Así que Alice
la Directrice posteando sobre
Woody Allen...
Muy bien. Juguemos a jugar en campo contrario. Lubistch & Wilder-chúpate esa. El primero a la dirección, el segundo, bienacompañado de Charles Brackett y Walter Reisch, juntos-no-revueltos, entre ambos pergeñan “Ninotchka”, este pequeño clásico de la comedia americana que tuvo la desgracia de coincidir en tiempo y espacio con “Lo que el viento se llevó”, con lo que sus cuatro nominaciones al Oscar se quedaron en el limbo de los casipremios (ese que tan bien conocen Scorsese o Hitchcock). En la actualidad, una película de ese calado político-sarcástico tendría problemas incluso para encontrar productores, que no sabrían si calificar a Lubistch & Cía. de comunistas o capitalistas: para ser políticamente incorrecto, hoy en día sólo se puede acudir a la sal gruesa y a la parodia aplastante y vejatoria (“South Park”, “Borat”). Cómo echamos de menos el “toque Lubistch”... El inicio de “Ninotchka” es catedralicio en lo que supone la presentación de personajes y del conflicto principal del relato, luego de unos títulos de crédito que incluyen un pequeño texto de situación en una época “en la que una sirena no era una alarma” (recordemos, el film es de 1939); obviaremos, por descontado, el hecho pelín inverosímil de que TODO EL MUNDO hable inglés, sea de donde sea y esté donde esté... La desopilante escena de los tres mensajeros rusos (tres apellidos imposibles para la historia, y en este orden: Iranoff, Buljanoff y Kopalski) lidiando con sus convicciones (bueno, lidiando más bien poco...) para que el peso de las mismas no les disuada de alojarse en un hotel de superlujo en París nos predice el motor ideológico-moral de la historia. Luego pasamos a la pomposa condesa Swana (Ina Claire), quien por supuesto no nos va a caer bien, y al conde Leon d’Algout (un magnífico Melvyn Douglas), todo un caballero cargado de desfachatez, buenas maneras y joie de vivre; en apenas unos minutos Lubistch & Wilder nos han presentado el mcguffin de la película (la reventa de las joyas expropiadas de la duquesa) y dibujado a los personajes principales. A todos menos a uno.
El archiconocido lema publicitario de la película fue “¡Garbo ríe!”, jugando con el hecho de que hasta el momento Greta la Grande sólo se había dedicado a películas dramáticas. Al ver los primeros pasos de su Nina Ivanovna Yakushova sobre el relato, dicho leitmotiv parece además un cruel sarcasmo. Envarada, seria, hosca, altiva, muy... ¿comunista? Claro que esto es una comedia, y la composición de la Garbo, que en algunos momentos parece la tatarabuela de C3PO, va por ese camino, incluyendo algunas deliciosas perlas: -“Los juicios masivos van muy bien. Quedarán menos rusos, pero mejores”. Pero claro, estamos en París, la ciudad del amor, y un encuentro con el arrebatador Leon lo cambia todo. Esto da paso al segundo acto del film, quizás el más flojo en conjunto (lastrado por un exceso de teatralidad no exento, empero, de buenos momentos), que se centra en la rendición al amor de los tórtolos, bruscamente interrumpida por los manejos de la condesa. El tercer acto, sin duda lo mejor de la película, acompaña a nuestros rusísimos protagonistas a su vuelta a Moscú, su añoranza de aquellos días parisinos en medio del contexto socializopresor (ojo-palabro) y su nueva misión en Constantinopla, todo enmarcado en un ritmo estelar: comedia al punto. El filme está impregnado de sutiles momentos muy característicos de los ideólogos de la película, y que tanto se echan a faltar en la comedia contemporánea. Por enumerar algunos, la “negociación” de Leon con los rusos, observada desde fuera de la habitación del hotel y que comprendemos perfectamente sólo con el ruido y las entradas y salidas de los (y sobretodo “las”) sirvientes; el sombrero como símbolo de cambio y de adaptación al medio (y no sólo me refiero al sombrero que acaba comprando Ninotchka: hay una elipsis que nos lleva de los tres funcionales gorros marca El Ruso a tres señores sombreros de copa que resulta muy significativa); el “ajusticiamiento”, en plena borrachera, de Ninotchka con el champán de Leon... Aunque se ha hablado del cariz político de “Ninotchka”, considero que el choque de ideologías mostrado no era sino un motor cómico muy clásico, el de contraponer culturas o caracteres para reírse de los resultados de la colisión. Aunque, eso sí, el cachondo de Lubitsch no pudo aguantar el colocar una mano alzada y un “Heil, Hitler!” en una escena (recordemos, “Ser o no ser”, su antinazismo...) en la estación de ferrocarril. Quizás su verdadera ideología se encontraba en una línea de diálogo de Ninotchka, borracha perdida en su habitación, simulando un discurso, en el que deja claro que la felicidad y la revolución, en definitiva, son incompatibles.
Y por una noche, hasta Lenin sonrió.
5 comentarios:
bueno post!!
Hace unos días hice un merecido homenaje al señor Lubitsch precisamente. Y es que era tan sutilmente capaz de arrancar sonrisas que hasta lo consiguió con la Garbo. Un genio.
Saludos
Doctor, le recomiendo uno de los enlaces de este post, creo que será de su agrado ( y que yo sepa se hizo sin intención).
Efextivamente, sin intención. Yo todo lo que hago es sin querer...
Como me ha gustado el post, Marc... y eso que lo has hecho sin querer.
El "toque Lubitsch" es inimitable, y es que este hombre, mostrando lo mínimo, conseguía expresar mucho más que otros mostrándolo todo. No hay más que ver la escena que mencionas de la negociación de Leon con los tres rusos, en que todo lo que pasa dentro de la habitación no se ve, pero se comprende perfectamente.
Que quieres que te diga, la comedia americana de esta época, en general, me encanta: es mi debilidad, y para mi, Ninotchka es una película perfecta.
Me encanta la escena en la que Garbo ríe, al fin, en el restaurante (no puedo evitarlo, siempre consigue arrancarme una carcajada).
Por cierto, me ha encantado eso de que la Garbo parece la abuela de C3PO... anda que....
Un saludo!
La comedia llegó a su punto álgido en esta época, sin duda. Ahora es imposible que se hagan comedias así, en parte también porque el público es muy diferente y no aceptaría los códigos ni la ingenuidad que regían en aquella época (snif). La sutilidad y la capacidad de elipsis son valores a la baja en el cine contemporáneo, en el que el espectador cada vez quiere ser más voyeur, cada vez quiere que se lo den más mascado. Recordemos, pues, el toque Lubitsch, porque muy difícilmente volverá...
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