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LA SERENA ESPERA DE ASPHODEL


Pocos directores han dejado una marca de fábrica tan característica como Robert Altman. Desde su anclaje en la industria cinematográfica (todo lo que esta le permitió anclarse), cualquier film de tipología coral, con escenas en las que el segundo plano es casi tan importante como el principal, o contenga diálogos fuera de plano, será relacionado, inmediatamente, con la obra de Altman. “Nashville”, “Un día de boda”, “El juego de Hollywood” o, por encima de todas, “Vidas cruzadas”, serán referentes inmediatos de esta manera desgarbada y con enorme riesgo confusionista de hacer cine. La última película del socarrón director americano, “A Prairie Home Companion”, se estrenó con un año de retraso en España, cuando hacía ya unos meses que Altman había fallecido; por lo cual, con un discutible sentido del oportunismo necrológico, el DTC (Departamento de Titulaciones Celtíberas) decidió que aquí la llamaríamos “El último show”. Aunque está muy lejos de ser la obra maestra que resulta el film de John Huston, “A Prairie Home Companion” (me voy a evitar el “show”) es una suerte de “Dublineses” de Altman, una obra con aires de despedida en la que se reflexiona serenamente sobre las cuestiones intelectuales que nos obsesionan cuando sentimos que la muerte nos espera con el tablero de ajedrez. Con matices, empero.

Digo que con matices, porque “A Prairie Home Companion” no es un guión original de Altman, y esto va a necesitar, preparen ibuprofenos, una explicación larga. Como imagino que conocen, el título de la película se refiere a un ficticio programa musical de radio con una trayectoria de más de treinta años, a cuyo último programa en directo asistimos, antes de que se derribe el teatro en el que se localiza y emite. El caso es que el programa existe, es extremadamente conocido en los Yuesei (en parte,de ahí vino la excelente taquilla americana, en profundo contraste con su invisible estreno español), y muchos de los artistas que aparecen en la película pertenecen al programa. Entre ellos, su presentador e ideólogo, Garrison Keillor, que decidió escribir un guión sobre su exitoso programa, alternado algunos detalles e imaginando su cierre. La película es, pues, un dueto Altman/Keillor, y a uno le queda la duda de si pretendían hablar de cosas diferentes, aunque siempre con un denominador común: el crepúsculo vital. Finalizado el Canal Historia, vamos a por la película.

“A Prairie Home Companion” apenas tiene una historia que contar. Prácticamente todo el metraje es este último programa en sí, los personajes que, detrás y delante de las bambalinas, se entremezclan, parlotean, rememoran, ríen, lloran, vuelven a rememorar. Se puede decir que, más que una narración, el film es una sensación. El programa está chapado a la antigua: la música es en directo, hay un tipo que hace los efectos de sonido con la boca, se intercalan jingles publicitarios (al estilo Pepe Domingo Castaño, pero más trabajados) interpretados por el presentador y los cantantes... el tono es de radio artesanal, de vino añejo y pasado de moda. Se interpretan canciones con siglos a sus espaldas, mayoritariamente country y gospel, a través de las cuerdas vocales de cantantes cuyos mejores momentos, que tampoco fueron gran cosa, quedaron muy atrás. Gentes de vuelta de la vida, con más historias que contar que futuro que esperar, pero con una piel de firme dignidad. Se intercalan con el programa las vicisitudes cómicas del jefe de seguridad, Guy Noir (Kevin Kline, interpretando a un personaje creado por Keillor para un serial de su programa), que, como su apellido indica, está sujeto estéticamente a las convenciones del cine negro; pero sólo estéticamente. Más relevante es el místico personaje de Virginia Madsen, una mujer en gabardina blanca que se revela como un ángel llamado Asphodel, que se dedica a acompañar a los seres próximos a morir, y que pasea su incorporeidad por el escenario del programa, otorgándole, por tanto, estatus de ser vivo. Aunque por poco tiempo.

Así pues, la película desprende un aire de funeral gospel, en el que la alegría de haber vivido se confunde con la vívida nostalgia de los buenos tiempos, salpicada, eso sí, de sarcasmo altmaniano (“si en algún momento te sientes feliz, ten paciencia. Se te pasará”); como un anciano sentado en el quicio de la puerta de su casa, disfrutando plácidamente del olor del viento fresco del sur. Eso es lo que transmite “A Prairie Home Companion”, pura filosofía sureña, de la que también pudiera extraerse una especie de despedida de una manera tradicional, artesanal, de hacer las cosas, barrida por la marea de los nuevos tiempos, representados tanto en el frío ejecutivo que viene a contemplar el derribo de la obra (Tommy Lee Jones) o la hija de una de las cantantes, Lola (Lindsay Lohan), último reducto artístico que acaba en las manos del estrés del capitalismo. Por cierto, que la impagable Lohan sale relativamente airosa del reto de estar a la altura, tanto interpretativa como vocal, de sus enjundiosas partenaires. Nada comparado, sin embargo, con las hermanas a las que dan vida Meryl Streep y Lily Tomlin, que construyen con muy poco material una relación fraternal creíble, aparte de hacer gala de magníficas voces. También hermanos son Dusty y Lefty (Woody Harrelson y John C. Reilly), que conforman el mejor aspecto cómico del film, puesto que el personaje de Kevin Kline parece bastante fuera de juego. En cualquier caso, todos los actores aportan decisivamente, con su talento y capacidad de improvisación, a mantener el tono de la película.

“A Prairie Home Companion”, en fin, está lejos de ser una obra maestra; su debilidad argumental es tan manifiesta como deliberada, lo cual exige al espectador una asunción de las reglas del juego mayor de lo acostumbrado. Vamos, que como no soportes el country lo llevas clarinete: te van a salir eczemas hasta en las pupilas. No siendo la mejor película de Altman, es quizás la más emocionante, y, curiosamente, la más alegre. Quizás todo se resume en una frase del ángel Asphodel: “La muerte de un hombre anciano no es una tragedia. Perdonadle sus defectos, y dadle las gracias por el amor y los cuidados que os ha dispensado.”

6 comentarios:

Josep Lloret Bosch dijo...

Esta es otra que se me escapó vilmente por mi vagancia en trasladarme a la capital y ya no la recordaba.

El cine de Altman siempre me ha gustado especialmente por su capacidad de presentar grandes conjuntos de personajes que agrupados vienen a configurar un personaje de múltiples facetas.

De modo que te agradezco el recordatorio y alabo el buen gusto de haberla visto y comentado tan espléndidamente.

Saludos.

marguis dijo...

Estoy contigo, no es de las mejores de Altman (El juego de Hollywood me fascina) pero tiene un algo que la hace agradable de ver, quizás sea Meryl Streep, no se, las tablas de esta mujer son impresionantes.

Y desdde luego, si no gusta el country es una película imposible de ver!!!!

Un saludo!!

ANRO dijo...

No se cómo diablos se me escapó esta peli de Altman. Ya estoy en la labor de rescatarla, entre otras cosas porque el country no me va a producir alergia, y por otras muchas cosas porque Altman me da buenas vibraciones siempre.
¡Qué buenísimas las dos frases que intercalas¡En especial, la relativa a la felicidad es cojonuda.
Es muy gratificante que nos recomiendes o nos señales pelis un poco marginales, porque éstas suelen darnos grandes sorpresas. Eso se agradece, compadre.
Un abrazote.

marcbranches dijo...

Josep, que conste en acta que yo también pequé. Cuando la estrenaron, le otorgué un halo de sospecha que me hizo algo reticente a ir a verla, y luego se me escapó. Así que en cuanto apareció en DVD la alquilé y me llevé una grata sorpresa. La recomiendo, aunque con matices. Tiene algún punto en común con "Once", en el sentido de que la historia narrada es muy débil (mucho más que en "Once", de hecho), y la música marca el tono del film. Saludos.

Marguis, no sólo el country, hay también folk e incluso gospel, cantado a su manera, claro (de hecho, hay un momento en el que hablan de cantar "Amazing Grace"). Efectivamente, "El juego de Hollywood" es, en mi opinión, su obra maestra. Saludos.

Paesostamos, Antonio, para, de vez en cuando, recordar películas semiolvidadas, e irlas intercalando con clásicos, estrenos... así, nos convertimos en una especie de tertulianos radiofónicos: hablamos de todo sin saber de nada. Taotra.

Manuel Márquez dijo...

Bueno, bueno, bueno... Parece, compa Marc, que vamos volviendo a la normalidad. O sea, que ésta no la he visto; eso sí, no porque no me atraiga el cine de Altman, que sí que me atrae, y mucho, sino por las misms circunstancias por las que no he visto varios cientos de las que has reseñado. Ah, y no entiendo lo de la referencia Pepe Domingo Castaño, ¿que no se curra los jingles? Si son obras maestras de la radiofonía española, leches. En fin...

Un fuerte abrazo y buen fin de semana.

marcbranches dijo...

Los jingles de Castaño, comparados con estos (hay alguno entre los enlaces), son una (redoble de tambores, que viene un ingenioso juego de palabras)... castaña. De hecho, lo son sin compararse con ninguno. Saludos.

 
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