Alguna vez hemos hablado por aquí del efecto Erice, ese curioso síndrome que ataca a algunos autores cinematográficos que espacian extraordinariamente sus trabajos, como si el cine sólo tuviera derecho a disfrutar de su talento cuando realmente la inspiración les ilumina. Ocurrió en su momento con Kubrick, con Tarantino, con Terrence Malick o, por supuesto, con el titular de la “enfermedad”. Bueno, también ha ocurrido con Luis Llosa o Steven E. de Souza, pero por otros motivos (básicamente, lo malos que son). Ese espaciamiento, en algún caso, ha contribuido al espumoso aumento de la expectación para ver sus películas; eso, junto al otro trastorno que suelen sufrir este tipo de cineastas (vamos a llamarle “síndrome Salinger”), fugitivos de las cámaras y la vida pública – bueno, en el caso de Quentin... -, les rodean de un áurea místico que suele extasiar al populacho crítico y, en general, al connesieur habitual. Mi Majestad ni quita ni pone méritos, sólo expone su curiosidad. Me vino esta reflexión patafísica a la cabeza, o lo que queda de ella, después de que, viendo “Malas tierras”, me acordase de “El espíritu de la colmena”, por motivos que luego, si no me da un ataque a lo Leonard Shelby, perpetraré.
Con lo que voy a decir, soy consciente de que me jugaría mi prestigio cinéfilo si, después de casi tres años de blog, me quedara alguno. Tengo un problemilla con Terrence Malick. Sólo he visto dos de sus películas: “Malas tierras” y “La delgada línea roja”. Y la segunda la vi, para no entrar en detalles, en unas condiciones sentimentales deplorables, con lo cual no es difícil entender que el film me pareciese plúmbeo y pretencioso a pesar de la belleza de algunas de sus imágenes. “Malas tierras” la he visto dos veces, una de ellas hace nada con motivo de este post, y no puedo decir que sea una película que me haya atrapado y que volvería a ver sin dudarlo. ¿Razones? Seguramente mi pedestrismo y mi neandertal carencia de sensibilidad artística. Pero bueno, ya que estamos, me tiro al río.
“Malas tierras” (1973) es un largometraje que toma como base un incidente real ocurrido en 1957. Un joven con pinta y actitud jamesdeanesca, Kit (Martin Sheen), abandona un trabajo de mierda – nunca mejor dicho: es basurero – para huir por los desiertos de Dakota del Sur con Holly (Sissy Spacek), su chica, después de haber matado al padre de ella, dejando en su camino un reguero de sangre y de nihilismo adolescente. La historia está narrada por Holly (recurso que se convertirá en habitual en Malick) con distanciadora entomología, dejando claro que estamos ante una narradora adulta que observa el episodio como un capítulo lejano de su vida. Resulta paradójica la verborrea relatora de esa Holly adulta, puesto que su personaje en pantalla no tiene prácticamente nada que decir, carestía que comparte con su noviete de gatillo fácil. Son dos jóvenes perdidos en la nadería del aldeanismo anónimo americano, que es el peor anonimato que puede sufrir uno. No tienen discurso, ni objetivos, ni ideología, ni camino; tan sólo la huida hacia adelante y el disfrute del absurdo amor quinceañero. Por no tener, no tienen ni la incertidumbre del futuro: ambos, a su manera, son conscientes de dónde se encuentra el final de la historia que comparten, dejándose llevar, pues, por la dictadura de su pistola y la hermosura del paisaje.
Malick, un naturalista nato, se recrea en los “badlands” del medio oeste norteamericano, sus kilométricos desiertos, y los cielos de colores imposibles que los reinan, fusionándolos a la perfección con la falta de horizontes de estas dos balas perdidas y con la aridez del relato; la coherencia, pues, de la propuesta, es absoluta. Quizás me distancian esos personajes envueltos en la nada, en especial ese Kip que de James Dean sólo tiene el peinado y los vaqueros, lo cual hace que esa hora y media de nihilismo entremezclado con la naturaleza y las balas se me haga pelín larga. Su paisajismo me recuerda (y enlazo con el primer párrafo) a “El espíritu de la colmena”, en la que las puestas de sol y el pedregado desierto también son marca de fábrica; huelga decir que el film de Erice me parece sideralmente superior. Puede que “Malas tierras” sea hija de su tiempo, tiempo al que quizás yo haya llegado tarde.
Tención-nécdota: uno de los plagios no denunciados (por lo menos, que yo sepa) de la historia es el del tema principal de “Malas tierras”, llamado “Gassenhauer” y perteneciente a una recopilación de Carl Orff y Gunild Keetman (más info, aquí); mucha gente se quedó atónita al escuchar este tema, supuestamente de Hans Zimmer, durante la proyección de esa “Malas tierras” con acento tarantiniano llamada “Amor a quemarropa”. ¿A que se parecen un poco? Pues no parece que a Malick le molestara mucho, porque el compositor de su vuelta al trabajo después de veinte años desde “Días del cielo” fue... Hans Zimmer.
4 comentarios:
Tuve la mala suerte de dejar pasar el estreno y en su ulterior pase televisivo, con anuncios, me dejó un poco cansado. Es una de esas películas que tengo pendientes de revisar, porque soy ferviente admirador de La Delgada Línea Roja desde el mismo momento en que ví los anuncios en las paradas de los autobuses: el póster ya anunciaba el cuidado de ese director que, como bien apuntas, pertenece a un extraño grupo en el que Kubrick no debe entrar pues su producción, en comparación, es extensísima.
El caso Erice es una muestra flagrante de la imbecilidad de la industria cinematográfica patria, que le ha negado siempre el pan y la sal pero lo festeja con castañuelas huecas de verdad.
Saludos.
Quizás a mí me pase lo contrario y tenga que revisitar "La delgada línea roja", a ver si descubro lo que no vi en su momento. Y sí, lo de Erice es un escándalo.
Tú serías capaz de negarle a Kubrick el pan, la sal y la barba... rencoroso...
Por mí, Victor Erice podría espaciar aun más sus películas. Más y más, hasta que haya tanto espacio entre una y otra que ya no haya un sol alumbrándonos.
'Malas Tierras' no la he visto, 'La delgada línea roja' me gustó, pero sin llegar a la locura.
Saludos
Yo preferiría no esperar tanto, que sin sol suele hacer frío...
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