Ah, the big item. Las relaciones sentimentales. Una amplísima mayoría de obras de las siete artes (u ocho, o nueve, o las que cada una quiera añadir, que para algunos el curling también es un arte) tienen, ya sea como soporte neurálgico, como tema transversal o como excusa filosófica las relaciones de pareja y sus circunstancias. La sublimación de los éxitos, la condena de los fracasos, los giros, las decepciones, las rutinas, las débiles monogamias... No es de extrañar. Está presente en nuestras vidas, mueve las existencias y, por tanto, domina las conversaciones, casi siempre fútiles y discursivas. Nos encanta pontificar sobre los defectos del sexo contrario, en general y en particular, desde un púlpito construido por nosotros mismos en el que recitamos nuestras Sagradas Escrituras de las relaciones sentimentales, que, claro, son las únicas que valen; esto, a pesar de que todos llevamos a cuestas un buen saco de fracasos, casi siempre en orden ascendente, que una dosis adecuada de humildad podría hacernos ver que sabemos mucho menos de lo que creemos. Quizás todo sea más sencillo de lo que uno cree, y the question's quid se encuentre en que los códigos de una relación, tácitos o no, son los que acuerden ambas partes, sean cuales sean. Todo este párrafo, que parece un ejercicio de onanismo mental destinado a otro tipo de blog, sirve para introducir, niños y niñas, la película de hoy, que rompió algunos tabúes de manera tan liviana que ni siquiera levantó escándalos. “Secretary”, de Steven Shainberg.
Basada en primer lugar en un cuento corto de Mary Gaitskill y luego en un cortometraje propio, Steven Shainberg consiguió hacer realidad en 2002 este proyecto a pesar de las cantadas dificultades que un guión de tal calibre iba a encontrarse por esos productores de Dios. Sin embargo, los panes y los peces se multiplicaron, y salió a la luz esta extraña cinta que, en otras manos, hubiera podido dar lugar a un festival de pseudoerotismo para pajilleros sin escrúpulos, y que, por fortuna, ha acabado siendo una más que estimable película. “Secretary” nos cuenta la historia de Lee (Maggie Gyllenhaal), una chica recién salida de un hospital psiquiátrico en el que había sido ingresada debido a su afición a castigarse físicamente a sí misma. Madre sobreprotectora, padre devoto practicante del etilismo, hermana rubia-de-profesión recién casada, novio aburrido y corto de miras: el retrato perfecto de una familia americana media disfuncional, envuelta en colores pastel y reproches nocturnos. Un costurero que Lee siempre procura tener a mano lleva el instrumental preciso para hacerse unos cortecitos de nada en los muslos; un poquito de dolor para pasar mejor el trago. La huida se completa con un trabajo iniciático como secretaria en el bufete de Edward Grey (James Spader), un estrafalario abogado con el que la relación jefe-empleado adquiere novedosos significados; los rituales sadomasoquistas van tornando cada vez más adictivos e incontrolables. La película sabe conjugar con mesura y decisiones atrevidas un suelo tan resbaladizo como este: todos los personajes que se mueven alrededor de Lee son poco menos que una caricatura -con excepción del padre, del que, a pesar de todo, Shainberg se apiada-, el decadente colorido suburbial parece salido del barrio de “Eduardo Manostijeras”, y la oficina de mr. Grey es presentada con luz natural y colores claros, para evitar la sensación de opresión. El proceso vital de Lee es mostrado desde la inocencia de la chica, evitando en lo posible el exceso de perversión, como si fuera un simple camino alternativo al placer. Curiosamente, cuanto más se somete Lee a los castigos de mr. Grey, más tiene ella el control de sí misma; en cambio, el aparentemente dominador Edward (que empieza muy seguro de sí, castigándola por errores tipográficos u ordenando a Lee el menú de la cena) poco a poco va perdiendo los papeles y a balbucear en su rígida actitud, incapaz de asimilar que existe alguien que es capaz de llevar esas prácticas hasta el límite de ser el motor de una vida conjunta.
El morbo erótico del film es más intrínseco que otra cosa, lo cual se agradece en una temática con tanta querencia por la explicitud. La película es casi una obra de teatro, con un decorado dominante (nunca mejor dicho), la oficina del bufete; con esta estructura, es fundamental la labor actoral. En el caso de la Gyllenhaal es indiscutiblemente espléndida, otorgando a su personaje, mutilado física y espiritualmente, los matices necesarios en cada etapa, y calibrando el salto entre la ingenuidad inherente y el atractivo que ha de despertar en Edward. El papel de James Spader es tan inclasificable (a pesar de ser un actor trillado en este tipo de papeles malsanos) que no sería capaz de determinar si su trabajo es bueno o no; su mr. Grey es tan excéntrico que no parece humano más que en un pequeño pero fundamental momento de debilidad (“tienes que irte, o no pararé”), y colabora decisivamente a darle al largometraje un aire de surrealismo absolutamente asumido. Aparte, claro está, del final del filme, que resulta ser una de sus debilidades más manifiestas, no por la solución adquirida, sino por el tono empleado y por algún añadido gratuito (la aparición de la prensa) que rompe con la atmósfera intimista que barnizaba la película, cerrada con la mirada desafiante a cámara en primer plano de Lee, como diciéndonos, “no quiero vuestra mirada condescendiente y estrábica, no necesito cura ni redención”. Amén. Disfrútelo usted.
3 comentarios:
Ya tenía alguna (lejana) referencia de esta peli bastante positiva, pero, como bien puede suponer, compa Marc... ¿hace falta que siga? No, supongo que no. Cuando la vea, sigo...
Un abrazo.
Ah, Manuel, manuel, raramente me decepcionas... mira, yo creo que esta te gustaría. A ver si hay suerte y por una vez me haces caso. Saludos.
Película incognita. Gracias por hablar de ella.
Saludos
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