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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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EL MURO DE COCA COLA




Mil dominós simbólicos, pintados por 15000 niños de todo el mundo, cayeron derribados, uno por uno, en las celebraciones por el 20 aniversario de la caída del muro de Berlín”. (nota del autor: véase cómo Lech Walesa, al empujar la primera ficha, está a punto de estamparse en el suelo por la energía con la que la tira, imagen que, en opinión del ignorante y susodicho autor, no deja de albergar cierto simbolismo histórico)


No sé qué pensaría Billy Wilder de este acto de celebración del, quizás, hito histórico más relevante del último cuarto de siglo, en el que se reduce toda una filosofía, todo un orden socioeconómico que derivó en poco menos que una religión, a un paripé con fichas de un juego de jubilados. Probablemente diría que es absolutamente coherente, y un resumen perfecto del estado de la cosa geopolítica. Se han cumplido 20 años de la caída del muro de Berlín, ese cuadro histórico que tantas cosas representa: el toque de corneta a un pensamiento social y económico, el tratado de paz de la Guerra Fría, la libertad de millones de ciudadanos supraeuropeos, y el arranque del chollo para todo aquello que tenga que ver con el concepto “corporación multinacional”. Muchos lo recibieron con esperanza, y otros, más de los que lo admiten, con un confuso sentimiento de resignación. A muchos jóvenes les sonará a chino siglas como RFA, RDA, URSS, y cosas como “Pacto de Varsovia”, pero en mi adolescencia formaban parte del paisaje habitual del telediario. Hoy en día, curiosamente, cuando la República Democrática de Alemania sólo es símbolo de corredoras de 400 metros vallas con más pelo que un oso hormiguero, crece entre sus antiguos habitantes la nostalgia por aquella época, y cada vez un porcentaje más alto querría volver a aquella separación. Qué lástima que Billy Wilder no esté vivo y coleando, porque haría una película deliciosa sobre todo esto. Coño, espera.


Uno, dos, tres” fue la siguiente película wilderiana después del hito artístico que significó “El apartamento”, y se rodó durante, mireustépordonde, la construcción del dichoso muro. Imaginen los blogespectadores las connotaciones melodramáticas del hecho sociopolítico, y adviertan la aparente inoportunidad de realizar una comedia disparatada y vodevilesca sobre la Guerra Fría y el choque de culturas. “Inoportunidad” que aprovechó buena parte de la crítica (y también del público) para lanzarse a la austríaca yugular de Wilder, incapaces de comprender, no sólo que los análisis políticos más afilados siempre se hacen desde la comedia (y hay varios ejemplos de ello), sino que tito Billy, aparte de ser un enorme cineasta, era un politólogo visionario.


El caso es que “Uno, dos, tres” es una de las comedias más frenéticas, veloces, implacables y asfixiantes que uno recuerda haber presenciado. Al ritmo de los chasquidos digitales de James Cagney, se suceden sin perdón situaciones, juegos de palabras, diálogos acerados, entradas, salidas, réplicas, gritos, tropiezos y carreras, sin dar un sólo instante de descanso al espectador. No es una escalera con descansillos, es una rampa que sube y sube, inescrutable, a través del bolígrafo inescrutable de Wilder, que dispara contra ambos lados del muro sin margen para el árnica. La historia no es complicada: un arribista director de la sucursal de Coca Cola en Alemania, C.R. McNamara, se encuentra con que la hija adolescente (Pamela Tiffin) de su jefe ha aprovechado una visita vacacional a Berlín para casarse en clandestinidad con un obrero alemán (Horst Bucholz) más comunista que la hoz y el martillo juntos; el jefe viene de visita, así que hay que hacer pasar al beligerante obrero por un aristócrata de buena familia. La comedia funciona con precisión (germano)suiza gracias, sobre todo, al enérgico trabajo de Cagney, protagonista plenipotenciario de la película, que encarna a un sujeto de valores dudosos – y plenamente capitalistas: quiero dinero, quiero ascender, quiero tener más que tú -, pero por el que es imposible no sentir empatía. Ni que sea porque consiga de una puñetera vez su objetivo y nos deje descansar. Como toda buena comedia, “Uno, dos tres” disfruta de unos secundarios excelentes, dibujados con trazos muy simples y unívocos, que representan distintos arquetipos de las sociedades a las que Wilder desmenuza sin piedad. Destaca el ayudante de McNamara, Schlemmer (Hanns Lothar), un ex-sirviente de los nazis abandonado al capitalismo, pero incapaz de revertir sus tics de servilismo y marcialidad, aunque, eso sí, dice que ha olvidado quién era ese Adolf. Contrapunto delicioso es también la sarcástica mujer de McNamara, dándole hilo a la punta cada vez que habla. Quizás me chirría la excesiva interpretación de Bucholz, el cual siempre me parece con una vuelta de tuerca de más. Pero, en general, todo aquel que aparece (ese médico que siempre está tarareando las Walkirias) aporta su grano de comicidad no exenta de crítica social. Los diálogos son lo que se acostumbra en Wilder, es decir, geniales (“Atlanta es como Siberia pero con discriminación racial”), pero esta vez están por quintuplicado, y si apagas un momento el oído te pierdes algo.


“Uno, dos, tres”, incomprendida en su momento, reflejó a la perfección tanto la actitud invasora capitalistamericana, como la irreal ingenuidad del este pro-soviético, como el sentimiento de culpa y el espíritu de supervivencia germánico. Con esta irrefrenable comedia, Billy Wilder demostró que no sólo era un referente cinematográfico, sino que era un magnífico analista político; por lo cual, seguramente, hoy en día no tendría cabida en ninguna tertulia radiofónica.

7 comentarios:

Manuel Márquez dijo...

Que no es que otros días, compa Marc, no lo hagas bien, que lo haces, de veras. Pero hoy, qué quieres que te diga, te has salido del parchís (que no del dominó...). Y la peli, también hay que decirlo, bien que lo merece: un auténtico concentrado de todo lo mejor del maestro Wilder. Su vitriolo, su mala leche, su genialidad para trabar mecanismos humorísticos (visuales, gestuales, verbales...) de toda laya, como si tal cosa, como si fuera sencillo. En fin, qué más podría añadir. Para una que he visto...

Un fuerte abrazo y buena semana.

ANRO dijo...

Has sido más oportuno que el reloj de cuco de la peli. Aunque me has vuelto a pillar a medio de un post sobre esta pequeña maravilla, titulada "Un, dos, tres", por la que siento una especial debilidad...Bueno, ¿qué peli de Wilder no encoge el corazón de cualquier wilderiano que se precie?
Muy bueno el "titular" y para seguir dando coba (sincera) todo el contenido.
Una duda corroe mi alma ¿no quedamos en que la wilderiana era Alicia? ¿No andas tú, querido Marcbranches criticando a los "antiguos"?....Aunque pensandolo bien el vitriolo de esta peli te va como anillo al dátile, así que retiro lo dicho.
Un abrazote.

marcbranches dijo...

M-Márquez,se agradece, y sinceramente esta vez, el elogio. Entre que he publicado tarde por un problema de línea internetera, y que el artículo en sí ha sido un poco dolor de muelas (los hay que se atragantan, así sin más; lo llamaría "bloqueo de escritor", si yo fuese escritor, y no escribiente, como es el caso), así que me alegro de haber salido del paso. Saludos.

Diego, en cuanto se reúna el Consejo de Administración del blog (uséase, Alicia con herself), se procederá a seguir tu invitación. Gracias por venir.

Anro: siento de verdad (juas) (cof, cof) haberte pisado. En cuanto a mi "wilderismo"... voy a ser sincero: a mí Billy Wilder me la sopla, y creo, realmente, que "Uno, dos, tres" es un verdadero tostón, como todo lo que hacía ese hombre. Lo que pasa es que se acerca la Navidad y trato de ganarme un mísero aguinaldo, a ver si la Directrice abre el Louis Vuitton (de mercadillo chino, claro) de una puñetera vez. Mi próximo post será una elegía sobre el "Frankenstein" de Kenneth Branagh, con especial mención para sus pectorales. Así es la vida, de jodida.

Josep dijo...

¡Pero qué mentiroso puedes llegar a ser, Marcbranches! Si a ti en el fondo te encanta Kenneth, "su Kenny".

Te felicito por la idea de sacar a relucir en tan señalada fecha multimediática esa maravilla de Wilder.

Para mí resulta inabarcable, porque he intentado reseñarla y he acabado viéndola una y otra vez y me temo que sería incapaz de relatar todos los gags que contiene, y eso supera incluso mis excesivas -y usuales- peroratas.

Te felicito pues también por la contención demostrada, a ti que también largas lo tuyo; dejar de mencionar la moto con el globito, el conciliábulo de soviets que requiebran la secretaria, etcétera, etcétera, es u esfuerzo ímprobo, supongo.

Si es que ya entran ganas de volver a verla.

¡Y lo bien que trabaja Cagney! ¡Buf!

Saludos.

Möbius el Crononauta dijo...

¿Que ha pasao aquiiii?

Si hubieran tenido a James Cagney de presidente la Unión Soviética se habría desmoronado en el 62 lo menos

Carles Rull dijo...

¿Qué le voy a contar de 'Uno, dos, tres...? Pues que junto a 'Ser o no ser' de Lubitsch y 'Luces de la ciudad', de Chaplin, conforman mi Santa Trilogía particular de la comedia norteamericana clásica.

En cuanto a lo de los "chasquidos digitales" de Mr. Cagney, pues a ver que tal lo hace Nora Ephron que está preparando ya un remake en 3D (... bueno, no. Tome aliento, que es broma, pero es que con tanta fiebre remakeadora y tridimensional, uno nunca sabe por donde "atacarán").

Un saludo.

marcbranches dijo...

Mobius, y yo qué sé quápasao. Un día nos levantamos y lo vimos todo así, manga por hombro.

Carles, con el corazón de las personas no se juega. Joder, qué susto cuando he empezado a leer, en una misma frase, las palabras "Nora Ephron" y "remake"... que tengo una edad, hombreyadelamorhermoso...

 
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