“En Italia, durante 30 años de dominación de los Borgia, hubo guerras, terror, sangre y muerte, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza hubo amor y fraternidad y 500 años de democracia y paz. ¿Y qué nos ofrecieron?: el reloj de cuco.”
En esta gloriosa línea de diálogo se encuentra toda la filosofía de vida, el perfil y la postura moral de Harry Lime, el personaje principal, el alfa y el omega, el guardián de la puerta, el puto amo, en definitiva, de “El tercer hombre”, probablemente una de las mejores películas de la historia del cine. Y todo eso en apenas quince minutos de aparición real en pantalla... Ahora podría decir que, pongamos por caso y sin acritud, Tom Cruise inunda el 95% de los planos de sus películas, y jamás podrá llenarlas de esta manera; pero no lo voy a decir, porque luego dirán que le tengo manía a tito Tom. Quede claro, pues, que no he dicho lo anteriormente expuesto... Ejem. Así como la sombra de Harry Lime planea sobre el relato de punta a rabo, la de Orson Welles se proyecta hasta la ósmosis con la planificación, dirección y prisma del largometraje, acreditado en su dirección por el competente Carol Reed, quien jamás se quitará de encima el papel de “subdirector” del filme. Compilación de escenas-cátedra, “El tercer hombre” es una universidad de cine en sí misma, desde el primer hasta el último plano, y la comunión de talentos a todos los niveles, la armonía entre sus eminentes artesanos, hacen de ella poco menos que el clásico definitivo.
Desde luego, no fue por casualidad. El productor Alexander Korda envió a Graham Greene a Viena en búsqueda de inspiración para una gran historia negra, un guión fílmico escrito en forma de novela (o sea, al revés que el ochenta por ciento de las películas actuales: novelas escritas con ínfulas cinematográficas). Y a fe que consiguió el objetivo: el relato de un discreto y retraído escritor americano de noveluchas del oeste (ojo a la escena del coloquio literario, en el que queda como un auténtico ignorante: diría que a Greene no le place dicho género en demasía...), Holly Martins (Joseph Cotten), llegado a Viena en respuesta a la llamada de su amigo Harry Lime, y que recibe la noticia de la muerte de este último, en extrañas circunstancias. Todos los personajes con los que se encuentra Holly parecen tener algo que esconderle, y la paranoia empieza a invadirle, en medio de una Viena de postguerra hostil y huraña; tan sólo la novia de Harry, Anna (Alida Valli), parece aportar unos gramos de honestidad; quizás debido a eso, se enamora de ella. Mientras los cabos parecen cada vez menos anudables, pasada la hora de metraje surge, en una de las escenas más representativas de la historia del cine, el iluminado y pícaro rostro de Harry Lime (tito Orson, claro), para dejar a Martins, y al espectador, boquiabierto (cuidado con las moscas). El envoltorio de este relato tan negro como amoral es absolutamente superlativo, y se hace difícil hablar de ello en pocas líneas sin ser injusto por defecto. Desde los títulos de crédito, con ese primer plano de la cítara que invade la persistente y pegadiza banda sonora de Anton Karas, el recuento de perlas del filme es incalculable. El ritmo de la narración es firme y sostenido, sin arritmias; la dirección es brillante, barroca, plena de contrapicados, planos inclinados, juegos de sombras (en este aspecto es donde más se nota la mano que mece la cuna: la de Orson), y recursos visuales esplendorosos, como el de la marcha del tren de Anna (una luz intermitente a través de la neblina, vista desde una ventana, nos lo dice todo); la fotografía, del maestro Robert Krasker, excelsa, nos presenta una Viena hermosa y distante, desde sus calles embaldosadas hasta el Prater, culminando en la inolvidable persecución por sus sumideros. Las interpretaciones son sobresalientes: dejando a un lado la omnímoda representación de Welles (extraordinario actor, aunque esta faceta quedó oscurecida por su genio creador), hay que resaltar ese Holly Martins de Cotten, ese personaje gris, algo adusto, que a pesar de su terquedad no deja de ser una marioneta a caballo de sus sentimientos por Anna y la presión del Mayor Callaway (otro inmenso actor británico, Trevor Howard, inolvidable en “Breve encuentro”).
Y esa escena final... De una bellísima carga poética y catedralicia sencillez expositiva (un plano fijo, Anna caminando parsimoniosamente hacia la cámara, soslayando a Holly), sortea hábilmente el cómodo happy-ending y sitúa al filme en su justo punto de amoralidad. Una receta muy... wellesiana.
8 comentarios:
Solo puedo arrodillarme y encender incienso para venerar tan magna obra maestra del cine. Cada fotograma es una lección. Cada línea de guión una oda al séptimo arte.
Bravo por el post. Bravo por vosotros. Bravo por La linterna mágica.
Me emocioné.
Un saludo
Gracias mil y amén, es todo lo que puedo decir. Gracias a los "bravos" y amén a la genuflexión, a la que me sumo gustoso, aunque con un cojín, si puede ser, que ya no tengo edad (o quizás tengo demasiada) y mis rodillas sufren... Saludos.
pues sigo aprendiendo de ti , oye pero cuanto sabes, que inkulta me siento en tu blog jeje, pero por lo menos algo queda pero reconozco que soy muy pero que muy torpe con los nombres de los actores , en fin
besos ;)
ante esta obra me rindo de pie, es unica, su final me destrozo, me abrio puertas unicas.
gracias por el recuerdo!
saludos!
Pues poco queda que decir, porque en el post has dicho todo lo que había que decir, y muy bien (¿me ha parecido leer algo sobre Tom Cruise?... ah, no, que al final no has dicho nada, perdón).
En fin, que El Tercer Hombre es una obra maestra y que siempre que pienso en ella, la primera imagen que se me viene a la cabeza es la escena en que aparece por primera vez Harry Lime a ritmo de cítara: impresionante... aunque la película está llenita de grandes momentos.
Yo también me pido un cojín para lo de arrodillarse, pero por comodidad, más que por otra cosa: todavía no me ha llegado la edad en que las rodillas se resienten....
Maki, has llegado a una de las mejores escuelas de cine, la CID: la de Cinéfilos Irredentos y Desprejuiciados. Inculto es el que cree que lo sabe todo...
Persio, el final es mi escena preferida de la película, cómo la Valli ignora a Cotten desde un largo paseo (viva la profundidad de campo), quien, derrotado, se limita a... encender un cigarrillo. Cine negro Cinco Jotas...
Efectivamente, Laura, no he dicho nada sobre Tom Cruise... El tema de las rodillas da pie a una serie de chascarrillos obscenos de los que no voy a echar mano porque soy un caballero.
¡Diosssss!, ¡viva el cine! ¡la acabo de ver! ¡tremendaaa! ¡jojojojo!... esto, perdón, en casa ajena y sin poder reprimir la exaltación...
Después de haberme tranquilizado un poco de la emoción diré que yo doy gracias primero a Orson Welles, porque el tío está inmenso, incluso cuando sólo mueve un milímetro de su rostro salen chispas de antología; segundo a los directores de la película, razones habéis dado a cascoporro; tercero a Karas por esa maravillosa música, utilizada de tal manera en la película que es otro curso de como usar una banda sonora para con la historia; cuarto a Trevor Howard y su maravilloso personaje; quinto a Marcbranches, por su excelente post y por descubrirme palabras tan hermosas como omnímodo y genuflexión y frases del calibre de "inculto es el que cree que lo sabe todo"; y sexto (y podría seguir pero no es plan) a ese plano final. Sí, esto es puro Cinco Jotas.
En cuanto la he visto me he dicho, en La linterna mágica seguro que han escrito sobre la peli, y voilá! Saludos de un lector que os sigue fiel desde hace algún tiempo :)
Gracias por tu fidelidad, mikto kuai, y por el peloteo: así llegarás lejos. "Viva el cine" es la expresión que a todos los cinéfilos de buena calaña nos viene a la cabeza al ver esta película. Sus escenas vienesas siguen asombrándome, su Harry Lime sigue inquietándome, su maravilloso final sigue emocionándome. En cuanto al "descubrimiento" de palabras... no te lo vas a creer, pero sé de alguien (que no creo que esté leyendo esto) que me regaló una camiseta en la que incluyó la palabra "genuflexión", con ánimo cómplice, porque se la había descubierto. Así que, ya sabes... una camiseta no porque ya tengo, pero oyes, un jamoncito, ya que ha salido lo de "5 Jotas", pues no le haría yo ascos...
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