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ME LLAMAN ANIMAL




Yo podría haber sido un buen contrincante”. Marlon Brando, “La ley del silencio”

¿La mejor película de boxeo? Ni hablar. “Toro salvaje” es mucho más que una película sobre un deporte, por otra parte, de perfil extraordinariamente cinematográfico. “Toro salvaje” es la madre de todos los biopics, además de, para muchos, ostentar el cinturón de “Mejor película de los 80” (para los académicos de la cosa esa de la Academia no: para ellos, no era ni la mejor de 1981. “Gente corriente”. Sí, claro. Hasta la estatuilla se puso roja). Martin Scorsese, en otra muestra de su inabarcable talento, sobrepasó el stándard biográfico habitual en tres actos (ascenso-cenit-caída) junto a su fiel compinche Paul Schrader, para abrazar un ejercicio de estilo en el que la fotografía y el montaje amparan la disección de una imperfección hecha ser humano en busca de su dignidad. Además, el film, un proyecto retrasado durante años por la falta de confianza de las productoras (una biografía de un indeseable en blanco y negro=mama-caca), resultó ser una cura terapéutica para un Scorsese zambullido en el consumo de drogas. Y, claro, la consagración de un tal Bobby... Sí, te estoy hablando a ti.

Si eres un cinéfilo como Dios (o sea, Billy Wilder) manda, han de interesarte los títulos de crédito. Los de “Toro salvaje” son geniales, con la imagen al fondo de un Jake La Motta saltimbanqueando a cámara lenta en un ring aparentemente vacío, envuelto en una bruma etérea, que junto a la hermosa música suscita la hipnosis del espectador; la cual es resquebrajada de inmediato por el tañido de gong que da paso al primer combate. Excepto este inicial y los diversos contra Sugar Ray Robinson (rivalidad que marcó la carrera de La Motta), Scorsese no se detiene demasiado en las peleas propiamente dichas, haciendo uso de ellas más bien como elipsis temporales. Sin embargo, cuando se pone a dar hostias, se pone: la cámara se pasea a sus anchas por el cuadrilátero, los uppercuts resuenan en nuestras propias costillas, las brechas chorrean sangre como mangueras, los boxeadores nos escupen su sudor y sus dientes, la banda sonora de los gritos del público nos aturden, y los continuos flashes de las cámaras fotográficas favorecen cierto efecto de irrealidad. Sin embargo, como decíamos ayer, el punto y la i de la película es el personaje de Jake fuera del cuadrilátero. Desde este punto de vista, se nos presenta a La Motta ya en pleno ascenso de su carrera, y con las cartas marcadas: un carácter endemoniado, un ego descontrolado, un matrimonio de pega y un hermano que lleva su carrera y con amistades peligrosas entre la mafia de medio pelo de New York. Jake, un auténtico gañán en bata de leopardo, sólo sabe abrirse paso en el mundo a gritos, golpes y exabruptos: es su naturaleza (el escorpión...). Tan sólo una chica, Vicky (un iglú llamado Cathy Moriarty), es capaz de tocar la música que amansa a la fiera, aunque sea de vez en cuando. A este respecto, es divertida la manera en la que Marty visualiza el ritual de apareo del mastuerzo con la chica, glacial y anticlimático. A medida que la carrera de La Motta progresa, su inseguridad y sus arranques de ira se multiplican, y su insatisfacción vital aumenta. Desconfía de todo el mundo, especialmente de la fidelidad de su mujer, y las escenas de violencia doméstica se asientan en la rutina diaria. Jake (quien, como si fuese un tertuliano, cree que sabe de todo), no escucha ni a su hermano, ni a su mujer, ni al capo de la mafia local (Nicholas Colasanto, el entrañable “entrenador” de “Cheers”) (¡¡¡Nooooorm!!!); tan sólo sigue las órdenes de sus propias inseguridades. Su único momento de arrepentimiento aparece después de una pelea amañada en la que es obligado por la mafia a perder, a través de su llanto desconsolado (“¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho?”). Su victoria en el campeonato del mundo no hace más que acelerar su estado de ebullición interior: cuando estás arriba, sólo puedes caer. Su estómago se hincha, su estrella decae, y Jake tira por el camino más inesperado: se convierte en aspirante al “Club de la comedia”. A través de este camino encontrará cierto equilibrio interior, cierta capacidad de reflexión (una vez más en Scorsese & Schrader, la redención), y, a pesar de actuar en garitos de mala muerte, un asomo de dignidad reluce mientras La Motta recita al Brando de “La ley del silencio”.

Es casi absurdo resaltar que sin la descomunal interpretación de Robert De Niro esta película no sería nada, y cualquier elogio resultaría, a estas alturas, redundante; Bobby inauguró el club de “Si no te reconoce ni tu madre, ganarás un Oscar” a golpe de desayunar pizza cuatro quesos. Señalemos el excelente trabajo de Joe Pesci en uno de sus primeros trabajos, y en el que ya nos deleita con uno de sus ataques de ira marca de la casa. Por descontado, la fotografía (Michael Chapman, un excelso blanco y negro) y el montaje (Telma Schoonmaker) son igualmente trascendentales, y dos personajes más de la película. El paso del tiempo ha situado este largometraje en el lugar que merece, mucho más allá de un tipo calvo y dorado apoyado sobre una espada con nombre de película de Stallone.

7 comentarios:

DiegoAlatristeyTenorio dijo...

Hay una secuencia en esta barbaridad cinematográfica llamada "Toro" salvaje en la que realmente se emparenta su plástica a la del cine de terror: Se trata del momento en que Jake La Motta (Robert DeNiro) mientras intenta arreglar un televisor, tan distorsionado como su propia percepción de la realidad o su autoestima, entabla una discusión con su hermano Joey (Joe Pesci) sobre las posibles infidelidades que Vicky (Cathy Moriarty), su mujer, pueda estar teniendo con… ¡todo el mundo! –algo, a lo que no es ajeno el comportamiento distante, pura femme fatale , de esta Lana Turner del Bronx-. Joey, el único personaje del universo La Motta que parece comprender (y, de paso, querer) a su hermano, harto de escuchar la misma cháchara discursiva se enfrenta con él, aunque sea a base de mentiras –omitiendo la escena acaecida en el Copacabana, en la que Joey propina una paliza a Salvey (Frank Vincent) tras tontear con Vicky–. Jake, desaliñado y fofo, incapaz de discernir la sorna de la veracidad, incluso le acusa de acostarse con su mujer, con lo que Joey, cada vez más triste y desesperado decide abandonar la casa. Entonces Jake acosa a su mujer, la persigue por la casa, la abofetea, la insulta… hasta que esta decide reconocer a gritos la mentira de su infidelidad con todo el mundo, incluso con Joey. Entonces Jake se marcha en busca de su hermano, en calzoncillos y camiseta, hasta que llega a su casa, y le machaca a golpes (en plano fijo) delante de sus propios hijos. Cuando Vicky intenta separarles, el Toro Salvaje del Bronx, le clava un puñetazo en el rostro a su propia mujer. Momentos después, Jake, está en su casa viendo la tele, que aún sigue ofreciendo solamente interferencias, y en un plano secuencia cerrado en la habitación de ambos, la convence para que no le abandone, mientras le pide una y otra vez perdón…

Realmente, una película "Kamikaze", como la definió el propio Scorsese, que creía que iba a ser su tumba este film. Gracias al cielo fue todo lo contrario. Gracias Marty, gracias Bobby.

marcbranches dijo...

lo cierto es que la violencia doméstica en esta película resulta particularmente incómoda, y su punto álgido es la escena que tú comentas, que resulta un buen compendio de los demonios de Jake, de los que no se libra ni su propio hermano. Aunque le pide perdón a su mujer, lo ahce más por no perderla que por estar convencido de que se ha equivocado. Su único arrepentimiento viene de falsear una pelea en la que, eso sí, se niega a ser tumbado. Puro La Motta.

Anónimo dijo...

Lo siento no puedo con la violencia. la última que ví de Mell (apocalipto) pensé que me salia antes del final. Ya sé que tiene unas tomas magnificas, unos escenarios naturales preciosos, la caracterización de los personajes es insuperable....pero la violencia no me deja disfrutar de todo eso.
saludos y voto de Conejín ·<;0)

alicia dijo...

La violencia en el cine es un tema sobre el que ya se han escrito rios de tinta, cada director le da su propio enfoque, y sin duda uno de los que le ha dado un aspecto mas real y cotidiano, formando parte de la personalidad de los personajes, es Scorsese.
Y gracias, conejín.

Laura Hunt dijo...

Desde luego, la violencia, en algunas de las películas de Scorsese, es real como la vida misma y llega a hacerse casi insoportable, precisamente por su realismo.

Toro Salvaje es una de las grandes películas de Marty y, además, contiene una de las interpretaciones más increibles de Robert de Niro. La academia de Hollywood le debe un oscar a Scorsese desde que cometió el disparate de no dárselo ese año (y dárselo a Robert Redford, que su película no es que fuera mala, pero vamos... es que no hay color pordiosss...).

Dios, que ganas me han dado de salir corriendo a la tienda más cercana y comprarme el dvd de esta película!!!

Laura Hunt dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
marcbranches dijo...

La violencia es un tema recurrente en la cinematografía de Scorsese, incluso en "La edad de la inocencia" (en este caso es violencia sentimental). La deuda de la Academia con Marty empieza a necesitar que ésta solicite un crédito...

 
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