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LA HORA DE MAMÁ




Confieso que las películas de terror que tienen niños por en medio suelen tener un gancho especial, sobre todo cuando nos muestran su lado oscuro. Llamadlo morbo, si queréis, aunque yo diría que es algo más que eso. Hay pequeñas (grandes) joyas dentro de ese género, como El otro, de Robert Muligan, pero Jack Clayton lo consiguió con dos películas tan distintas como inquietantes: Suspense y A las nueve cada noche (que se parecen lo mismo que un huevo a una castaña al título original, Our mother's house). Lo que en Suspense eran fantasmas góticos en blanco y negro en A las nueve cada noche son los monstruos que llevamos dentro, actuales y en techicolor.

Siete niños (se nota que la madre debió de perderse las clases de planificación familiar) viven con su enfermiza madre. Cuando ella muere, temerosos de que les separen, deciden enterrarla en el jardín y no decirlo a nadie. Un extraño ritual empieza a partir de entonces: cada noche se reúnen en el sótano, y una de las niñas mayores, Diana (Pamela Fraklin) se sienta en una mecedora y entra en una especie de trance, mediante el cual se comunican con su difunta madre y le piden consejo. Las cosas no iban mal del todo, pero pronto empiezan a salir a flote sentimientos como la envidia, los celos e incluso un cierto apetito sexual, aunque ellos no saben de qué se trata, y los consejos de la madre cada vez son mas crueles.

Preocupado por cómo van los acontecimientos y por la enfermedad de una de las niñas, el mayor, Hubert, escribe a su padre para que les ayude. En realidad lo ha de hacer a escondidas, ya que prácticamente se acaba de enterar que no estaba muerto, pero la mayor, Elsa, no quiere saber nada de él, ya que según su madre era un malvado.

El padre llega en un momento providencial y es aceptado totalmente por los niños, a excepción de Elsa, que recela de él. Dirk Bogarde deja de lado su proverbial elegancia y compone un personaje deliciosamente cockney. Charlie es fanfarrón, bebedor, mujeriego, jugador… pero sabe seducir a las niñas y corrompe a los niños con su mentalidad de macho alfa. Pero no contaba con su reacción a la que llega demasiado lejos.

Todos los niños están estupendos, consiguiendo eso tan difícil que es que los niños parezcan auténticos niños, no criaturas repelentes (deliciosa la escena en la que juegan a comportarse como los adultos). Pamela Franklin repitió con Clayton después de su inolvidable Flora de Suspense, como la médium de la familia, Diana, que se siente triste a la que deja de recibir comunicación con su madre, pero no duda en continuar fingiendo por lo que cree el bien de todos. Mark Lester, el angelical Oliver, deja de considerarse un niño bueno y nos ofrece aquí su lado más oscuro, aunque mi favorita es Phoebe Nicholls como la pequeña Gerty y de quedarme con alguna escena sería la de la reunión nocturna en la que acuerdan cortarle el pelo (su mayor orgullo) como castigo por haber besado a un desconocido, mostrando una crueldad que nada tendría que envidiar a El señor de las moscas, por ejemplo.

Yoota Joyce, la inolvidable Mrs. Roper, hace una breve pero jugosa colaboración como asistenta de la casa, y aunque en un registro distinto, su personaje tiene bastante similitud con la gruñona patrona... porque hay cosas que no cambian nunca.

2 comentarios:

Möbius el Crononauta dijo...

La vi siendo un criajo, y el corte de pelo aun no se me ha olvidado, me acojonó de veras.

Tengo que rescatarla.

Saludos

alicia dijo...

Escenas como esa, Móbius,de algo en principio tan trivial, demuestran que no hace falta mostrar sangre o monstruos para dar miedo. Creo que sí que hace falta rescatarla

 
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