo la ms bella de todas.El lirismo de su insuperable tema de amor, el brillante e inigualable tema del bosque de Sherwood...si es que es un no parar. Una obra imprescindible,de un compositor brillante y de la que aqui consigue una de sus mejores obras, que en su escucha aislada me pone los pelos de punta.
Gracias por recordar tamaño peliculón, amigo Marc
Ya tardabas, que sé que esta guta-nene, JR... La escena de las posaderas me imagino que es esa en la que Robin se levanta por la mañana en el bosque (por primera vez en varios lustros, en SU bosque) y observamos el contraste entre los achaques matutinos propios de la edad y la ilusión casi infantil por empezar un nuevo día de aventura en sus añoradas tierras. Es una secuencia aparentemente inocua pero que encierra toda la historia de la película. La escena final es de las que realmente dejan un nudo en la garganta. LA BSO, efectivamente, magistral, sin ser exhibicionista. Saludos.
Debajo de esa caperuza orejuda y esas frases ingeniosas contra tu Directrice que te da el pan y la sal, veo, Marcbranches, que tú, tú.... eres un sentimental y un poeta.
Muy buen comentario de una película ciertamente más que crepuscular, otoñal.
Saludos.
¿Sentimental? ¿Poeta? Eso no me lo dices a la cara... Veo que voy a tener que tirar de la sección "Ed Wood" para endurecer de nuevo mi imagen. Lo de que "la Directrice te da el pan y la sal"... ni pan, ni sal, ni un café, ni agua, niná-dená. No mete las manos en los bolsillos para que no se las muerdan los cocodrilos que tiene ahí dentro...
Gracias y saludos, joven.
Hermoso y sentido homenaje el que le rindes, compa Marc, a esta peli de la que ya tenía magníficas referencias (y que, como Castigadora, aún no he visto), que se acrecientan ahora con éstas que tú tan bien pergeñas. A ver si cae algún día de estos...
Un abrazo.
Ha pasado mucho desde que vi Robin y Marian, y no la recuerdo demasiado bien, pero después de leer tu comentario, creo que tendré que volver a verla próximamente.
Josep tiene toda la razón, en el fondo eres un romántico y un sentimental. Y cuando quieras te lo digo a la cara.
Saludos!
Manuel, empieza a escandalizarme tu lista de "las que no has visto"... ¿Acaso no te estamos educando convenientemente en la Linterna? Alicia, en qué estamos fallando... estos niños...
Otra con lo de mi sentimentalismo. Yo soy un hombre: me hurgo la nariz y me rasco los glúteos con ánimo espeleológico, la taza del lavabo es una vaga referencia, jamás (JAMÁS) bajo la ventanilla del coche para preguntar aunque esté más perdido que Ulises, y sólo tengo una cosa en la cabeza (el sexo) (el contrario)... Con lo que me ha costado esta reputación que me he ganado a conciencia durante muchos años-snif... Ya sabía yo que este blog no me iba a traer nada bueno.
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