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EL SR. SPIELBERG NI ESTÁ, NI SE LE ESPERA


Es curioso, pero he acudido a muy pocas obras de teatro durante mi vida. Me gusta el teatro, ojo. Me siento cómodo en su ritual, mucho menos pervertido que el del cine, me cautiva la complicidad provocada por el derribo de la cuarta pared, el imperceptible olor a otra época, la solemnidad artística. Rebusco entre mis sombras, y sólo me explico esta impertinente infidelidad a mí mismo desde la idéntica pereza intelectual que me obliga a decir estas tonterías. Sin embargo, una obra cuyo centro neurálgico es la desbordante personalidad de Orson Welles tienta mi curiosidad más que de costumbre. Como siempre, la cinefilia me puede. No tengo ni pajolera idea de tablas teatrales (bien, en realidad tampoco de cine, pero esto lo sé disimular mejor), así que no esperen, queridos padawanes, una crítica al uso, ni al desuso. Sólo una crónica sensitiva de un viaje artístico teatral, pero eminentemente cinéfilo, que La Linterna, en aras de su más que probado wellesismo, estaba en la obligación de emprender.

Teatre Romea de Barcelona, 21:30 de la noche, un lunes cualquiera. Pongamos, ayer. Marcbranches tiene una entrada con descuento gracias a su carnet de Bibliotecas de Barcelona (carnet que nadie se ha tomado la molestia de comprobar si realmente tengo...). Después de tomarme en el bar del teatro, en un alarde de sofisticación jamesbondiano, un agua mineral sin gas (mezclada, no agitada), me siento en mi butaca con la antelación suficiente como para echar un vistazo sociológico a la platea. Diría que me encuentro rodeado de clase burguesa media-alta; diría, también, que la clase burguesa tiene una media de unos cincuenta tacos. Observo que la juventud lleva pantalones cortos y chanclas; hago un veloz cálculo mental, y determino que en 2032 la gente irá con palomitas y Doritos al teatro. Oscurece la sala, y aparece Josep María Pou disfrazado de Orson Welles. O puede que sea al revés.

La obra se llama “Su seguro servidor, Orson Welles” ("Obediently yours, Orson Welles"), del dramaturgo Richard France, y está dirigida por el Antes Llamado Crítico de Cine Esteve Riambau. Nos sitúa, en una mezcla de ficción y realidad, un día después del setenta cumpleaños de Orson Welles, en un estudio de grabación radiofónico, en el que Welles espera con ansia la noticia de que por fin va a conseguir, después de 30 infructuosos años, la financiación para su “Don Quijote”, de la mano de Steven Spielberg. Mientras, va grabando alimenticios (y nunca mejor dicho) anuncios de radio junto a un joven técnico de sonido (Jaume Ulled) que le tira de la lengua lo suficiente como para que Orson desparrame su anecdotario. A través de sus historietas, sus impresiones, sus arrebatos, un majestuoso Josep María Pou nos desnuda las grandezas y miserias de, quizás, el mayor genio que haya parido el cine americano. Un Orson Welles megalómano, contestatario, grandilocuente, volcánico, solitario, nostálgico, que llena el escenario física y espiritualmente. Mientras va recitando textos mediocres para marcas de comida de perro, su estruendosa voz transporta al espectador por los años mágicos de Hollywood, siempre con un tono revanchista más o menos soslayado, en particular hacia los productores (estacazo summa cum laude para Harry Cohn y su obsesión por Rita Hayworth), salvando tan sólo, y con matices, a Darryl F. Zanuck. La obra nos deja la imagen icónica de un genio demasiado adelantado a su época, que gastó demasiado tiempo y demasiado ego en busca de financiación, y que tuvo que disfrazarse de mediocre demasiadas veces para conseguirla. Como él mismo dice, empezó en lo más alto y luego no hizo más que caer vertiginosamente. La obra también nos descubre una afición proveniente de la infancia que, curiosamente, comparte con otro genio, Woody Allen: la magia. Su natural rebeldía le impuso ponerse del lado de los republicanos en la Guerra Civil Española, ser acusado de comunista durante el maccarthysmo, o ser apartado de su programa de radio al apoyar la causa negra en el caso de Isaac Woodard. Welles, en el estudio de grabación, va acumulando anécdotas y cuñas publicitarias mientras espera, infructuosamente, a que Spielberg le dé el sí definitivo a su gran obra inacabada: “Don Quijote”.

Mientras Orson Welles, o Josep María Pou, recita a Charles Lindbergh (el primer aviador en cruzar el océano Atlántico en un vuelo sin escalas en solitario) lamentando el final de su homérico viaje, una palmaria metáfora sobre la vida del genio de Wisconsin, un tal marcbranches se revuelve por enésima vez en una butaca de incomodidad progresiva gradual, después de soportar estoicamente como el espectador de delante no ha parado de moverse durante toda la representación como si su asiento estuviera embadurnado de resbaladizo aceite. Y, sin embargo, al final de la obra, se asombra de que esa hora y tres cuartos hayan pasado a velocidad de crucero imperial. Vuelvo a observar al público ya saliente. Diría que la media de edad es más baja de lo que en un principio pensaba.

N.B.: echadle un vistazo a este video, por favor. Parte de él se representa en la obra; la transcripción completa está en el comentario del clip. No tiene desperdicio. Jodidos guisantes.

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno, lo que no tiene desperdicio es tu cojonudo comentario teatral (eso que no sueles ir al teatro). Me jode darte alabanzas, lo confieso, porque los parabienes suelen derivar en goces fatuos, que debilitan el intelecto....pero te lo mereces y punto.
Como siempre, la voz de ese genio, con el va y viene de los guisantes, es una gozada irrepetible. De todas formas Josep María Pou, a quien he tenido el placer de verlo en nuestra tierra, es un actor de pelotas y esa obra en concreto, que tal vez venga aquí de gira, puede ser una muy buena experiencia.
Ya conozco el tema del espectador delantero. Me han tocado de todas clases, pero lo más jodida fue hace poco en un pequeño teatro de Broadway, que el individuo me tapaba tres cuartos del escenario y cada dos por tres se volvía a su compañera, igual de enorme, para susurrarle no se que cosa. Si hubiera tenido un mazo lo hubiera asesinado. En fin, un abrazote.

Hatt dijo...

Gran comentario, anro tiene razón. Y que pinta que tiene la obra también, la verdad.

En cuanto a los seres de delante, quien no los ha sufrido, girándose en el momento más inoportuno. Lo único bueno es que en las últimas plantas estás tan en vertical que el de delante no suele molestar...

Y sí llevarán nachos, patatas bien crujientes y perritos calientes supurantes de ketchup y mostaza.

Un saludo.

P.D. Yo prefiero al espectador comentarista, ese que está viendo, por ejemplo, una película, ve la torre Eiffel y le dice a su acompañante con tono didáctico y como de haber recorrido mundo: "Mira, París"...

marcbranches dijo...

Gracias a ambos. bueno, todos tenemos nuestras experiencias con el "pesado de delante". Aunque es probable que haya por ahí alguien que tenga experiencias similares con nosotros... Hatt, lo del espectador comentarista no tiene nombre, aunque no es nada desdeñable el "lanzador compulsivo de penaltis", ese tipo al borde de la crisis nerviosa que se empeña en patear el asiento delantero (sí, el tuyo) como si fuese Cesc en una tanda contra Italia. Saludos.

Josep Lloret Bosch dijo...

Buena reseña, mister, de una pieza a priori interesante.

Sácame de una duda: supongo que Don Pou no usará adminículos electrónicos con su vozarrón... ¿o sí?

Saludos.

marcbranches dijo...

Hola, Josep. Te saco de dudas: no. Se utilizan grabaciones de su voz como parte de la historia (que tienen una importancia alegórica fundamental, que no desvelo por si alguien va a ver la obra), pero Pou va a pecho y garganta descubierta (Jaume Ulled, en cambio, tira de micro...). Saludos.

Josep Lloret Bosch dijo...

Pues muchas gracias por la aclaración.

A los que usan micro en una sala, los mandaría.... a un plató de TV3...

No lo puedo soportar... :-(

Saludos.

Anchiano dijo...

Hace cosa de dos o tres meses, vi por primera vez "Ciudadano Kane". La verdad que cuando haces algo así con la edad que tenía Welles por entonces, ¿que más te queda por hacer en la vida?

Yo la última vez que fuí al teatro fué a ver "¡Que viene Ricci!" con Angel Martín y Secun de La Rosa (no es un comedia muy allá, la verdad), un jueves, que por cierto me falló cierta fémina en el último momento y tuve que hacer uso de una de las dos entradas reservadas. La medía de edad ese día era de unos 50 años largos. Habia tres señoras detrás que no pararon de darla brasa toda la función. Primero, que la disposición de las salidas de emergencia era denunciable y despues del descanso, que se iban, que la obra era una mierda. Y luego dicen que que los jóvenes no saben comportarse.

marcbranches dijo...

Bueno, la verdad es que no creo que Orson Welles fuera consciente de había hecho "Ciudadano Kane" cuando acabó "Ciudadano Kane". No sé si me explico. La cinta no fue bien acogida en su estreno, y bastante tenía Orson con evitar las zancadillas de Hearst. ¿Qué le quedaba por hacer en la vida? Entre otras muchas cosas, "Don Quixote"...

Lo de las aseñoras mayores en los espectáculos es digno de estudio. Ir al cine a una sesión de tarde en día de espectador puede ser una tortura china, cuando te encuentras a la típica pareja de señoras que se intercambian las vidas de sus nietos (y, sobre todo, de las mujeres de sus nietos...). Saludos.

BUDOKAN dijo...

Sigo de manera celosa las críticas que hacen en este espacio porque sienten el cine como pocos. Saludos!

marcbranches dijo...

Bueno, budokan, en realidad yo escribo aquí por dinero. A mí lo que realmente me gusta es el bobsleigh...

Laura Hunt dijo...

Ostras, ahora en La Linterna también hacéis críticas teatrales! aunque en este caso bien es verdad que el tema de la obra es, evidentemente, de lo más cinéfilo, y supongo que a cualquier amante del séptimo arte le tendría que interesar enormemente. Por lo menos, en mi caso, has despertado mi interés y ahora estoy deseando tener ocasión de verla, porque por lo que cuentas tiene pinta de que va a gustarme, y mucho.

A la espera quedo de que hagan una gira por provincias o algo, y a ver si algún día consigo ver la obra. Eso, o me hago un viaje a Barcelona, aunque eso de momento lo veo un poco difícil, que mi economía no está para fiestas... como no me toque el cupón (aunque, bien pensado, para eso tendría que acordarme de comprarlo algún día).

Chao!

marcbranches dijo...

Aquí hablamos de cualquier cosa que tenga relación con el cine, Laura, con la falta de criterio que nos caracteriza, eso sí. Las malas costumbres nunca hay que perderlas. Anímate a hacer el viaje a Barna, Laura; por el dinero no te preocupes, que paga la Directrice, conocida universalmente por su generosidad y el desprecio a su propia cuenta corriente...

 
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