"... And may you be in heaven half an hour before the devil knows you’re dead."
Esta sonora y contundente frase proviene de un antiguo brindis irlandés (por cierto, más largo que una ceremonia de los Goya presentada por
Jesús Quintero: comprobar
aquí), y es la penúltima ironía de una película, “
Antes de que el diablo sepa que has muerto”, que ha devuelto, inopinadamente, al veteranazo
Sydney Lumet a un nivel artístico que no se le recordaba desde ¿”
Network”? -que tiene ya MÁS DE 30 AÑOS-, después de una larga travesía en el desierto de la mediocridad (“
Gloria”), o, incluso, en el fangal de la putrefacción más hedionda. “
El abogado del diablo”, dios. Nadie creía ya en Lumet, y la prueba es la inanidad de la recepción a esa curiosidad más que destacable que precede al film hoy comentado, ese “
¡Declaradme culpable!” en el que el abuelo consigue que
Vin Diesel se parezca a un actor de verdad. Inciso: sé que muchos de vosotros, jóvenes padawanes, habéis huido de ella al ver el careto
XXX del gañán de Diesel junto al deleznable título (fiel, por desgracia, al original, excepto esas admiraciones que lo único que hacen es darle un toque
Ozores que no necesitaba); revocad vuestros prejuicios y dadle una oportunidad. No es una maravilla, pero funciona mejor de lo que pudiera pensarse; y, además, es una peli de juicios. Y las pelis de juicios MOLAN. Fin del inciso. ¿Por dónde iba? Ah, sí. Que a Sydney Lumet lo habíamos ninguneado entre toda la cinefilia más o menos curiosa, y muy poco esperábamos de su última película, más cuando parecía que su mejor gancho publicitario era ver a Marisa Tomei en paño menor, y que su estreno celtíbero se retrasaba una vez detrás de otra. El cinéfilo olfato de nuestro compañero Carles (el guardián de la Puerta de
Cinempatía) nos dio una primera pista hace unos meses, y e interés marcbránchico se puso al nivel del barril de Brent. Era mi película de cabecera para este fin de semana, en el que los de La Linterna hemos demostrado que también vamos al cine, aunque a veces con tanto clásico no lo parezca...
“Antes de etc.” es una de las películas más desesperanzadas que uno ha visto en mucho tiempo. Empieza con un polvo doggy-style, más sucio que apasionado, en el que los michelines de
Phillip Seymour Hoffman dominan la escena: es, junto al cigarrillo postcoital, el punto máximo de felicidad que vamos a presenciar en todo el largometraje. La casilla de salida del filme tiene ciertas similitudes con “
El sueño de Cassandra” alleniano (todo, hijos míos, conduce a
Woody): dos hermanos con distintos problemas económicos que planean un atraco a la joyería de sus padres, confiando en que el seguro cubra los gastos para no perjudicarles. Un par de cielos. El cerebro de la operación es el hermano mayor, Andy (Hoffman), un tipo bien colocado (en su empresa y en el lujoso ático de su camello de diseño preferido), al que le vencen sus vicios y la rutina de su matrimonio con Gina (
Marisa Tomei). Hank (
Ethan Hawke) es el hermano menor, solitario, dubitativo, perdido, apocado, sin iniciativa excepto para tirarse cada jueves a su cuñada; y, además, metepatas oficial del robo, que acaba (mal) con un disparo que nadie deseaba... y el que menos, su padre, Charles (
Albert Finney). La película está, literalmente, agarrada por las gónadas por Lumet. Una historia aparentemente convencional, que gracias a una desfragmentación narrativa que, por una vez, no molesta, nos va contando a través de saltos atrás y adelante en el tiempo, la paulatina autodestrucción de ambos hermanos. Los problemas se van sucediendo en progresión geométrica, hasta desembocar en una tragedia tan extrema como inevitable. El artero profesor Lumet se toma con calma la filmación de detalles, gestos, silencios, pausa, miradas furtivas, todo en un tono desabrido y adusto, desazonante, sin espacio para una mínima brizna de optimismo, un lugar fresco en el que sentarse y descansar. Aire, por favor.
Vale. La dirección es implacable, el guión es férreo, la fotografía ajustada y la música adecuada. Pero un melodrama criminal es menos melodrama, y mucho menos criminal, sin unos intérpretes de músculo pétreo que aguanten el peso. Marisa Tomei es la que peor sale parada, no por su trabajo, que es bueno, sino por la falta de entidad de su personaje, claramente uno de los debes del film; su esplendor físico, sin embargo, ha epatado al género masculino de la platea: está mejor que nunca, la tía. Albert Finney lidia con un personaje que crece en importancia a medida que avanza la trama; es un grande, y lo demuestra, a pesar de algún exceso disculpable. Excepto lo de “es un grande”, vale lo mismo para Ethan Hawke, que aguanta el tipo con enorme dignidad. Lo de P.S. Hoffman es otra cosa. Ojo a la galería de personajes que lleva concatenados, porque acabará apareciendo en el Diccionario de Antónimos como término opuesto a “Encasillamiento”. Vuelve a comerse una película, y van ya varias, con una actuación plena de matices, carisma y verosimilitud, que pone la guinda a una película despiadada, inclemente, descorazonadora, sin lugar a la concesión, en la que Lumet (que, a pesar del título del post, se permite un malévolo golpe de cinismo al acabar la película con un fundido en blanco celestial) nos cuenta que el diablo ha ganado la batalla; que, por ende, el ser humano la ha perdido; y que lo único que nos queda es aspirar a que Lucifer no nos pille tratando de echar una canita al aire en el cielo.