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JUEGOS DE AMOR PARA BURGUESES


¿Alguien se acuerda de las convivencias en el colegio? Aquellas bonitas salidas grupales a casas en lejanos pueblos de la bucolía catalana (en mi caso), acompañados de algunos profesores y tutores, en las que nos dedicábamos a reforzar lazos con nuestro prójimo. Definición de “reforzar lazos con etcétera”: beber alcohol caliente a mansalva en petacas, fumarse cualquier hierba disponible a discreción, correr por los pasillos como si nos persiguiera el Yeti en gallumbos, cambiar las reglas de todos los juegos propuestos por los tutores, ir a la desesperada búsqueda de cualquier tipo de relación sexual (infructuosamente, off course), y, si era un colegio religioso, esquivar en la medida de lo posible los manoseos de los curas... Ah, qué entrañables vivencias-snif... Sin duda, nuestro sentido de la sociabilidad salía vigorosamente reforzado de semejante experiencia. Bien, el caso es que la primera vez que vi “La regla del juego”, el clásico de Jean Renoir de 1939, alguna de sus escenas me retrotrajo a aquellos maravillosos años. En esta excelsa película, sus personajes se mueven con la frivolidad de un adolescente, a pesar de su supuesta sofisticación; supongo que de ahí viene la asociación de ideas. Este es un blog con tendencias elitistas, así que no puede faltar una película europea que se incluye, sin ir más lejos, en todas las listas top-ten que publica la prestigiosa revista de cine británica “Sight & Sound” desde 1952 (Alice la Directrice estaba en plena adolescencia; imaginaros si hace ya años...). Es un referente esencial del cine europeo universal: bienvenido a La Linterna, señor Renoir.

“La regla del juego” fue un estrepitoso fracaso. Sin paliativos. En puertas de la invasión nazi, ni había dinero suficiente para hacer lo que Renoir quería, ni ganas por parte del público de ver nada que no fuese evasión a toda costa. Renoir presentó una descarnada sátira costumbrista de la sociedad burguesa francesa, y nadie estaba dispuesto a tragar con eso. Hasta tal punto que, tanto el gobierno de la República Francesa como el colaboracionista de Vichy (instaurado a rebufo de la invasión) prohibieron el largometraje, a pesar de que Renoir llegó a recortar media hora de su metraje (aprende, Angelopoulos) inútilmente. Además, parte del negativo se quemó, y no fue hasta 1959 que se pudo reconstruir una versión casi completa y decente de la película. Merece, por tanto, de sobras el aire malditista que transmite. ¿Por qué fue tan maltratada y perseguida? Pues porque Renoir, como hemos comentado antes, ataca sin piedad a la burguesía francesa de la época. A través de una reunión de sociedad en la casa de campo de unos marqueses, en la que las infidelidades, las frivolidades y la hipocresía campan a sus anchas, el maestro francés satiriza sin piedad la superficialidad de los ricos... pero también de los pobres, en este caso los sirvientes. Después de unos veinte primeros minutos complicados de asimilar para el espectador, debido a que Renoir no se molesta en presentar a los diversos personajes que van a representar su relato (o “fantasía dramática”, como él mismo la llama en su presentación, en un bonito eufemismo), aunque sí sus actitudes. Vemos al héroe nacional de corazón roto (un piloto, André Jurieux, remedo de Charles Lindbergh), a la marquesa de la Cheyniest y a su criada Lisette dejando claro que no aman a sus maridos, y al marqués de etc. (quien llega a reconocer que su amor platónico es... su propia mujer) y a su amante manejando su situación con la corrección exigida a su posición social: todos respetan las reglas del juego, como si representaran los últimos vestigios de las maneras versallescas. Después de esta inusual presentación, la película se desplaza a la casa de campo para ya no salir de ella. Renoir retrata las relaciones entre los ricachos de manera implacable: desde las conversaciones de apertura (“estás más delgada”, “dame el número de tu peluquero”, “¿jugaremos al bridge?”), pasando por demostraciones de incultura supina (brutal la escena en que una señorona le pregunta a otra sobre la civilización precolombina, y, al saber que se refiere a la América antes de Colón, la relaciona inmediatamente con... Buffalo Bill), hasta pequeñas pero muy significativas confesiones (“me aburre la gente sincera”). Pero no sólo de la alta sociedad vive “La regla del juego”: como si fuese una precuela de “Arriba y abajo” o “Gosford Park”, el director galo nos muestra a unos sirvientes deseosos de emular a sus amos, enfrascados en similares solaces: por desgracia, las derrotas del populacho son mucho más dolorosas, y traen consigo mayores desgracias... Los juegos de infidelidades se suceden entre los invitados, hasta llegar a situaciones divertidamente vodevilescas; Renoir se mueve con soltura entre la comedia, el melodrama y la tragedia final, sin aridez, con fina elegancia, a lo que colabora sin duda el manejo de la cámara, sin estridencias y con especial singularidad en los planos cortos.

Sólo al término del filme se caen las máscaras y salen a la luz los demonios, las confesiones en penumbra y las debilidades de los jugadores del equipo de la Alta Alcurnia, representada a la perfección esta caída en Octave (el propio Renoir), ese gran personaje que durante el relato se nos ha mostrado como el pegamento que intenta mantenerlos a todos unidos y en armonía, y del que al final sospechamos la razón de su voluntarista actitud: no tiene dónde caerse muerto. El súmmum, el retrato definitivo de la sátira burguesa de Jean Renoir, una película histórica que, vista hoy en día, no pierde un ápice de su acidez y capacidad para desmenuzar el bestiario humano. Sigan la regla.

8 comentarios:

BUDOKAN dijo...

Exquisito post con mucho de recuerdo emotivo. Esta película de Renoir es una de mis preferidas pero no se por qué razón (quizás de que me guste menos) trato de no volver a verla. Muy bueno tu comentario asociándolo al plano político. Saludos!

marcbranches dijo...

Gracias, budokan. Yo no temería volver a verla. Lo cierto es que, en una nueva visión, no pierde un ápice de frecura y mala baba escondida entre las estiradas formas de los personajes. Apenas ha envejecido, y eso es lo mejor que se puede decir de ella. Era necesario el apunte político para entender el contexto de la cinta, y lo que significaba una película así en esa época.

Manuel Márquez dijo...

Una más, compa Marc, de las miles de millones (qué vergüenza, papi, qué vergüenza...) que no he visto.
Desde luego, leyendo tu reseña, la cosa se convierte en pecado de lesa "cinegravedad". ¿Cuántos padrenuestros de penitencia, pater Marc...?

Un abrazo.

marcbranches dijo...

Pecado capital, joven padawan. Nada de padrenuestros; la penitencia será una sesión quíntuple sin pausas para publicidad consistente en: "Colega, ¿dónde está mi coche?" + "Un papá genial" + "Scary movie 4" - "¡Este cuerpo no es el mío!" + "La mirada de Ulises". Sé que estoy siendo muy duro, pero a veces es necesario...

Laura Hunt dijo...

Pufffff..... menos mal que yo si la he visto, porque anda que no te pasas con los castigos, mira que eres cruel, Marc.

Aun así, leyendo tu estupendo comentario sobre la película, me han entrado ganas de volver a verla, porque hace ya bastantes años que la vi y necesito refrescarla.

Saludos!

marcbranches dijo...

¿Que me paso? Y corto que me quedo... Parafraseando a la gran Lydia Grant en "Fama", "La cinefilia cuesta, y aquí vais a empezar a pagar"...

Manuel Márquez dijo...

Compa Marc, desde luego, vaya que sí que te pasas con los castigos (no digo yo que mi delito no fuera grave, pero...); ah, y muchas gracias, Laura, por tu defensa: quedas contratada como abogada particular...

Un abrazo.

marcbranches dijo...

Que no me paso, que no. Y porque aún no me he comprado un látigo, que si no... Iban a reírse ustedes de "La Pasión"...

Laura, cuando tus menesteres como abogada defensora te lo permitan, deberías volver a ver esta película, merece la pena.

 
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