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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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EN EL NOMBRE DE ALFRED


Once upon a time in Hollywood, cuando se les metía en la cabeza hacer un producto comercial, de esos que teletransportan a los consumidores desde sus casas a las salas de cine, pensaban en formulismos como “vamos a arrejuntar a Audrey Hepburn y a Cary Grant por primera vez”, y se lo daban a, pongamos por caso, Stanley Donen. Y este, en lugar de dirigir la película con una mano y cobrar los talones con la otra, iba y se marcaba, pongamos por caso, un homenaje a Alfred Hitchcock. En resultas de lo cualo, el producto comercial saliente de todo ello era una cosa del nivel de, pongamos por caso, “Charada”. Hoy en día, cuando a Jolibud se le mete en la cabeza hacer un producto comercial, de esos que etcétera, piensan en formulismos como “tiene que haber más explosiones y más tetas que en la primera parte”. Doy por sentado que no es menester que desarrolle el resto de la fábula.

Stanley Donen sentía profunda admiración por tito Alfred (lo que le emparenta directamente con su ilustre contemporánea Alice la Directrice), en particular por películas como “Atrapa a un ladrón” y “Con la muerte en los talones”. Así que, cuando Universal presentó este proyecto, no tuvo ninguna duda. Eso sí, “Charada” no es una fotocopia de un thriller de Hitch, ni mucho menos. Tiene personalidad propia; de hecho, se la podría definir como comedia romántica de suspense, gracias, por encima de todo, al guión de Peter Stone, repleto de diálogos punzantes a medida de sus protagonistas. Protagonistas que azuzan el término “comedia romántica” de la definición de género, y cuya reunión en este film resultaba todo un acontecimiento. Nunca habían trabajado juntos, algo no tan extraño si tenemos en cuenta sus 25 años de diferencia de edad; una línea de diálogo de “Charada” hace implícita referencia: - “Olvidas que soy viuda”. - “También lo era Julieta, y tenía 15 años”. - “Yo no tengo 15 años”. - “Ese es el problema. Eres demasiado mayor para mí”. Ya habían tenido la ocasión de trabajar juntos antes, en “Vacaciones en Roma”, pero Grant rechazó el proyecto. Como condición para participar en “Charada”, impuso que el personaje de Hepburn tuviera el arrojo necesario para perseguirle sentimentalmente. Lo cual, desde un punto de vista feminista, no sé cómo definirlo.

Colocadas las piezas, a Donen le queda el trabajo de completar el puzzle, y a fe que lo consigue. “Charada”, la historia de una recién enviudada que descubre que su difunto marido, no sólo era mucho más de lo que parecía, sino que se había guardado en algún sitio 250.000 dólares y hay gente dispuesta a matar para encontrarlos, es un film de ritmo notable y sostenido, elegantemente filmado (elegancia, todo hay que decirlo, en la que mucho tiene que ver la atmósfera parisina), viperinamente embaucador a la hora de hacernos tragar con diversas ruedas de molino, mcguffin postal incluido, y excelsamente acompañado por una banda sonora característica del gran Henry Mancini. El viejo Stan se luce en algunos planos (ese Grant en la penumbra de la vacía habitación de Audrey), y mantiene firme el timón del guión repleto de giros de Peter Stone. Como decíamos, los diálogos son afilados, lo cual facilita el trabajo de Cary Grant, que los arroja como nadie; por lo demás, el ya mayorcete (60 tacos cuando se filmó la película) y legendario actor, y guarden los integristas del clasicismo los machetes, peca de cierta rigidez interpretativa, a pesar de las diferentes capas (y nombres: hasta cuatro) de su personaje. No así la mítica Audrey Hepburn, que aporta la ingenua naturalidad y la caprichosilla elegancia de un personaje que, de alguna manera, mantiene cierto aroma de Tiffany's. Nadie como ella vestía un Givenchy.

No hay buena comedia sin buenos secundarios, y “Charada” gasta unos cuantos, gracias al buen hacer de Stone a la hora de dibujarlos con cuatro trazos, y al del reparto elegido: el trío de facinerosos de segunda que van detrás del cuarto de millón de dólares, encabezado por un amenazador James Coburn (esa escena con las cerillas) y continuado por Ned Glass y George Kennedy, se ganan al espectador desde su primera y bizarra aparición en el funeral del difunto sr. Lampert; Walter Matthau, capaz de provocar la sonrisa con una simple mirada, no necesita esforzarse; pero reconozco cierta debilidad por el gabachísimo inspector Lapierre (Dominique Minot), incapaz de entender a esos locos americanos con tendencia a asesinar a personas con pijama.

Es curioso. “Charada”, que desde un punto de vista actual podría verse afectada por su ingenuo romanticismo, aguanta a la perfección el paso del tiempo,a pesar de que no es, desde luego, una obra maestra, y tampoco quiere serlo. En cambio, su secuela, rodada hace un par de años por el otrora visionario Jonathan Demme, y que en su momento ya apaleó convenientemente la Directrice, huele a puro geriátrico. Pretende ser moderna, pero es vieja de espíritu. Las jodidas secuelas, que suelen dejar ídems en la masa encefálica de los espectadores...

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TENGO, TENGO, TENGO (TU NO TIENES NADA)




En esta sociedad consumista en la que vivimos, donde “tanto tienes, tanto vales”, no está de más que de vez en cuando alguien nos recuerde las cosas que realmente son importantes, pero no sabemos apreciar. Por eso, cuando en la versión de Hair de Milos Forman, unos hippies irrumpen en una fiesta de etiqueta, el cabecilla de todos ellos, Berger (un pletórico Treat Williams), con su interpretación de I got life les deja a todos bien claro que ellos también son ricos, y da toda una lección de anatomía, sólo comparable a otra, describiendo sus posesiones (fascinando a la niña pija de turno, of course). La estupenda y pegadiza música, junto con la inspirada coreografía de Twyla Tharp hicieron el resto. La próxima vez que digáis que no tenéis nada antes pensároslo bien. Let the sunshine in.
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EL ÚLTIMO URBANITA



En una culturalia en la que cada vez más se venera y se pontifica el mestizaje, el cruce de caminos y la dispersión estética, reconforta encontrarse, de vez en cuando, con autores cinematográficos con estilo propio, de aquellos que, en cuanto un ojo mínimamente cinéfilo ve un par de escenas, sabe identificar a la perfección. Michael Mann es uno de ellos. Un director capaz de retratar las grandes urbes como nadie, con particular querencia por los neones (sin la tendencia al empalague de Tony Scott) nocturnos, las bandas sonoras electrónicas, los personajes masculinos solitarios y de fuertes valores morales, y, por qué no decirlo, cierta grandilocuencia; casi absolutamente fiel al director de fotografía Dante Spinotti y adicto, últimamente, a la cámara digital, el cine de Mann, seco y profuso en silencios y primeros planos, tiene marca de fábrica. Su formación en televisión lo acabó convirtiendo en involuntario gurú de la estética ochentera, a través de la serie “Corrupción en Miami”; sin embargo, enseguida trascendió dicha pátina, para acabar realizando algunas de las mejores películas de los años noventa.

Desde el inicio de su carrera, estaba claro que su género por excelencia iba a ser el policíaco. Fue guionista de algunos episodios de “Starsky & Hutch” y director de algunos otros de “La mujer policía”, dos de las series más características de los setenta. De ahí a una película llamada “Ladrón” - una precursora de “Heat” con James Caan y, quealguienmearranquelosoídosconunaespátula, Tangerine Dream -, había sólo un par de pasos. Pero Mann tiene alguna cuenta pendiente con la televisión, y vuelve para participar en la producción de una serie de polis llamada “Miami Vice”. Aunque nuestro héroe no es ni creador del show ni director de ninguno de los episodios (sólo participa directamente, como guionista, en uno), sólo hace falta ver medio capítulo para entender que Mann es el pintor de la estética de la serie. Por tanto, es culpa suya que todos los adolescentes de 15 a 60 años de aquella época quisiésemos vestirnos con americanas de lino con hombreras, pantalones de pinzas en los que cabían cuatro piernas, y náuticos sin calcetines (aún tengo llagas en los pies). La producción de “Miami Vice” no le quita tiempo para el cine, y Mann pergeña una película de presupuesto ajustado que, algunos años después, Anthony Hopkins convertirá en histórica.

La película es “Manhunter” (que, en España, en un arranque de genio filológico-traductor, se llamó “Hunter”), y se trata de la adaptación del best-seller de Thomas HarrisDragón Rojo”, cuya secuela también sería llevada al cine, con el título de... “El silencio de los corderos”. “Manhunter” es recordada por su deliciosa estética ochentista, por la abominable banda sonora, y porque a Hannibal le apellidan Lecktor, que supongo que sonaba más villanístico-bwuahaha. Bueno, y porque es la primera aparición de Grissom. Michael Mann se descubre como uno de esos autores obsesivos y minuciosos, de los que se toman su tiempo, y no es hasta 1992 que realiza su siguiente película, en la que da un considerable salto de calidad, y no sólo formal. “El último mohicano”, aparte de consolidar a Daniel Day-Lewis y de demostrar que Mann no sólo se atreve con los paisajes urbanos, sino que retrata como nadie la salvaje naturaleza, se cuela en las retinas y los corazones de muchos espectadores, y se convierte en uno de los largometrajes más recordados de aquella época. Pero no tanto como el siguiente.

Heat” podría haber sido, simplemente, aquella película en la que se juntan Robert de Niro y Al Pacino; quizás mucha gente, a la hora de ir al cine a verla, sólo pensaba en eso. Michael Mann consiguió que la reunión de esos dos dinosaurios fuese un simple eslabón más en uno de los engranajes fílmicos más maravillosamente encajados de la década, un referente absoluto del género policíaco que ha influenciado a todo el que, detrás de ella, ha intentado hace una película de polis y ladrones. Ya la comenté en su momento y no me extiendo: tan sólo pregúntenle a Nolan por ella. El reconocimiento “académico” que no recibió “Heat” fue a parar, unos años después, a “El dilema”, drama tabaquero “based on real facts” multinominado que confirmó que Mann, aparte de su cuidado esteticismo, sabía dibujar personajes masculinos de alma solitaria como nadie. Volvió a pisar la alfombra roja con el biopic “Ali”, aunque sólo para acompañar a Will Smith. Aunque es un buen film, en este caso pesa más la grandilocuencia que la estética (esta vez no estaba Spinotti), y el retrato de Cassius Clay, a pesar del encomiable esfuerzo de Smith, se queda en la superficie. Tres años después, el director americano se zambulle a neón descubierto en el mundo de la cámara digital en “Collateral”, un thriller nocturno (género del que se puede considerar inventor a Mann) que consolida a Jamie Foxx y consigue que Tom Cruise no haga el ridículo haciendo, por primera vez, de villano oficial de un film. A pesar de pintarse el pelo de gris.

Cuando se anunció que Michael Mann iba a dirigir la versión cinematográfica de “Corrupción en Miami”, quien más quien menos empezó a hiperventilar. Hasta que salió una nota de prensa en la que decía: “Colin Farrell será Sonny Crockett”. La reacción de la cinefilia fue la que cabía esperar: ¡¡¡¿PERO QUÉ COJ...?!!! Los peores temores se cumplieron, y “Corrupción en Miami” es, seguramente, la peor película de Michael Mann. Personajes planos y apagados, trama confusa y carente de interés, y una de las relaciones sentimentales más anticlimáticas que se han podido ver en pantalla, la de la diosa Gong Li y el mastuerzo de Farrell. Por no hablar de Luis Tosar, que pasaba por allí intentando poner cara de malo (y fracasando: pone cara de muñeca hinchable). Así pues, esperamos con expectación el siguiente proyecto de Mann, ese “Public enemies” con Johnny Depp, Christian “multiusos” Bale y Marion Cotillard cuyo trailer promete, pero deja dudas acerca de la idoneidad de la cámara digital en una película ambientada en los años veinte. Un trailer que, por otra parte, no necesita ningún rótulo con la leyenda “directed by Michael Mann”. Sus imágenes son, una vez más, su firma.


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EL COLECCIONISTA DE RECUERDOS





Un nuevo caso de actor que se pasa a director sorprendiendo a propios y extraños. Lieb Schreiber no ha conseguido demasiada fama por sus interpretaciones, siendo conocido sobre todo por ser quien se beneficia a Naomi Watts, pero llegó Todo está iluminado y las cosas han cambiado. Un debut de lo más prometedor.

Jonathan (un Elijah Wood convertido en la imagen de Clark Kent) es un muchacho con una afición un tanto peculiar; se considera “coleccionista” y tiene una pared llena de bolsas que contienen los objetos mas insospechados porque le recuerdan a una persona o un momento concreto. Las hay con una dentadura postiza, un puñado de tierra, gafas, una patata…Su última adquisición ha sido una foto antigua de su abuelo, que acaba de morir, en la que aparece con la que fue su esposa en Ucrania, a quien tuvo que abandonar debido a la II Guerra Mundial. En el reverso de la foto hay una inscripción: Trachimbrod. Al igual que el Rosebud de Ciudadano Kane, Jonathan empieza una frenética búsqueda para descubrir el significado de esa palabra. Ya en Ucrania, contrata a un guía-traductor para que le ayude, Alex (Eugene Hutz), un joven aficionado al hip-hop y defensor a ultranza de la cultura negra, y el abuelo de éste (Boris Leskin), que se cree ciego, lo que ha trastornado a su perro lazarillo Sammy Davis Jr. Jr.(no, no me he equivocado escribiendo), les hace de chofer.

En una mezcla de diferentes estilos, que nos lleva de la road movie a los films bélicos, pasando por la comedia, Schreiber nos habla de la importancia de la memoria histórica, y no lo hace de una manera pretenciosa, sino divertida y entrañable, a través de unos personajes excéntricos, una fotografía cálida y vistosa con momentos de gran belleza como la mágica aparición de una casa rodeada de un campo de girasoles, un acertado uso del color para las escenas del pasado, especialmente un decisivo flash back, y una estupenda banda sonora sumamente alegre. Destacaría la genial introducción del personaje de Alex, divertidísima, así como algunos diálogos. Aquí tenéis una pequeña muestra de por donde van los tiros, en este diálogo entre Alex y Jonathan:

-¿Haces sexo a menudo con chicas americanas?
- No demasiado
-¿Qué quieres decir con “no demasiado”?
- No soy un sacerdote, pero tampoco soy John Holmes
- He oído hablar de John Holmes. Tiene un pene de primera.
- Si, lo tiene.
- Todos los ucranianos tienen un pene así.
- ¿Las mujeres también?


Para que luego digan que el cine no fomenta el turismo.

Aunque todos los actores están muy bien, empezando por un convincente Elijah, el que destaca sobre todos es Eugene Hutz como Alex, que se apodera de todas las escenas en las que aparece (con permiso de Sammy Davis Jr. Jr., claro)

Curiosamente,Schreiber está muy preocupado por el tema de la memoria, es hijo de inmigrantes de la Europa del Este y de joven se dedicó a coleccionar objetos, así que no es de extrañar que enseguida estuviera fascinado por la novela en que se basa e hiciera el guión. Creo que valdrá la pena seguirle la pista como director.
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ORSON WAYNE


Ojalá hubiese sido cierto. Quizás habría cambiado la historia del personaje, quizás no hubiese existido el Batman de Frank Miller o el de Christopher Nolan. Hace unos años circuló por internet el bulo de que Orson Welles había iniciado gestiones, en los años 40, para llevar al cine "Batman"; muchísimo internauta de mente fácil y calenturienta picó el anzuelo. Anzuelo cortesía, por cierto, del guionista de cómic Mark Millar, que aquel día debía de estar de humor. Tampoco es una idea tan marciana: Welles había interpretado a The Shadow en la radio, y siempre había mostrado su admiración por el mundo y la estética del cómic. Tiempo después, un youtubófilo con mucho tiempo libre y cierta querencia por los clásicos editó un falso trailer de lo que hubiese sido un tsunami cinematográfico: un "Batman" en modo vintage, con Orson interpretando al Caballero Oscuro, a Marlene Dietrich como Catwoman, y a Edward G. Robinson como Pingüino. El video, dividido en dos partes (la segunda la tenéis aquí) por cuestiones de espacio, es magnífico, toma extractos de películas de Welles entremezcladas con escenas de los seriales de Batman de la época, y demuestra conocimiento del universo batmaníaco; por estar, está hasta la gestación de Robin después del asesinato de sus padres en el circo. Aunque el gran guiño(l) es la aparición de Conrad Veidt, en su caracterización en "El hombre que ríe", la cual fue la verdadera inspiración de Bob Kane -bueno, no exactamente de él, pero este ya sería otro asunto- para crear el personaje del Joker.

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LA ISLA MISTERIOSA



No infravaloremos la capacidad de las películas o series de crear seguidores acérrimos, eso no es fácil de conseguir. Desde Star trek, ninguna serie de televisión había tenido tal número de fans, que se saluden diciendo “Namaste” o se sepan de memoria una lista de números, por mencionar dos ejemplos. Efectivamente, estoy hablando de Lost, la serie más adictiva que ha habido hace muchos años en la pequeña pantalla. En Internet han corrido ríos de tinta intentando dar explicación a los numerosos interrogantes de la serie, y no me refiero a los más lógicos tipo: ¿cómo es posible que Hugo esté cada vez más grueso? ¿acaso las mujeres dejan de tener la menstruación al estar en la isla?, sino a las del tipo ¿quién -o qué- es Jacob? ¿que es el humo negro? ¿porque tiene cuatro dedos la estatua? La verdad es que puede ser sumamente divertido romperte la cabeza haciendo teorías sobre todo ello, y es uno de los principales alicientes de la serie, haciendo que la apofenia llegara a extremos increibles

El responsable fue J.J. Abrams, uno de los principales gurus de la televisión, que mira-por-donde es quien ha dirigido una nueva entrega en cine de Star Trek, que ha convencido tanto a crítica como a público y ha renovado por completo la saga. Pero dejemos el espacio exterior y volvamos a la isla. Porque el principal protagonista de la serie es “la isla”, ese extraño lugar donde se estrella un avión, el Oceanic 815, procedente de Sidney. En ella puede ocurrir de todo: encontrarse con osos polares en plena zona tropical, muertos resucitados, curaciones milagrosas, una criatura de humo negro…

Poco importa alguna que otra ida de olla, uno no puede menos que preguntarse ¿qué toman los guionistas o que extrañas y maquiavélicas criaturas son, capaces de imaginar tramas tan rebuscadas? Porque funciona, vaya si funciona. Por cada interrogante que se resuelve, se abren tres más, y el espectador queda totalmente enganchado para el episodio siguiente.

Si el esquema de la primera temporada era sobre todo el realismo, y un flash back por capítulo en la que cada uno de los pasajeros del avión recordaban hechos del pasado, que sirvió para crear la leyenda urbana de que “la isla” era una especie de limbo donde los personajes tenían la oportunidad de intentar solucionar los errores del pasado; a partir de la segunda temporada las cosas se fueron complicando, aparecieron “los otros”, y “los otros-otros” (aka “los hostiles”), y en uno de los episodios más memorables un primer flashforward nos dejó a todos boquiabiertos ¿what the fuck?

En las siguientes temporadas se han usado tanto los flashblacks como los flashforwards, y ya empezaba a quedar claro que la única opción posible para dar una explicación a todo ello debía de entrar en el campo de la ciencia-ficción. La isla ya no era una isla desierta, sino que parecía más concurrida que una parada de metro en hora punta, con los supervivientes, los otros, y los otros-otros. La quinta temporada nos ha dejado con un excelente episodio doble lleno de incógnitas (para variar), que nos hacían replantear toda la historia desde el comienzo, dejándonos con unas ganas tremendas de que vuelva la serie. La próxima temporada, que será la última, será cuando todos los interrogantes queden resueltos. Pero yo tengo mis dudas ¿seguro que no se guardarán un as en la manga para el final?
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MY GENERATION




Es curiosa la marea, cómo se mueve según sople el viento. La muy bastarda. Hace un par de semanas se estrenó en Sssssspain, de una manera inexplicablemente subrepticia, la segunda película como director de Richard Curtis, “The boat that rocked”, que, debido a la absoluta imposibilidad de traducción literal al castellano, se ha titulado celtíberamente como “Radio encubierta” - con lo que, en vez de un significado triple, nos quedamos con uno doble: lo explica perfectamente “La navaja en el ojo” en su blog -. Richard Curtis, por si a algún púber padawan no le hacen tilín las orejas, es una especie de gurú-o-asín de la comedia audiovisual británica. Y si no, repasemos, a Match 3, su carrera.

Curtis empieza en televisión con una asociación que pasará a la historia del medio: Curtis + Rowan Atkinson. Uséase, “The Black Adder” y “Mr. Bean”. Su prestigio regurgita y se multiplica, por lo cual su siguiente paso es el cine, en el que, bajo la dirección del veterano Mike Newell, inventa un nuevo género: la comedia-con-Hugh-Grant. “Cuatro bodas y un funeral” es el gran sleeper de ese y varios años más, y un referente en los comediómetros de la industria. Curtis es la única elección posible para escribir a Bridget Jones, y revienta las taquillas con película y secuela. El siguiente paso es la dirección, y vuelve a comerse el mundo con “Love Actually”, la película favorita de las mujeres cuya 2ª película favorita es “Pretty Woman”. Y sin embargo.

Y sin embargo, su último largometraje, que además del propio gancho de Curtis goza de un reparto extraordinario, cameos incluidos, ha pasado poco menos que de puntillas, no sólo en España, sino en la propia Gran Bretaña, en la que apenas lleva 6 millones de libras recaudadas, según Imdb. Compárese, sin ir más lejos, con su anterior guión, “Bridget Jones: Sobreviviré”, que sobrepasó los 35 millones de esterlinas. ¿Tan poco gancho ofrece un filme sobre música de los sesenta? ¿Influye el hecho de que sea la primera comedia no romántica (con todos los matices que se quiera) de la carrera cinematográfica de Curtis? Para España, voto por la a); en el caso de Uayomini, me decanto por la opción b). En todo caso, proclamo, el ninguneo es injusto. “Radio encubierta”, con todas sus fallas, es una comedia entretenida y honesta, sin demasiadas pretensiones, que más se disfrutará cuanto más fan uno sea de la música sesentera.

Una narración escrita inicial nos sitúa en contexto: en 1966, un comando compuesto por cuatro de los mejores hombres del ejército americ... ay, no. Disculpen, es que hay noticias que afectan a la sensibilidad de uno. Decía que en 1966, sólo existe una radio con licencia, la BBC, que sólo emite dos horas a la semana de música. Varias emisoras piratas sobreviven emitiendo desde aguas internacionales, entre ellas, Radio Rock, que se pasa el día programando la música más actual (y ahora parezco un jingle de Los 40), a través de sus variopintos DJ's y el excéntrico dueño, que recibe la inesperada visita de su adolescente hijastro, al que, por descontado, la experiencia le va a cambiar la vida. Aunque en un principio pueda parecer que estamos ante un retrato generacional más o menos realista, lo cierto es que esta película está muy alejada de esa intención. “Radio encubierta” mantiene las constantes vitales, y vitalistas, del cine de Curtis (tanto de su pluma como de su cámara). Optimismo en vena, joie de vivre salpicada por situaciones de dramatismo solvente, y personajes cincelados con espátula afilada, que enseguida calan en la corriente empática del espectador. La película fluye con agilidad, y, a pesar de que su duración es algo más de lo que recomiendan los cánones del género, se pasa con dinamismo. A pesar de que la excelente banda sonora sesentera es absoluta protagonista, hasta el punto de que varias canciones describen perfectamente las escenas que acompañan (e incluso nombres de personajes, como “So long, Marianne”), no fagocita el film, que descansa en los hombros de sus actores, los auténticos motores del largometraje. Richard Curtis no arriesgó a la hora de repartir papeles, y todos se lucen en registros muy cómodos para ellos, desde el gran Bill Nighy haciendo casi de sí mismo, pasando por los inevitables Rhys Ifans y Nick Frost; y acabando por dos tipos que no tienen registros cómodos, porque los dominan casi todos: Phillip Seymour Hoffman, que sería capaz de interpretar a una prostituta de barrio bajo parisiense del siglo XVI (y clavarla), y Kenneth Branagh, que no sólo interpreta el papel más paródico (el bigotito y algunas erres sospechosamente germánicas son muy poco sutiles), sino también el más divertido, de puro cartoonesco, casi equiparable al Coyote o a Pierrenodoyuna.

La gran pega de este film es su falta de hilo argumental. “Radio encubierta” es, más que nada, una película de sketches, en ocasiones repetidos, apenas engarzados por la confrontación con el personaje de Branagh, que aparece y desaparece con demasiada aleatoriedad. Sorprendentemente, tampoco los diálogos tienen la chispa curtisiana de otras ocasiones: hay más esmero en el slapstick que en la réplica. Y, en especial, chirría el “titánico” final, que subraya la querencia de Curtis por la grandilocuencia empalagosa a la hora de rematar sus historias. “Radio encubierta” es una propuesta resultona y entretenida, sin aspavientos, que por desgracia nada (ojo-juego de palabras) entre dos aguas, sin acabar de decidirse entre el vodevil marino y el costumbrismo de una época de flores, despertares sexuales y rock'n'roll.

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RETRATO DE FAMILIA




Hay pocos documentales que reflejen el sentimiento de una época o generación de una manera más desoladora que El desencanto (acertado título, pardiez). No es un documental grato de ver, en todo caso se podría comparar con Capturing de Friedmans por su poder de disección de una familia, pero el gusto que deja es más amargo.

Jaime Chavarri nos muestra la familia de un poeta que fue una de las glorias del franquismo, Leopoldo Panero; los comentarios de su mujer y sus hijos, de una sinceridad y crudeza fuera de lo común, muestran una familia totalmente marcada por un padre y marido autoritario y más bien brutal, que les reprimió en vida, dejándoles marcados para siempre una vez muerto, aunque hayan intentado cambiar. Indirectamente, la metáfora del régimen franquista es indiscutible, con el "padre" opresor y unos "hijos" que intentaron salirle contestarios y ocupar su lugar pero acabaron tarados. ¿Pesimismo? no, desencanto.

Lo mejor son los comentarios de los hijos. El mayor,Juan Luis, obsesionado con los escritores alcohólicos y homosexuales, aunque manifiesta que él no es homosexual; el menor, Michi, que parece el mas feliz de los tres pero reconoce sin el menor inconveniente que es un inútil, y una madre, Felicidad Blanc, que es la que parece tomarse más en serio lo de estar frente a las cámaras, pero es el mediano, Leopoldo María, a quien llamaremos Leopoldo Jr., quien se muestra como el personaje más fascinante de todos: autodestructivo, cínico, con un concepto de sí mismo y de su vida por los suelos; los mejores momentos de la película son los suyos, especialmente cuando le reprocha a su madre su falta de comprensión, su conversación no tiene desperdicio, y acaba reconociendo que no podía esperar mucho más de ella, con una indiferencia total que viene a ser el peor de los desprecios. Le echa en cara que en uno de sus intentos de suicidio frustrado del que se salvó porque le encontró una sirvienta que exclamó "¿Pero es que va a hacer lo mismo que Marilyn Monroe?", lo que les hubiera preocupado fuera "lo peor no es que se haya intentado suicidar, sino que se droga".

El final, con el hijo mayor confesando que ninguno de ellos puede tener descendencia, da como una sensación de castigo divino. No es un documental grato de ver, pero tampoco es fácil de olvidar. Varios años después se volvió a hacer un nuevo documental sobre los Panero para ver su evolución, pero ya no era lo mismo. El desencanto ya se había convertido en algo generalizado.
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ONCE A TIME AGO, IN CHINA




Aunque en un principio había descartado colgar un video de David Carradine en "Kill Bill 2", debido a que a media bloguería le ha dado por recordar, diría que con exceso de coyunturalidad, la escena de la muerte de Bill (¿qué leches spoiler, señora? Que la película se llama "Matar a Bill"...), luego he repasado mi libreta de notas a recordar para el blog (a la que llamo, en un alarde de originalidad, "Libreta de notas a recordar para el blog"), y me he apercibido de que tenía pendiente colgar alguna de las muchas escenas impactantes de ambos volúmenes del filme de Tarantino. Una de las que más disfruto cada vez que la veo, yo que soy amante de los speeches bien declamados, es esta pequeña narración de Bill sobre el carácter pelín agriado de Pai Mei. las pausas, el fluir pausado de las palabras de Carradine, el acompañamiento de la flauta, le otorgan al cuento un hálito misterioso y legendario que sólo está al alcance de los grandes narradores. De los grandes actores, por tanto. David, cuéntales un cuento a esos de arriba. Seguro que las flautas celestiales suenan mejor que esa.
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CERA AL CARAMELO




Cada temporada surge un título que consigue hacerse un rinconcito en taquilla. Son películas de una nacionalidad distinta a la norteamericana, sencillas, a las que va a ver un público que no es el que va habitualmente a ver películas en v.o. de Irán o Polonia, pero a quien de vez en cuanto les gusta ver algo diferente. Caramel fue una de ellas hace poco.

En su primera película como directora, la guapísima Nadine Labaki(que recuerda a una maggiorata italiana tipo Sabrina) nos muestra las vivencias de las empleadas de un salón de belleza en Beirut. Es un retrato amable, centrándose en sus problemas sentimentales, aunque eso no impide que de pasada nos muestre los problemas de ser mujer en ese país, con detalles como la dificultad para encontrar una habitación en un hotel de una pareja, o que otra no pueda estar hablando en un coche parado por la noche sin que les llame la atención la policia, o la operación de reconstrucción del hímen a la que se somete una de las protagonistas.

Una relación con un hombre casado, un noviazgo con una boda a la vista, una homosexualidad aún no asumida del todo, el miedo a la vejez o la soledad, son las diferentes facetas que nos muestran cada una de las protagonistas en algunos momentos, totalmente identificables para cualquier mujer.

El título hace referencia a la mezcla de azúcar, agua y limón que usan en la depilación, algo que para las que ya estamos acostumbradas a la eléctrica o láser nos suena sumamente exótico y aromático… pero no nos importaría prescindir de ello. Retoma el sensualismo de El marido de la peluquera en la forma de mostrar cómo se lava o corta el pelo, toda una experiencia religiosa, como puede verse.

Se nota la procedencia del mundo de los videoclips de a directora por el uso de las canciones, pero se ha de reconocer el cariño con que trata a los personajes, y sin ser una obra maestra es una película que se ve con agrado, dejando con una sonrisa. El final puede dejar un poco descolocado, ya que ninguna historia acaba del todo; todas están en camino de un posible final feliz, todo depende de la opción que elijan. Que la escena más romántica de la película sea una falsa conversación telefónica no deja de ser significativo en cierta manera, ya que el problema que tienen casi todas las parejas de la película es de comunicación. De manera que ya estáis avisados y no podeís decir "y yo con estos pelos".
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DIARIO DE GUERRA DE JOHN CONNOR: DÍA S


He estado cerca de titular este post “Transformers 3”, en un nuevo alarde de ingenio desbordado. Dos razones de peso me han llevado a descartarlo: una, que rompería la secuencia de titulación de la serie “Terminator” que me he emperrado en escribir los últimos meses; dos, que no sería justo. “Terminator: Salvation” es bastante mejor que “Transformers”, y no creo que tenga problemas en la piscina cuando me tire de cabeza y diga que seguro que es bastante mejor que su secuela. Por desgracia, la saga luce una historia sagrada en nombre del Rey del Mundo (a.k.a. James Cameron), y era empíricamente imposible que aguantara la comparación. Lo mejor que se puede decir de esta pre-secuela, o post-precuela, es que no es tan mala como se podía temer, aunque es mucho peor de lo que podría haber sido. Usease: acabo de gastar el primer párrafo sin que se me entienda un carajo. Barrunto.

Al fin y al cabo, todo es cuestión de elecciones (marcbranches en modo Coyuntural ON). El triunfo o el fracaso depende de las elecciones que decidas, y no hay más: a veces el tiempo determina si han sido buenas o no, a veces el sentido común, demasiadas el azar. En el caso de “Terminator: Salvation”, las cosas han sido, fundamentalmente, asín:

- Después del relativo fracaso de “T3”, estaba claro que, en caso de nueva secuela, no se podía seguir por los mismos parámetros de cyborg-va-al-pasado-acosa-a-un-connor-bum-bam-ploff. La fórmula estaba agotada. Los productores (Kassar/Vajna & Co) deciden, con buen criterio, que es hora de plantarse en ese futuro post-apocalíptico que Cameron nos había enseñado en cápsulas. John Connor deja de ser una promesa del B, y sube al primer equipo. Nos distanciamos, pues, de las anteriores películas, creamos una nueva franquicia desde las anclas de la antigua. Buena elección.

- Hay que elegir un director. En un momento de enajenación lisérgica, dichos productores escogen a McG. Con ese nombre es imposible ser un buen director de cine; a lo sumo, un rapero escocés. Este tipo es el perpetrador de “Los Ángeles de Charlie” y, lo que es peor (MUCHO peor), “Los Ángeles de Charlie 2”. Cagadalahemos elección.

- Vamos a por el actor que interprete a John Connor. Christian Bale está en la cresta de la ola, tiene el físico, la edad y la intensidad adecuada. Buena elección.

Dos de tres. De arranque no está mal. Visto el resultado final, ¿qué ha pesado más? Por desgracia, mucho me temo que la 2ª elección...

No me extiendo con la sinopsis, que ya voy largo y esto no es el “Dirigido”. Es el año 2018, John Connor está en la Resistencia, pero no es el líder militar, aunque, para muchos, es el espiritual. Para otros es un farsante, o eso dice la introducción escrita del arranque, porque no vemos a nadie dudar de Connor – lástima, porque hubiese sido una buena línea argumental -. Además, está casado (con Bryce Dallas Howard, el muy suertudo) y espera descendencia, algo que promete ser vital en posteriores entregas. En paralelo, se nos narra la historia de Marcus Wright (Sam Worthington), un condenado a muerte en 2003 que reaparece, misteriosamente, en 2018, desmemoriado desde su aparente ejecución, que se encuentra con un joven intrépido y algo tirillas llamado... Kyle Reese. La película, después del prólogo con Marcus, arranca con una excelente secuencia de acción con un accidente de helicóptero con cámara dentro que promete. Es la mejor escena de este tipo de la película, junto a otra, claramente deudora de “Mad Max”, en la que son protagonistas unas motos Terminator (ojo al concepto: motos Terminator. El sueño de cualquier kani que se precie). Por lo demás, y en cuanto al asunto estilístico, McG se aleja del futuro azul-tinieblas de Cameron, y prefiere apagar el color de la fotografía de su film, revistiéndolo de una luminosidad plateada que, siendo una opción tan válida como otra cualquiera, le resta identidad primigenia y capacidad de acojone al conjunto.

Se ha dicho que el verdadero protagonista del film es Sam Worthington. No diría tanto, pero sí es cierto que su preponderancia anda a la par con Bale, y que su personaje sirve para abrir alguna nueva vía. Por desgracia, la película no profundiza en nada, y esto incluye a los personajes del film; en algún caso, el abandonismo es vergonzoso, y pienso en Kate, la mujer de John, un florero de tal calibre que, en ocasiones, parece perfilada con Photoshop. Kyle Reese (Anton Yelchin) no se parece en nada, y no me refiero al físico, al que acabará siendo papá Connor en “T1”. El mismo Bale sufre, en ocasiones, unos ataques de intensidad que no le convienen al personaje que interpreta.

Narrativamente, el largometraje acusa la falta de discurso de McG, con lo que los tiempos muertos se vuelven insulsos y hay muy poca empatía con los personajes, y, de hecho, con la historia que se nos cuenta. La pelea final, con un cameo de Chuache pelín bizarro, es un descarado homenaje a la de “T2”, quizás demasiado descarado, y el epílogo fortalece la idea de épica forzada con llave inglesa, y de que el film no deja de ser una gigantesca, desaforada introducción al nuevo Connorverso (¿“Terminator begins”?). Insuficiente para hacer justicia a la saga, aceptable para pasar un rato en el cine sin que sufra demasiado tu masa cerebral (aunque de los oídos ya no aseguro nada). Desdichadamente, el único momento que provoca auténtica emoción es al inicio, al escuchar, en sonido 17.1 y 8 millones de decibelios, esos cinco martillazos de yunque acompasados que conforman el estribillo de una banda sonora legendaria, y que anuncian, ni más ni menos, que el apocalipsis, now.
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INDIE NOIR




Ya he dejado constancia de mi debilidad por el cine negro: su iconografía, su ambigüedad moral, ese olor a perdición y corrupción rodeado de humo... todo ello resultaba fascinante. Por eso no os extrañará mi elección del trailer de este mes. Yesterday was a lie, escrita y dirigida por James Kerwin (otro que seguro que Marcbranches tampoco conoce, cuando es de sobras conocido que fue el director de ... si hombre, y de esa otra ¿cómo se llamaba?) recupera el obligado blanco y negro y las gabardinas con sombreros de ala ancha, aunque con ciertos cambios; ahora las llevan mujeres y usan ordenadores. Poro supuesto no pueden faltar las rubias con pinta de femme fatale. Además todo ello tiene un cierto aroma indie sumaamente curioso: actores desconocidos, trama que mezcla física cuántica, alquimia... o acaba siendo una marcianada o el resultado es de lo más original. Como lo más probable es que aquí no lleguemos a verla, al menos dejamos constancia de su existencia para quien pueda interesarle.
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LA HISTORIA DE LA CAMISETA DE KURT COBAIN





Oiga, señora, que yo soy un tipo elegante. Si a la Directrice se le escapa un comentario sardónico sobre mi supuesta falta de conocimientos sobre cine clásico, yo lo acepto con internacional elegancia: uséase, con fair play (inglés) y con savoir faire (francés) (no señora, “francés” no era una petición). Creo que estaría totalmente fuera de lugar señalar que si ella alberga tanta sapiencia clásica es porque la Directrice, coetánea de los Lumiere, ha tenido oportunidad de ver todas esas películas DE ESTRENO. No sería correcto, porque incidiría en la edad, más que avanzada hiperdesarrollada, de la Directrice, y comentar la edad de una señorita es indecoroso. No, no insista, señora, no voy a responder a la provocación. Que no.

Enfundo el florete y paso a mayores, en este caso armado con una guitarra folk. Me chocó hace algunos meses leer la siguiente frase en una crítica cinematográfica: “Daniel Johnston es uno de los cantautores más importantes de los últimos tiempos”. Como a cualquier hijo de vecino, no me gusta que me restrieguen en la cara mi ignorancia – aunque, la verdad, ha ocurrido tantas veces que la ignorancia no se va ya ni con aguarrás -; ni pajolera idea de quién era ese Johnston, así que me tragué el documental “The Devil and Daniel Johnston”, vencedor en Sundance 2005. Recomiéndolo fruiciosamente: no sólo porque el personaje lo merece, sino porque la realización del documental, a cargo de Jeff Feuerzeig, es dinámica, intuitiva y vivaz, una nueva muestra del auge imparable de este género que cada vez más se asoma a las salas de cine. Aunque no te gusten sus canciones (canta mal, maltrata la guitarra, algunas son inaudibles de tan sinuosas y dispersas), una bizarra mezcla de infantilismo naif y lóbrega lucidez, vale la pena echarle un vistazo a su existencia.

Daniel Johnston, nacido en 1961, era un chico amable, rarito, hiperactivo y culturalmente nervudo. El documental nos muestra sus primeros pasos artísticos, en los que tocaba todos los palos, desde el dibujo hasta la música, pasando por el cine; en alguno de los cortos, realmente imaginativos y trabajados para ser un crío, se muestra la visión que tiene de su madre: Daniel la parodia, se ríe de sus creencias cristianas y tradicionalistas, ridiculiza sus persecuciones. No es anecdótico, porque estas influencias regurgitarán decisivamente en una época posterior. Su creatividad se focaliza en sus dibujos (basados en temáticas comunes, como Casper, el Capitán América y... globos oculares volantes) y su música, en sesiones interminables de aporreamiento de piano y cintas de musicassette, en las que no sólo graba sus temas, sino todo lo que se le ocurre; Feuerzeig va intercalando fragmentos de esas cassettes, que son imprescindibles para entender mínimamente a Johnston. Es a golpe de cinta (una manera casi abandonada ya de arrancar una carrera musical) como va haciéndose un nombre en una ciudad, Austin (Texas), en la que en los ochenta había mucho movimiento musical. Daniel apenas sabe tocar la guitarra, lo que no le impide interpretar sus extrañas canciones con la chirriante y desafinada voz que le caracteriza. Una aparición afortunada en un pequeño festival de la MTV le convierte en el trabajador más popular del McDonald's de Austin (MTV + McDonald's: ¿se puede ser más yanqui?). Pero un demonio comienza a hacer sonadas apariciones en el ya de por sí desquiciado mundo de Johnston. Su nombre: trastorno bipolar.

Su primera experiencia con el LSD, en una época en la que su fama comienza a extenderse por el underground folk americano (que le sitúa al nivel de, ohmygod, Bob Dylan) acelera la explosión de su enfermedad. Johnston se obsesiona con Satán, con sus encarnaciones, con el advenimiento del Mal, manías seguramente adquiridas desde la figura materna. El director, a través de videos y grabaciones de voz, es capaz de transmitirnos la pesadilla por la que pasa la mente del artista hay una actuación en directo en la que Johnston, literalmente, pierde el oremus, soltando diatribas contra Satán y llorando rabiosamente mientras interpreta uno de sus temas. La enfermedad de Daniel está a punto de provocar el accidente de una avioneta en la que viaja con su padre, y se decide internarlo en un psiquiátrico. Pero ese malditismo sube puntos en el underground, y la fama de Johnston y sus atormentadas canciones entre el mundillo sigue intacta. Tal es así, que recibe ofertas en el mismo hospital para firmar por discográficas; incluso edita un disco con Atlantic Records (lo cual provoca la ruptura con su manager de toda la vida, a quien Feuerzeig compara con Danny Rose), pero es un fracaso absoluto de ventas, y Atlantic rompe el contrato. No importa. A Kurt Cobain le regalan un día una camiseta con la carátula de la primera cinta de Johnston (ver foto de arriba), y empieza a vestirla con asiduidad. Son los días de Cobain=Dios, y todo el mundo se pregunta quién coño es ese Johnston. Poco a poco, nuestro hombre se va recuperando, muy lentamente, y se permite continuar su hiperactividad artística, con giras internacionales incluidas. Gentes como David Bowie, Sonic Youth, Eddie Veder, Beck o Yo La Tengo versionan temas suyos, mientras Daniel vive apaciblemente con sus padres en Texas.

La última parte del documental nos presenta la existencia actual de Daniel, con sus dibujos, sus ensayos con su grupo, sus largos paseos y su extraña relación consigo mismo, bajo el cuidado de sus ancianos progenitores. Es precisamente su padre quien cierra majestuosamente el documental, con una frase que expresa, con tono octogenariamente sabio, la incertidumbre sobre el delicado futuro personal de Daniel: “Estamos tan preocupados. Se nos acaba el tiempo.”
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OFICIALES Y CABALLEROS



Bueno, ya era hora que Renoir apareciera en La linterna, así que… ¿cómo? ¿Qué Marcbranches habló de La regla del juego? Pero si para él Renoir tan sólo es el nombre de unos cines… En fin…

A lo que íbamos, Jean Renoir nos dejó una obra muy valiosa, que vale la pena revisar,pues fue un auténtico maestro, y uno de sus títulos más prestigiosos fue La gran ilusión.

Dicen que la I Guerra Mundial fue la última guerra de caballeros, y esa es la impresión que da la película. Unos militares franceses son detenidos por los alemanes y encerrados en un campo de prisioneros. Como consideran que la obligación de un soldado es intentar escapar, sus intentos de fuga hace que inicien un peregrinaje por diversos campos de prisioneros hasta llegar a una fortaleza que dirige –precisamente- el alemán que los detuvo, Von Rauffenstain (Von Stroheim), ahora relegado debido a sus lesiones.

El sentimiento de caballerosidad que existe entre todos es lo que más llama la atención, representado especialmente por los personajes de De Boieldieu (Pierre Fresney) y Von Rauffenstain; ambos son oficiales, de familias aristocráticas de larga tradición militar, y tienen una relación de admiración y respeto mutuo, pero lo que les diferencia es que el alemán ve que el mundo que conocieron está desapareciendo, ya que ahora hay oficiales que provienen de la clase obrera, y al francés no le importa ese cambio y lo acepta como algo inevitable. Gane quien gane la guerra, nada volverá a ser igual para ellos.

Pinceladas de humor, escenas como los números de vodevil de los prisioneros, en el que se combinan armoniosamente franceses, ingleses y rusos, o la impresión que tienen al ver a uno de ellos vestido de mujer, son buenas muestras del saber hacer de un maestro como Renoir y de su humanismo. La forma de presentar en la fortaleza a Von Raufenstain, a través de sus objetos, es muy reveladora, de alguien para quien las apariencias y los modales lo son todo, y se aferra al pasado de la misma manera que intenta cultivar una flor en su balcón. Yo diría que detalles como esos, así como sus lesiones, fueron ideas de Stroheim,ya que tienen su sello, pero el director las supo apreciar en lo que valían, y Von Stroheim compuso uno de sus mejores personajes.

El otro lado de la moneda es Marèchal,(Jean Gabin, otro grande del cine francés), que es de origen humilde y ha ascendido en el ejército a base de sus propios méritos, que desea volver a su vida tranquila de antes en el campo, ya que odia la guerra, pero hace lo que puede para sobrevivir. No comprende a Boieldieu, aunque le respete, son demasiado distintos, pero tiene un instinto natural de líder del que carece su compañero. Las diferencias no vienen dadas por la nacionalidad, sino por las clases. Ya ni las guerras son lo que eran.
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SI KEVIN SMITH FUERA DIRECTOR DE CINE



No es ningún secreto, a estas alturas, que Kevin Smith, el único ser vivo en la Tierra capaz de combinar pantalones cortos, camisetas de fútbol americano y abrigos tobilleros (todo tamaño XXXXXL), es uno de los personajes que más nos gustan en la Linterna. Su sentido del humor, su frikismo implacable, su amable impertinencia, ese código de valores de instituto, ese poso de adolescente gamberro que no esconde una pertinaz negativa a crecer, nos pueden. Chicas, cine, cómics, televisión, amigotes (entre los que se cuentan, clarostá, Ben Affleck y Matt Damon) son los satélites del planeta Smith, movidos por la arrolladora verborrea del chico de New Jersey, un conquistador de plateas nato que se convirtió en icono del cine independiente, allá en los 90, para pasar a ser, simplemente, una marca de fábrica. Lo que es, hoy en día, el pesado de Judd Apatow, quien parece que haya descubierto un nuevo tipo de humor cinematográfico basado en mezclar, sin agitar, cultura popular con sexo deslenguado (en otras palabras: R2D2 + tetas). El pater de ese tipo de comedia no es otro que Kevin Smith, mucho más ingenioso, mucho menos pretencioso que Apatow. Y, probablemente, mucho menos cineasta.

Quien más-quien menos conoce la historia de los anales de Kevin Smith (juego de palabras homenaje al protagonista del post). Chico trabaja en tienda-chico tiene 27.000 dólares-chico hace película en tienda. El resultado es “Clerks”, una auténtica revolución en una época en la que el sello “cine independiente norteamericano” (que luego pasaría a llamarse “Miramax”, para luego denominarse, snif, “los Weinstein Manostijeras”). Rodada en blanco y negro, “Clerks” es una hostia de frescura veinteñaera y torrencial locuacidad, realizada con espíritu de ejército de salvación y una capacidad para los diálogos-daga voladora que, literalmente, deshuevó de risa a las sorprendidas plateas (más de 3 millones de dólares de taquilla) y se convirtió en un clásico de culto instantáneo. A ello no era ajeno la personalidad del propio Smith, quien, sabedor de su carisma y amante del compadreo mediático (él mismo se autodenomina “puta de la prensa”), conquistaba entrevistadores allí donde iba, incluida Cannes. “Mallrats” era una evolución lógica, con más presupuesto, un guión más elaborado y más... color. Fue recibida con división de opiniones; está claro que no es una buena película, pero es divertida y, sobre todo, establece lo que se ha dado en llamar el ViewAskuniverse, uséase, el universo-Kevin Smith, en el que la mayoría de sus películas están relacionadas entre sí, con personajes y referencias saltimbanqueando entre ellas: sin ir más lejos, está establecido que “Mallrats” ocurre un día antes que “Clerks”. Los pilares de este universo son Jay y Silent Bob, dos camellos de química (nunca mejor dicho lo de química) insuperable interpretados por el propio Smith (quien asume sus carencias actorales interpretando a un tipo de palabras contadas) y un amigo de su infancia, el extraterrestre Jason Mewes.

Con su tercera película, "Persiguiendo a Amy", se abren los cielos: ¿habemus autor? Agrietado por su experiencia sentimental con Joey Laurie Adams, Smith pergeña una comedia que, aunque mantiene las constantes que le identifican, se construye sobre un argumento elaborado y sólido, un discurso sobre las relaciones y las distintas fases de madurez de hombres y mujeres que se convierte en la, hasta ahora, mejor película de Smith sin discusión. La más ambiciosa, sin embargo, fue su siguiente proyecto, “Dogma”, con un reparto de lujo y un reguero de polémica por su supuesta banalización del catolicismo; a Smith le cayeron hondonadas de hostias (católicas) por un film que, en realidad, mostraba las profundas convicciones religiosas del director neoyorkino. Ávido de ligereza y descompresión, Smith simula que cierra su microuniverso con la publicitada despedida de sus personajes favoritos en “Jay y Silent Bob contraatacan”, en la que desparrama toneladas de autorreferencias y su pleitesía (incluidos cameos de Mark Hamill y Carrie Fisher) a la Santísima Trilogía. Adiós a Jay y Silent Bob. Es hora de madurar.
Jersey girl” es ese intento de abandono de la pubertad kevinsmithiana, y resulta un auténtico desastre. Apenas sirve siquiera como película de sobremesa de domingo, y el intento por eludir las críticas que había recibido por el escaso pulido fílmico de sus cintas es un fracaso que sólo le servirá, en el futuro, para inventar nuevos chistes sobre sí mismo. Así que Smith decide volver sobre seguro, y retorna a Randall y Dante, los personajes de su iniciación, para rodar “Clerks 2”. Aunque la película no es mucho más que otro speech sobre la madurez bajo el barniz de una sucesión más o menos encadenada de gags, el film funciona entre crítica (ovación de ocho minutos en Cannes) y público. Su último film, “Zach & Miri make a porno”, aún no se ha estrenado por estos lares (otra pa' la saca), aunque las críticas, como casi siempre, han sido bastante dispares.

La pregunta del título del post, observada la carrera del amigo Kevin con cierta perspectiva, es perfectamente válida. En general, su cine, desde el punto de vista del lenguaje cinematográfico, es más bien descuidado y perezoso, no hay un estilo visual, no hay una narrativa a través del montaje o la fotografía. El cine de Kevin Smith no transmite cine, con la excepción de “Persiguiendo a Amy”, que sí contiene soluciones cinematográficas afortunadas. Está claro que Kevin Smith es un dialoguista excepcional, un cajón sin fondo de cultura popular, un guionista de cómics reputado, y un entertainer de primera (sus DVD's sobre sus conferencias en universidades son un must see, y en la Linterna ya hemos colgado un par de ejemplos) con una capacidad para reírse de sí mismo sólo comparable al tamaño de sus camisetas. Probablemente no sea un gran cineasta, pero ver una comedia suya es garantía de un buen puñado de réplicas de carcajada inmediata a golpe de chabacanismo bien entendido. Chabacanismo bien entendido= Chewbacca + chistes de gays.
 
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