“Cuatro bodas y un funeral” le dio una nueva vuelta de tuerca al aforismo “comedia británica”, de la mano del acerado lápiz de Richard Curtis y el encantador balbuceo posh de Hugh Grant. Sin embargo, un funeral es un funeral, y nunca da para demasiadas risas, a menos que sea el de Andy Kauffman. John Hannah contrapunteó los afilados diálogos y la alegría casamentera de “Cuatro bodas y un funeral” con este epidérmica, emocionante recitado del poema de W.H. Auden “Funeral blues” (aunque es más conocido por su verso inicial, “Stop all the clocks”), a través del cual declama un amor sincero hacia un personaje que había sido la encarnación de la joie de vivre. A partir de entonces, hordas de exequias británicas se aderezaron con la poesía fúnebre de Auden, la cual, por cierto, ya había servido para acompañar a la estatua conmemorativa del desastre del estadio de Heysel. El dramático discurso de un Hannah espléndido redondeó una comedia que, por otra parte, confirmó lo que ya sabíamos: los actores británicos son the fucking masters. Y si no, dadle al play.
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2 comentarios:
Si insistes por ese camino, Marcbranches, no puedes quejarte de que esté de acuerdo contigo: ya sabes que, para mí, los actores británicos, como media, son los masters, fucking o no.
De hecho, esa película se aguanta gracias a los buenos diálogos y a la forma en que los interpretan esa pléyade de ¿secundarios? que roban todas las escenas a los guapos ¿protagonistas?.
Saludos.
Aunque es cierto que esta película es claramente dominada por los secundarios (lo cual siempre es condición sine qua non para una gran comedia), yo no desecho a Hugh Grant, al que encuentro realmente divertido aquí. Otra cosa es que luego explotara ad nauseam (hoy me ha dado por el latinajo-fórmula) el mismo tipo de personaje, hasta convertirlo en una marca de fábrica. Por lo demás, y sin desmerecer a los demás, si hubiera habido justicia, Kristin Scott-Thomas se hubiera tenido que hacer un baño de tamaño XXL con los premios que deberían haberle dado. Saludos.
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