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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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ALFRED HITCHCOCK (SE) PRESENTA




Video clasicón a la par que ligerito para el domingo, que hay que ir a misa. No descubro el arroz con leche al señalar el fetiche egotista del señor Alfred Hitchcock, consistente en realizar breves cameos en gran parte de sus películas. Esa costumbre generó tal popularidad entre sus fans, que tito Alfredo acabó incluyendo dichas apariciones en los minutos iniciales de sus películas, para así no distraer la atención de los espectadores, ávidos de encontrar a Wally. Porque hay que decir que algunos de estos cameos eran auténticas agujas en pajares. En este clip encotnramos 14 de ellos, algunos de ellos realmente curiosos por no ser tan conocidos como los de "Con la muerte en los talones" (donde le cierran la puerta de un autobús en las narices) o el de "Extraños en un tren", subiendo al ferrocarril con un violoncello. Los cuales, si os quedan ganas, podeis disfrutar en esta segunda tanda.
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JOSUÉ TIENE QUIEN LE ESCRIBA



He aquí una buena muestra de cómo una película puede ser sensible, sin ser sensiblera, dulce sin ser empalagosa y tierna sin ser blanda. No es imposible, pero hace falta ser un buen cocinero para encontrar el punto justo.

En la Estación Central de Rio de Janeiro, Dora (Fernanda Montenegro), una maestra jubilada, se dedica a escribir cartas para los demás, ya que el nivel de analfabetismo es muy elevado. Es una mujer sumamente cínica y de vuelta de todo, con un ligero problema con la bebida, que tiene una opinión pésima de los hombres.

Precisamente una de sus clientas, después de encargarle una carta, muere atropellada delante de la estación, dejando sólo a su hijo Josué (Vinicius de Oliveira). Se siente culpable , en cierto modo, y por eso decide llevar al niño con su padre, a quien no había visto hace años.

Juntos emprenden un viaje en busca del padre de Josué, convertido en una especie de Marco carioca, en una road movie en la que los dos aprenden que se necesitan mútuamente. Ambos tienen en común su soledad y que su padre les abandonó de pequeños. Para Dora Josué representa el hijo que nunca tendrá, y para Josué Dora es la sustituta de su madre.

Si la película casi empezaba como un documental, mostrando un día cualquiera en la Estación Central, bulliciosa y llena de vida, hasta el punto que varios de los extras hicieron cola para que Fernanda Montenegro les escribiera una carta, creyendo que era de verdad; pero al mismo tiempo constituye una realidad amenazadora, siempre rozando la delincuencia, a medida que transcurre el viaje se nos muestra un Brasil mucho más distinto: rural y pegado a las tradiciones, donde casi parece que no haya pasado el tiempo.

Estación Central de Brasil fue uno de los pocos éxitos internacionales del cine brasileño, junto con Ciudad de Dios, y aunque son muy distintas nos muestran que es un cine con muchas posibilidades, algo que comprendió muy bien Hollywood, ya que enseguida captó a sus dos directores. El director, Walter Salles, encontró al niño, Vinicius de Oliveira, en el aeropuerto de Río de Janeiro, cuando éste se le acercó para pedirle dinero para comprarse un bocadillo. Salles ya había hecho pruebas a un montón de niños, pero ninguno le convencía. Aunque el niño era muy importante, nada habría sido lo mismo sin la gran actuación de Fernanda Montenegro, que consigue hacer entrañable a un personaje de entrada nada agradable. Su relación con el niño es lo mejor de la película,algo que el director sabe perfectamente, y por eso no necesita echar mano de efectismos ni trucos de ningún tipo, y el final es el mejor posible. Aunque Dora tenía razón sobre cómo sería el padre de Josué, el viaje no ha sido en vano, y aunque sepa que el niño acabará olvidándola con el tiempo, al menos ha conseguido que ella le escriba una carta, cuando ella hacía muchísimo tiempo que no lo hacía por sí misma. (ya se sabe, en casa del herrero…), y además ha conseguido reconciliarse con su pasado. No está mal para un viaje.
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FREQUENT FLYER





Queridos padawanes, buenas noticias: gracias a la ONG falsa que se ha montado la Directrice con la excusa de lo de Haiti, hemos pillado unas perrillas gordas con las que engordar el presupuesto de la Linterna, y hemos aprovechado, como estaréis comprobando post tras post, para ir al cine. Nos está dando hasta para palomitas, tamaño infantil, eso sí. Venga, ¿cuál tocaba ahora?

Por si no quedó claro con “Gracias por fumar” y “Juno”, Jason Reitman ha reiterado con “Up in the air” su rotundo sorpasso a la carrera de papá, quien, de todas maneras, en las comidas familiares todavía podrá echarle en cara a su vástago el taquillón de sus “Cazafantasmas”. Pero nada más. Reitman jr. se está posicionando, lenta pero progresivamente, en una élite muy poco transitada, ni que sea por el desuso: la alta comedia. Después de pasar por el lápiz de Diablo Cody, Reitman vuelve a escribir para él mismo en esta adaptación de un libro de Walter Kirn, “En el aire”, el cual no tengo el gusto. Los puntos de contacto entre ambos guiones son más que evidentes, en particular en lo que se refiere a los personajes protagonistas. Tanto el comercial tabaquero de Aaron Eckhart como el curioso ejecutivo de George Clooney comparten una moralidad poco convencional (que les ayuda a la hora de mantener la lealtad a sus agresivos trabajos) y un carisma seductor inigualable que, en conjunto, provocan que el espectador los identifique claramente como los personajes positivos de sus filmes. Reitman se cisca, a través de ambos filmes, en los conceptos de nueva empresa derivados del feroz capitalismo que campa a sus anchas en la América procedente del legado Bush (junior y senior), y en el individualismo hipertrofiado que emana, inevitablemente, de esa corriente. Uséase, que está desarrollando, a través de sus películas, algo parecido a un discurso. Eso me suena a autor, y tiene mucho mérito hacerlo a través de la comedia.

Sin embargo, también hay diferencias entre ambos filmes, que van más allá de lo formal (“Up in the air” es más pausada, más elegante, menos exhibicionista en ese sentido). Recapituleichon: esta va de un ejecutivo de una empresa, Ryan Bingham (Giorgio), cuya labor es ser subcontratados por otras empresas para despedir a gente, y así ahorrarse el mal trago y posibles consecuencias indeseadas. Ryan es un profesional del viaje, y apenas pasa unos pocos días en su hogar de Omaha; de vez en cuando da conferencias en las que reafirma su filosofía de vida, consistente en no atarse absolutamente a nada ni a nadie, y vive, pues, en consecuencia: no tiene pareja, ni apenas contacto con la familia, ni casa que le hipoteque. Su existencia es tan volátil como el aire que sobrevuela, y su mayor objetivo es llegar a los diez millones de millas en sus múltiples tarjetas Frequent Flyer. Tal egocéntrica armonía se ve alterada por dos mujeres (as always). Una es una especie de alter ego femenino (Vera Farmiga) con la que va concertando, Netbook mediante, polvos hoteleros. La otra es una compañera de trabajo (Anna Kendrick) que ha aportado una idea revolucionaria: el despido por videoconferencia, lo cual dejaría en permanente barbecho a Ryan, y eso es algo que no le hace ninguna gracia, porque quebraría su volátil estilo de vida.

Así pues, “Up in the air”, por una parte, retrata con fina ironía ese universo corporativo absolutamente deshumanizado, pleno de jerga empresarial milimétricamente calculada, gélidas presentaciones de Powerpoint (jodido invento del diablo que sólo sirve para aburrir en reuniones y recibir emails chorra) y charlas motivacionales estúpidas que, todo en conjunto, transmiten una sensación de elegante vacío nuclear. Por otro lado, observamos a un producto humano de esa corriente, el personaje de Giorgio, quien, sin embargo, sobrepasado por su versión 2.0 encarnada en la novata, queda ante nuestra vista como el último reducto de humanidad, plasmado en la escena del primer despido por videoconferencia, y la mirada culpable de Ryan. Así, avanzando entre planos elegantes, escanas brillantes - descomunal la presentación del personaje, con sus hábitos de viaje - y diálogos bien escritos e interpretaqdos, la película va avanzando imperceptiblemente, casi en forma de road movie (más bien sería air movie), a través de las experiencias de los dos personajes principales, los dos ejecutivos, y manejando conceptos como la soledad, la familia, las necesidades vitales. Nimiedades.

Ocurre que en la recta final del filme, cuando se supone que la película ha de llegar a algún sitio, “Up in the air” pierde ligeramente el paso. O quizás lo perdí yo durante el visionado, que pudiera ser. El caso es que el tercer acto no parece llevarnos a ningún sitio en concreto, y algunas de las decisiones y actos de Ryan no resultan demasiado bien hilados, fuera de un cierto desprendimiento de egocentrismo. Algunos han querido leer un mensaje tradicionalista respecto a los valores curativos de la familia, pero tampoco creo que sea justo tachar a la película de Jason Reitman de conservadora; aunque, desde luego, no es tan definitiva, tan poderosa, tan radical como su opera prima. En cualquier caso, supongo que el problema es mío: si todo va como tiene que ir, lloverán nominaciones. Por las que, desde luego, habrá que alegrarse, qué coño. La ajada, violada y maltratada comedia, esa vieja señora a la que tan bien cortejaron los Hawks, Wilder, McCarey y Allen de turno, bien necesitada está de la llegada de un estiloso pretendiente como el señor Reitman hijo.

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DE OCHO Y MEDIO A NUEVE



A veces, lo que es enteramente personal se convierte en algo universal, al identificarse muchas personas con los sentimientos del artista. Esto sucedió con Ocho y medio, que Fellini utilizó para hacer un exorcismo de sus fantasmas interiores, en plena crisis personal y creativa, en el que Marcello Mastroianni se convirtió en su alter ego, aunque demasiado guapo para su gusto. Curiosamente dos de las versiones que han hecho han sido musicales: All that jazz, en la que Bob Fosse sustituyó a Fellini por sí mismo, aunque compartiendo sus obsesiones, a la que añadió una más: la muerte, y Nine, que ha tenido una larga trayectoria teatral, habiendo sido interpretada entre otros por Raul Julia y Antonio Banderas, y estaba cantado que tarde o temprano se llevaría a la pantalla. También estaba claro que, después del éxito de Chicago, Rob Marshall volvería a dirigir un musical.Pero, a veces, dos y dos no son cuatro. ¿Cómo es posible que se haya dado un batacazo tan grande una película que parecía que iba a ser un exito tremendo? Vayamos por partes.

Primero: aunque el reparto es sencillamente espectacular, precisamente ahora más que nunca la presencia de estrellas no es una garantía de taquillazo, ya que recaudan mucho más con películas basadas en los efectos visuales ( y no señalo a nadie en concreto), que además son más baratos.

Segunda, - y para mi prácticamente fundamental- :es que la mayoría de las canciones no son demasiado buenas, salvándose tan sólo Cinema italiano, con Kate Hudson (para mi la revelación de la película) y Be italian. Para que un musical sea verdaderamente grande, hace falta que coincidan varios talentos juntos: director, compositor, coreógrafo y actores. Y eso, amigos, es muy difícil.

Pero, aunque pueda resultar algo decepcionante, tampoco merece ser un fracaso, ya que tiene alicientes suficientes para justificar su visionado. El mayor acierto de la película es jugar con la nostalgia de una época muy concreta: la de la dolce vita, los chicos Martini, Cinecittà… cuando Europa venía a ser la pionera respecto a la progresía intelectual, y eso lo consigue con el vestuario, ambientación y música que suena de fondo en las escenas. Hasta la presencia de Sophia Loren viene a servir como homenaje a esa época.

También se ha de reconocer que es muy agradable ver a Daniel Day Lewis en un registro distinto al que nos tiene habituados, siempre tan atormentado, (algo de lo que Sean Penn y Christian Bale deberían tomar nota) y resulta estupendo verle sonreír, además consigue sin el menor esfuerzo darle el aire seductor que necesita el personaje; y si además está tan bien acompañado, mejor que mejor.

Si queréis una película mejor sobre el cine italiano de esa época, ahí está Dos semanas en otra ciudad, y si lo que buscáis es un musical parecido, tenemos All that jazz. Digamos que en el punto medio de las dos estaría Nine, y con ambas formaría un interesante programa doble, aunque no pudiera soportar la comparación, pero las complementa. O al menos vale la pena intentarlo.
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CÓMO TIRARSE A UN PIANO





Una de las pocas buenas noticias que han emergido de los cada vez más impresentables Globos de Oro es el premio a Jeff Bridges, actor imperial por quien en la Linterna sentimos especial debilidad, y que siempre ha parecido estar al lado de los focos más luminosos sin acabar de asomar del todo su expresivo rostro. Un ejemplo de ello fue su soberbia, majestuosa interpretación de un huraño perdedor con alma de pianista prostibular en “Los fabulosos Baker Boys”. Su trabajo es impecable, pero en la memoria colectiva quedará un vestido rojo llamado Michelle, desbordante de sensualidad, maullando “Makin' whoopie” mientras lubrica las fantasías del público y enerva el amor cortoplacista del hermano canalla de los Baker. Como dice uno de los comentarios al clip en Youtube, nunca pensé que se pudiese hacer el amor a un piano.

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LA EXTRAÑA PAREJA DEL 221B



Punto número uno: me encanta el Ritchie gamberro y divertido de Lock and stock y Snatch.
Punto número dos: desde siempre he sido una admiradora de Sherlock Holmes.
Ahora bien ¿pueden combinarse ambos puntos?. Pues, por extraño que parezca, si.

Antes que nada, hemos de partir de la idea de que Sherlock Holmes no es una adaptación fiel, palabra por palabra, a las novelas, sino una libre versión del personaje, casi con aires de cómic. Si se parte de ahí, se disfrutará más la película.

No hay duda que tiene el estilo de Guy Ritchie: escenas a cámara lenta o aceleradas, según la ocasión, sentido de humor, uso de la voz en off y hasta incluso el retomar escenas para volverlas a mostrar desde otro punto de vista. Tan sólo faltaría que los personajes dijeran un montón de tacos, pero no olvidemos que Sherlock es todo un gentleman.

Pero hay un montón de seguidores del detective a los que no hay que defraudar, de modo que hay las suficientes referencias a elementos de la saga como para que no se sientan decepcionados, aunque actualizándolos. Se prescinde de su uniforme habitual y se le convierte en todo un héroe de acción despachando golpesa diestro y siniestro, lo que no es una herejía tan grave, ya que Conan Doyle había indicado que Holmes era un magnífico boxeador. Asímismo –y sobre todo- se respeta la esencia del personaje: su enfermiza necesidad de tener la mente ocupada resolviendo casos, su gusto por el disfraz, su comportamiento alejado de las normas establecidas… sin olvidar su dotes deductivas, por supuesto. Robert Downey Jr. está pasando un gran momento y se siente a sus anchas con el papél, convirtiéndose en la piedra angular de la película.

Un nuevo Sherlock requiere un nuevo Watson (Jude Law), de modo que éste ahora es mucho más guapo (bueno, eso venía de fábrica), inteligente y decidido. Ya no es su inferior, sino su igual. Lo mejor de la película es la relación de ambos, llena de discusiones que hace que parezcan un viejo matrimonio, a lo que contribuye el buen entendimiento de los dos actores, con sus diálogos rápidos, como en los años dorados de la comedia.

Hasta el elemento que en un principio me daba más reparo de todos, la presencia de Irene Adler (Rachel McAdams), funciona mejor de lo que me esperaba, pues saben aprovechar bien al personaje y también hay una buena química entre ella y Holmes.

Parece que los argumentos sobre la fama de gafe de Madonna se están confirmando, ya que si Ritchie dio indicios de recuperación en RocknRolla, aquí parece seguir su línea ascendente. La franquicia parece asegurada, y los rumores de que Brad Pitt podría ser Moriarty en la continuación no hacen más que añadir leña al fuego, y al mismo tiempo confirmar por dónde van los tiros de esta nueva saga: un lifting en toda regla de los personajes ¿Sobrevivirán a ello? Elemental, querido Watson.
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CRÓNICA DE UNA DECEPCIÓN: EPISODIO III




La ruta 66


Decíamos ayer.

Strike-3: o tito Lucas daba con la tecla en el “Episodio III”, o se corría un serio riesgo de que el recuerdo mítico de la Santísima Trilogía quedara violado anal y definitivamente por este pack de precuelas. ¿Hubo bateo milagroso en el último minuto? La respuesta más ajustada sería: sí con reparos.”La venganza de los Sith” es, con diferencia, la mejor película de la Trilogía 2.0; si me apuran, resulta bastante más disfrutable que “El retorno del Jedi”, si no fuera porque ambos filmes vienen precedidos de estelas muuuuuuuuuy distintas. Sin embargo, la contumacia de Lucas en ciertos errores observados en los episodios I y II acabaron por ofrecer, con el paso ya de los años, una perspectiva común de esta nueva saga intergaláctica que le ha dejado un lugar en la historia muy poco digno.

Así muere la libertad. Con un aplauso atronador”. Esta frase es, no sólo la mejor de toda la Trilogía 2.0, sino, en mi opinión, de toda la Sacrosanta Saga. La pronuncia Padmé en el Senado Galáctico, mientras el canciller Palpatine (un Ian McDiarmid estupendo, el gran triunfador de esta saga), que acaba de anunciar la transformación de la República en un Imperio, es ovacionado ruidosamente por los políticos de los distintos universos. Es el culmen de una perfecta maniobra política del canciller que viene a significar lo más parecido a un discurso que jamás haya desparramado Lucas por su galaxia. Como comentamos en el post anterior, jóvenes padawanes, todo este tejemaneje de Palpatine viene a ser una referencia cristalina a diversos momentos históricos en los que la debilidad de sistemas políticos de índole democrática han permitido el paso, con excusas de tipo religioso o nacionalista, a regímenes autoritaristas. Nombrábamos a los césares romanos, a Napoleón y a algunos de los fascismos del siglo XX, con protagonismo doble de queso para Adolf Hitler, quien, recordemos, se instauró en el poder alemán a golpe de maquinaciones similares, para luego refrendarse en el gran corazón de toda democracia: las urnas. Además de la maquinación política, “La venganza de los Sith” muestra la maquinación “religiosa” (¿o qué creíais que era la Fuerza, por mucho midicloriano que se sacaran de la manga?), a través de la cual Palpatine pervierte al supuesto “elegido” jedi que va a traer el equilibrio a la Fuerza, Anakin Skywalker. Es curioso contemplar cómo Lucas no se esfuerza en proteger la imagen de los jedi, que en este “Episodio III” se muestran, aparte de bastante cegatos, manipuladores y fríos. Puede que sea una pequeña andanada contra el integrismo religioso, aunque no pondría mis manos sobre una espada laser para jurarlo.

Ah, sí, la película. Todos sabíamos que iba a ser la más oscura de todas, y el primer teaser, con ese Emperador dando paso (“Lord Vader: ¡RISE!”) a esa celebérrima respiración metálica, puso palote a medio mundo, que trataba de olvidar, una vez más, el horrendo pasado. El comienzo del largometraje está a la altura. La entrada en combate de las naves de Obi-Wan y Anakin a la batalla sobre Coruscant es espectacular, muy bien construida, y, por primera vez en la trilogía moderna, Lucas consigue impresionar al espectador. Quien haya visto “Avatar” habrá comprobado que James Cameron tomó buena nota de esta escena. Lástima que su desarrollo posterior, el rescate de Palpatine de las garras del Conde Dooku, esté tan estirado. Es la primera prueba de que el mal principal de los anteriores episodios sigue presente: George Lucas tiene serios problemas de escritura, no consigue dar con las medidas adecuadas (se podría decir que es un mal sastre), y tiene una preocupante tendencia al estiramiento injustificado de algunas set-pieces. La relación química entre Anakin y Padmé sigue sin funcionar en absoluto, lo cual, bien mirado, es un problemazo, porque esa relación es la clave del acercamiento de Anakin al Lado oscuro. De todas maneras, el definitivo protagonismo de Palpatine y su capacidad manipuladora, y el sentido trágico que impregna todo el filme, apartan de cualquier tipo de comparación de este “Episodio III” respecto de los anteriores.

Y la tragedia tiene un punto de partida y un número, el 66. Cuando Palpatine activa la orden 66, por la cual los clones empiezan a asesinar jedis a traición, Lucas se luce realmente en la dirección, y se nutre de su amigo Coppola, y de la colaboración inestimable del gran John Williams, para darle un sentido épico notable a la eliminación sucesiva de caballeros jedi, la cual, sin apenas solución de continuidad, da paso a la entrada en acción de un Anakin desatado y darthvaderizado que, fuera de plano, no duda en cargarse a todo niño que lleve dentro un jedi en potencia, una villanía inimaginable hasta entonces en la saga intergaláctica. La pelea final a sable láser entre Obi Wan y Anakin es un buen resumen de lo que es capaz de hacer Lucas y lo que no, la batalla es estupenda (gracias, en parte, al volcánico escenario de Mustafar), enérgica, adecuadamente montada junto a la de Yoda contra Palpatine; hasta que Obi-Wan suelta aquello de que “Anakin, tengo un bonus de +2 por suplemento de altura, ni apretando L2+O me puedes matar, así que dejémoslo aquí y abramos las pizzas” y está a punto de cargarse la escena. Si no es así es por la crueldad con la que Anakin se consume, mientras Obi se limita a recoger su espada láser (dato para engarzar con el “Episodio IV”) y dejarlo que se chamusque las rodillas.

El epílogo del filme deja sensaciones contradictorias: para el fan irredento es pluriorgásmico contemplar la creación de Darth Vader, percibir su respiración hueca, y escuchar a James Earl Jones (o a Tino Romero); o asistir al nacimiento y exilio de los gemelos Skywalker. Sin embargo, todo parece narrado a la velocidad de la luz, atropelladamente, como si, de repente, se hubieran quedado sin celuloide (mala excusa, teniendo en cuenta que está toda rodada en digital) y necesitaran meterlo todo en cinco minutos. Y eso incluye el fallecimiento mal explicado de Padmé y su apresurada elección de nombres para los gemelos... Sirva de redención, sin embargo, el precioso plano final de Owen y Beru, recién adoptado el bebé Luke, observando el rojizo paisaje que dibujan los soles de Tatooine. Un broche dorado para una trilogía que no lo fue.

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ESE DOLOR QUE NO CESA




Ahora que acaba de estrenarse Un tipo serio, recordemos que los Coen no siempre lo son. O brother partía por un lado como una original versión de La Odisea, y por otro pretendía ser un homenaje a Preston Sturges. Por si eso no fuera poco, le añadieron una estupenda banda sonora de lo más sureña. Esta fue la primera colaboración de George Clooney con los hermanos, en lo que se denomina la “trilogía de los idiotas", y si ya se le había comparado en varias ocasiones con Clark Gable por su humor socarrón, aquí con su bigotito aún lo recordaba muchísimo más; encima cantaba I am a man of constant sorrow y se disfrazaba de ZZTtop ¿puede pedirse más?
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CRÓNICA DE UNA DECEPCIÓN: EPISODIO II





La enmienda Jar-Jar

Tengo un mal presentimiento sobre esto”. Esta es una frase fetiche de la Sacrosanta Saga Galáctica, que se repite a lo largo de sus seis entregas, y que se podría aplicar perfectamente a la ojeriza que picaba los escrotos de los fans después del ñordo interestelar que acabó siendo el “Episodio I”. Sin embargo, la promesa de George Lucas de que esta segunda parte significaría lo que “El imperio contraataca” a la primera trilogía, y el optimismo inherente al alma de cualquier friki, permitieron una renovada expectación respecto al “Episodio II”.


El optimismo es un estado de ánimo muy hijoputa.


Y eso que tito Lucas reconoce en este film, implícitamente, algunos de sus errores, y trata de remediarlos. Su primera rectificación es la escritura del guión en sí, en la que, esta vez, se permite la ayuda de un tal Jonathan Hales, bastante conocido entre la familia Hales. Otro salto evolutivo es el menor grado de infantilización de la película (afirmar que es más oscura sería insultar a la mismísima oscuridad), que deriva en una tercera corrección: el escaso protagonismo del personaje más apaleado de “La amenaza fantasma”, Jar-Jar Binks, quien, sin embargo, se las arregla para ser el involuntario impulsor de las Guerras Clon y, por extensión, del futuro hundimiento de la República y del venidero reinado del malvado Emperador. Lo cual no deja de ser justicia poética, en cierto sentido. Por desgracia, casi nada de esto consiguió hacer repuntar un filme que, aunque tuvo una ligeramente mejor acogida que su antecesora, resulta incluso más aburrida. Y, además, un nuevo puching ball sustituyó a Jar-Jar en las miradas sangrantes de los fans: Hayden Christensen.

Aunque la corriente crítica opina lo contrario, a mí me parece que “El ataque de los clones” es incluso peor que “La amenaza fantasma”. Su ritmo es bastante más irregular, y este es un peso muerto que la abandona en el fondo de la ciénaga. Las escenas de transición, las que se supone que permiten avanzar la trama entre las de acción, son eternas, carentes de cualquier tipo de chispa narrativa, y encima no cumplen con su cometido, puesto que, en vez de desarrollar a los personajes, los redundan una y otra vez, a través de unos diálogos penosos, que harían devolver todos sus desayunos de los últimos quince años a Woody Allen, Eric Rohmer (QEPD), Aaron Sorkin o Juan José Campanella, grandes gurús del dialoguismo. La trama avanza a empujones, dejándose jirones de verosimilitud por el camino (¿alguien puede explicarme por qué intentan matar a Amidala al principio del filme?) y echando a perder una de las pocas ideas buenas que ha aportado Lucas en esta Trilogía 2.0, esa subtrama política con evidentes referentes históricos (desde los césares romanos hasta Hitler, pasando por Napoleón). La Orden de los Jedi reafirma la sensación que nos transmitía la primera entrega: mucho midicloriano, pero en realidad son tontos de baba, y los Sith se la meten doblada y sin vaselina una y otra vez; su estupidez papamoscas se resume perfectamente en la inamovible expresión bovina de Sam L. Jackson, que parece estar siempre posando para el Pensador de Rodin...

Como ya ocurriera con la primera entrega, el tedio y el desconcierto se apodera de todos los actores, algunos de ellos excelentes, que se ven obligados a recitar pasajes que rebajan su nivel interpretativo hasta sus tiempos de parvulario. Se ha echado muchísima mierda sobre Hayden Christensen, que en efecto parece un niño malcriado más que un futuro villano superpoderoso, pero su fracaso sólo sobresale más porque su personaje es más trascendente. Ewan McGregor se limita a intentar parecerse un poco (sin conseguirlo) a Alec Guiness, Cristopher Lee queda desaprovechadísimo como villano de esta entrega, y ni siquiera Ian McDiarmid puede salvar la función, porque aquí apenas aparece. En cuanto a Natalie Portman, que sale realmente guapa, hay que decir que sufre el mayor cataclismo del largometraje: la astrosa, ñoña, mal desarrollada, pastelosa, historia romántica de Padmé y Anakin. Todo un monumento a la arcada.

Hay multitud de “homenajes” en el diseño de producción de “El ataque de los clones”, desde “Blade Runner” hasta (ohdiosmío) “El quinto elemento”, pasando por cualquier película de romanos. Entre tanta fotocopia, el único hallazgo interesante es el tormentoso planeta Kamino, en el que Obi-Wan descubre por primera vez al ejército clon y a Jango Fett, el padre del futuro personaje-fetiche Bobba Fett. “Episodio II” es la primera película rodada enteramente en formato digital, pero eso no afecta en sentido positivo a la película, que en ocasiones parece un film de animación, y transmite cierta frialdad; en estas ocasiones, echo de menos los currados decorados de cartón-piedra que en la antigüedad (el siglo XX, señora, es la antigüedad. Snif) servían para tales propósitos. Aún así, la factura visual de “El ataque de los clones” acaba resultando más satisfactoria que la de “La amenaza fantasma”, lo cual no resulta suficiente para salvar una, otra vez, mala película. Llegados a este punto, la sensación de que la vieja magia, definitivamente, había desaparecido, flotaba en el ambiente. “El ataque de los clones” fue el strike-2, y a tito Lucas ya sólo quedaba un lanzamiento.
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MÁS DURA FUE LA CAIDA



Huston, el cineaste de los perdedores. Él seguro que no habría estado de acuerdo con Liza Minelli cuando dice lo de “Everybody loves a winner, so nobody loves me”, porque siempre mostró su simpatía por los desheredados de la fortuna, y uno de los mejores ejemplos de ello es Fat city.

La canción que sirve para empezar y acabar la película, Help me make it trough the night, sirve para ilustrarla perfectamente. Un boxeador retirado, Tully (Stacy Keach), conoce en un gimnasio a un joven, Ernie(Jeff Bridges, que entonces era un bollycao); cree que tiene posibilidades en el boxeo y le recomienda que vaya a ver al que fue su entrenador; al chico no parece entusiasmarle demasiado la idea, pero acaba yendo. A partir de aquí vamos siguiendo la historia de los dos por separado, aunque alguna vez vuelven a coincidir.

Tully tiene toda una historia a sus espaldas marcada a puñetazos en su cara, como demuestran sus cicatrices y su nariz. Se hundió cuando su mujer le abandonó, y desde entonces cayó en la bebida. Su sueño es recuperar a su esposa y volver a boxear, aunque ahora vive con Oma (Susan Tyrell), una mujer autodesctructiva que siente atracción por los hombres de otras razas.

Ernie es la “gran esperanza blanca” y pese a no gustarle el boxeo, ve en él una salida rápida para poder mejorar de situación económica (ya se sabe, en España además habría tenido la opción de hacerse torero o futbolista), pero nadie le habló de la soledad en los hoteles de mala muerte, de los calzones de boxeo manchados de sangre que debería compartir, de las cuchillas de afeitar en los guantes de boxear o de la sangre en la orina. Siempre lo digo, debería leerse la letra pequeña.

No hay la menor duda de que las simpatías de Huston se decantan por Tully y Oma, aparte de que ambos están magníficos: dos personas que se han equivocado una y otra vez, y sin duda seguirán equivocándose, pero siempre lo han hecho porque en ese momento creían que eso era lo que debían hacer, aunque tal vez no fuera lo correcto. Por eso Tully acaba confesando a Ernie que lo considera un “blandengue”, ya que siempre hace lo que le han enseñado que es correcto.

Dos escenas son de lo más reveladoras. Tras un combate del que ha resultado ganador, Tully sale del estadio, acompañado de Ernie y unos amigos, riendo y dispuestos a celebrarlo. Nada más marcharse ellos se van apagando las luces, y es entonces cuando sale el perdedor del combate, totalmente solo. La otra es la del final, cuando Tully y Ernie van a un bar y Tully contempla al viejo camarero que les ha servido. "¿Te gustaría despertarte pro la mañana y ser él? Antes de dar tumbos por la vida, prefiero irme directo al sumidero". Pero lo que no comprende –y el movimiento circular de la cámara muestra- es que él es igual que el camarero y que los demás que están en el bar. The winner takes it all , vale, pero ya podría dejar un poco para los demás, leñe.
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CRÓNICA DE UNA DECEPCIÓN: EPISODIO I





La variante matricial


Y llegó una noche, cercana ya la treintena, en que marcbranches abandonó, definitivamente, la infancia.


Y fue al salir de un multicine del extrarradio barcelonés, solo y descangallao a pesar de las hordas de zombies palomiteros que salían de la sala a su alrededor. Un señor con barba y papada le había violado dicha infancia, arteramente y sin ningún tipo de acompañamiento lúbrico. Una experiencia dolorosa e irreversible que necesita un exorcismo, al cual procedo, desde este mismo instante, en forma de arrojadiza trilogía patillera. Así pues, a los que la Santísima Saga, esencialmente, se la pela, ya pueden huir de la Linterna esta próxima semana me voy a sacar la trilogía galáctica moderna de encima con la misma facilidad con que Cher hace una visita al cirujano plástico. A los que crecieron, soñaron, maldijeron o vivieron, de alguna manera, con ella, pasen, lean y anoten sus quejas en el libro de visitas. Empecemos por el principio, que no por nada me llaman Marcbranches I el Ordenado.

Supongo que la pregunta que había que hacerse era “por qué”. Por qué George Lucas, quince años después de “El retorno del Jedi”, decidía volver a su glorificada creación, para contar los albores de Darth Vader, el villano de su space opera, y uno de los más grandes de la historia del cine. ¿Pasta? Eso siempre, pero por sí solo no es motivo: podría haberlo hecho diez años antes. ¿Necesidad de explicar la historia? Sí, pero ídem. ¿Un ego del tamaño de su rancho Skywalker? Bingo. Lucas necesitaba demostrar que seguía teniéndola más larga que nadie, y para eso esperaba a trasladar su “historia de Anakin” al cine a que la industria del CGI estuviera lo suficientemente desarrollada como para plasmar fielmente su visión. Ya había jugado con el juguete (y de paso tanteado al público) en los reestrenos retocados digitalmente de la Santísima Trilogía, un par de años antes. Eran unos pegotes infumables, pero a tito George le ponían cachondón. Así que se puso a trabajar en las precuelas, y específicamente en el “Episodio I”, con la esperanza de repetir el terremoto “epateur” de “Star Wars”, y ser de nuevo adorado y deificado, tanto por los ya adultos seguidores de la saga, como por (aighs) las nuevas generaciones de compradores de muñecos, quienes tendrían que cerrarse las bocas destornillador, de puro extasiados. George Lucas pretendía, definitivamente, caminar sobre las putas aguas. Pero no contó con dos variables que lo cambiaron todo. Una, que nadie (nadie= Frank Darabont o Lawrence Kasdan. Casi ná) se atrevió a escribirle un guión, temerosos de Dio... de no tener libertad creativa, y con razón; así, el libreto lo tuvo que parir el propio Lucas. Cagadalahemos. La segunda variable fue mucho más inesperada, y acabó de mandar al carajo la reentrada del tío Papadas en el hiperespacio histórico: dos meses antes de “La amenaza fantasma” se estrenaba una peliculilla de ciencia-ficción llamada “The Matrix”.

No seré yo quien eleve a los altares “Matrix”, pero es indudable que marcó un hito a la hora de tratar el CGI en el cine, con el celebérrimo efecto-bala y todo lo demás. La gente salía alucinada del cine, desollándose los cerebros con las pajas mentales pararreligiosas de los Wachowskis y despegándose las retinas de los párpados después de flipar con la propuesta visual, inaudita hasta entonces, del filme. No había ocurrido nada igual desde “Terminator 2” y su Robert Patrick de líquido metálico. Y apenas un par de meses después, llega Lucas y su “Episodio I” con todo su hype, su parafernalia, con todo el jodido universo pendiente del más mínimo detalle que salga a la luz sobre la película y... queda anticuada, sobrepasada, antes incluso de su estreno. Ojo, que no hablo de la calidad de la película (ahora iré a ello, Georgie, no te creas que te has librado). Me refiero a su entidad como salto adelante tecnológico y visual. Puede haber escenas mejor o peor hechas, pero casi nada de lo que ofrece “La amenaza fantasma” a nivel visual sabe a nuevo. Quizás con la excepción de un personaje enteramente creado por ordenador que interactúa con los actores. Por desgracia para todos, es uno de los personajes más odiados de la historia del cine, un tal Jar-Jar.

Lo cual nos lleva al otro meollo of the question. Vale, el CGI de la película (que, ojo, está muy bien, excepto un par de ocasiones que cantan más de lo deseable) no va a pasar a la historia; da lo mismo si el filme es bueno, Al fin y al cabo, es cine. Y, efectivamente, “La amenaza fantasma” es cine. Del malo. Ya he comentado que el guión es cosa de Lucas, y eso es un problema; su fuerte es la creación de universos, y las nimiedades literarias se la refanfinflan. No le gustan los diálogos, Lucas cree que el cine es esencialmente visual, y si algo se puede explicar con una imagen, sobra un personaje hablando. Tamaño simplismo (que refleja una estupidez artística insólita) es trasladado sin piedad al “Episodio I”, que está trufado de infantilismo trasnochado (la “ewokización” de Lucas continúa, y en esta película parece terminal), diálogos idiotas, escenas de transición aburridas y la sensación de hastío absoluto que transmiten prácticamente todas las interpretaciones, carentes de chispa ninguna, monótonamente mecánicas. Sólo se salvan dos actores que sí parece que se creen lo que están haciendo: Pernilla August (de “Las mejores intenciones” a esto, pero ella es una profesional. Y sueca) y el señor Ian McDiarmid, que empieza, desde ya, su toma de posesión como gran triunfador individual de la Trilogía Moderna. Pero eso hoy no toca.

Al film le salva algunas escenas - como la carrera de vainas o el circo de cuatro pistas final -, la banda sonora de John Williams, el carisma de R2D2, el teaser poster de ahí arriba, y esa frase del senador Palpatine al pequeño Anakin: “observaremos tu carrera con gran interés”. Y ya. Así tal cual, muchos de los fans de la Santísima Trilogía nos fuimos para casa con la sensación de que no podríamos sentarnos en un mes, pero con un mensaje en la cabeza creado por nuestras neuronas optimistas (esas grandísimas cabronas): “no pasa nada, aún quedan dos episodios”. Cagüenlosjodidosmidiclorianosenfiladeauno.
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FURIA CON TACONES (LEJANOS)




Poco a poco, parece que la sección de trailers se va convirtiendo en la de “películas que a saber cuando –o tal vez nunca- veamos”, de modo que vamos a añadir otra a la lista. Hace mucho tiempo que Sally Potter no dirigía una película, y Rage ha sido hasta ahora la última, sin que haya llegado a nuestras pantallas. Trata sobre un escolar que usa la cámara de su móvil para entrevistar a una serie de personas relacionadas con el mundo de la moda, que de repente se convierte en un asesinato ¿un cruce de Agatha Christie y prêt-à-porter?. En Berlín se esperaba con ganas, pero por lo visto no terminó de convencer. De todas maneras, ojo al reparto: Judi Dench, Dianne Wiest, Steve Buscemi, John Leguizamo y un Jude Law que sigue siendo un bellezón, tanto de hombre como de mujer. ¿A qué esperas para ficharle, Pedro?
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LA VIDA ES SUEÑO




Hace unos meses, cuando apareció en la red el primer teaser del próximo largo de Christopher Nolan (in Nolan we trust), “Inception”, hubo muchos comentarios entre la internetería sobre la posible similitud con un film de anime llamado “Paprika”, e incluso algunos, con el arrojo desinformativo habitual del medio, se apresuraban a afirmar que iba a ser un remake con personajes de carne y hueso. Aquí Mi Majestad, que por fortuna no ha perdido del todo la curiosidad cinéfila, decidió echarle un vistazo a esa película just in case the flies. Después de ver el primer trailer completo aparecido hace un par de semanas, y haber leído alguna que otra sinopsis no oficial destilada por determinados confines piratas, no me parece que haya ninguna cercanía entre ambos proyectos que justifique tamañas afirmaciones, aunque sí habrá, seguramente, puntos de contacto. Pero como muy pocos de misdesorientados padawanes linterneros habrán visto esta película, que resulta que es de muy buen ver, dígnome proceder a una pequeña cirugía del filme que quizás despierte la inquietud de algún lector. Probablemente no, pero el blog es mío y me lo f**** cuando y como quiero. Los asteriscos son propiedad de la Directrice (tan recatada ella), por cierto.

El primer caramelo del filme es que procede de los Estudios Ghibli, de los que acabaré creando una sección propia, porque ya llevo varios posts sobre sus películas. Por si alguno pensaba lo contrario, los Ghibli no son sólo Miyazaki, y sus tentáculos de anime japonés de calidad van mucho más allá del geniecillo barbudo. Ejemplo de tentáculo: Satoshi Son, responsable de productos de prestigio en el género tales como “Perfect blue” o “Tokyo Godfathers”. Su última película hasta el momento es “Paprika”, un inteligente, bello y elaborado largometraje que se enfrenta a un difícil reto, ya no sólo conceptual, sino estilístico: lograr la convivencia del realismo y el surrealismo sin que el sentido común se vea arrollado por el del ridículo, sin faltar a la inteligencia del espectador ni a algunas de las tradiciones más orientales del género. “Paprika” cuenta la historia del robo de un aparato llamado MiniDC que monitoriza y traslada los sueños de las personas a un plano tangible, en ordenador, con el fin de localizar los traumas de pacientes y facilitar sus terapias. Por supuesto, esta tecnología también permite entrar, manipular, hacer y deshacer en dichos sueños, así que resulta muy golosa para mentes maquiavélicas. La doctora Atsuko, una de las investigadoras del proyecto para una empresa privada, ha desarrollado una personalidad alternativa que se maneja en el submundo de los sueños, Paprika, la cual colabora con el detective Kogawa para tratar de descubrir quién está detrás del robo, y con qué fines. No, no es “Pesadilla en Tokyo Street”.

La película exige del espectador una atención permanente y máxima, porque no hay ningún código, ningún interruptor de guión que nos avise cuándo estamos en un sueño y cuándo en la realidad. Y, ojito al parche que la cosa se complica, cuándo en ambos. A veces es muy evidente, como en el arranque del filme, pero otras no tanto. Por si no ha quedado claro con este apunte y con la propia sinopsis, “Paprika” no es una película infantil. Hay un interés por explorar psiques atormentadas (la del detective), infantiloides (la del creador del aparatito, un jovenzuelo obeso, nerd e inmaduro llamado Tokita) y reprimidas (la doctora); especialmente esta última, a través de la personalidad juguetona, pícara y valiente de Paprika, su otro yo en el mundo onírico. Satoshi Son explaya este freudinismo a través de una pintura realmente acertada de los sueños de sus personajes, en los que sus traslaciones oníricas pueden hacer lo que se les antoje y ser quienes deseen ser, si tienen el control suficiente; algunas de las imágenes son perturbadoramente bellas -el sueño del detective en el pasillo, inquietante, y que es la escena que más comparaciones ha desatado con el trailer de “Inception”-, sin que en ningún momento se perciba un exceso de barroquismo (pienso en, por ejemplo, “La celda”). El plan del villano del film obliga a interconectar los sueños de los ciudadanos de Tokyo progresivamente, y esto se traslada, visualmente, a una jubilosa marcha colectiva de juguetes que no son más que esos ciudadanos que ni siquiera saben que están soñando, atrapados en ese universo onírico, al son de una música suavemente irritante, mientras sueltan alegres parrafadas sin sentido ninguno.

Cuando un par de párrafos más arriba hablaba de “las tradiciones más orientales del género”, me refería, esencialmente, al acto final de la película, y a esa manía de los japoneses de practicar el apocalipsis godzilliano en buena parte de su tradición fantástica. Qué afán por destruir edificios y ciudades, coño. ¿Será el trauma por Hiroshima? La resolución del final está un poco cogida por los pelos, y choca un poco con la elaboración funambulista del resto del filme, pero no desmerece el resultado último de “Paprika”, que además tiene el buen gusto (y el reto) de explayarse durante apenas 90 minutos, que pasan como un suspiro, y apagan posibles ataques de grandilocuencia. Aunque hay una más o menos velada crítica al peligro de desproporción del progreso tecnológico, no hay peligro de “empalagamiento por mensaje”. Hay, eso sí, un bonito tratado de soñología (en cuanto acabe el post voy corriendo al registro a patentar el palabro), en el que nos recuerdan, por si acaso lo hemos olvidado, que sí, que como decía Calderón de la Barca, la vida es sueño. Y viceversa.
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THERE WILL BE BLOOD



Ha llegado el momento de hablar de uno de los personajes más interesantes de las series de televisión de la actualidad. Muchos pensareis que me refiero a cierto yonki con cojera, pero no es así, sino a alguien mucho más complejo.

Dexter Morgan (Michael C. Hall) tiene la apariencia de ser un buen chico, trabaja con los forenses de la policía de Miami como especialista en sangre, es el hermano perfectode la deslenguada Debra (Jennifer Carpenter) y el novio atento y comprensivo de una mujer Rita (Julie Benz) que había sido tratada brutalmente por su ex marido. Parece alguien ideal, ¿no?. Tan sólo tiene el pequeño inconveniente de que es un asesino en serie, pero distinto a todos los que hemos conocido.

Dexter fue adoptado por un policía. Su padre no tardó en descubrir que el niño tenía instintos asesinos, pero en lugar de horrorizarse y apartarse de él tuvo una ocurrencia genial: ya que el niño tenía ese instinto ¿porqué no usarlo para algo útil? Así empezó a formarse lo que se llamaría el “código”. Sólo podría matar a alguien que realmente se lo mereciera y hacerlo de manera que no quedara ninguna prueba. La parte más dura del código es que implicaba que su comportamiento debía ser siempre ejemplar, para que nadie sospechara de él nunca. De este modo, un auténtico sociópata como él ha tenido que pasar toda su vida comportándose como un ciudadano modelo, aparentando sentimientos que no tiene, ya que no tiene absolutamente ninguno.

Aunque ha cometido multitud de asesinatos, cada temporada de la serie se centra en una de sus víctimas que por una razón u otra le cuesta mucho más de eliminar, pero –y eso viene a ser lo mejor de la serie- con los que llega a tener un entendimiento que sabe que no puede tener con otras personas.

La primera de las temporadas fue la mejor, el contraste entre la soleada, colorida y hortera Miami con el mundo de Dexter, oscuro y sangriento funciona muy bien, así como el que se crea con lo que hace y lo que dice su voz en off, ya que él nunca dice lo que piensa. Además, el suspense del asesino del furgón de hielo mantiene en vilo al espectador hasta el último episodio. A partir de la segunda temporada la cosa decayó, al igual que en la tercera, pero lo mejor seguía siendo la relación de Dexter con sus víctimas principales: una mujer que le ama como és, o un amigo con el que puede compartir sus secretos. Pero al final el código se imponía sobre todo. El uso del “fantasma” del padre de Dexter es un recurso demasiado fácil e innecesario para una serie de esta envergadura, pero afortunadamente no terminaba de estropearlo todo.

Y llegamos a la cuarta temporada. Parece que entendieron la importancia que tenía el que el antagonista de Dexter fuera un personaje de peso y lo interpretara un actor conocido, de modo que subieron el nivel de la tercera con Jimmy Smits y buscaron a John Lithgow para que interpretara a Trinity, el más peligroso y astuto de los asesinos con los que se ha encontrado, y cumplió el encargo a la perfección. Trinity es cómo podría acabar siendo Dexter con el paso del tiempo: un asesino despiadado que se esconde bajo una impecable imagen de hombre de familia, y a diferencia de el asesino de la camioneta de hielo sabemos quien és desde el primer momento. Una retorcida comida de Día de Acción de Gracias fue una de las mejores escenas de la temporada y una buena muestra de por dónde iban los tiros de la historia. El momento en que Dexter y Trinity por fin se encuentran cara a cara, cuando por fín éste último ha descubierto su auténtica identidad también fue uno de los más memorables, poniendo los pelos de punta con ese enfrentamiento entre dos asesinos tan parecidos y -sin embargo- tan distintos.

Llegamos al último capítulo. Batió el record de audiencia de todas las temporadas, y el sorprendente final corrió de boca en boca de todo el mundo. Nosotros seguimos teniendo una gran duda: ¿Realmente Dexter es el asesino despiadado e insensible que parece, o -finalmente- el uso de la máscara está haciendo que los sentimientos que finje poco a poco se estén volviendo reales, convirtiéndose en todo un padre de familia? El "oscuro pasajero", como suele llamarlo es un inquilino que no se va tan fácilmente, y el final lo ha puesto difícil.
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OBERTURA EN PECADO MAYOR




¿Cuál es la mejor manera de empezar el año? ¿Sentándose delante de la lista de buenos propósitos de Año Nuevo que escribimos el otro día en el ordenador? Venga, repasemos todos juntos:


- Empezar a hacer una dieta sana y equilibrada. Eso significa que mi frenética contribución a la extinción del cordero lechal de estas fiestas deberá de ser compensada con, aproximadamente, tres años de desayunar, comer y cenar coles de Bruselas y yogures de broccoli. Al peo.

- Dejar el alcohol. Vale, lo dejaremos. En el estante de arriba.

- Hacer deporte. No, este sí que pienso cumplirlo. Me he pedido para Reyes el PES y el NBA 2K10 de la pleiestaichon tres. Joder lo que voy a sudar.

- Leer el “Ulises” de Joyce. Creo que prefiero repensarme lo de la dieta.

- Empezar a ver el “Sálvame de luxe” para así tener conversación en el trabajo. OK, pero con el “mute” en posición ON. Es un buen propósito, no sadomasoquismo.

- Aprender a esquiar: yo también quiero “subir a Baqueira-osea”. ¿Alguien sabe si se puede aprender online?

- Acabar de ver, de una puñetera vez, “Carnivále”. Es que no puedo con Nick Stahl, no puedo...

O también se puede empezar el año, coherentemente, con unos títulos de crédito iniciales. Y unos de los más celebrados de los últimos lustros son estos de Kyle Cooper (aunque gran parte de culpa la tiene esa sintonía que suena como uña chirriante en pizarra, cortesía de Nine Inch Nails) para “Se7en”, en los que se nos muestra el carácter compulsivo y malrrollista del filme de David Fincher y de su clamoroso villano; aunque también podría ser una grabación de marcbranches escribiendo sus felicitaciones de Año Nuevo, si se vieran los ratones descabezados que suelo adjuntar a las mismas...

Empieza, pues, la película del año 2010. Me gustaría ser más optimista.
 
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