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DANCE ME TO THE END OF LOVE


Hasta el momento, he ido incluyendo películas en la etiqueta de “calzador” bajo un criterio que se podría definir como “pelis que igual no son gran cosa pero, oyes, que cada vez que las ponen por la tele me pongo a verlas”. El largometraje de hoy no forma parte exactamente de estos parámetros, de lo que podemos concluir que a) si algún día queda un puesto de trabajo vacante en la sección “definiciones” de la Real Academia de la Lengua, mejor no me molesto en enviar currículum; y b) los parámetros son míos y me los f... digo, los cambio cuando quiero. Marcbranches rules. ¿Qué diferencia pues, desde el punto de vista de mis gónadas, “Báilame el agua” de “El último boy scout”, aparte de las obviedades artísticas? Pues que la segunda podría verla un millón y medio de veces, aproximadamente, sin ningún tipo de problema; la primera, no. “Báilame el agua” está cargada de imperfecciones, hasta tal punto que no me es posible escribir que, siquiera, es una buena película. Pero duele verla, y esto, forzosamente, tiene que significar algo.

“Báilame el agua” está inspirada en el libro del mismo título de Daniel Valdés, y dirigida por Josetxo San Mateo, de carrera más bien televisiva y anónima. Es una historia de amor embutida en una atmósfera suburbana y lumpen en la que dominan las drogas, el delito de baja estofa, la prostitución ambulante y el callejerismo como forma de vida. David (Unax Ugalde) y María (Pilar López de Ayala), vagabundos por convicción, poeta de libreta el primero, musa de parada de metro la segunda, cruzan sus caminos y sus almas en las calles más recónditas de Madrid, a la búsqueda de manto monetario y sentimental. Para poder pagarse la cochambrosa pensión en la que duermen, David se ve obligado a colaborar con su amigo Carlos (Juan Díaz) pasando caballo para el camello alfa del barrio, Facundo (Antonio Dechent); de ahí al enganche “ecuestre” hay un paso, y la espiral arranca sin solución de continuidad. Parafraseando a El Último de la Fila, cuando la droga entra por la puerta, la felicidad salta por la ventana.

La película presenta algunos méritos indudables. Durante buena parte del metraje – en especial, la primera mitad -, consigue desprender un hálito de verdad en lo que cuenta y en cómo lo cuenta. La relación poético-marginal entre María y David, los amigos de este (a cual más cazurro) y sus diálogos, el senderismo urbano al que se dedican y su búsqueda de supervivencia, todo nos desvela una sensación de verosimilitud encomiable. Las penurias de estos personajes se ahogan con una engañosa sensación de libertad que pronto, demasiado pronto, se verá apagada por la crudeza de la vida en las calles del barrio. La heroína y su dramático área de influencia sustituye a las risas y los poemas, y las jeringuillas y las deudas se llevan violentamente por delante el lirismo que acompañaba la relación casi platónica de los protagonistas. En ese sentido, las interpretaciones de Unax Ugalde (todo un EMO suburbano) y Pilar López de Ayala colaboran incisivamente en la veracidad de la propuesta, cuando el guión y la dirección de San Mateo lo permite. Ay.

Y es aquí donde “Báilame el agua” cojea de gravedad, doctor. Desde un primer momento, la estética de la película es chusca y pelín astrosa, con una fotografía áspera y granulosa que le da una imagen de cinta super 8 más propia de los primeros ochenta que del año 2000 en el que está rodada la película. Además, en la segunda mitad, la película parece írsele de las manos, con secundarios desapareciendo de escena sin demasiada explicación, episodios digresivos que no aportan anda (los travestis), efectos videocliperos que chirrían como tiza en pizarra y bajones de ritmo descomunales. Además, hay un problema de base que la película no se molesta en afrontar con valentía: David y María no viven en la pobreza de la marginalidad porque no les queda más remedio, sino porque quieren. El guión no se molesta en explicar las razones de esta elección, ni desarrolla la obligada debilidad que necesariamente debiera pasar por las cabezas de los protagonistas, que no es otra que la de volver a casa. En el caso de María, apenas se nos muestra un intento de llamar a su familia; en el de David es peor: en una de las escenas más sonrojantes del film, se encuentra a su madre en mitad de un frustrado atraco a un estanco (dicho atraco, que incluye a una vieja dependienta armada con un trabuco que parece sacado del atrezzo de “Alatriste”, es incalificable); la madre, por supuesto, le da unas pesetillas, para que el niño se coloque bien a gusto. Qué seríamos sin las madres.

Todo esto no elimina, por suerte, la sensación de desvarío y absoluto despeñamiento al abismo que rodea a la pareja protagonista, lo cual permite a la cinta, por lo menos, mantener una coherencia argumental y espiritual que desemboca en un doloroso fatalismo. Se ha comparado insistentemente “Báilame el agua” con la aronofskiana “Réquiem por un sueño”, con el habitual sentido reduccionista de ciertas corrientes críticas. Aunque los personajes de Pilar López de Ayala y Jennifer Connelly alberguen similitudes, hay más diferencias que puntos de contacto entre ambas películas. Una fundamental: la de Aronofsky es sideralmente mejor. Lo que no quita que al final de “Báilame el agua”, mientras David nos descubre el poema romántico que enganchó a María en una estación de metro, un punzamiento traicionero sorprenda a nuestro estómago.

2 comentarios:

Sesión discontinua dijo...

Es curioso, pero a pesar del brillante desmenuzamiento de la película que haces no quedan claras las razones por las que te fascina y por las que les dedicas tan sentido texto. Bueno, quizá la última palabra del post sí lo explica: te conmovió en lo más irracional y se te despertó el gen de lo blandito, ya casi atrofiado. Suele pasar cuando algo nos pilla desprevenidos y sin la armadura de las cenas en solitario.

Me ha gusta más tu reseña que la peli....


Nos leemos!!!!

marcbranches dijo...

Gracias por lo que toca, Sesión. Decir que me fascina es exagerar, pero, efectivamente, es una película que me llegó. Básicamente por dos razones. Una de las razones era Pilar López de Ayala, una de mis debilidades más manifiestas, a la que vi por primera vez en "Besos para todos" haciendo de pijilla tonta andaluza de los sesenta y me atrapó.

La otra me la guardo. Saludos.

 
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