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ROSAS AMARILLAS PARA LA CONDESA OLENSKA




“La verdadera soledad es vivir entre toda esta gente que sólo quiere que finjas”.

Esta es la desesperada confesión que Ellen Olenska le hace a Newland Archer, el único con el que puede sincerarse sin miedo, en su pequeño apartamento neoyorquino, aturdida y asfixiada por la atmósfera opresiva de formas y prejuicios que resulta ser la alta burguesía de la época, y pertenece a “La edad de la inocencia”, la película aparentemente menos scorsesiana de Martin Scorsese, basada en la extraordinaria novela de Edith Wharton del mismo título. Sí, he dicho aparentemente. Todos relacionamos a tito Martin con gangsters, chorizos de baja estofa, violencia explícita, sangre a chorros de manguera, sentimiento de culpa, urbanismo furibundo, cámara nerviosa, adrenalina por las nubes y hostias como panes. Lo más alejado de todo esto, en primera instancia, es un melodrama romántico de época, en el que los sentimientos se intuyen, las lenguas se muerden y las pasiones dicen lo contrario que los rostros. O no... A Marty le llegó la posibilidad de rodar esta película, por primera vez, alrededor de 1980, recién estrenada “Toro salvaje”. Siempre especulaba con la posibilidad de hacer una película romántica, y su amigo Jay Cocks le propuso la adaptación de “La edad de la inocencia” como una gran oportunidad. Pero Marty ya tenía en mente “El rey de la comedia”, y aún no se sentía preparado: su vida (y alguna de sus aficiones... las de tipo "nasal", por ejemplo...) aún era demasiado convulsa. En 1987, sin embargo, las cosas eran diferentes, y comenzó a poner en marcha, mientras daba a luz otros proyectos, la película en la que iba a demostrar que era capaz de rodar cualquier cosa, cualquier género, sin renunciar a su estilo.

Lo primero que tuvieron claro Scorsese y Cocks (no quiero ni un sólo chiste sobre el apellido de marras y su significado en castellano) era que había que mantenerse lo más fiel posible a la novela original. A fe que lo consiguieron; sin embargo, siendo esta una loable virtud del film, también trae consigo alguno de sus aspectos más discutibles. Hablo, por descontado, de la voz en off de Joanne Woodward (en castellano, Nuria Espert, a la que le cayeron palos por todos los lados), perenne protagonista del relato, hasta el punto de que a veces hace pensar si es una opción artística o un recurso fácil para sortear las dificultades que conlleva plasmar en imágenes las enfermizas descripciones de Edith Wharton. No desmerece, sin embargo, la película, excepcional. Desde el inicio en la ópera, en la que la presentación de la condesa Olenska (Michelle Pfeiffer, magistral) es subrayada a base de iluminación, Scorsese se afana en desmenuzar el concepto de “burguesía neoyorquina de final de siglo según Wharton”, dominado por un mundo jeroglífico en el que no se dice lo que piensa, en el que la gente se comunica por signos, el deporte nacional es el lanzamiento de puya, y en el que las reglas de la convención social están por encima de leyes y dogmas religiosos. Un mundo en el que la independiente, osada, incisiva, rebelde y vitalista (y muy separada de su millonario y europeo marido) Ellen Olenska no tiene cabida, aunque por supuesto nadie se va a acercar a decírselo. Este carácter tan distinto encandila a Newland Archer (Daniel Day-Lewis, magistral 2.0), ya prometido con la inocente, vacía y aparentemente papamoscas May Weiland (Winona “me-lo-llevo-prestado” Ryder, en un papel muy complicado del que sale airosa); la maquinaria burguesa se encargará, silenciosa y maquiavélicamente, de evitar una relación pasional inadecuada que amenaza con poner en peligro el equilibrio social que tanto les ha costado crear. Scorsese aplica a la perfección su sentido del ritmo a esta historia tan inicialmente alejada de su imaginario (aunque no deja de haber una fuerte carga de violencia, en este caso sentimental), aún bebiendo de fuentes viscontinianas o incluso wylerianas (“La heredera”), convirtiéndola en un feroz documento antropológico de las costumbres altoburguesas de la época: no es detalle baladí que entre la partida de libros londinenses que recibe Newland Archer esté (ojo momento cultureta) “La casa de la vida”, de Dante Gabriel Rossetti, un poemario de sonetos de arrebatado sentimentalismo. Marty se recrea en la insoportable contención de gestos, en esa mezcolanza de atormentado placer y sufrimiento que provoca cada caricia furtiva, en la agonía que supone estar a dos pasos de la utopía (“No puedo amarte a menos que renuncie a ti”), al son de la magnífica partitura de Elmer Bernstein y de las excelsas interpretaciones de sus protagonistas. Un final irreprochable, melancólica y dolorosamente hermoso, una visión de lo que pudo haber sido y no fue, que conduce a la ¿última? renuncia, cierra esta sublimación del talento de Scorsese, que con “La edad de la inocencia” demostró, no sólo que era capaz de atacar cualquier género y época que le echasen al ruedo, sino que, en el fondo, tito Marty también alberga una vena poética, él que acostumbra más bien a romperlas a puñetazos. Las venas, digo.

5 comentarios:

Manuel Márquez dijo...

Extraordinaria reseña para una magnífica película, compa Marc. Recuerdo que la ví hace la tira de años, en un cine de verano (que, milagrosamente, aún está abierto), y creo que es de éstas que se están mereciendo una revisión inmediata; de hecho, creo que tu nota ha provocado ese efecto de manera indudable.

Un abrazo.

Laura Hunt dijo...

Pues lo mismo digo, leyendo tu magnífico comentario, me han entrado unas ganas enormes de volver a ver esta película, que por cierto, siempre me ha encantado. Y lo bueno es que lo haré muy pronto, porque casualmente me la he comprado hace poquito, aprovechando una oferta.

Es verdad que es una película considerada como atípica en la filmografía de Scorsese, pero es que no solo de mafiosos y violencia vive el tito Marty... ¿es que nadie se acuerda de, por ejemplo, New York, New York? esa fue otra gran historia de amor con final infeliz (si en el fondo, este hombre es un romántico).

Saludos.

marcbranches dijo...

Gracias a ambos. Es una película que no me canso de ver, además de que me dio la oportunidad de leer un extraordinario libro... Detalles como la escena en la que Newland le va a ofrecer un bolígrafo a Ellen y esta se asusta, mostrando la tensión en la que ella se encuentra a pesar de su aparente calma, hacen que valga la pena revisar esta película. Tienes toda la razón, Marta... quién se acuerda de "New York, New York"...

DiegoAlatristeyTenorio dijo...

Martin Scorsese fue exquisitamente fiel al espíritu de la novela. Del italoamericano podía haberse esperado otra vuelta de tuerca a sus demonios personales, aprovechando una historia que habla de sentimientos reprimidos. En cambio se pone al servicio de la misma con esmero, convirtiendo una mirada, un silencio, un gesto, unas palabras sin aparente contenido, en momentos harto expresivos de un grupo social a veces hipócrita, defensor a ultranza de unos valores y unas apariencias.

El principal pero que le pongo a la película es un uso abusivo de la voz en off, aunque ésta pertenezca a esa gran actriz llamada Joanne Woodward. Le cuesta a Scorsese plasmar la historia en imágenes que puedan sustituir la magnífica prosa de Edith Wharton. Aunque utiliza alguna buena metáfora visual, como la de los leños del hogar de una chimenea, que con su crepitar aumentan la sensación de ahogo, de verdades no dichas con palabras.

La dirección artística de Dante Ferreti es magnífica, así como la fotografía de Michael Ballhaus, junto a la magnífica música de Elmer Bernstein, dan el perfecto empaque visual y ambientación a la historia. En ésta obra, Marty se deja influenciar por Wyler (La heredera), Ophüls (Madame de...) y Visconti (El gatopardo). Luego están los actores; Day Lewis, Pfeiffer, Ryder, magníficos, todos se metieron de lleno en sus personajes, convirtiendo algunos momentos de la película en memorables. La última conversación entre Newland y May es sencillamente de quitarse el sombrero.

Ni que decir tiene que es de mis películas preferidas de todos los tiempos.

marcbranches dijo...

Hola, joven. Muy poco qe añadir a lo que has dicho, absolutamente de acuerdo con todo lo que dices, incluido el exceso de voz en off. La fidelidad a la novela es máxima, y teniendo en cuenta la calidad de la misma, es todo un acierto. En cuanto a los actores, he hablado ya de los dos principales, pero tengo que añadir que Winona tiene una papeleta con un personaje complicado, aparentemente inocente y más bien bobalicona, pero que acaba tejiendo los hilos de la "conspiración" a la perfección.

Vaya susto me diste con el famoso trailer de tu foro, por cierto... Aún he de guardar reposo en la cama. ¡Abuela, las pastillas!

 
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