
¿El qué? Espere que me quite los tapones. Sí, ya sé que esto es un blog de cine. Ahora voy.
Phillip Seymour Hoffman es hijo de un ejecutivo de la Xerox y una abogada y jueza de familia. No parece el mejor ambiente familiar para dedicarse a una carrera de bellas artes... o sí. En cualquier caso, a todos los que disfrutamos de las grandes interpretaciones en el cine, debemos de dar gracias a Billy Todopoderoso por permitir que el pequeño Phillip se alejara de la atmósfera de profesión liberal de su casa, para dar los primeros pasos que le han llevado a ser, hoy en día, uno de los mejores actores que pululan por las pantallas universales. Intenso, dedicado, camaleónico sin necesidad de postizos, con un físico rechoncho antiglamour y una mirada inquietante que falsea una primera impresión de “vecino de al lado” y que da la impresión de estar al borde del precipicio constantemente, tiene además un excelente ojo para determinar su carrera. Carrera a la que le costó bastante darse un impulso definitivo, cargada en un principio de papeles secundarios o anecdóticos que no permitían al espectador poco avezado poner el ojo en aquel muchachuelo regordete. “Esencia de mujer”, “La huida”, “Ni un pelo de tonto”, “Twister”... seguro que casi todos hemos visto la mayoría de estas películas, y casi ninguno reparamos en él. Pero Paul Thomas Anderson sí.
Su pequeño pero bordado papel en “Sydney”, la primera película del geniecillo Anderson, fue el punto de partida de una fructífera relación profesional entre dos personajes que hoy se encuentran en la élite de sus profesiones. Pero fue su papel en la extraordinaria “Boogie nights” el que empezó a hacer que los ojos cinéfilos se fijaran en él, a través de esa mirada pelín esquizoide y plena de represión gay que aporta a su personaje. Repite con Anderson en “Magnolia”, donde, sin embargo, se sitúa en un registro mucho más amable y positivo, dentro del inmenso melodrama que es esa descomunal película. Aunque su tercera colaboración conjunta apenas la vio nadie, la marciana “Punch-Drunk Love”, P.S. Hoffman ya se había convertido en uno de los secundarios más sólidos del indy, en parte gracias a su estratosférico trabajo en “Happiness”, en la que pergeña uno de los personajes más perturbadores de los últimos años: su físico y su cara de vicioso encajan perfectamente con el acomplejado pajillero al que da vida en el film de Todd Solondz. Su carrera aporta su rostro de secundario ideal a excelentes directores con personalidad propia como Spike Lee ("La última noche"), los hermanos Coen (“El gran Lebowski”) o David Mamet (“State and Main”), mientras consigue su primer protagonista en la sensible y desconocida “Con amor, Liza”. Hasta que llega el previsible petardazo.
“Capote” es su segundo protagonista, y no es cualquier cosa. Su perfecta impersonación de los claroscuros del amaneradísimo escritor de “A sangre fría” le transporta al olimpo de tito Oscar, y su talento queda oficializado y universalmente reconocido. A diferencia de otros, P.S. Hoffman sabe aprovechar el tirón del señor desnudo y dorado, y su carrera y prestigio se han ido acelerando en los últimos tres años en progresión geométrica. Lo siguiente fue interpretar al villano de “Misión: Imposible 3”, un destino natural al que tenía que llegar tarde o temprano; en ella se devora sin guarnición ni escrúpulos a tito Cruise -con apenas veinte minutos reales de papel- y demuestra su nivel de profesionalidad al esforzarse en aportar sustancia e intensidad a un personaje que seguramente no la tenía de inicio. Cada película suya es un nuevo giro, un nuevo cambio de registro, una nueva demostración de que su talento puede con todo, desde el melodrama agridulce (“The Savages”) a la comedia política (su genial agente de la CIA en “La guerra de Charlie Wilson”), aunque este año la palma se la lleva su personaje de “Antes de que el diablo sepa que has muerto”, una de las mejores películas de la temporada, en la que Hoffman deslumbra interpretando a un personaje iracundo, maquiavélico, pero más vulnerable de lo que le gustaría y tan humano que no se puede reprimir un sentimiento de lástima. P.S. Hoffman, cuyo próximo estreno, coherentemente con su carrera, es la última película de Charlie Kauffman (“Synecdoche, New York”) es el rarito oficial de Hollywood, ese actor de talento elefantiásico, mirada profunda y tranco perverso que da prestigio a cualquier obra en la que aparezca. Una cualidad al alcance de muy pocos.