Hubo un momento, a principos de los 2000, en el que pareció que la pareja cinecreativa Alejandro González Iñárritu-Guillermo Arriaga iban a ser una marca de fábrica al estilo de, pongamos por caso, Ivory-Merchant, y líbreme Woody de compararles estilísticamente porque no tienen nada que ver: me refiero a poseer un sello propio. Pero partieron peras, y algo más, después de “Babel”, y luego de un acuerdo amistoso (los niños un finde cada uno), decidieron ir cada uno por su lado. Arriaga ya sacó a la luz su primer proyecto como director, “Lejos de la tierra quemada”, recibida con disparidad de criterios; Iñárritu está a la espera de estrenar “Biutiful”, recién rodada, como quien dice, aquí al ladito de mi barrio. Sin embargo, Arriaga nos demostró con otro guión suyo cuáles de las constantes vitales de la sociedad Arriñatu eran suyas: el de “Los tres entierros de Melquíades Estrada”, dirigida por el actor y cuasi-novel director (ya había hecho algún pinito televisivo) Tommy Lee Jones.
ENTIERRO Nº1
La característica más reconocible de la escritura arriaguesca es la desestructuración narrativa, la ruptura de la linealidad temporal a la hora de explicar la historia. Algo que en “Amores perros” funcionaba como un reloj, y que en “21 gramos” se llevó hasta el límite del paroxismo, transformando una mejicanísima, por lo arrebatada, historia, en una modernez de difícil deglución; “21 gramos”, en el fondo, era una jodida ranchera, y Arriaga la convirtió en una mareante sesión de techno-house. Algo de eso hay en la primera media hora de “Los tres entierros de Melquíades Estrada”: la narración, necesariamente sosegada, va dando saltos casi constantes en el tiempo, mostrándonos en engañoso paralelo las circunstancias del vaquero Pete (Tommy Lee Jones), a la búsqueda de la verdad sobre la muerte de su amigo Melquíades, y las de Mike (Barry Pepper), guardia fronterizo malcasado y malcarado; por si fuera poco, Arriaga nos obsequia con retazos del inicio de la amistad entre Pete y el susodicho Melquíades, obligando al espectador a poner a tope el exprimidor de meninges. Sin embargo, una vez se aclara la muerte de Melquíades y sus responsabilidades, también clarea la narrativa del largometraje, que retorna a la linealidad convencional, más allá de algún oportuno flash-back. Ignoro si esa decisión es del director o del guionista, pero el único que sale perjudicado con ese cambio de ritmo es el presidente de Gelocatil.
ENTIERRO Nº2
Otra singularidad común entre los guiones de Arriaga es la participación decisiva del azar en las historias que nos cuenta, supongo que para remarcar la zozobra de nuestros destinos, siempre al pairo de la diosa fortuna. En el caso que nos ocupa, el azar se muestra, risueño, en la propia muerte de Melquíades, propiciada por las necesidades onanistas de Mike (que se lo cepilla por error; no descubro nada con esto, que se conoce a los veinte minutos de película). Pero también en el hecho de que el vaquero mejicano se había tirado, días antes, a la mujer de Mike, dato que este jamás conocerá. ¿Justicia cornudo-poética? Por cierto, Lou Ann (January Jones), la susodicha esposa, es uno de los eslabones débiles del filme, desapareciendo a mitad del mismo sin que queda clara la utilidad de su personaje, más allá de resaltar la atonía de la vida en las aldeas de la frontera.
ENTIERRO Nº3
Pero no todo es Arriaga en “Los tres entierros de Melquíades Estrada”. Es clave la hermosa fotografía de Chris Menges, que dibuja con talento y discreción (si no estás atento, te pierdes unos amaneceres-copón bendito) un paisajismo precioso y de gran variedad de tonos. Hay bastante de Tommy Lee, en especial en la elección del tono del filme, parsimonioso, sosegado, al ritmo de la aburrida existencia fronteriza, cuyas gentes sólo pueden aspirar a diminutos y decadentes disfrutes en mitad de la perenne melancolía de no acabar de pertenecer ni a una cultura ni a otra. Y ahí hay que incluir la propia interpretación de Jones, imprescindiblemente económica en medios, y que nos permite disfrutar de su castellano mejicanizado. Barry Pepper, por otro lado, quien tiene el personaje que más evoluciona de la película, siempre me produce sensaciones encontradas: el repelús que me provoca su tendencia a la sobreactuación la compensa su desvergonzada participación en el maravilloso mojón “Campo de batalla: la Tierra”, heroicidad que, naturalmente, goza de mis simpatías ad eternum.
“Los tres entierros de Melquíades Estrada” evoca cierto johnfordismo, pero también un cine más reciente: a mí me viene permanentemente a la cabeza “Una historia verdadera”, quizás por la tranquila y otoñal obstinación de sus personajes principales, quizás porque soy un redomado perezoso intelectual y no me viene a la cabeza otra cosa. Y, quizás también por eso, me parece que “Los tres entierros de Melquíades Estrada” es el mejor guión de Arriaga. Integristas veintiungrameros, soy todo vuestro: lapidadme.
2 comentarios:
Tienes mala suerte, Marcbranches, porque no tan sólo estoy de acuerdo en todo lo que tan bien escribes, si no que, además, he de decir sin miedo que, a mí, 21 gramos me aburrió y exasperó a partes iguales.
Creo que la responsabilidad de esta pequeña joya se la debemos a Tommy Lee Jones, que acierta completamente con el tono y el ritmo: no en vano es el director, ¡que coño! y a ése hay que apuntar siempre, tanto si sale bien como si sale mal, aunque, en este caso, el guión ayuda mucho, no hay duda.
Saludos.
Hola, Josep. Es cierto que el post me ha quedado excesivamente focalizado en Arriaga, cuando el responsable principal es, lógicamente, el director. Supongo que lo que quería era llamar la atención sobre este guionista-estrella (hay muy pocos guionistas-estrella, de hecho: Charlie Kauffman sería otro ejemplo) que se ha labrado una reputación a costa de un recurso estilístico (la ruptura de la linealidad narrativa) que se impone sobre todo lo demás. Diríase que "Los tres entierros", de hecho, es la victoria de Tommy Lee Jones sobre todo eso, aceptando las reglas de Arriaga durante la primera media hora, para luego imponer su visión, su tono y su mirada sureña. Saludos.
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