“¡Vecinos de Villar del Río! ¡Como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación! ¡Y esa explicación que os debo, os la voy a pagar!”
Este es el inicio (y el mensaje, de hecho, en toda su “profundidad”) del discurso que un líder de determinado pueblo, bajito, calvo y más bien sordo, dirige a sus conciudadanos desde el balcón de su ayuntamiento. ¿No os suena de algo? ¿No? ¿Y si cambiamos el vocativo de inicio por algo así como “¡Españoles todos!”? ¿Ahora sí?
“Bienvenido, Mr. Marshall” (Luís García Berlanga, 1952) es, además de una de las mejores películas de la historia del cine español y una comedia de referencia, un canto a la estupidez del aparato censor de la época (aunque no llega a los límites de “Diferente”, la película más gay y julandrona de nuestra cinematografía, y que increíblemente pasó todos los cortes...), que fue incapaz de percibir ni un solo gramo de la mala leche condensada que destilaba aquella película. Tuvo que ser Edward G. Robinson, miembro del jurado oficial del Festival de Cannes de 1952 en el que competía el largo de Berlanga, el que se apercibiera de que no era risa purificadora todo lo que brillaba en el film: al ver la escena en la que una banderita americana desparece por un sumidero, montó en cólera y presionó para que no se le otorgara la Palma de Oro. Lo consiguió, pero no pudo evitar que se reconociera el guión de Berlanga (que tuvo que visitar una comisaría francesa debido a la protesta de la delegación americana por promocionar la película mediante la distribución de billetes de un dólar con las caras de Pepe Isbert, Manolo Morán y Lolita Sevilla), Juan Antonio Bardem y Miguel Mihura, y recibiera el Premio Internacional. Este éxito salvó a la película de ser retirada de los cines españoles a los dos días de su estreno, ya que hasta entonces no había ido a verla ni Dios. Aunque buena parte de la comunidad cinéfila señala “Plácido” y “El verdugo”, dos brutales bombas de relojería realizadas al amparo de la genial escritura de Rafael Azcona, como sus obras maestras, yo me quedo con “Bienvenido, Mr, Marshall”, quizás una comedia más pura y menos amarga, quizás precisamente por eso más sutil y complicada. Y además nace de un encargo, un proyecto de la UNINCI que inicialmente pretendía ser un vehículo de lucimiento para la folclórica Lolita Sevilla (de ahí que durante la película nos obligan a tragarnos hasta cuatro temas de la susodicha); fíjense ustedes en lo que acabó siendo. Un relato en forma de cuento amable relatado por el gran Fernando Rey, en el que la humilde población de Villar del Río, modesta y rural como ella sola (lo cual no impide que tengan sus trapis con la cosecha), recibe la inesperada visita del Delegado General (o sea, “los de Madrid”), que informan al alcalde Don Pablo (el gran Pepe Isbert) de que viene una representación yanqui a visitar la ruralidad castellana, con la promesa de chorros de dinero provenientes del supuesto maná llamado Plan Marshall. Con la ayuda de las fuerzas vivas del pueblo (las de toda la vida: el párroco, el boticario, la maestra, el sabelotodo) y del ignoto y charlatán representante (Manolo Morán, otro que tal) de la folclórica de turno que, casualmente, pasaba por el pueblo, los habitantes del castellanísimo Villar del Campo, digo, del Río, montan una operativa de bienvenida consistente en... parecer andaluces. Mientras, se desata una fiebre pro-yuesei en la villa: se enseña su historia y geografía en el colegio (incluida su “guerra intestina” que provocó la independencia...), se emiten documentales sobre el Plan Marshall, el cura quiere redimirles de sus pecados... Mientras se hacen listas de “peticiones al buen americano”, se arreglan sombreros cordobeses y se levantan casitas blancas andaluzas de pega, los pueblerinos sueñan con las bondades que esta visita les va atraer, y de paso permiten a Berlanga mostrarnos cómo veíamos al imperio yanqui desde nuestra dictatorial ignorancia: los Reyes Magos en avión militar. Sin duda, la escena más hilarante de toda la película es el sueño de Don Pablo, una escena de western en la que todos hablan ininteligiblemente como si mascaran una goma de pollo (pues esa era la idea del idioma inglés que teníamos). Me deshuevo de risa cada vez que la veo, no lo puedo remediar. Al final, la decepción de ver pasar la comitiva americana a toda pastilla, como si estuviesen en una etapa de la Vuelta Ciclista a España (con o sin EPO), no les exime de seguir su vida con conformismo, pero con ilusión y esperanza, quizás ajenos a la negra realidad del país. “Bienvenido, Mr, Marshall” es un retrato de la España de la época, con complejo de inferioridad, temerosa del aislacionismo, deseosa de agradar al extranjero, sumisa al colonialismo yanqui (el caso es que esto me suena de algo...) y ahogada en su ignorancia y en sus propios tópicos culturales por el régimen tío-paquista. Berlanga y Bardem exculpan al pueblo llano de esta situación, mirando con ojos tiernos su inocencia; no así a las demás estructuras sociales, desde la burocracia ignorante y exaltada, hasta el clero con ínfulas de redentorismo, o la España más retrógrada y recalcitrante representada en ese hidalgo de perilla medieval que se empeña en seguir llamando “indios” a los americanos. Toma incorrección política.
10 comentarios:
Que grande la película (y el comentario).
P.D. ¡Americanos, os recibimos con alegría...!
"Olé mi mare, olé MI SUEGRA y olé mi tía...". Debe de ser la única canción de la historia en la que se enaltece la noble figura de la suegra...
Gracias, Hatt, y un saludo.
Que buenas eran las películas que hizo Berlanga en esa época! y que bien se le daba torear a la censura, al condenao! Bienvenido Mr. Marshall es, desde luego, una de las mejores películas de la historia del cine español y no me canso de verla.
La escena del discurso del alcalde es antológica: que grande era Pepe Isbert!
El día que te pones a escribir, Laura, no hay quien te pare... La verdad es que la censura española incentivó la inventiva de nuestros autores, sin ningún género de dudas. Mi escena preferida, ya lo he dicho, es el sueño del alcalde: sólo le falta el piñau, piñau...
El día que te pones a escribir, Laura, no hay quien te pare... La verdad es que la censura española incentivó la inventiva de nuestros autores, sin ningún género de dudas. Mi escena preferida, ya lo he dicho, es el sueño del alcalde: sólo le falta el piñau, piñau...
Coincido totalmente contigo, compa Marc: obra maestra absoluta, de las mejores pelis de la historia del cine (español y no español...), y una demostración de que no sólo lo sesudo y reconcentrado puede ser ácido y profundo, desde luego que no... Recuerdo que tuve ocasión de revisarla hace poco, con motivo del cincuenta aniversario de su estreno, y la volví a disfrutar como la primera vez. Ya te cuento para el centenario...
Un abrazo.
Precisamente por el cincuenta aniversario Berlanga rodó un corto, "El sueño de la maestra", para celebrarlo. Si no lo has visto, está por ahí escondido entre los enlaces del post...
Pues no, no recuerdo haberlo visto, y habrá que echárselo al coleto, compa Marc, porque viniendo del maestro, seguro que merece la pena...
Un abrazo.
Manuel, el corto que dice marcbranches está en uno de los enlaces del post, en la palabra "maestra"... es que todos los posts suelen venir con "extras" escondidos en los enlaces... como los dvds, vamos, así que hay que ir comprobando todos los enlaces para descubrir los "regalos".
La verdad es que el corto es bastante bestia: humor negro berlanguiano, con una maestra dando una clase práctica sobre los diferentes métodos de ejecución....
Gracias, Laura, ya sé que eres casi la única que se ha dado cuenta de los bonus tracks... El corto, efectivamente, está en algún enlace del post. No se puede decir que el corto sea demasiado sutil precisamente...
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