Déjame que lo piense unos momentos, Hannibal, tío... tanta prisa-tanta prisa...
Pocos éxitos tan seguros como “Hannibal” ha habido en la historia del cine. Desde que se publicitó que Thomas Harris estaba preparando la secuela de “El silencio de los corderos”, la marea de expectación y baba que inundó las comisuras de las boquillas cinéfilas daba para crear otro Mediterráneo. Ni siquiera las decepciones que resultaron las bajas de Jonathan Demme y, muy especialmente, Jodie Foster, consiguieron apagar el entusiasmo. Anthony Hopkins seguía dentro, él era el único irreemplazable, así que, a llorar las bajas y a buscar sustitutos en el banquillo. Para el sr. Demme, una apuesta segura que complació incluso a los frikis más prosélitos: Ridley Scott, recién resurgido de las cenizas-fénix con “Gladiator”. Para Jodie Foster el asunto era mucho más arduo, y después de barajar a medio Hollywood (lo reconozco, mi favorita era Gillian Anderson: estaba en pleno enganche “Expediente X”), la elegida fue Julianne Moore, con un prestigio a prueba de fundamentalistas. La película tuvo una entrada triunfal en taquilla, pero dejó regustos agridulces entre la crítica y el público. Echémosle un vistazo al menú.
Es indudable que “Hannibal” es una película con voz propia, muy alejada formalmente de “El silencio de los corderos”. Allí donde la primera es áspera, arrebatada y vibrante, incluso en sus pausas, su secuela adopta desde los títulos de crédito (excelentes) el papel de espectadora de liceo, tomándose su tiempo para cada escena, cada diálogo, muy consciente de su propia minuciosidad. No es para menos: el equipo médico está formado por cirujanos de solvencia tales como David Mamet y Steven Zaillian al guión (que sacan el mejor partido posible de la mediocre novela de Harris) o Hans Zimmer a la partitura (con colaboraciones de Patrick Cassidy y la constante presencia de unos muchachuelos llamados Bach y Strauss). La dirección de Ridley Scott es fría y elegante, destacando sobremanera el episodio florentino por la belleza de su fotografía, y la brillantez de algunas escenas: véase el discreto asesinato de Gnocco (Enrico lo Verso) en plena calle, o la escena plena de tensión en la que Pazzi (Giancarlo Gianini) va a la biblioteca a buscar las maletas, donde todos nos tememos lo peor al ver al doctor calzándose unos guantes... Las interpretaciones van desde el “muy bien” hasta el “extraordinario”. ¿Qué es, por tanto, lo que falla? En primer lugar, la base literaria, como ya ha quedado dicho. La novela no es buena, es excesivamente autorreferencial, y cae en el ridículo más espantoso en algunas ocasiones (¿cerdos gigantes? amos-anda...); convierte a Hannibal en una especie de superhéroe cultural capaz de hablar italiano medieval sin acento; el villano, Mason Verger (en el film un Gary Oldman primo de "El hombre elefante") (interpretado, precisamente, por... dos gallifantes para el que acierte), es casi de opereta, y se refocila en un final esperpéntico que, por fortuna, se altera radicalmente en el film. Curiosamente, una de sus virtudes, la profundización en la evolución del carácter de Clarisse (arisca, violenta, escéptica, descreída) se ve recortada en su versión cinematográfica, en favor de su obsesión por Hannibal y por hacer lo correcto. Por otro lado, aunque Julianne Moore realiza una notable interpretación (nada nuevo bajo el sol), la química con Hopkins no es la misma, por fuerza, y eso repercute en la credibilidad del filme: a veces, la química son sólo matemáticas, y Hopkins + Foster = infinito... De todas maneras, si despojamos la cinta de todo el peso muerto de sus condicionantes, resulta una muy estimable pieza de cámara, con un aire refinado y aristocrático, incluso en las escenas más sangrientas, muy adecuado, y en la que se nos muestra a un Hannibal más urbano y hedonista, disfrutando de los pequeños placeres de la vida, que incluyen el retorno a la compañía de Bin Laden en la lista de los 10 más buscados por el FBI, o la lectura precisa y quirúrgica de las flaquezas de la innoble chusma: de inmediato detecta que la debilidad de Pazzi es su mujer, o que la de Cornell es la esclavitud a la que le somete Mason Verger. En cuanto a la polémica y psicotrópica “última cena”, sólo decir que es una de las escenas más atrevidas que jamás se hayan mostrado en una película mainstream; y que la resolución de la relación Hannibal-Clarisse me parece mucho más coherente que la propuesta por el libro. El epílogo en el avión, con Hannibal (quien, a fin de cuentas, no es más que otra reencarnación del Diablo, ofreciendo su manzana de seducción a Clarisse y a los espectadores) instruyendo divertido a un futuro acólito, no hace más que (aparte de mostrar el sacrificio realizado) apuntalar el espíritu libre y desprejuiciado del monstruo, listo para esparcir la semilla del mal allá donde la comida sea más apetecible.
Como no podía ser de otra manera, había que estirar el chicle, y se hizo uno con inane sabor a “Dragón rojo” (innecesario remake de la deliciosamente ochentera “Manhunter”, en la que el doctor se apellidaba Lektor); la precuela que ahora puebla nuestras pantallas, “Hannibal, el origen del mal”, es igualmente fútil y sacacuartos, pero nos ayuda a recordar a Hannibal “el caníbal” Lecter como uno de los villanos cinematográficos más icónicos de la historia, quizás a la vera de cierto enmascarado con pinta de enterrador y respirador incorporado... Me apetece un buen hígado con alubias y chianti. ¿Dónde hay un McLecter?
Pocos éxitos tan seguros como “Hannibal” ha habido en la historia del cine. Desde que se publicitó que Thomas Harris estaba preparando la secuela de “El silencio de los corderos”, la marea de expectación y baba que inundó las comisuras de las boquillas cinéfilas daba para crear otro Mediterráneo. Ni siquiera las decepciones que resultaron las bajas de Jonathan Demme y, muy especialmente, Jodie Foster, consiguieron apagar el entusiasmo. Anthony Hopkins seguía dentro, él era el único irreemplazable, así que, a llorar las bajas y a buscar sustitutos en el banquillo. Para el sr. Demme, una apuesta segura que complació incluso a los frikis más prosélitos: Ridley Scott, recién resurgido de las cenizas-fénix con “Gladiator”. Para Jodie Foster el asunto era mucho más arduo, y después de barajar a medio Hollywood (lo reconozco, mi favorita era Gillian Anderson: estaba en pleno enganche “Expediente X”), la elegida fue Julianne Moore, con un prestigio a prueba de fundamentalistas. La película tuvo una entrada triunfal en taquilla, pero dejó regustos agridulces entre la crítica y el público. Echémosle un vistazo al menú.
Es indudable que “Hannibal” es una película con voz propia, muy alejada formalmente de “El silencio de los corderos”. Allí donde la primera es áspera, arrebatada y vibrante, incluso en sus pausas, su secuela adopta desde los títulos de crédito (excelentes) el papel de espectadora de liceo, tomándose su tiempo para cada escena, cada diálogo, muy consciente de su propia minuciosidad. No es para menos: el equipo médico está formado por cirujanos de solvencia tales como David Mamet y Steven Zaillian al guión (que sacan el mejor partido posible de la mediocre novela de Harris) o Hans Zimmer a la partitura (con colaboraciones de Patrick Cassidy y la constante presencia de unos muchachuelos llamados Bach y Strauss). La dirección de Ridley Scott es fría y elegante, destacando sobremanera el episodio florentino por la belleza de su fotografía, y la brillantez de algunas escenas: véase el discreto asesinato de Gnocco (Enrico lo Verso) en plena calle, o la escena plena de tensión en la que Pazzi (Giancarlo Gianini) va a la biblioteca a buscar las maletas, donde todos nos tememos lo peor al ver al doctor calzándose unos guantes... Las interpretaciones van desde el “muy bien” hasta el “extraordinario”. ¿Qué es, por tanto, lo que falla? En primer lugar, la base literaria, como ya ha quedado dicho. La novela no es buena, es excesivamente autorreferencial, y cae en el ridículo más espantoso en algunas ocasiones (¿cerdos gigantes? amos-anda...); convierte a Hannibal en una especie de superhéroe cultural capaz de hablar italiano medieval sin acento; el villano, Mason Verger (en el film un Gary Oldman primo de "El hombre elefante") (interpretado, precisamente, por... dos gallifantes para el que acierte), es casi de opereta, y se refocila en un final esperpéntico que, por fortuna, se altera radicalmente en el film. Curiosamente, una de sus virtudes, la profundización en la evolución del carácter de Clarisse (arisca, violenta, escéptica, descreída) se ve recortada en su versión cinematográfica, en favor de su obsesión por Hannibal y por hacer lo correcto. Por otro lado, aunque Julianne Moore realiza una notable interpretación (nada nuevo bajo el sol), la química con Hopkins no es la misma, por fuerza, y eso repercute en la credibilidad del filme: a veces, la química son sólo matemáticas, y Hopkins + Foster = infinito... De todas maneras, si despojamos la cinta de todo el peso muerto de sus condicionantes, resulta una muy estimable pieza de cámara, con un aire refinado y aristocrático, incluso en las escenas más sangrientas, muy adecuado, y en la que se nos muestra a un Hannibal más urbano y hedonista, disfrutando de los pequeños placeres de la vida, que incluyen el retorno a la compañía de Bin Laden en la lista de los 10 más buscados por el FBI, o la lectura precisa y quirúrgica de las flaquezas de la innoble chusma: de inmediato detecta que la debilidad de Pazzi es su mujer, o que la de Cornell es la esclavitud a la que le somete Mason Verger. En cuanto a la polémica y psicotrópica “última cena”, sólo decir que es una de las escenas más atrevidas que jamás se hayan mostrado en una película mainstream; y que la resolución de la relación Hannibal-Clarisse me parece mucho más coherente que la propuesta por el libro. El epílogo en el avión, con Hannibal (quien, a fin de cuentas, no es más que otra reencarnación del Diablo, ofreciendo su manzana de seducción a Clarisse y a los espectadores) instruyendo divertido a un futuro acólito, no hace más que (aparte de mostrar el sacrificio realizado) apuntalar el espíritu libre y desprejuiciado del monstruo, listo para esparcir la semilla del mal allá donde la comida sea más apetecible.
Como no podía ser de otra manera, había que estirar el chicle, y se hizo uno con inane sabor a “Dragón rojo” (innecesario remake de la deliciosamente ochentera “Manhunter”, en la que el doctor se apellidaba Lektor); la precuela que ahora puebla nuestras pantallas, “Hannibal, el origen del mal”, es igualmente fútil y sacacuartos, pero nos ayuda a recordar a Hannibal “el caníbal” Lecter como uno de los villanos cinematográficos más icónicos de la historia, quizás a la vera de cierto enmascarado con pinta de enterrador y respirador incorporado... Me apetece un buen hígado con alubias y chianti. ¿Dónde hay un McLecter?
6 comentarios:
En esta película, si no recuerdo mal, hay una escena por la que a punto estuve de pedir derechos de autor: Hannibal comiéndole el coco a un tipo. La única diferencia es que yo no necesitaba freírlo.
Siendo precisos, Groucho, el personaje de Ray Liotta lo que hacía era comerSE el coco... Lo que pasa es que Lecter, como buen psiquiatra, le ayudaba...
jejeje, que tipo el Lecter este no?
caramelos de seso!!!
saludos y clicks!
:)
Cierto, hay que estirar el chicle...hasta que se rompa.
Saludos desde Lápices!
Un beso!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Y mi apoyoooooo
Una escena atrevidísima para el cine comercial, la de esa "comida de coco" a lo Ray Liotta.
Tienes razón al señalar que no había entre Hopkins y la, por otro lado, excelente actriz, Julianne Moore, una química tan especial como con Jodie Foster.
Sobre "Hannibal", Ridley Scott intentó darle ese aire entre elegante y decante que requería la historia, pero no guardo gran recuerdo de la película. Más que nada porque me aburrí, me aburrí bastante. Nunca llegó a interesarme demasiado en cuanto a argumento o personajes (aunque había buenas ideas).
Pero siempre nos quedará "El silencio de los corderos", que es la que logró crear el mito de Lecter.
Saludos !
¿Caramelos de seso? No se me había ocurido. Me voy a la oficina de patentes... A mí me gusta "Hannibal", a pesar de todos los condicionantes (que son muchos), y nunca se me ha hecho aburrida. Para gustos-etc. Por desgracia, el personaje ha quedado banalizado por culpa del ansia comercial de Jolibú. Hannibal es el mal, y no necesita de un origen ni de una justificación (unos señores malos se comieron a mi hermana) para sus "excentricidades". Lecter no puede ser producto de un mal día...
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