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EL PERRO DE KATE WINSLET


O también podría titular el post "Así que el Método era esto". Este clip está sacado del programa "Inside the Actor's Studio", presentado por el inefable James Lipton, en el que se entrevista en profundidad a actores y actrices de prestigio y se les somete a preguntas por el público asistente, en buena parte estudiantes de la celebérrila escuela de interpretación; ya en su momento os mostramos un descacharrante video de imitaciones de Kevin Spacey sacado de este programa. Para los poco o nada angloparlantes, les pongo un poco en situación: (mi adorada) Kate Winslet explica una anécdota del rodaje de "Holy Smoke", excéntrica película de Jane Campion, junto al gran Harvey Keitel. Como uno ya puede imaginar, a Harvey le encanta la improvisación, tanto en rodaje como en ensayos; así que un buen día, bajo la aprobación perversa de la directora, le pide a la Winslet que improvisen una situación en la que Keitel interpreta a... un agonizante perro que ha sido atropellado fatalmente por un coche. Kate, que jamás se ha visto en una similar, ha de simular ser su compungida dueña, dándole los últimos alientos de su canina vida. Joder con Strassberg. El resto, a un "play".
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FUEGO, CAMINA CON NOSOTROS





Un pueblecito fronterizo con Canadá, rodeado de montañas, pinos plateados, cascadas, con sus casitas de paredes de madera y su gente llevando camisas de leñadores, música relajante y envolvente tipo chill out (antes de que existiera la palabrita), colores cálidos… ¿Quién podría a decir que este paradisíaco lugar es la antesala del infierno?

Con Twin Peaks David Lynch consiguió un éxito sin precedentes en televisión, pero lo más curioso es que lo consiguiera siendo fiel a sí mismo. Porque Twin Peaks esconde muchos secretos tras su fachada idílica, es como si fuera un lugar aislado en el tiempo y el espacio, donde cualquier cosa es posible y así parecen aceptarlo sus habitantes, con total naturalidad.

Todo empieza con la aparición del cadáver de Laura Palmer, la típica chica con pinta de capitana de las animadoras y reina del baile a quien todo el mundo quiere; otra chica, Ronette, aparece herida y sin conocimiento cruzando el estado, lo que provoca que intervenga un agente del F.B.I.

El nombre del pueblo, Twin Peaks (Picos gemelos) ya viene a ser una premonición de la importancia que tiene el “doble” en la serie: la vida secreta de sus habitantes, los diarios de Laura, su novio “oficial” y “secreto” y muchos detalles más que se irán desvelando poco a poco. En realidad, es uno de los temas favoritos de Lynch, que ya mostró en Terciopelo azul toda la perversión que podía ocultarse tras la apariencia de una vida perfecta. Uno de los grandes aciertos de la serie es usar el formato de un culebrón policíaco al uso para mostrar algo muchísimo más oscuro y surrealista, de manera que el americano medio se lo tragaba sin darse cuenta de su verdadero alcance. Detalles como que el personaje de Bob fuera fruto de la casualidad al aparecer uno de los técnicos del equipo enla grabación de una de las escenas y que Lynch quedara tan encantado con su apariencia que lo acabara convirtiendo en fundamental, o el que Lady Leño fuera fruto de una apuesta parecerían mostrar que la serie fue fruto de la casualidad, pero no fue así. La primera escena de la habitación roja, una de las más míticas de la historia de la televisión, fue rodada en sentido contrario y con la gente hablando al revés, a excepción de Cooper, para que luego al pasarla marcha atrás todo sonara y resultara más extraño, es una buena muestra de ello.

Jóvenes insultantemente guapos, o secundarios memorables como Miguel Ferrer o incluso personajes invisibles como la fiel Diane se combinan con tipos tan propios de la imagineria lynchiana como el enano bailarín o el gigante, intercalado con escenas tan sumamente bien rodadas como la de la noticia de la muerte de Laura a sus padres. Con ingredientes así no es de extrañar que se convirtiera automáticamente en una serie de culto.

Me dejo para el final al agente Cooper, el mas irresistible oficial del FBI que nos ha dado la pequeña pantalla. Kyle MacLachlan y su majestuosa barbilla nunca estuvieron mejor. Tras su apariencia estirada, este agente es una auténtica joya: aficionado a la meditación sobre temas como por ejemplo ¿cuál fue la auténtica relación de Marilyn Monroe con los hermanos Kennedy?, usa los sueños como método deductivo y es un auténtico entusiasta de la comida (debe ser una gozada cocinar para un hombre así). Disfruta como un niño con zapatos nuevos cuando te toca “disfrazarse” para su misión y su habilidad está en la línea de Sherlock Holmes. Los realizadores de la serie tuvieron la enorme visión de futuro (o sea, una suerte enorme) de colocar frente a frente al que sería el sustituto de Cooper como agente del FBI más carismático de la historia de la televisión: David Duchovny, haciendo de travesti, demostrando que su destino era interpretar agentes “raritos”.

El enorme éxito de la serie hizo que rodaran una segunda temporada, pero los compromisos de Lynch hicieron que no se ocupara de ella como es debido, aunque no quiso desentenderse del todo, interpretando un papel de agente del FBI sordo, en homenaje a Luis Buñuel.. Se acentuó el lado excéntrico de los personajes y su comicidad, aunque algunas de las tramas paralelas perdieron atención, más aún habiéndose resuelto el caso de Laura Palmer, pero Lynch rodó el último episodio, con uno de los finales mas surrealistas, sorprendentes y aterradores que puedan imaginarse, que hacen que la primera aparición de la sala roja casi parezca “normal”. De Fuego, camina conmigo casi mejor no hablar, aunque es de visión obligada para cualquier fan.
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EL CAMORRISTA NEORREALISTA



TRILOGÍA DEL GANGSTER (II): TONY MONTANA NO EXISTE

Desde luego, no se podrá quejar Matteo Garrone, el director de la recientemente estrenada “Gomorra”, de la campaña publicitaria de la que ha disfrutado su película en España, a rebufo de la visita del autor del libro en el que se basa la cinta, Roberto Saviano, y que tanto ha mosqueado a la camorra italiana. Quien más o menos haya tenido la ocurrencia de leer un periódico durante la semana pasada sabrá que Saviano ha sido oficialmente condenado a muerte por dicha organización delictiva, que le acompañan guardaespaldas hasta para tirar de la cisterna, y que su condena no es por haber escrito “Gomorra”, sino por haber sido, vayapordioshombre, un éxito de ventas. No he leído el libro, pero me viene fácilmente a la cabeza “Gangs of New York”, el ensayo de Herbert Asbury sobre la delincuencia organizada neoyorquina en el siglo XIX que Scorsese transformó en su gran (y pelín fallido) proyecto vital. La adaptación de Matteo Garrone es exactamente lo contrario: no hay glamour, no hay -por fortuna- Cameron Diaz, no hay decorados fastuosos, ni villanos memorables, ni historias bigger-than-life. “Gomorra” trata de explicar lo que te puedes encontrar si coges tu Seat Panda y te plantas en un barrio de Caserta. Y acojona.

“Gomorra” explica, mezcladas pero no agitadas, cinco historias, localizadas en Nápoles y alrededores, cuyo nexo de unión es lo que los napolitanos llaman “El sistema”. Dos jóvenes que sueñan con ser Tony Montana, un pagador de la camorra en medio de una guerra de bandas, un crío que da sus primeros pasos iniciáticos, el ayudante de un negociador de la camorra superado por sus remordimientos, y un sastre del “sistema” que para llegar a fin de mes se ve obligado a hacer pluriempleo en unos talleres chinos. “Gomorra” nos explica estos relatos de la manera más aséptica posible, dejando que sea el espectador quien tome sus decisiones, sin presentación de personajes o empatía por los mismos. El estilo elegido es casi documental, reforzado por la elección de actores semiprofesionales o directamente amateurs, con algunas excepciones, y el resultado es ciertamente radical en su concepto, estéticamente feísta (algunos juegos de iluminación con las sombras son la excepción a la regla), con mucha cámara al hombro, que parece que en cualquier momento va a trastabillarse contra alguno de los actores, y al son de la música horteromelódica italiana (los equivalentes a, diossssssssss, Camela en España) que se escucha en aquellos lares. Garrone asume postulados del
neorrealismo italiano para realizar su película, en la otra punta del glamour de referentes temáticos coppolianos o scorsesianos. En este integrismo estilístico se encuentra, posiblemente, lo mejor y lo peor de “Gomorra”.

Después de una primera secuencia que, visto el resto del filme, parece fuera de contexto, Matteo Garrone se afana en mostranos lo que podríamos llamar “un día en la oficina de la Camorra”, sin molestarse en darnos apenas referencias espaciotemporales ni asideros argumentales (qué bonito pareado); esto hace que al espectador le cueste horrores encajar las piezas del puzzle y le saca de la intención principal del realizador, que pretende establecer un fresco costumbrista de inicio, para luego ir avanzando por la corruptela inabarcable del “sistema” con absoluta naturalidad. Durante gran parte del primer tramo, uno no puede evitar pensar en que un narrador omnisciente (y no hace falta que sea Joe Pesci) le vendría bien al filme; un pensamiento que, sin embargo, se apaga una vez visto y reflexionado el largometraje entero. La conclusión más importante y desgarradora que se saca de esta primera parte de establecimiento de situaciones es que “el sistema” es un modo de vida de aquellos barrios, que no conocen otra cosa, otra existencia, otro modo de funcionar. La Camorra es un estado independiente, con su gobierno, su policía y hasta su sistema de pensiones, que, como las nuestras, tampoco dan para vivir. La gente que vive bajo el manto de la Camorra no vive mejor que los otros; sus casas tiene los mismos desconchados, las mismas teles viejas, la misma comida de lata y los mismos apretones que las de cualquier otro barrio pobre. Quizás esas gentes harían otra cosa si supieran hacer otra cosa, vivirían otra vida si conociesen otro tipo de vida. No es el caso.

Quizás el relato más flojo sea el de Roberto, el asistente del resabiado negociador Franco, mero espectador de las extorsiones y amenazas bajo mano de su jefe, y cuyo posicionamiento final suena a impostado y arbitrario. De cada una del resto de historias se pueden sacar escenas para el recuerdo, desde esos Mario y Ciro tonymontanizados disparando armas al aire en la playa, en calzoncillos marca Mercadillone, hasta ese tembloroso pagador que cruza a toda prisa y a paso culpable el barrio de Secondigliano (un barrio del “sistema” del que Garrone dice que, “cuando la cosa se calme un poco en Irak, volverá a ser el lugar más peligroso del planeta”), pasando por el ritual iniciático del niño Totó con un raído chaleco antibalas. Quizás el único personaje con el que Garrone se permite una debilidad sea con el sastre, excelentemente interpretado por
Salvatore Cantalupo
, al que otorga una condición extra de humanidad, en especial cuando, después de décadas de no ser nadie cortando y cosiendo para su eterno jefe mafioso, los aplausos y las lisonjas de los trabajadores del taller chino le hacen sentirse alguien importante. Aunque la realidad napolitana y un vestido de Scarlett Johansson le hacen retornar los pies al suelo, Garrone le concede, excepcionalmente, una oportunidad, quizás consciente de lo desesperanzado de su propuesta fílmica. “Gomorra” es un filme que posiblemente no descubra, en realidad, nada nuevo, pero que sitúa violentamente los pies del espectador en el suelo, un suelo napolitano muy, muy alejado de, pongamos por caso, la villa de Corleone. Tony Montana, jóvenes padawanes, no existe.
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LA SONRISA DE LA MONA LISA




¡Oh, la, lá, Paris! Si hay alguna ciudad mítica y llena de tópicos, esa es la capital francesa. Que si la ciudad de la luz y del amor (¿eso no era Valencia? igual me confundo), que si parece que siempre estén sonando acordeones tocando La vie en rose… No es de extrañar que se rodara una película llamada Paris, je t’aime, en la que varios directores de diferentes nacionalidades daban su peculiar versión sobre ella, cada uno de ellos centrados en un barrio. Los hermanos Coen se quedaron con las Tullerias y explican la historia del típico turista norteamericano en una parada de metro, sin necesidad de diálogo. Steve Buscemi es el guiri lost in translation que tiene que vérselas con un niño fil de sa mère y una pareja de novios. Lo mejor: la guía turística, auténtico libro gordo de Petete, que en cada momento enseña justo la información que se necesita… aunque ésta no siempre pueda resultar de nuestro agrado. Al final, por supuesto, la Gioconda, testigo mudo de todo, burlándose.

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POSTS CON CALZADOR: COPAS DE YATE


TRILOGÍA DEL GANGSTER (I): TARANTINO MA NON TROPPO

Se suele decir que cuanto mejor es el villano, mejor es la película. Una sencilla ecuación nos obligaría a concluir que una película de gangsters, por tanto, tiene amplias posibilidades, en potencia, de ser una obra maestra. Las películas de bandas criminales siempre han tenido un gran calado en las imaginerías cinéfilas, ya desde el cine negro americano, hasta el día de hoy. Hemos pasado por el porte varonil de ala ancha y humo en blanco y negro pertrechado por los Cagney, G. Robinson, Bogart y compañía, por la algidez de la vendetta operística de la mano de Coppola, o por el nervio navajero y atropellado de los bajos fondos scorsesianos. Estas, llamémosles, tres corrientes estilísticas, habían dominado el cine gangsteril hasta entrados los noventa. Hasta que llegó un cinéfago logorreico llamado Quentin y revolucionó el género, y muchos se apuntaron al tarantinismo imperante. Después del impacto “Reservoir dogs”, pero, especialmente, gracias a “Pulp fiction”, todo el mundo quería rodar filmes con matones de tres al cuarto con ciertos códigos de honor, extraños alias, verborreicos, locuaces y con algo similar a un estilo propio. Una de las pruebas más fehacientes (fehaciente=descarada) de esta moda fugaz fue la interesante “Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto”, en la que el director Gary Fleder y el guionista Scott Rosenberg se desvirgaron cinematográficamente, apuntando unas maneras que acabaron quedándose en manierismos. Además, inauguró en mi memoria cinéfila una catarata de títulos que empezaban con “Cosas que...” (nunca te dije, perdimos en el fuego, nunca se olvidan, diría con solo mirarla, que dejé en La Habana... anda que no hay cosas... y poca imaginación...). Inauguramos trilogía patillera, pues, en Denver.

Les he metido un palito a Fleder y Rosenberg, y tengo que justificarlo por si los abogados. El director no confirmó su esperanzador arranque, y rápidamente se sumergió en la televisión. Sin embargo, Rosenberg sí parecía apuntar más alto: su siguiente película fue “Beautiful girls”, de la que sacó una bien merecida fama de buen dialoguista, lo cual sólo le sirvió para ir entregando alguna buena línea para truños como “Con Air” o “60 segundos”, ofrecer su canto del cisne en la estupenda “Alta fidelidad”, y rebozarse en el detritus cinematográfico con... “Canguro Jack”. También ha acabado en la TV, claro; debieron de hacerse muy amigos Fleder y él, porque han compartido algún que otro proyecto televisivo. Supongo que, en alguna de sus reuniones, deben de divertirse mucho recordando cómo parieron esta “Cosas que hacer en etc”. Me imagino algo parecido a esto.

Después de verse 76 veces las dos primeras películas de Tarantino, Gary & Scott decidieron que su película tenía que ser un cóctel de una serie de ingredientes ineludibles. En primer lugar, unos nombres chulos para los personajes. Ni Dios se llama por su nombre y apellido en esta película: Jimmy “el Santo” (Andy Garcia), Bill “el Crítico” (Treat Williams, en un papel que hoy haría Colin Farrell), “Viento Fácil” (Bill Nunn), “Pedazos”(el gran Christopher Lloyd), “El Hombre del Plan” (Christopher Walken haciendo de Christopher Walken), “Mr. Shhh” (Steve Buscemi, no podía faltar)... A su lado, aquello de “Señor Rosa” o “Señor Marrón” queda de lo más soseras. Además, estos nombres corresponden a personajes característicos y muy definidos, lenguaraces y con una destreza especial para la réplica escatológica y el chiste homofóbico. Así, la película se ve arrastrada por su pátina desahogada, rayana en el cómic, que la aleja de las altas cotas. Por supuesto, no podía faltar la correspondiente cota de música pegadiza y resultona, encabezada por el magnífico tema de Tom Waits que arranca la cinta. A pesar de todos esto lugares comunes, empero, el largometraje funciona. En primer lugar, Rosenberg acierta al hacer que la historia la narre un tipo cualquiera en una cafetería, un amigo de Jimmy “El Santo”; la imagen que se nos da de él se acerca a la idolatría, y es justificadamente subjetiva. “El Santo” es un tipo elegante, bien parado, donoso, de principios y donaires anticuados, empalagosamente romántico, casi versallesco; por desgracia, no es demasiado listo, porque la panda de tullidos mentales (y alguno físico) que agrupa para hacer un trabajito teóricamente sencillo está abocada al fracaso. Y el “Hombre del Plan”, un jefe mafioso tan cabrón como tetrapléjico, se lo va a hacer pagar muy caro...

Aunque la conjugación de elementos antes citados hacen de “Cosas que hacer en etc.” poco menos que un dejá vu cinematográfico, es necesario reconocer que el cóctel funciona, el ritmo es constante y la narrativa -con dos partes claramente diferenciadas, puesto que el tono del filme se recrudece considerablemente después de la primera hora- es fluida, a pesar del pegote del personaje de la bellísima Gabrielle Anwar, que sólo sirve para que Jimmy saque a pasear una oratoria floral digna de algún culebrón venezolano de los ochenta. Película semiolvidada hoy en día, merece que el espectador pelín inquieto le dé una oportunidad en sus escasos pases televisivos, ni que sea para descubrir el cameo de un irreconocible Willem Dafoe. Todos a coro: “¿pero dónde has visto tú a Willem Dafoe en “Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto”? Pues sí que sale, sí. Ale, a hacer los deberes.
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DESPIERTA, DORMILÓN




Recuerdo una crítica en su momento que calificaba a Abre los ojos como una “versión de Carretera perdida de David Lynch para adolescentes”. Probablemente quería tener un tono despectivo, pero la comparación no estaba mal. Aparte de que ¿qué tendría eso de malo? ¿acaso los adolescentes deben alimentarse exclusivamente de películas del tipo Scary movie y derivados?

A mi me parece una de las Alejandro Amenábar había empezado muy fuerte con Tesis, y su siguiente película pareció confirmar las esperanzas que se habían puesto en él: Todo un hombre-orquesta, (director, guionista y compositor), construye una historia envolvente e intrigante, en la que no sabemos distinguir qué es realidad y qué es ficción. El protagonista, César (nombre muy apropiado para alguien que se cree el centro del Universo como él) es el típico niño rico a quien todos desearíamos odiar: guapo, seguro de sí mismo, triunfador, sin escrúpulos (¿o acaso se puede triunfar con escrúpulos?), capaz de quitarle la novia a su mejor amigo sin perder la sonrisa… y sin embargo, nos gusta. Su amigo, Pelayo, sabe que siempre que él aparece eclipsa al resto por completo, por eso no quiere presentarle a Sofia. Pero una amante desdeñada, Nuria (una susurrante Najwa Nimri), que de entrada parece una femme fatale pero en realidad es una víctima, hace que en un momento el mundo de César se desmorone. Es a partir de ese momento cuando la película se hace distinta a las demás y el espectador esté continuamente preguntando “pero ¿qué está pasando?” . ¿Se trata todo de un sueño? ¿acaso es un diabólico plan de Nuria? Hasta llegar a un final de lo más sugerente y abierto cerrado con las inquietantes palabras de “abre los ojos”.

La habilidad de Amenábar para crear atmósferas y para manejar el suspense se ponen de manifiesto, pudiendo además rendir homenaje a otras películas como El fantasma de la ópera, o Vértigo. Volvió a repetir con los protagonistas de Tesis con excelentes resultados, Eduardo Noriega y Fele Martínez están estupendos y desprenden buena química. Penélope Cruz cumple sirviendo de detonante entre los dos amigos.

Un cine tan falto de ideas nuevas como el hollywoodiense no es de extrañar que se interesara por una propuesta tan imaginativa como ésta, y menos que la protagonizara Tom Cruise, ya que de entrada parecía el actor perfecto para el papel, pero tan sólo sirvió para destacar las virtudes y frescura de la original. La verdad es que echo de menos al Amenábar inquietante de Tesis, Abre los ojos y Los otros, aunque Agora parece un nuevo cambio de estilo de lo más prometedor.
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CUANDO LOS MOLINOS SE CONVIERTEN EN GIGANTES


Una de las obras literarias más conocidas, reconocidas y referenciadas es, sin duda, “El Quijote” de Cervantes. Hay, sin embargo, una maldición cinéfila sobre esta magna obra que ha impedido una traslación cinematográfica en condiciones. Existen un par de versiones españolas, un par de mexicanas y alguna norteamericana. Todas sobradas de cortedad de miras, ninguna de relevancia artística. Dos autores de imaginación y personalidad desbocadas, dos visionarios, han intentado acercarse, de manera obsesiva, a este incunable literario; los dos, cada uno a su manera, han fracasado en el intento, de manera tan clamorosa que ni siquiera pudieron finalizar sus películas. El primero fue el grandioso Orson Welles, quién pasó años tratando de aglomerar dólares y planos de su adaptación, sin poder más que rodar escenas desperdigadas cada cierto tiempo, hasta que asumió su fracaso y desistió; Jess Franco, en 1992, recopiló dichas secuencias para perpetrar un montaje, en 1992, cuyo valor, dicen los que lo han visto, es puramente histórico. El otro visionario que ha tropezado con los molinos de viento ha sido Terry Gilliam, quizás el director ideal para transcribir las alucinaciones de Don Quijote. Una década de notas, sueños e ilusiones respecto a un proyecto sobre el hidalgo manchego que embarrancó lastimosamente en el 2000, no tan lejos de un lugar de La Mancha donde etcétera. La historia de ese fracaso se contó magníficamente en un documental llamado “Lost in La Mancha”, que Mi Majestad considera de visión obligatoria para todo cinéfilo que se precie.

Cuando Terry Gilliam les encargó a Keith Fulton y Louis Pepe la realización del making off de “The man who killed Don Quixote”, jamás llegaron a pensar, me temo, que iban a acabar siendo los pioneros de un nuevo género documental: el “non-making off”. Si en cualquier película el montaje es fundamental, en un documental es prácticamente su razón de ser: no sólo porque desde la sala de edición se decide el tono y el punto de vista, sino porque se decide qué es lo que se va a mostrar y lo que no. En ese sentido, “Lost in La Mancha” es un acierto absoluto, y una novedad, puesto que nos sumerge en el desconocido y angosto mundo de la producción, y nos alecciona sobre lo difícil que resulta levantar una película de cierto presupuesto. Aquí, además, se nos permite comprobar, una vez más, que los polos opuesto se repelen; en este caso, los polos opuestos son Terry Gilliam y el cine europeo. Si Gilliam ya tiene enormes problemas para sacar adelante sus locuras en los Yuesei, imagínense en la vieja y achacosa Europa. Así pues, desde el comienzo de la preproducción, en España, ocho semanas antes del rodaje, la cámara sigue a Gilliam en su frenético ir y venir por todos las vertientes del proyecto, y las dificultades de sus colaboradores para seguirle, en todos los sentidos. Sus grandilocuentes y estrambóticas ideas, rayanas en el capricho visionario, chocan de frente, una y otra vez, con el presupuesto, el tiempo y el agobio de los especialistas de las diferentes materias (maquillaje, vestuario, etc.). Al ser un presupuesto reducido, los actores han aceptado reducir considerablemente su caché, pero a costa de trabajar entre los apretados huecos de sus agendas. Así, mientras Gilliam ruge por el caos organizativo y la horrenda sonoridad de los estudios alquilados en Madrid, pasan las semanas y ninguno de los actores (Jean Rochefort, Johnny Depp, Vanessa Paradis) aparece, desperdigados como están por el globo terráqueo. La sombra del accidentado rodaje de la fallida “Las aventuras del barón Munchausen” -explicada brevemente a través de un cómic de estética muy “gilliamiana”- se pasea amenazadora sobre el proyecto del ex-Monty Python, que respira un poco cuando, por fin, ve llegar a su Don Quijote particular: Jean Rochefort. El actor francés, ideal para el papel, ha aterrizado en Madrid después de un pequeño problema de salud que le ha retenido en París durante unas horas. Nada grave.

Primer día de rodaje. Johnny Depp (que interpreta a un publicista que, en un viaje al pasado, es confundido con Sancho Panza) es el protagonista del rodaje de las primeras escenas, en el Parque de las Bardenas en Navarra. Los extras que le acompañan no han ensayado la escena porque son nuevos, las tomas se complican, y Gilliam (y su asistente de dirección, y personaje fundamental del documental, Phil Patterson) se enardecen mientras descubren que los aviones militares (son españoles, uséase que son muuuuuuuuuuuuuuy ruidosos) que continuamente sobrevuelan la zona se cargan los diálogos. Empezamos mal. Segundo día de rodaje. Como las previsiones del tiempo no preveían cambios importantes, resulta que se desata un tormentón de varios pares de narices-Depardieu que, no sólo inutilizan el plan de trabajo para ese día, sino que cambian por completo el colorido y la textura del paraje natural que les rodea. Lo rodado no sirve para nada, la iluminación es imposible, y el color rojizo-barrizal de la tierra no es lo que Gilliam quería. La presión de los productores es fuerte, la desazón y el cansancio general es claramente perceptible. Se cambia de localizaciones para rodar otras escenas y no perder demasiado tiempo (cuanto menos presupuesto, menos tiempo), pero los problemas continúan, y el menor de ellos es que el caballo elegido para hacer de Rocinante no haga puñetero caso al guión y se dedique a improvisar.

Jean Rochefort, un experto jinete, se sube dificultosamente, a pesar de la ayuda de dos personas, a su caballo. Recita sus diálogos costosamente, como si arrastrara piedras. Algo va mal. Parece que aquello que le retuvo en París es más relevante de lo que parecía en un principio. Vuelta a su país para ver al médico, y el rodaje se para. Rochefort, al que detectan no una, sino dos hernias, no volverá jamás al set. Un error en la redacción de la póliza deja el filme en manos de la aseguradora, mientras la desmotivación, el hastío y la impotencia se apoderan del equipo y, en particular, de Terry Gilliam. El momento en el que Patterson le dice “No podemos hacer la película. No la que tú quieres.” nos permite darnos cuenta, si no lo hemos hecho ya, que el verdadero Quijote de la película es Gilliam, quien, presa de sus alucinaciones y ensoñaciones, se ha empeñado en pelear él solo contra los molinos de viento que le impiden el paso. Por desgracia, al revés que en el libro, lo que él pensaba que eran molinos resultaron ser infranqueables gigantes.
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SOPRANO DA LA NOTA




¿El fucking Tony Soprano cantando canciones de amor? ¿Y encima no son ni de Frank Sinatra o Dean Martin? ¡Mamma mia! Sabíamos que iba al psiquiatra, pero no nos imaginábamos que estuviera tan grave. Romance and cigarettes es una curiosa película de John Turturro, con un espectacular reparto que incluye a Susan Sarandon, Christopher Walken o Kate Winslet , en el que se intercalan números musicales mas o menos afortunados. En lugar de salir en albornoz a recoger el periódico como nos tiene acostumbrados, el gran James Gandolfini nos sorprende con su versión de A man without love de Engelbert Humperdink. La verdad es que resulta un numerito muy simpático, ideal para empezar con buen humor el fin de semana. Porque cualquiera le tose al gran capo tirándole tomates ¿o no?.

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ATRACO PERFECTO D.F.


Pues sí, últimamente me ha dado por el cine español, señora. Por alguna ininteligible y bizarra razón, sólo explicable desde un politraumatismo craneal no detectado, he preferido acercarme a ver la última película de Agustín Díaz Yanes, “Sólo quiero caminar”, a visionar el penúltimo ejemplo de onanismo desganado de Ridley Scott, u otra nueva y enriquecedora entrega de la descacharrante saga “Loquecarajosea Movie”, cuyo trailer os dejo en este enlace para que quede constancia, una vez más, de que mi teoría acerca de que el ser humano ha iniciado un proceso de involución no sólo no es en absoluto descabellada, sino que comienzan a abundar las pruebas empíricas. Después del considerable éxito de público de “Alatriste”, que sin embargo dejó una mirada fruncida entre la crítica, Tano se ha acercado al personaje principal de “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”, su primera y magistral película, en un movimiento táctico que en un principio podía sonar a resguardo sobre seguro, pero ha acabado siendo una propuesta mucho más arriesgada de lo que podía parecer de primeras. ¿Ha salido indemne? No. O sí. O qué sé yo.

En primer lugar, “Sólo quiero caminar” no es una secuela de “Nadie hablará...” ni nada que se le parezca. Utiliza a Gloria Duque (Victoria Abril de nuevo) como nexo de unión, pero la acompaña, diluyendo así su protagonismo, de una banda de mujeres que se dedican al atraco frustrado. Acaban relacionándose de mala manera con una banda mafiosa mexicana tan sanguinaria como incompetente, al mando de un matón dominado por sus güevos (Félix, José María Yazpik) que sólo respeta a su fiel mano derecha, un gangster con principios y cara de ángel llamado, claro, Gabriel (Diego Luna). ¿A que parece fácil de entender? Pues juro que he visto ecuaciones de séptimo grado más sencillas. La gran carencia de este film, que le lastra durante prácticamente las más de dos horas de metraje, es la narrativa. Yo de Díaz Yanes me preocuparía, porque se repiten, multiplicados en proporción exponencial, los problemas de anteriores largometrajes suyos. Así como en “Alatriste” Tano podía excusarse en la obligación de adaptar los cinco libros de la saga de Pérez-Reverte (una decisión, por cierto, escandalosamente equivocada, según los números demostraron: ahí había para, mínimo, una secuela que diera pasta), en este su último proyecto no hay argumento laudatorio que valga. La narrativa es confusa, desgajada, dispersa; los saltos de escenario y escena, y los argumentos paralelos mal cincelados, avanzan trompicados y elusivos, hasta el punto de obligar al espectador a quedarse con los brochazos gruesos de la película y olvidarse del pincel. No hay apenas dibujo de caracteres, aunque en este caso la carencia es pretendida: no hay casi diálogos que faciliten, no sólo el fluir de la historia y su comprensión, sino la interiorización de las psiques de los personajes. Y como esta última y acojoprofunda frase me ha quedado de miedo -otra cosa es que no la entienda ni yo-, me tomo un bien merecido punto y aparte.

Yastoyaquí. Queda claro, pues, que las carencias mencionadas aploman el largometraje de manera casi definitiva. Y, sin embargo, es una película que, aunque no entiendas un carajo de lo que ves, es disfrutable (principio fundamental en el que se basa buena parte de la obra de, pongamos por caso, Ingmar Bergman) (modo “animus provocandi” OFF). Y eso es por que Díaz Yanes, una vez ya se ha enmpotrado contra la escritura, tiene sin embargo el buen gusto de acertar plenamente con el tono. Aunque la primera media hora de la película es un continuo “sus vais a cagar con este plano” pelín masturbatorio, el director madrileño se afana en construir una textura áspera que nos entra por todos los sentidos. Hay una tensión ambiental constante, a la que aportan su grano de arena tanto la fotografía, la cuidada ambientación en México D.F. (una ciudad salvaje donde da la impresión de que te puede pasar cualquier cosa) y las ceñudas interpretaciones de las mujeres protagonistas, que se pasan el filme apretando los puños y los maxilares; en particular, Aurora, el personaje de Ariadna Gil, hecho a medida para su cara de bulldog-con-pinzas-en-los-testículos, que además de ser la perra más dura a este lado del Atlántico, debe de ser pariente bastarda de McGyver, porque es capaz de hacer un rifle de aire comprimido de una bicicleta. Repito: un rifle de UNA BICICLETA. Las demás actrices, todas consagradas, aportan su grano de arena, más físico y de contención que otra cosa, a sus personajes, incluida Pilar López de Ayala, a la que cuesta imaginar en un fregado de este tipo con su carita etérea y angelical más propia de una película de Rohmer. Victoria Abril cumple sobrada su papel de madre-abnegada-con-un-par. Elena Anaya, pues... digamos que tan sólo chupa y duerme. Y no me hagáis hablar.

En una épica femenina (más que feminista) de tal calibre, los hombres quedan retratados de mala manera, a cual más estúpido, retrógrado y machista. Pero hay una excepción, y se convierte en el triunfador de la función: Diego Luna. Con cuatro trazos y un disfraz de Mr. Pink, su “Babyface” (uno de sus apodos, por razones obvias) el actor mexicano consigue componer un personaje creíble en todas sus facetas, tanto en la de asesino amenazador como en la de individuo de principios, a quien pierde los andares bravucones e indomables y el olor a nitroglicerina del cabello de Aurora. El espectador, así, no puede por menos que identificarse con ese amor fatal, con la peripecia vengativa de las mujeres, con la atmósfera selvática de una ciudad sin ley en la que se libran duelos a cojones. “Sólo quiero caminar”, una especie de “Ocean's eleven” a la mexicana que no reniega de su barniz flamenquito y soleare, satisface más al paladar que al raciocinio, y puede resultar tan decepcionante como estimulante. Wey.
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LA CULPA LA TUVO EL VIENTO



Cuando una película es tan buena, e innovadora que enseguida se convierte en un clásico de referencia obligada, ya sea directa o indirecta, poco se puede añadir que no se haya dicho ya. Pero, al igual que dice el anuncio “porque lo vale”, vamos a ello, oye.

Rashomon fue una de las primeras obras maestras del gran Akira Kurosawa, y su éxito y prestigio fue tan grande y rápido, que las malas lenguas dicen que fue la detonante para que se creara la categoría de Oscar a la mejor película extranjera (que, por supuesto, ganó). Una leyenda urbana falsa, ya que anteriormente lo habían ganado cuatro películas más. Pero ¿qué tenía de especial la película japonesa? En Ciudadano Kane ya se había usado de una manera creativa el flash back, pero Kurosawa le supo sacar aún más posibilidades dramáticas.

Bajo las puertas del monasterio derruido de Rashomon se cobijan de la lluvia un leñador, un sacerdote y un peregrino. Los dos primeros están comentando un juicio y lo sorprendentes que han sido las declaraciones de los implicados. Una duda les atormenta: ¿Cuál es la verdad? porque lo realmente sorprendente es que cada uno de ellos se ha acusado a sí mismo y sus versiones son totalmente contradictorias.

Un samurai y su esposa paseaban por el bosque; una ráfaga de viento hizo que el velo de la mujer se alzara y le viera el rostro un bandido, despertado por la brisa. Enfebrecido por el deseo, consigue reducir al marido, atándole a un árbol y la viola. El marido acaba muerto pero ¿quién le mató?

Un pletórico y totalmente animal Toshiro Mifune interpreta al bandido. Es pura fanfarronería, acostumbrado a conseguir siempre lo que quiere. El personaje de la mujer (Machiko Kyo) es el más interesante y el que experimenta más cambios de una versión a otra: de ser la víctima se convierte en una femme fatale que manipula a los hombres a su conveniencia. Pero las cosas no son ni blancas ni negras, no somos ni buenos ni malos, todos tenemos nuestra parte de culpa, pero cuando explicamos nuestra versión siempre miramos de favorecernos... en una palabra, somos humanos.

No puede olvidarse la fotografía, que va desde la eterna lluvia tan presente en las películas de Kurosawa, a la irrupción en un bosque soleado que casi parece mágico, con pequeños detalles que van llamando nuestra atención, o a la ligera incursión en el fantástico con la sesión de espiritismo. El tribunal invisible ante el que explican los hechos los protagonistas (con lo que los espectadores nos convertimos en él) también fue copiado en otras ocasiones, y los americanos hicieron un remake con aires de western llamado Cuatro confesiones; el material de entrada era tan bueno que no consiguieron estropearlo del todo. Creo que eso ya lo dice todo. Sencillamente, hay que verla.
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EASTWOOD IN DA HOOD


Ya que la semana pasada colgué una escena de “Un mundo perfecto”, aprovecho el tirón y os presento el trailer de la última película de tito Clint como director, que no es la recién estrenada (en los Yuesei) “El intercambio”, sino este “Gran Torino” del que en un principio se rumoreó que sería una tardosecuela de la saga de “Harry el Sucio”. Finalmente no van por ahí los tiros, pero el film promete, y mucho, más teniendo en cuenta que parece que va a ser la última aparición en escena de Clint Eastwood. El primer póster, éste, en el que Clint pone cara de “como me ralles el coche, justo ahora que le he cambiado la junta culata, voy a practicarte un tacto rectal con esta recortada y hacértela llegar hasta la epiglotis”, ya nos decía cosas del personaje, y el avance del filme (aquí subtitulado, para los de ciencias) lo confirma. Hechos irrefutables: a) parece rodada en el mismo barrio que “Mystic river”; b) el personaje de Clint, un viejo veterano de guerra con sobrepeso de prejuicios y eterna pose de dogo cabreado, que muy a su pesar se convierte en una especie de héroe de barrio, apesta a nominación a todo lo nominable; y c) tito Clint es tan grande, y lo sabe, que ya ni se molesta en hablar: sólo susurra. A ver quien tiene los santos güitos de pedirle que hable más alto.

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HOTEL CON VISTA A EL ALA OESTE



Todavía con la resaca de las elecciones presidenciales norteamericanas, hay que reconocer lo mucho que les gustan los biopis sobre ellos. Porque si hace años aquí enseñaban la lista de los reyes godos, los yanquis (en teoría) se saben la de todos los hombres que han liderado el “mundo libre” (¿qué se supone que somos entonces? ¿esclavos? "¡Yo soy Espartaco!), y si no la sabían, películas como J.F.K., Nixon, W o series como John Adams les han ayudad a recuperar su memoria histórica (no demasiado larga, por otra parte).

Esta campaña ha sido histórica, y ha venido acompañada de una ilusión (más bien espejismo, diría yo) de cambio que no tenían desde hace muchos años. Tal vez desde finales de los 60. Lider joven, carismático, renegando de una guerra cercana… ¿a qué nos recuerda?

Es realmente curioso que actores más bien menospreciados como Ben Affleck y Emilio Estevez, a la que han dado el salto a la dirección han demostrado una habilidad muchísimo más superior de la que se esperaba de ellos; lo que me encanta, ya que demuestra que uno no puede dejarse llevar por las apariencias.

En el caso de Estevez y Bobby, la verdad es que la cosa estaba un poco cantada. Supongo que tiene que haber influido que su padre sea el actor que más veces ha hecho de presidente de los EEUU, incluyendo unas cuantas veces haciendo de JFK. Además, por lo visto el hermano del mítico presidente influyó mucho en él desde pequeño.

Mezclando grabaciones originales de la época con habilidad pero sin exceso, se nos muestra la historia del atentado de Robert Kennedy, pero no desde el punto de vista de los protagonistas, sino desde los personajes anónimos que sin comerlo ni beberlo se vieron implicados en el hecho. Reparto coral, al más puro estilo de Robert Altman, aunque también toma de referencia a la película Gran Hotel, a la que menciona uno de los personajes. Sin duda lo mejor es el reparto, que combina con éxito gente de la nueva generación como Shia La Beouf , Lindsay Lohan, Elijah Wood o Ashton Kutcher con veteranos como Anthony Hopkins, Harry Belafonte, Laurence Fisburne, Sharon Stone, Martin Sheen o William H.Macy. Que la película habría resultado mejor con más escenas como las de Hopkins y Belafonte o Demi Moore con Sharon Stone, está claro, pero el conjunto es coherente. Por supuesto que hacía falta una banda sonora potente, que nos llevara de lleno a esa época, y no puede faltar una canción de Hair para el intermedio psicodélico de Shia y su compañero, que da la pincelada cómica a la historia.

El único defecto de la película es una ingenuidad, aunque en parte ya va bien porque lo que quiere mostrar es la pérdida de la inocencia de los norteamericanos. Resulta un poco preocupante las similitudes de la película con la actualidad y que su discurso final sea tan vigente ¿tan poco hemos adelantado? ¿Obama seguirá el mismo destino que Bobby o Martin Luther King ? La historia lo dirá.
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EL PRIMO CUTRE DE SUPERLÓPEZ




Un cinéfilo de pro ha de estar siempre a las duras y a las maduras. Próxima parada: las duras. Para apreciar una buena obra de arte hay que conocer las peores, y así tener claro cuál es el nivel más bajo y cuál el más alto. En La Linterna lo sabemos, y ese es el sentido de la existencia de la sección Ed Wood. Hay dos conceptos básicos para entender lo que significa “Supersonic man” en la historia del cine español, pero no puedo desarrollarlos en este post, so pena de convertir este artículo en “Rayuela”. Uno sería la situación del cine patrio a finales de la década de los 70, liberados ya de tío Paco, y en el que la desvergüenza artística y las tetas campaban a estrechas y anchas; el otro, mucho más trascendente para el post, es la definición de clon de combate. Los amigos de “Vicisitud y sordidez” lo han hecho mucho mejor que yo, y le están dedicando una larga tanda de posts asombrosamente documentados. Básicamente, un clon de combate es una película realizada a rebufo de otra de superéxito, casi siempre de género fantástico o ciencia-ficción, con la centésima parte de presupuesto y de talento, producida normalmente por cinematografías de gran desahogo artístico, tales como la turca, la hindú o la italiana. Las fotocopias rozan el delito en lo formal y lo narrativo (obsérvese, tratando de aguantar el desmayo ante los títulos de crédito, cómo en la versión turca de “Star Wars” se incluyen escenas del original. Con dos cojones) pero su desvergonzonería nos atrapa los corazones. Estuvieron muy en boga entre finales de los setenta y los noventa, a caballo de la aparición de su mercado ideal: el videoclub. Como en Ssssspain parece que sólo nos da por el costumbrismo y la Guerra Civil, pues no hemos dado mucho de sí. Con alguna que otra excepción. La mejor de ellas, sin duda, este “Supersonic man” del ínclito Juan Piquer Simón, quizás el mejor exponente patrio.

“Supersonic man” es, básicamente, un refrito inclasificable del “Superman” de Donner, con salpicaduras de “Star Wars” (también estábamos en plena época) y de “Plan 9 from outer space”, aunque este último homenaje es menos intencionado. De disfrute perverso, esta pavorosa obra magna de la caspa hispana, hito indiscutible, alberga tantos detalles, tantas sutilezas para paladares refinados, que temo ocupar toda la página del navegador sólo con este post. Gocemos, púberes padawanes:

- La primera escena promete: en una nave espacial vemos a un tipo al que llaman Kronos, en bañador “Speedo” de los chinos, como si fuera un chulazo cani tomando rayos uva. Está en animación suspendida, pero una potente voz le dice que la Tierra está en peligro y le da superpoderes (luego los detallaremos, que no tienen desperdicio). El tío se larga volando, literalmente, hacia la tierra, con su supertraje entalladito y listo para salir de parranda. En esa escena, precisamente, nos encontramos con el primer superpoder característico de Supersonic: cada vez que vuela, invariablemente suena la infame canción de ahí arriba, un ritmo discotequero infumable que te hace pensar que en cualquier momento va a aparecer Nacho Dogan.

- Luego vemos que el tal Kronos, en un plis, se ha transformado en un hombre normal y corriente llamado Paul, con casa, tele (¡con mando a distancia! ¡1979!), pantalones campana, bigotón y trabajo fijo (en concreto, investigador privado). El artistazo que lo interpreta es un tal Antonio Cantafora, cuya aspecto se acerca más al de actor porno setentero que al de un superhéroe. De ahí que cuando se convierte en Supersonic sea sustituido por un mastuerzo llamado Richard Yesteran, quien sospecho que procedía del teatro experimental, a juzgar por las poses y movimientos absurdos que realiza enfundado en el cutre-traje (un peacho pijama con capucha y capa llenitas de purpurina). Un adelantado a su tiempo. ¿Cómo se convierte Paul a Supersonic? Diciéndole a su reloj-calculadora del “Todo a 0'60” de la esquina: “que la fuerza de las galaxias sea conmigo”. No, a mí tampoco me suena de nada.

- Narrativamente, “Supersonic man” es un clarividente y perspicaz homenaje al Deus ex machina: todo, absolutamente TODO, ocurre porque sí. La máxima expresión de ello-oyes son los superpowers del gachó. ¿Hay que levantar un tractor marca ACME (ver foto allá arriba)? Toma superfuerza (por cierto, el tractor está parado en mitad de una carretera. ¿El campesino estaba apretado de vientre y tuvo que pararse allí mismo? ¡Deus ex machina!). ¿Que hay unas cámaras que me vigilan de manera harto incómoda mientras busco... no sé qué coño busco... pues las hago desaparecer con un grácil ademán; por lo visto en el resto del film, no puede hacer desaparecer nada más. ¿Que unos malosos pretenden freírte a balazos? Convierto las pistolas en plátanos. Parece que las ametralladoras le dan más problemas, quizás porque no encontraron ninguna fruta que se le parezca. ¡Deus ex machina! Me imagino al tipo que le dio los superpoderes, chequeando: "veamos... superfuerza, correcto; capacidad de vuelo, OK; desaparición de cámaras de vigilancia, sí: platanización de pistolas, correcto... Cojonudo, ya estás listo. Venga, dale p'a la Tierra, que ya es tarde."

- Estilísticamente, la película es una abrumadora catarata de hallazgos estéticos, desde la querencia de Juan P. Simón por el neón rojo a los ralentís festivamente gratuitos de la pelea en el bar, pasando por los cambios de formato (lo juro). Pero lo mejor son los F/X. Mejor dicho, los efeequis. Los disparos láser dibujados sobre el celuloide con Plastidecor amarillo, los helicópteros de Famobil, los fondos del espacio dibujados por un niño de parvulario, el madelman que utilizan para los maravillosos efectos de vuelo (hay una escena, por cierto, en la que vuela con una botella de champan y un abridor. Lo juro again) de nuestro héroe... Eso sí, para demostrar que no reparan en gastos, a la que pueden cuelan una explosión: como todos sabéis, si un coche se pasa de frenada, o un barco se hunde, la reacción biofísica lógica es la detonación inmediata. La joya de la corona, sin embargo, es el robot del villano, un indisimulado homenaje al Robby de “Planeta prohibido”, fabricado con las cacerolas sobrantes de la vajilla de la abuela y un par de Zippos que hacían las veces de lanzallamas. De aspecto tan amenazador como el de una muñeca de Famosa, tiene además una movilidad similar: su velocidad es de unos 3 metros y medio por hora.

- Poca broma: la película está hecha en inglés, y en Niu Llorc. No, en New York no. Hay un par de escenas en una calle llena de puticlubs americanos en los que se puede leer "Pussy", y vemos a Supersonic volando (es un decir) sobre una diapositiva de New York. Pero no es New York.

- El villano es digno de tamaña obra maestra. Un “mad doctor” que atiende al nombre de Dr. Gulik (Cameron Mitchell), cuyo plan es secuestrar a un científico, para luego intentar secuestrar a su hija, para así obligarle a... nada, porque ya tiene todas las armas para destruir el mundo. Así pues, la única utilidad del científico (Jose María Caffarel) es darle conversación al maloso, y que este le insulte con gracejo y donosura -“No hay peor tonto que un tonto ciego. Idiota. (pausa para trago de orujo). Idiota”-, y le suelte unas citas de Julio César y Chespir, porque es muy culto. Mitchell interpreta al doctor con la habitual ración de carcajadas bwa-ha-ha, añadiéndole un inquietante tic (se toca la nariz continuamente), que hace pensar en que, efectivamente, la cocaína era la única manera de enfocar tamaño personaje.

Me dejo un trillón de cosas en el tintero, pero es tarde y es largo (el post). A pesar de todo lo dicho, el truñometraje se vendió fuera de España, tuvo un moderado éxito que provocó que hasta se hicieran cómics sobre ella (aún más infectos que la película), y reconózcolo, de pequeño a mí me gustaba más que “Superman”. Por Dios, convertía las pistolas en plátanos. Iguala eso, jodido paleto de Smallville.
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LEVANTEMOS ALGO DE POLVO



"Antes del principio, después de la Gran Guerra entre el Cielo y el Infierno. Dios creó la Tierra y dió dominio sobre ella al habilidoso mono al que llamó Hombre.
Y en cada generación nació una criatura de luz y una criatura de oscuridad .Y grandes ejércitos se enfrentaron de noche en la antigua guerra, entre el Bien y el Mal. La magia existía entonces, la nobleza y una crueldad inimaginable. Y así fue hasta el día en que un falso sol explotó sobre Trinidad...y el Hombre cambió para siempre la maravilla."


Con estas palabras del Evangelio según San Mateo, recitadas en primerísimo plano por ese pequeño gran actor que es Michael J. Anderson, ante un fondo de negro absoluto empieza Carnivâle. Ya nos anuncian que nos encontramos ante una serie realmente especial. Y no decepciona.

No encontramos en 1934, en plena Gran Depresión (toquemos madera), Ben Hawkins (Nick Sthal), un joven presidiario fugado, es recogido por una feria ambulante, compuesta por los típicos freaks de la época: hermanas siamesas, mujer barbuda, hombre lagarto…todos ellos dirigidos por Sansón (Michael J. Anderson), aunque en realidad es el intermediario de el “administrador”, alguien que no sale de su caravana, nadie ha visto y habla a Sansón tras una cortina (¿a que resulta un poco familiar)?

Ben tiene unas extrañas pesadillas en las que ve una guerra ya pasada, lobos, mutilaciones… pero siempre aparece en sus sueños una persona a quien no conoce, un sacerdote. Lo que no sabe es que el hermano Justin (Clancy Brown) comparte las mismas pesadillas. Mientras la feria va de pueblo en pueblo y Ben intenta no dormir para evitar las pesadillas, Justin intenta por todos los medios construir una iglesia donde antes había habido una casa de juego, siguiendo una orden divina.

Como se puede ver, nos encontramos ante la eterna lucha entre el Bien y el Mal, pero las cosas no son tan simples como parecen. Durante una buena parte de los capítulos no sabemos quién es el bien y quién el mal, ya que en principio tan misteriosos e inquietantes parecen Justin como el Administrador. Las alucinaciones y los sucesos cada vez más extraños se nos muestran de un modo totalmente realista, pero sumamente turbador. No sé si fue casualidad o no que el director de varios episodios fuera Rodrígo García, hijo de Gabriel García Márquez, uno de los principales creadores del “realismo mágico”, porque la serie tiene mucho de eso. El gran acierto de la serie es darle un aire muy especial, como una mezcla de David Lynch y Tim Burton. Personajes como el mentalista ciego Londz aficionado a la absenta (Patrick Bauchau), o la echadora de cartas , Sofie, que se comunica mentalmente con su madre en coma, por no hablar de ese misterioso gerente oculto tras una cortina al que da la voz Linda Hunt harían las delicias de estos directores, aunque por supuesto la otra gran referencia obligada es la película Freaks de Tod Browning.

Una fotografía sencillamente perfecta, en la que predominan los tonos oscuros y terrosos, como el polvo del camino que ensucia las caras de los personajes, una ambientación modélica y un compacto reparto de actores entre los que destacan (como no podía ser de otra manera) los de los del “lado oscuro”, liderados por el carismático hermano Justin y su impresionante voz (el religioso más perturbador desde el Robert Mitchum de La noche del cazador), pasando por Londz, y como mediador de los dos mundos el inefable Sansón, que seguro que sabe muchas mas cosas de las que parece. Los componentes del circo tienen su propia moral y sus propias leyes, sabedores que son despreciados por el resto de la sociedad.

Aclamada por todos, lo extremadamente costoso de un rodaje con abundantes exteriores,detalalda ambientación y su amplio reparto hizo que tuvieran que suspender la serie al final de la segunda temporada, que acabó con demasiadas preguntas por responder para el gusto de todos. El resultado sorprendió a todos: desde entonces no han parado de recibir mensajes solicitando que continúe la serie y se ha creado la plataforma savecarnivale para reclamarlo. De tal modo que Daniel Knauf, el creador, ha dicho que la acabarán. No saben ni cómo ni cuando, ni si será para la televisión o directamente al cine, pero lo harán. El tiempo lo dirá y si es así esperemos que esté a su nivel.

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EL FANTASMA DE HALLOWEEN



- Hola, Marcbranches, qué tal estás. Vaya, hay que ver qué bien te sienta esa barbita. Qué suerte tenéis los hombres, las canas os hacen verdaderamente interesantes. Claro que tú no necesitas las canas.

Mientras Marcbranches, con tembleque hasta en el blanco de las uñas, trata de hacerse una idea de cuánto puede costar un billete a Burkina Fasso, puesto que tamaño lisonjeo de la Directrice sólo puede significar una cosa (y desde luego, no se trata de sexo, aunque también voy a necesitar protección), la jefa se rasca los alrededores de la nariz al estilo Vickie el Vikingo y suelta su magnífica iniciativa.

- Bueno, a lo que iba. Ya que te toca postear escena el 1 de noviembre... ¿qué tal si cuelgas algo que tenga que ver con Halloween? ¿A que es una idea estupenda? Claro, tendría que ser algo que no tuviera nada que ver con Michael Myers o Jamie Lee Curtis, que nosotros somos un blogdeéliteytalyeso. Es sólo una sugerencia, ¿eh? Si no quieres, O NO SE TE OCURRE NADA, no hay problema.

Mientras formulaba esta última frase (en tono “gruñido de guepardo ON”) me pareció que le crecían los premolares, pero no podría asegurarlo, porque mi sudor había conseguido llegar hasta los cristales de las gafas y no podía ver nada. Rescatando fuerzas de donde no tenía, con firmeza de capitán general, estoicismo de soldado espartano y la contundencia de un uppercut de Joe Frazier, respondí violentamente:

- Sí, claro, por supuesto, sin problemas. Por cierto, ese nuevo carmín color verde limonero te favorece mucho.

Así que ipso facto me dediqué a un laborioso (casi cinco minutos) trabajo de investigación, que, después de fracasar con iniciativas tan prometedoras como buscar en el Youtube con la frase “gran escena que sea de Halloween pero no de Halloween” (sólo me aparecían extrañísimos videos caseros búlgaros), me vino a la cabeza una careta de fantasma. Un niño disfrazado de Casper al que, por primera vez, le dejan hacer “trato o truco”. Un fugitivo que sabe que un mal padre siempre deja mala huella. Una canción de angustioso tono sureño llamada “Big Fran's baby”. Una aguja de tocadiscos que no quiere volver a su sitio. Según Clint Eastwood, un mundo perfecto.
 
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