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BAILAR ARQUITECTURA


Hablar de amor es como bailar arquitectura. Es imposible.”

Jóvenes padawanes, habréis comprobado con solaz regocijo y quijadas abiertas que, desde luego, estamos en verano en La Linterna Mágica. El post sobre “Yo soy la Juani” prometía, pero la marca de agua la deja, sin duda, el despiporrante video que la Directrice nos enchufó el otro día. Así que, siguiendo con la tónica de ligereza-baja en calorías, aprovecho para facturar una nueva entrega de la sección patillera “calzador”, que me permite hablar de películas de perfil bajo que, por una razón u otra, me gustan más de lo aconsejable, y que acabo viendo cada vez que la programan en televisión. Este no es el caso de “Jugando con el corazón”, puesto que no recuerdo que la hayan emitido por ningún canal; pero, por lo demás, entra (con calzador, claro) en esta categoría. La razón por la que en su momento me acerqué al cine a ver este film, que se preveía un indigesto pastel de merengue, tenía un solo nombre y apellido: Gillian Anderson. X-enfebrecido como estaba, me parecía una oportunidad maravillosa de observarla fuera de su sempiterna Scully y medir adecuadamente sus capacidades actorales. Aunque he de confesar que, si no hubieran estado en el reparto Sean Connery y Gena Rowlands no sé si me hubiese atrevido. Curiosamente, a quien descubrí en esta película fue a una joven y, por aquel entonces, casi desconocida actriz llamada Angelina Jolie.

“Jugando con el corazón” (filme que iba a titularse en un principio “Dancing about architecture”, luego sustituido por el más convencional “Playing by heart”) es un amable melodrama romántico de 1998 dirigido por un tal Willard Carroll, cuyo mayor mérito artístico, después de ardua consulta internauta (el tipo ni siquiera aparece en la Wikipedia, y todo el mundo sabe que si no apareces en la Wiki no eres nadie), es tener una de las mayores colecciones de material sobre Lyman Frank Baum y su obra sobre el mago de Oz. En él se entrecruzan seis historias, aparentemente inconexas, con el común denominador del amor en varios de sus infinitos estratos. Una excelente B.S.O. de John Barry, una fotografía delicada y una narrativa bien llevada, que facilita el seguimiento de todos los relatos a pesar de su irregular ritmo de intercalo, acompañan este humilde intento de dignificar un género sumido en el fango por culpa de la ñoñería, superficialidad e idiocia con que se le ha tratado durante los últimos lustros. Sin embargo, sus basales son otros: la química entre los actores y el ingenio de sus diálogos, que buscan el imposible objetivo de ofrecer la máxima profundidad posible a unos personajes que no tienen ni el tiempo en pantalla ni las aristas suficientes, en su mayoría, para pasar del bosquejo elaborado. Por fortuna, los actores se creen lo que están haciendo, aunque el material del que dispongan, en algunos casos, no sea el más adecuado, y se disfruta de ello, porque competencia hay para parar un tren. Connery y la Rowlands se dan un pequeño festín de química, de guiños y réplicas ingeniosas a la par que amargas, interpretando a un viejo matrimonio con alguna antigua cuenta que saldar. Gillian Anderson nos trae a una directora de teatro neurótica y recelosa hasta la extenuación del género masculino; el televisivo Jon Stewart, un adorable arquitecto, tiene previsto ser la horma de su zapato. Ambos cumplen con naturalidad y sin estridencias. Dennis Quaid sobreactúa uno de los papeles más curiosos, un tipo que sale por las noches a mentir sobre las tragedias de su vida a buenas gentes como Patricia Clarkson o Nastassja Kinski, aunque la palma se la lleva un travesti llamado Lana, que se lleva algunas de las mejores frases del film en su breve actuación (“I'm 29, and those are real years, not Heather Locklear years”) (por supuesto, el doblaje español se traga la vitriólica referencia, como otras varias); mientras, una misteriosa mujer le observa. Madeleine Stowe encarna a una mujer casada que mantiene una aventura exclusivamente sexual con Anthony Edwards, quien se empeña en llevar la relación un paso más allá del cigarrillo post-coital; es la historia más floja de todas, con diferencia. Otro tipo de amor, el maternofilial, es el que representan Ellen Burstyn y Jay Mohr, este último en el papel de un moribundo de SIDA; sus escasas escenas no parecen encajar, por su mayor dramatismo, con el tono de la película, pero tienen algún momento destacable, cuando deciden enfrentarse a la cruda realidad.

El relato que más cuota de pantalla acumula es el más disfrutable, y en él los protagonistas son Angelina Jolie y Ryan Phillippe, cuya inexpresividad natural le viene a su hermético personaje como anillo al dedo. Contra ese hermetismo lucha la Jolie, una clubber ingeniosa (“la última vez que vi a Harry llevaba un suéter azul y una cara de idiota. El suéter era nuevo”), carismática, charlatana y descarada, que la hermosa hija de Jon Voight interpreta con naturalidad y frescura desarmante, demostrando que en determinados registros puede ser una buena actriz. Por desgracia, casi ninguno de los relatos aguanta el tipo como sería deseable, y acaban cayendo en el tópico sensiblero hasta una reunión final en el que se descubren los lazos reales que unen a todos los personajes, y en la que el filme se reboza, definitivamente, en la complacencia más acomodaticia. Un remate mediocre a una película que se puede disfrutar moderadamente, y que alberga algún diálogo ingenioso y más de una referencia cinéfila; a menos que seas fan de la Anderson o de la Jolie: en ese caso, tienes permiso para deleitarte, con elegancia burguesa, eso sí.

4 comentarios:

Josep dijo...

Otra que no he visto.

La vería con gusto para comprobar cómo sienta el avance de la edad en algunos. Así como Connery ha ganado con los años en profundidad interpretativa y la Rowlands ha sido siempre una grandísima actriz semi secuestrada por su marido, me parece que la Jolie con el tiempo va dejando de ser tan "jolie" y tampoco gana puntos como actriz; la hiper popularidad creo que le ha sentado muy mal. Y dentro de nada entrará en la cuarentena y con esas alforjas que lleva puede desaparecer del mapa quedando en remedo de una actriz que pudo ser y no fue.

Saludos.

marcbranches dijo...

Pues, Josep, creo que estás en lo cierto. No sé si las alforjas de las que hablas (expresión fácil de malinterpretar, por otra parte) son de divismo, pero lo cierto es que no ha evolucionado como podía parecer al principio, con papeles como este, el de "Gia" o el que le dio el Oscar en "Inocencia ininterrumpida". De vez en cuando nos recuerda lo que pudo ser y no es, pero, en general, se ha convertido en una intrascendencia artística, por desgracia. Saludos.

Laura Hunt dijo...

Pues ya que lo mencionáis, si que tenéis razón en que Angelina Jolie era una actriz que prometía hace unos años y que, de momento, no está cumpliendo las expectativas creadas. Habrá que esperar a ver si tito Clint la redime, porque creo haber leído que la Jolie está muy bien en The Changeling.

Por cierto, que la película esta que comentas no la he visto, aunque tiene pinta de ser una de esas pelis entretenidas y agradables de ver, aunque solo sea por el reparto, que está muy bien. De estas para ver por el canal + en una tarde tonta de domingo.

Un saludo.

marcbranches dijo...

Lo e la Jolie es curioso, porque hay veces que está muy bien ("Un corazón invencible", "Alejandro magno"), y otras no da la talla ("El buen pastor"). Por supuesto, hablo de películas con un mínimo de exigencia, no hablo de sres. Smith ni cosas así. A ver si tito Clint ha sabido manejarla. Has definido "Jugando con el corazón" a la perfección: entretenida y agradable de ver. Saludos.

 
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