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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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EL ETERNO PETER PAN



¿Porqué nos gusta Johnny Depp? Porque no cogió el lado fácil, ya desde muy joven, y se ha mantenido en el mismo con una fidelidad asombrosa. Para un jovencito guapo como él, habría sido muy sencillo aprovechar su fama televisiva para eternizarse como foto de las carpetas de adolescentes, pero Johnny ya tenía las ideas muy claras: le iban los personajes excéntricos e inadaptados, y si le dirigía alguno de los directores “raritos” del momento, mejor que mejor: Kusturica, Burton, John Waters, Terry Gilliam, Jim Jarmusch... Se veía que al chico no le iban los blockbusters.

Sin duda con el que ha tenido una relación más especial ha sido con Tim Burton, prácticamente son dos almas gemelas, hasta el punto que no sólo participa como actor de carne y hueso en sus películas, sino que cuando son de animación también usa su voz y su aspecto. Su asociación ha sido de lo más fructífera y positiva y esperemos que sigan así mucho tiempo.

También era capaz de mostrar un lado de lo más sensible, no ya sólo la criatura de Eduardo Manostijera, con su corazón de galleta, sino que Benny and Joon con su adorable Sam, admirador de Chaplin y Keaton, el llorón de Cry baby, el Gilbert de ¿Quién ama a Gilbert Grape? (donde, curiosamente, él era el “normal” de la familia, frente a Leo de Caprio) o el seductor más romántico del mundo en Don Juan de Marco demostraron que era facilísimo enamorarse de alguien como él.

Junto con Winona Ryder fueron la pareja perfecta de la generación X, grunge o como queráis llamarla, pero nada es eterno y el tatuaje de Winona forever se convirtió en Wino forever tras su separación. El tiempo pasaba, y a pesar de seguir teniendo un rostro ligeramente aniñado tenía que encontrar personajes a su medida. Vale, tenía un buen historial pero no tenía taquillazos, y de golpe y porrazo demostró que sabía hacer reír y echó por el suelo la maldición en taquilla de las películas de piratas con su Jack Sparrow, la más histriónica de sus creaciones, con la que consiguió su primera nominación al Oscar.¿Podía haber alguien más apropiado que él para interpretar al creador de Peter Pan? Por supuesto que no, repitiendo nominación al año siguiente, y nuevamente otra vez por su barbero cantante Sweeney Todd. Parece que va camino de convertirse en un nominado habitual.

Me encantaría verle haciendo un personaje gris tan sólo por variar, pero no parece que vaya en ese camino haciendo de Sombrero Loco en Alicia en el País de las Maravillas, aunque he de reconocer que es único para los personajes excéntricos. Él sí que puede decir lo de “Yo creo en las hadas. Yo creo. Si creo
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SOPA DE CARAMELO EN EL IMPERIO DEL SOL


El 21 de septiembre de 1945, yo morí”.

Debo de estar en modo masoquista “on”. No repuesto de la reestructuración de vísceras a la que he sido sometido por la visión de “Camino”, me enfango sin dilación ni sensatez en una de las películas más desoladoras que a las gafas uno se haya echado. Aunque alguno crea lo contrario, no sólo de Hayao Miyazaki viven los Ghibli Studios. Buen ejemplo de ello-oye, es Isao Takahata, director más irregular e infecundo, quien en su momento participó, junto a Miyazaki, de las históricas series “Heidi” y “Marco”, y de la no tan histórica “Ana de las Tejas Verdes”. Una vez se independizaron de Nippon Animation y fundaron los Estudios Ghibli, Takahata se arrojó a su primer largometraje, que resultó ser no sólo su obra maestra, sino uno de los hitos del cine de animación: “La tumba de las luciérnagas”. La prueba irrefutable de que hay películas de dibujos animados que un niño no debería ver. O quizás sí.

“La tumba de las luciérnagas”, que arranca con la frase de inicio del post, está basada en una obra homónima de Akiyuki Nosaka, en parte autobiográfica. En el verano de 1945, con la Mundoguerra 2.0 tocando a su fin, las pasadas bombarderas de la aviación norteamericana castiga especialmente al pueblo de Kobe. Dos hermanos, Seita y Setsuko, de 14 y 5 años respectivamente, no consiguen llegar al bunker para reunirse con su madre. Sobreviven, pero su madre (por cierto, es clavada a la de Marco), ingresada en el hospital de campaña erigido en una escuela, no (por cierto bis, no sé qué tienen los japoneses contra las madres). Es sólo el principio de sus desventuras: son acogidos en cas de sus poco acogedores tíos, para posteriormente irse a vivir solos en un refugio antiaéreo abandonado, si es que a eso se le puede llamar vida. La sinopsis de la película no hace justicia a la devastadora desazón que transmite el film de Takahata. Es un alegato antimilitarista en primera persona de la víctima más inocente que puedas encontrarte: los niños. Así, sin necesidad de asistir a extemporáneas y abigarradas escenas de bombardeos y violencia, cala en el corazón del espectador la mezquindad humana proveniente del efecto multiplicador de la guerra. En un significativo y profundo contraste con las miriadas de historias bélicas en las que, incluso desde el prisma del pacifismo, se ventean las noblezas del ser humano (solidaridad, bravura, abnegación, generosidad), “La tumba de las luciérnagas” ajusticia las mezquindades del ser humano, a través de los personajes con los que Seita y Setsuko se van encontrando, con especial mención para su tía, demasiado concentrados en su abstracción de la guerra como para sentir algo parecido a la compasión por los huérfanos. Uséase: somos una mierda, y cuanto peor están las cosas, más mierda somos. No, no metáis la cabeza en el microondas, que aún hay más.

Seita tiene 14 años, y he dicho anteriormente que es un niño, pero miento cual agente de bolsa en sesión de Ibex35. Su infancia ha sido arrebatada por la barbarie de la guerra, y desde la primera bomba vemos que ha asumido el papel de “protector” de la familia desde que su padre -oficial de la marina- se largase a surcar esos mares bélicos de dios (por supuesto, acaba surcándolos hacia abajo); por supuesto, no está capacitado para tomar decisiones trascendentales y no equivocarse, algo que pagarán muy caro. En cierta sintonía con historias similares, tipo “El niño con pijama de rayas” o “La vida es bella”, Seita trata de esconderle a Setsuko, en la medida de lo posible y con desarmante ternura, los horrores de la guerra, pero no a través de fantasías o alambicados engaños, sino, simplemente, a través de los pequeños placeres que, incluso en las peores circunstancias, te puede ofrecer la vida. Un paseo por la playa, una caja de caramelos de frutas (todo un símbolo, durante la película, de la situación de los hermanos), o las luciérnagas del bosque, que nos ofrecen las escenas con mayor carga de lirismo del largometraje, de estilo plenamente Ghibli. De hecho, el simbolismo de las luciérnagas (o la luciérnaga: en japonés, el título se puede referir a una o a varias) del film puede ser interpretado desde varios ángulos; aunque hay una escena muy significativa en la que dos de ellas se alejan, sin rumbo, de las demás, hasta apagarse su luz. Y así precisamente transcurren las vicisitudes de los niños, que a medida que se ven obligados a construirse su propio ecosistema y a alejarse de una sociedad demasiado ensimismada para ocuparse de ellos, van rebajando sus recursos y su salud. Y aunque Seita, indesmayable, no pare de luchar por la decreciente vitalidad de su hermana (ese plano en el que la pequeña Setsuko le enseña sus desnutridas costillas, llenas de eczemas, al funcionarial médico del pueblo, que ni se inmuta, se anclará en mi esófago durante mucho tiempo), la película se empecina en no ofrecer ni un solitario rayo de esperanza. Narrativamente, es un filme lineal, sin altos ni bajos, hasta el punto de que se puede afirmar que la estructura tradicional de tres actos no es tal, sino que es un sólo acto circular.

“La tumba de las luciérnagas” es una película tan necesaria como difícil de ver, a tal punto que muchos de los que decimos admirarla no nos vemos capaces de enfrentarnos a una dolorosa segunda visión: el agrietamiento de nuestro corazón podría ser irreversible. La barbarie de la guerra frente a la dulzura de Setsuko, bombarderos contra luciérnagas. La elección debiera de ser sencilla.
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¿CUÁL ES TU PLATO FAVORITO?



Retomo una de mis secciones favoritas: la de cine y gastronomía. Para hacer boca (y nunca mejor dicho)a Halloween, he aquí una escena de Theatre of blood, que aquí se tradujo muy inspiradamente por Matar o no matar, éste es el problema. Una película con todo el encanto de la serie B, pero –como solía pasar- con una idea muy original de partida, ya que suplían la falta de medios con la imaginación. Un actor de teatro enloquecido se dedica a matar a los críticos que han hablado mal de él, pero no lo hace de una manera cualquiera, sino recreando muy libremente escenas de obras de Shakespeare: Julio César, El rey Lear, El mercader de Venecia…Estupendo reparto con actores como Jack Hawkins o la inolvidable vengadora Diana Rigg. Pero sin duda lo mejor es el deslumbrante recital que hace Vincent Price como Edward Lionheart, que le permite lucir toda una serie de acentos, disfraces y recitar versos isabelinos con su insuperable voz. Aquí está su versión de la sangrienta Titus Andronicus, junto con ese magnífico secundario llamado Robert Morley, un crítico obsesionado con sus perritos. No tiene desperdicio la frase final de “ He had no stomach for it” (No tuvo estómago para soportarlo). Usted sí que sabe. maestro.

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ME VOY CON JESÚS


Llevamos un par de semanas realmente desazonadoras desde el punto de vista del cine español. Ha habido un goteo incesante de estrenos de origen rojigualda, a rebato de campañas comerciales correctas que, por lo menos, han cercenado la habitual clandestinidad de nuestros estrenos. Tuvimos una semana friki con “Santos” y “Sexykiller” (que, por cierto, he de decir, a riesgo de ser parado por la benemérita en cualquier momento debido a una denuncia de la Directrice, que me divirtió mucho más que “Quemar después de leer”), y hemos tirado de dos polémicas sociales muy arraigadas en España, el terrorismo (“Tiro en la cabeza”) y el Opus Dei (“Camino”). A falta de que se consolide la carrera comercial de alguna de ellas, se puede decir que ninguna ha impactado lo suficiente como para merecer una visita masiva del público. La única que está aguantando, en parte por el casi siempre infalible tirón “nominación a la nominación” es “Los girasoles ciegos”, que sigue dando guerra. Algún día venceré a mi legendaria pereza y escribiré un post sobre las causas de la perenne distancia entre cine y público español. Pero no va a ser hoy.

Camino” -inspirada, y sólo inspirada, en la vida de Alexia González-Barros, aspirante oficial al cinturón de Beata de la Federación de la Obra de Escrivá- es una de esas películas que se caracterizan por su improbabilidad de dejar indiferente al espectador: puede que salgas del cine extasiado, destrozado o irritado, pero, si tienes un mínimo de sensibilidad (cosa que, por otra parte, en mi caso puede aportarse más de una duda razonable) no puede dejarte con el mismo cuerpo con el que has entrado. Se hace muy complicado separar la vertiente estrictamente cinematográfica de la ideológica en esta película, y esto es así porque su director, Javier Fesser, lo ha querido así. “Camino” es un film desparramado, excesivo, valiente, desmesurado. En condiciones normales, un largometraje de este tipo se hubiera filmado con la contención propia del que sabe que se arriesga a ser tachado de demagogo, sensiblero y lacrimógeno. Fesser se pasa por el forro de sus alforjas tal ventura, admitiendo la apuesta y envidando hasta quedarse vacío. El relato no se contiene ni se encierra en la introversión, sino que se abre a los sentimientos de los personajes, ataca al lacrimal impúdicamente, y no repara en gastos ni recursos a la hora de plasmar las fantasías ensoñadoras de Camino. Me abstengo de insertar (Ctrl+I) la sinopsis de la película, para no dilatar más el post, y porque todo el mundo se hace una idea de lo que se cuenta. Aparte de la primera escena (que detalla los momentos finales de Camino con familiares y media clínica como asistentes al espectáculo), el arranque del filme nos presenta a una preadolescente (Nerea Camacho) feliz y despreocupada, devota según reglas opusdeicas de su estricta y supraconservadora madre (Carme Elias) y con la anuencia bienintencionada de su padre (Mariano Venancio), mientras su hermana numeraria (Manuela Vellés) disfruta de las ventajas de planchar como una esclava . Poco a poco, entre incompetencias y perezas de los médicos que la van atendiendo, un simple dolor de espalda se va transformando en algo mucho más grave. Pero la estética de Fesser se mantiene durante todo el relato a pesar de la desgracia, a través de una fotografía luminosa e iridiscente, preeminencia de primeros planos que rozan lo televisivo, y un melodramatismo holgado que salpica con las fantasías infantiles de Camino (único lugar en el que se reconoce, Emilio Gavira incluido, al Fesser de “P. Tinto” y similares), entre las que se incluye una poco sutil metáfora de la (falta de) libertad a través de un ratón de perfecta infografía.

La polémica del film, azuzada hace nada por un duro intercambio epistolar en público entre Javier Fesser y la familia de Alexia, se genera a través de la denuncia que el director madrileño hace de las tácticas y costumbres de la Obra. Y sí, es cierto que “Camino” (recordemos, así se llama el libro fundacional de Josemari) presenta, más que denuncia, ciertas actitudes más próximas al lavado de cerebro y a la extorsión disimulada que a una orden religiosa. Sin embargo, Mi Majestad -siempre refractario a todo integrismo, totalitarismo, o cualquier -ismo cuya única razón no sea la total sumisión a mi egregia personalidad- ha percibido, por encima de la crítica al Opus, un juicio sumarísimo hacia tal sumisión a unos principios que signifiquen el abandono, no sólo de los seres queridos (ver la actitud del personaje clave de Nuria, la hermana de Camino, que sólo se interesa por ella cuando el interés del Opus toma cuerpo), sino de uno mismo. La secuencia en la que, de nuevo, Nuria, se pone las piedras en los zapatos como método de automortificación, revuelve el estómago por la anulación del propio ser que supone dicho acto. “Camino”, de tan frontal, roza en ocasiones el ridículo, incluyendo la resolución final, tan tramposa como almibarada (dando un giro total a la secuencia de inicio), pero no me parece que lo sobrepase en casi ningún momento, con excepción de los aplausos finales, como si estuviéramos en La Ventas... A ello, sin duda, colaboran poderosamente las interpretaciones de sus protagonistas. Carme Elias lidia con energía con un personaje, la madre, quizás demasiado plano, pero al que el director tiene el buen gusto de no juzgar demasiado severamente: toma decisiones equivocadas, está manipulada, es sobreprotectora, pero el amor por su hija es indudable, y Fesser trata de comprenderla desde ese punto de vista. Mariano Venancio está estupendo dentro de un personaje importantísimo, quizás el único que entiende la verdadera vocación de Camino, pero al que su reacción tardía le juega una mala pasada. Ya hemos comentado la trascendencia del personaje de Manuela Vellés, que pasa de robot numerario a ser humano con destacable sutileza. Capítulo aparte merece la niña, Nerea Camacho (por cierto, realmente parece hermana de la Vellés, son los mismos ojos), una bendición de casting, cuya desarmante y límpida mirada recuerda a la Ana Torrent de “El espíritu de la colmena”, aunque en otro sentido, más alegre, más refulgente. Enamora a la cámara, y habrá que seguirle la pista si decide continuar el camino interpretativo.

“Camino” es una de las películas que más me ha revuelto en la butaca en los últimos tiempos. El aprovechamiento del dolor abrasador de la niña, junto a su fosforescente inocencia, y, por qué no decirlo, alguna experiencia personal, hacen que la historia te estrangule el sistema cardiovascular. Cierro el post con la última frase de la recentísima carta abierta de Fesser al Opus Dei, que no hace sino desnudar las argumentaciones dogmáticas, no sólo de la Obra, sino de cualquier armazón religioso: “Es muy injusto aceptar que un tumor cancerígeno en la vértebra de Alexia fue voluntad de Dios y sin embargo esta película, que por cierto no es su biografía, no lo sea.
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LAS SERIES VAN EN SERIO



Decíamos ayer… Porque aunque parezca que fue ayer, ya llevamos ni más ni menos que 500 posts, que se dice pronto. Y ¿qué mejor para celebrarlo que inaugurar por todo lo alto una nueva sección?. Así que cojo la botella de champán (¡oops! quise decir cava, por supuesto) y la arrojo, mientras digo “Queda inaugurada esta sección”. ¿Qué nueva sección?, os estaréis preguntando ¿sobre qué?. Ahí voy.

A estas alturas creo que hemos dejado bastante patente nuestro amor al cine, pero eso no impide que reconozcamos una cosa: en estos momentos, la mayor cantidad de talento por metro cuadrado no está trabajando en el cine, sino en la televisión. La que fuera hermana pequeña del cine, o la “caja tonta” parece haber llegado a la mayoría de edad, olvidado sus complejos y estar viviendo una edad dorada de las series. Lejos quedan esas comedias de situación con risas enlatadas o las mil y una variaciones de series sobre abogados, médicos y policías.

Hace tiempo que nos vamos quejando de la falta de ideas nuevas en el cine. Muchos efectos especiales, muchas imágenes digitalizadas… pero poco más. Sin embargo,algo iba a cambiar en la pequeña pantalla, y para ello harían falta dos cosas: Una cadena nueva, HBO, con muchas ganas de innovar, y una serie que se convirtió en una referencia de la historia de la televisión: Los Soprano. Nunca se había hecho algo así.

En la televisión un nuevo grupo de guionistas se encontraron con una libertad que no gozaban en el cine, además el tempo televisivo permitía desarrollar los personajes muchísimo más, así como enriquecer la intriga. El lenguaje era puramente cinematográfico, el tratamiento de los personajes totalmente adulto.
Las cadenas apostaron por ellos, haciéndose auténticas superproducciones que nada tenían que envidiar a las cinematográficas que incluso llegaron a ponerlas en problemas económicos. Además, había un nuevo medio con el que no habían contado: Internet. Las nuevas tecnologías hacían que mucha gente viera las series on-line, evitando así verlas con cortes publicitarios; de modo que los índices de audiencia que en principio eran bajos de algunas series luego demostraron estar equivocados, haciendo que continuaran rodándolas, a pesar de todo. Por si fuera poco, Internet era el perfecto campo de cultivo para que la gente opinara sobre lo ocurrido en el último capitulo que acababan de ver, llegando a extremos increíbles de inventar teorías para explicar todo, que no fueron ignorados por los creadores.

Algunos de los guionistas televisivos de más éxito ya han saltado al cine, como Aaron Sorkin, con mayor o menor fortuna, y alguno de los nuevos “gurus” del medio, como J.J. Abrams también han hecho sus pruebas en la pantalla grande. Esto es sólo el comienzo y creo que toda esta nueva hornada puede ser sumamente positiva, que tal vez sea el relevo de la llamada “generación de la televisión” de los cincuenta.
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UN SODERBERGH CON VERBORRAGIA


Richard Linklater tiene fama, en especial entre sus detractores, de ser un caramelo indigesto propio de tendencias gafapastistas, tan encantadas de sí mismas y de su minorismo. Mi Majestad, que se considera demasiado ecléctico como para encuadrarse en dicho término (supongo que como todo buen gafapasta que se precie), tiene A Linklater como uno de esos directores, como Peter Weir, a los que presta una especial atención, con la esperanza de que vuelva a repetir alguno de sus mejores momentos, y la certeza de que ninguno de sus malos ídems le llegará a irritar demasiado. Un poco al estilo de Steven Soderbergh, Linklater no tiene miedo en tocar cualquier palo que le pongan delante (frase que, ahora que pienso, da excesivo pie a chistes fáciles cargados de gaycidad), subvencionado por su tesón para conseguir ser financiado, y siempre con algún amigo de renombre que le eche una o dos manos. Igualico que Soderbergh.

Richard Linklater, nacido y actualmente residenciado en Texas (dato nada baladí, significante de su falta de apego al jolibudismo dictatorial), mamó desde pequeño a directores de marcada querencia auteur como Fassbinder, Bresson, Ozu o Nagisha Oshima. Ciertamente, todas estas referencias, de alguna manera o de otra, han quedado reflejadas en su curiosa e irregular carrera como cineasta. Su primera película, “Slacker”, ya determina parte de las inquietudes y recursos narrativos y estilísticos de Linklater, entre otras cosas, su considerable tendencia a la divagación intelectualoide, que muchas veces ha situado por encima de la propia narración, o el enclave temporal de apenas 24 horas en las que transcurre la acción. Llámele acción, llámele equis, y nunca mejor dicho, porque lo cierto es que, aunque aquí es un film absolutamente desconocido, se le suele citar junto a “Sexo, mentiras y cintas de video” como punto cero del movimiento indy americano de los 90, muy relacionado con la susodicha generación X. Un par de años más tarde se marca un intento de “American Graffiti” llamado “Movida del 76” que gana aspecto de “cultismo” con el paso del tiempo, en parte gracias al en aquel entonces desconocido reparto: Milla Jovovich, Mathew McConaughey, Ben Affleck... Sin embargo, será su siguiente película la que hará despertar los tambores de la cinefilia, por lo menos la mía.

Antes del amanecer”, que se podría definir como un hermosísimo paseo por Viena de dos jóvenes recién enamorados, redimensiona un género -la comedia romántica- repetidamente ultrajado y violado analmente por un sinfín de gañanes que se creían Leo McCarey, a partir de la mágica química entre el director y sus actores (Julie Delpy y Ethan Hawke), que participan del guión mucho más allá de las improvisaciones en escena. También localizada temporalmente en un sólo día, el vaporoso proceso de enamoramiento a través de la verborrea y el sutilísimo lenguaje gestual, y su enmarque en la idílica fastuosidad de la capital vienesa, hacen de este largometraje una comedia sentimental, como mínimo, a la altura de las mejores... hasta que llegó su secuela, pero ya llegaremos. En “Antes del amanecer” se tocan temas repetitivos en Linklater, y que se recrean en sus filmes posteriores, más áridos: “Suburbia” y “Waking life”; la alienación de la juventud, el desencanto de una generación, la carencia de aspiraciones... “Waking life”, además, presenta la innovación estética de la filmación en rotoscopio, consistente en hacer animación sobre filmación real; por lo demás, es una especie de extraña continuación de “Slacker”, cargada de diálogos profundos y monólogos inacabables de considerable carga existencialista y política, que la hacen bastante indigesta para estómagos delicados. Algo similar se puede decir de “Tape”, una especie de pieza teatral con el coleguita Hawke, Uma Thurman y un Robert Sean Leonard pre-Wilson. Y entonces llega otra sorpresa.

School of rock” podía ser una película más sobre un profesor perdido en sí mismo que encuentra la redención a través de, oh-paradoja, las enseñanzas de sus alumnos. Hacía toda la pinta de ser “Mentes peligrosas” + Jack Black haciendo de Jack Black: para coger el primer tren a Tombuctú. Sin embargo, Linklater se lo toma con extrema seriedad, sin duda debido a su cariño hacia el rock (gran seguidor de Led Zeppelin), y hace una película para todos los públicos que no daña a la inteligencia, con una música excelente, y con Joan Cusack, que siempre es un punto a favor. Cuando nadie lo esperaba, Linklater se saca de la manga una continuación, nueve años después, de “Antes del amanecer”, titulada, en un agotador alarde de ingenio, “Antes del atardecer”, que no sólo es equiparable a la primera en cuanto a talento y sensibilidad, sino que alberga la que considero una de las mejores y más arrebatadoras escenas finales de la historia del cine. Julie Delpy, Nina Simone, un avión que se pierde... diosssssssssssssssss. Esta película me recuerda que a veces hasta tengo corazón. “A scanner darkly”, sin embargo, que se esperaba con mucha expectación al ser una adaptación de un relato de Philip K. Dick en el que se volvía a utilizar la rotoscopia, decepcionó bastante, resultando más bien plomiza y discursiva. “Fast Food Nation” es su hasta ahora última película, una crítica bastante despiadada, tan verborreica como de costumbre y con ciertos flecos de ingenuidad, del ingente y desorbitado negocio de la comida rápida; el reparto es considerable, e incluye algún cameo estelar tipo Bruce Willis, lo que demuestra, una vez más, que este hombre, aunque no viva en Hollywood, sabe relacionarse. El título de su próximo proyecto promete: “Me and Orson Welles”. ¿Será una autobiografía?
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TOCAN A ARREBATO




Pocas películas españolas hay que sean míticas, y menos aún que tengan escenas que se hayan convertido en iconos pop. Arrebato consiguió las dos cosas. En la inquietante película de Iván Zulueta sobre el poder vampírico del cine (tema fascinante para cualquier cinéfilo), la escena que se fijó para siempre en las retinas de los espectadores es ésta. Hace tiempo que la buscaba y por fin hace poco la han colgado en youtube. Una arrebatada Cecilia Roth convertida en una impagable Betty Boop canta y baila ante un alucinado (por varias causas, vale) Eusebio Poncela. Inolvidable.¡Qué años los de la movida!

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EL CHOCOLATE DE LEIRE



Se dice que la figura de la madre muerta es uno de las simbologías más empleadas en la narrativa, tanto lírica como dramática, del Romanticismo español. Metáfora reincidente del desamparo humano, la figura de la madre muerta ha sido adherida a héroes y heroínas como refuerzo de su condición de seres frágiles y al pairo del sentimiento de amor, y, por tanto, de la pérdida del mismo; aunque también, en su vertiente, llamémosle, fantasmal (se la recuerda, por tanto, vive), como soporte vital del personaje, agitando siempre, en cualquier caso, los altibajos sentimentales y morales de los héroes románticos. ¿Es, en consecuencia, Ismael López de Matauko, el protagonista de la película “La madre muerta” de Bajo Ulloa, un héroe tradicional romántico? Nain. Sin embargo, el objeto iniciático de la figura literaria, el desamparo, sí que se encuentra muy presente en la película y sus protagonistas, lo cual permite a Mi Majestad tirar por la calle de en medio de este patillero argumento. Si con este primer párrafo alguien albergaba la esperanza de que mi modus operandi haya cambiado, y por fin sepa de lo que estoy hablando, desengáñese señora.

Juanma Bajo Ulloa fue durante un tiempo, el niño mimado del cine español. Y digo bien: del cine español, no de la industria. La pátina de enfant terrible que ha arrastrado el bueno de Juanma -a golpe de pantalones pitillo, camisetas de la selección brasileña y un discurso antisistema fácilmente interpretable como pose- le granjeó la adhesión incondicional de parte de la cinefilia hispánica, hipnotizada por su narrativa malsana, su facilidad para la atmósfera turbadora y sus personajes al límite. Aunque su ópera prima “Alas de mariposa” fue muy aplaudida, “La madre muerta”, que fue recibida con tremenda disparidad de opiniones, fue la que le barnizó con la primera capa de malditismo, que soportó incluso el descomunal éxito taquillero de “Airbag”. El gatillazo de “El Capitán Trueno” y la odisea financiera y presupuestaria que precedió a la ínfima distribución de la perroverdista “Frágil” han dejado hoy en día a Bajo Ulloa a un par de metros de la caricatura de sí mismo. Aunque consideroAlas de mariposa” su película más redonda, es quizás en “La madre muerta” donde encuentro las escenas más electrizantes de la carrera del director vasco. Y con este van dos párrafos de introducción. Arráncalo ya, por Dios.

Así que al grano, que dijo el señor Clearasil. “La madre muerta” nos cuenta la historia de un despreocupado asesino (Ismael López de etc., también llamado Karra Elejalde), al que sólo le obsesiona una cosa: que la hija autista (Leire, o Ana Álvarez) de una de sus víctimas veinte años atrás, tan impresionada que no volvió a recobrar la razón, acabe por reconocerle. Así que hace lo que haría cualquier hijo de vecino en su lugar: secuestrarla y esperar a matarla un día de estos que haga bueno. Pero una extraña empatía mediatiza las decisiones y reacciones de Ismael... La ¿cantante? francesa Lio (undostres-respondaotravez: por 25 pesetas, títulos de canciones interpretadas por Lio que el lector conozca) (lo sabía. Pues pónganse a ver esto, o esto, y luego intenten no arrancarse los ojos con una grapadora), como la amante de Ismael, y una yogurina Silvia Marsó, como la cuidadora de Leire, completan el reparto principal. El largometraje presenta algunas de las características esenciales que ya observamos en “Alas de mariposa”: una atmósfera malsana, un aire cortante cual afilador, una violencia soterrada (y no tan soterrada) derivada de los sentimientos extremos de los personajes, aderezada con maestría por la banda sonora de Bingen Mendizábal. Con más altibajos que en su primera obra, Bajo Ulloa explicita ese ambiente insalubre a través del personaje de Ismael, al que Karra Elejalde borda, convirtiéndolo en uno de los mayores cabrones que haya creado el cine patrio (undostres-etcétera: por 25 pesetas, nombres de grandes villanos del cine español) (no, no vale Jose Luis Moreno en “Torrente 2”). Su explosión de violencia en el asesinato de su jefe es pura casquería; lo que nos inquieta, realmente, es su comportamiento durante el día, el maltrato psicológico a su amante (otro mal bicho, por otra parte) a golpe de burlas y amenazas, su desprecio por todo lo que le rodea. Un alma decolorada -desamparada- hasta la negritud, que encuentra una chispa fosforescente en la candidez sin conocimiento de Leire. Ismael ha abandonado su humanidad hasta el embrutecimiento casi ancestral, de tal manera que es incapaz de entender, siquiera plantearse, qué le hace sentir esa hermosa niña con aspecto de adulta que le refrena su habitualmente despreocupada tendencia asesina. No sólo eso. En una escena peripatética, Ismael rebusca entre los despojos de su humanidad para tratar de hacer reír a la chica disfrazado y pintarrajeado (eso sí, sin que le oiga su amante, que hay una imagen que mantener), y que consigue poner la piel de gallina al que esto escribe al presenciar al payaso derrotado ante la pureza de la inocencia de Leire.

Y secuencias de ese tipo resultan creíbles gracias al estupendo trabajo de Ana Álvarez, que consigue desprender una ternura ante la que no cabe defensa posible con la máxima economía de gestos, situándose justo al extremo contrario de varios compañeros de trabajo que se han valido de personajes similares para ganar, no sé, unos oscars. Es imposible resistirse al inerte candor, a la inocencia ininterrumpida de esa niña-mujer al desamparo de su madre, al desamparo de la razón, incapaz de moverse por algo que no sea una tableta de chocolate, y que, sin embargo, es capaz de convertir a un detritus humano en una persona capaz de sentir compasión, altruismo, de, a su manera, querer. Quizás la madre muerta del título no sea la de Leire, abandonada por la razón, sino la de Ismael, abandonado por la humanidad. Y, quizás, la imagen fantasmal de la madre rediviva sea la de la propia Leire, acudiendo al rescate del alma perdida de un hijo descarriado.
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LA CONJURA DE LOS NECIOS



Pues si señor, han vuelto a equivocarse, y me encanta que sea así. Para una fan de los Coen como yo, ver que son capaces de hacer dos películas tan distintas como la dura y seca No es un país para viejos y Quemar después de leer, confirma que mi confianza en estos adorables locuelos es justificada y que no están acabados, ni mucho menos.

Aquí vuelven a su “trilogía idiota”por lo que no podía faltar el idiota mayor del reino (al menos del resto de la trilogía): George Clooney. Si en las anteriores estaba obsesionado con sus dientes o su pelo, aquí lo está con su peso. Pero en esta ocasión tiene realmente difícil ganar el premio de idiota, ya que hay mas de un aspirante al título que le van a plantar dura batalla.

Un analista de la CIA, Osbourne Cox (John Malkovich) es despedido de la agencia (¿quién dijo crisis). Deprimido, se dedica a beber y a escribir sus memorias. Sin que sepamos cómo, el CD donde las tiene grabadas se pierde y acaba en las manos de Chad Feldheimer (Brad Pitt), un monitor de gimnasio. Como su compañera de trabajo Linda Litzke (Frances McDormand) quiere hacerse una cirugía estética completa y necesita dinero (ojito a los nombres), no se les ocurre mejor idea que hacer chantaje a Osbourne. La cosa se va complicando cada vez más, ya que cada vez que meten la pata lo lían mucho más. Aquí todo el mundo engaña a los demás y tiene una cierta tendencia paranoica. Por eso, a veces lo más inteligente es hacerse el tonto.

El reparto es de auténtico lujo. Malkovich es único para ser elegantemente inquietante, aunque lleve pajarita y luzca barriga, la andrógina Tilda Swinton es su fría y manipuladora esposa y Frances McDormand, a pesar de los complejos que tiene por su físico se liga a George Clooney (no hay nada como estar casada con el director para conseguir ciertas cosas) ¿para qué necesita tanta operación, entonces?. Pero el que brilla por encima de todos, a pesar de lo breve de sus apariciones, es sin duda Brad Pitt, que ha conseguido destronar a su amigo (o ex – amigo, según dicen, aunque espero que no sea así, que su amistad ha durado mas que sus matrimonios) como rey idiota. Si en No es un país para viejos los Coen tuvieron ojo para elegir un peinado peculiar para Javier Bardem, aquí el tupe de Brad no es para menos. Se nota que se lo pasa en grande haciendo de descerebrado, y su momento de "mirada azulacero" a Malkovich cuando intenta hacerle chantaje no tiene precio.

Como dice muy acertadamente uno de los personajes al final de la película, “¿Qué aprendimos? A no hacerlo otra vez, aunque aún no tengo ni idea de lo que hicimos”. Si señor, el primer paso a la sabiduría es reconocer que no se sabe nada. Aunque, como dice el slogan de la película "La inteligencia es relativa".

9

LAST MAN STANDING


Hace unos días nos abandonó el que, posiblemente, era el último mito viviente de la época dorada del cine. Claro, quedan algunos, como Kirk Douglas (resiste, chaval), pero ninguno a la altura mitológica de quien fue los ojos azules de Hollywood: Paul Newman. En su momento la Directrice, con una rapidez de reflejos impropia de su edad, colgó el post homenaje correspondiente. Tan sólo me gustaría añadir que Paul Newman ha sido uno de esos personajes que uno realmente ha admirado, por encima incluso de su trabajo. Su discreción, su integridad, su antidivismo refractario, su ejemplar estabilidad vital, fueron una muestra fidedigna de que es posible vivir desde el éxito sin morir de él. Paul Newman fue primero egregio varón y luego actor, y finalmente leyenda; por encima de la desarmante ternura de sus ojos siempre prevaleció su sonrisa socarrona pero honesta. Su carrera estuvo a su altura, y eso no todos los grandes pueden decirlo; su última aparición cinematográfica, en “Camino a Perdición”, se correspondió con su magnitud, y nos dejó una interpretación para el recuerdo, culminada en esta magnífica escena en la que, quizás, le entregaba la antorcha a Tom Hanks, una antorcha, en cualquier caso, demasiado pesada para cualquier brazo que no sea el suyo. La secuencia está aderezada con dos bandas sonoras hermosísimas: la melancólica música de Thomas Newman, y la torrencial lluvia que acompaña la inevitable vendetta de Hanks. Una lluvia que no es más que las lágrimas del cine acompañando al maestro Newman en su despedida. Al final, el gordo de Minessotta era la muerte, y esa cabrona siempre gana.

9

TIENES UNA CARTA



Losey + Pinter = lucha de clases. Pero hay mil maneras de explicar las cosas, y no necesariamente han de ser como un panfleto político, sino que también se puede decir de una manera sumamente sutil, como en El mensajero.

La historia es un largísimo flash back, ya que trata del pasado y de cómo ha marcado a unas personas. "El pasado es un país extranjero; allí hacen las cosas diferente" dice uno de los personajes, y así sabemos la historia de Leo (Dominic Guard), un niño de origen humilde, que es invitado a pasar unas vacaciones con un compañero de clase en el campo. Los Maudsley son unos aristócratas que se las dan de muy liberales, aceptando a alguien de clase inferior entre ellos, aunque no por ello dejan de hacer comentarios despectivos acerca de su manera de comer o vestir, ya que estamos en plena época eduardiana. Desgraciadamente, el pequeño Maudsley enferma a los pocos días y debe estar en cama, por lo que Leo se encuentra sumamente solo y aburrido. Hace mucho calor y los días en la campiña se hacen interminables. Pero encuentra una nueva amiga, la hermana mayor, Marian. Leo está en plena adolescencia, con las hormonas revolucionadas, y cae inmediatamente fascinado por su belleza y encanto. Ella sabe perfectamente la atracción que siente el muchacho por ella y la usa para que sirva de intermediario entre ella y un rudo granjero, Ted Burguess, llevando sus cartas. Ella está prometida a lord Trimigham (Edward Fox, especialista en interpretar a aristócratas bordes), pero algo la empuja al campesino, aprovechando lo que le queda de libertad.

Despertar a la sexualidad, diferencias de clases, traiciones… aquí se nos muestran desde la perspectiva de un niño que las va descubriendo poco a poco. No se trata de El amante de lady Chatterley, ya que los encuentros de los enamorados no se nos muestran, Losey usa la frialdad de un entomólogo que disecciona un insecto, aunque no por ello deje de reconocer la belleza del entorno. Leo siente que forma parte de Marian y Ted, identificándose con ellos, temiendo que se descubra todo, sintiendo curiosidad por lo que harán cuando están juntos… Años mas tarde, un ya maduro Leo tiene que hacer su último encargo para Marian, demostrando lo mucho que el pasado ha marcado sus vidas.

Julie Christie y Alan Bates, dos de las principales estrellas del free cinema, interpretan a la pareja protagonista. La cámara parece recrearse en ella, llevada por la misma fascinación que Leo. El suyo es el personaje más complejo y contradictorio de la película. Michael Redgrave interpreta al maduro Leo. Curiosamente, su hija, Vanessa, años después hizo un personaje muy parecido en Atonement ¿homenaje encubierto?. Quien sabe.
8

ROCK FICTION





Bueno, pues ya me he desvirgado.

No, no es que “Virgen a los 40” sea una biografía mía. Aunque parezca mentira, no había tenido el honor de asistir al Festival de Cine de Sitges en toda mi cinéfila existencia. Por problemas de horarios laborales las menos, y gracias a mi legendaria pereza las más veces, jamás me había acercado a esta población costera del Garraf, henchida de guiris enrojecidos, jugadores de fútbol y enjundia todosexual, para disfrutar de un certamen cinematográfico que, a pesar de sus pretensiones de globalidad, siempre ha sido un parque temático friki terrorista (por lo del terror). Dicen los ancestros nativos que ya no se vive el festival en las calles del pueblo como antes, al haber alejado las sedes principales, pero, oiga, en lenguaje gestual cinéfilo, ver una película mucho antes de su estreno y dárselas de marisabidillo delante de los colegas es un chute de egocentrismo inigualable, y Mi Majestad no podía ser menos. Hace un par de días acudí al Auditori del Hotel Meliá Sitges, con un par de amigos (a los que, por motivos operacionales, y para no facilitar su paradero a la policía, llamaremos John McLane y Flor de Murakami), a presenciar la última película de la media rubia de la Ambición Naranja, o al revés, que me lío: Guy Ritchie. Let's rock'n'rolla.

Tengo que decir que se olía una considerable predisposición del público asistente a que les gustase la película. La eufórica ovación de buena parte de la gente al video de presentación-disculpa de Ritchie, que fonéticamente decía “Lamento mucho no haber podido acudir, pero estoy en plena pre-producción de “Sherlock Holmes”, espero que os guste” (pero que en realidad significaba “¿para qué festival dice usted que es este video?”), ya era una prueba fehaciente. “Rocknrolla” hacía pinta de vuelta a los orígenes del director británico, y el recuerdo de esas dos hediondas excreciones de hipopótamo macho llamadas “Barridos por la marea” y “Revolver” no era lo suficientemente marcado como para olvidar las adrenalínicas “Lock & Stock” y “Snatch”, que le habían valido a Ritchie calificativos del tipo “el Tarantino británico”. Con “Rocknrolla”, Ritchie vuelve a terreno acomodaticio, a hacer aquello que ha demostrado que sabe hacer, y triunfa ante su público. Triunfa, lo reconozco, un poco por encima de mi pronóstico previo. “Rocknrolla” es un filme divertido, potente, enérgico, con una banda sonora extraordinaria que se acopla como un trueno a su tormenta, y con unos personajes duros como piedra pómez y muy, muy cool. El arranque hipervitaminado de la película, con una voz en off superpuesta al tema musical que encabeza el post, es tan apabullante como difícil de seguir narrativamente, y no es hasta que el filme se desacelera un poco cuando el espectador consigue situarse en el relato. Es un historia bastante coral, en la que un millonario ruso (personaje por el que Roman Abramovich podría exigir derechos de autor) organiza la compraventa ilegal de unos terrenos con uno de los capos mafiosos (Tom Wilkinson, excelente) de Londres, una oportunidad única que no pueden desaprovechar gentuzas como One-Two (Gerard Butler), Mumbles (Idris Elba) o Handsome Bob (Tom Hardy), y aprovechadas como la contable del ruso (Thandie Newton); un cuadro que jamás veremos, y un cantante de rock drogadicto y agitador (Toby Kebbell), son la clave del embrollo en que se acaban viendo todos mezclados. Atracos, disparos, puñetazos, torturas innovadoras, diálogos ingeniosos y contundentes, y situaciones esperpénticas (el primer atraco, la delirante persecución de los rusos) se van alternando casi sin respiro para el espectador, al que Ritchie pretende desencajar la mandíbula a base de oooohs de admiración y carcajadas.

Si decíamos hace un rato que alguien llamó a Ritchie el “Tarantino británico”, esta película lo justifica. La temática gangsteril, la banda sonora omnipresente y prestada de todas las épocas, las réplicas chulaponas de los tipos duros, e incluso un baile pelín lisérgico entre Thandie Newton (en esta película más audreyhepburniana que nunca) y el mastuerzo de Gerard Butler, que evoca aquel mítico de John Travolta y Uma Thurman en “Pulp Fiction” son pruebas irrefutables de la correlación, señoría. Por lo demás, a pesar de su energía-red bull, la película adolece de algunas arritmias, de algún exceso de humor facilón, y de su propia futilidad y falta de pretensiones. “Rocknrolla” es un divertimento que funciona, y cuyo extraviado director sabe perfectamente que funciona; tanto es así, que se permite jugar abiertamente con la posibilidad de una secuela al final del film. Un largometraje, en definitiva, en el que Guy Ritchie juega en casa, aplicándose a fondo el dicho de “zapatero a tus zapatos”, a través de su estilo inofensivamente “trainspotting” en el que se agitan, sin mezclar, sexo, drogas, humor, homofobia, pistolas, cangrejos y rock&roll. Un cóctel explosivo que, según definición propia de la película, viene a ser, exactamente, “a real rocknrolla”. Para festejar que habíamos asimilado el concepto, John McLane, Flor de Murakami y Mi Majestad fuimos a celebrarlo por las calles y garitos de Sitges.

Pero de eso no me acuerdo mucho.
6

EL PROFETA DE LA NUEVA CARNE



Confesémoslo. Todo cinéfilo tiene su punto de voyeur, que disfruta de ver cualquier tipo de perversión en la pantalla sabiendo que está impune en la oscuridad de la sala y que lo que ve no es cierto. Por eso, cuando aparece un director que lo ofrece a manos llenas lo abraza reconociéndole como hermano y automáticamente lo convierte en un director de culto. Eso pasa con David Cronenberg.

Este canadiense es el especialista en el llamado horror corporal: es habitual en él ver mutaciones genéticas o armas de aspecto orgánico y él mismo ha definido que sus películas deberían ser vistas “desde el punto de vista de la enfermedad”. Con él es posible ver una consola de videojuegos con tacto humano que se conecta al cuerpo, o una persona puede abrir su vientre para convertirse en un reproductor de cintas de video, por citar algunos ejemplos. Las máquinas tienen algo de humano y las personas algo de inhumano Su forma de ver el sexo y la violencia también son personales; no son experiencias liberadoras o divertidas, sino sucias, obsesivas, destructivas… No hay monstruos extraños, sino que están en nuestro interior. No deja de ser interesante la evolución de los personajes de sus películas, en las primeras científicos modificaban otros cuerpos humanos, en las posteriores los científicos modificaban sus propios cuerpos.

Del gore de Vinieron de dentro de, o Rabia, pasó a una especie de ciencia ficción fría e inquietante de Scanners o La zona muerta y de ahí a La mosca, con la que consiguió una auténtica unanimidad de crítica y público, haciendo un remake totalmente propio y superior al original. Siguió Inseparables, en la que todo estaba mucho mas interiorizado, pero estaba llena de una atmósfera malsana opresiva, en la que dos hermanos gemelos ginecólogos sentían fascinación por las mutaciones genéticas de los órganos sexuales femeninos y diseñaban un delirante y retorcido instrumental quirúrgico. Spider fue un inquietante estudio sobre la locura y su relación con la sexualidad

Y llegamos a Una historia de violencia y Promesas del este, dos espléndidas películas que hicieron dudar de si el Cronenberg de siempre se había vuelto más comercial y había dejado su “lado oscuro”. Yo no lo creo así; todas sus obsesiones siguen allí, con la misma fuerza de siempre, pero todo está tratado con la sabiduría de la madurez. Puede parecer que nos ofrece una flor, pero está envenenada. Ya no necesita fuegos artificiales para decir las cosas, ha descubierto que con el clasicismo se puede decir lo mismo de manera mucho más sutil, mejorado incluso por su ya absoluto dominio de la técnica (ahí está como ejemplo la escena de los baños turcos).

Nos ha mostrado el lado más inquietante de Christopher Walken, James Woods, Jeremy Irons, Ralph Fiennes o Viggo Mortensen, que no es poco. De hecho, tanto Woods como Irons, o Peter Weller tienen un cierto parecido físico con él. Os aseguro que tengo ganas de ver con qué piensa sorprendernos de nuevo.
5

YES, W CAN


Dentro de un par de semanas se estrena en los Yuesei el último panfleto del amigo Oliverio Piedra, “W”, sobre la vida del aún presidente de sus Estados Unidos George W. Bush, que promete volver a remover los estómagos políticos de su país. Y algún otro: sin ir más lejos, hace unos días se supo que il Cavaliere Berlusconi ha vetado la participación de dicha película en el próximo Festival de Cine de Roma, con la que contaban para la apertura. Por supuesto que Don Silvio no la ha visto, aunque supongo que el trailer, en el que se dicen frases como “¿Cómo pasó George W. Bush de ser un vago alcohólico a ser el hombre más poderoso del mundo?” Aunque mi preferida es la que le suelta papá Bush (encarnado por James Cromwell) a su díscolo y pendenciero vástago: “¿Quién te crees que eres, un Kennedy? ¡Eres un Bush!”. Toda una declaración de rectos y políticos principios. Según lo visto hasta ahora, parece que nos encontraremos con una sátira política cercana a la parodia, con un reparto curiosísimo y aparentemente demasiado joven para los papeles que encarnan (Elizabeth Banks como Laura Bush, Ioan Gruffudd como Tony Blair o Thandie Newton como Condoleeza Rice), y con una clara opción a nominación oscariana para Josh Brolin, que a primera vista clava al personaje. Aunque no sé si tanto como Will Ferrell.

6

MONTY PYTHON EN TRICICLO



La relación de cine y teatro siempre ha sido bastante curiosa; aunque en principio son enemigos y rivales en audiencia, han descubierto que se necesitan mutuamente y son constantes los casos de obras de teatro que son llevadas a la gran pantalla. Pero si hablamos de musicales, la cosa se complica todavía un poco más: películas que se han convertido en musicales teatrales, musicales que se han convertido en películas, obras de teatro que se han convertido en películas musicales, películas que se han convertido en musical teatral y luego en musical cinematográfico… todas las combinaciones habidas y por haber se han dado.

Además, curiosamente, en tiempos de crisis teatral se ha comprobado que los musicales suelen funcionar bien. Son caros de montar y los actores necesitan estar mucho más preparados, pero son un buen remedio contra el buen tiempo. El Paralelo de Barcelona no es Broadway ni el West End londinense; aquí se intentó recuperar el musical de una manera bastante tímida con Antaviana y Glups (dos obras por las que siento un especial cariño, ya que forman parte de mi educación sentimental). Pero, poco a poco, la cosa ha ido afianzándose y en estos momentos podemos ver más de un musical en nuestra cartelera teatral, algo totalmente impensable hace algunos años.

Bueno, vale, centrémonos, que todavía no he empezado a hablar del auténtico tema: Spamalot. Día de la Mercè. Hay suerte y no llueve. En el teatro Victoria todo el vestíbulo está decorado como si fuera un castillo. Entro. Una mujer le pregunta a la acomodadora “¿Reiremos?” “Eso depende del sentido de humor de cada persona”, le responde. Pero desde el momento en que por los altavoces se dice que se pueden usar los móviles, pero a unos soldados sanguinarios puede molestarles, sabemos que vamos por buen camino.

Un viejo profesor aparece y nos explica la historia de la tabla redonda señalando una pantalla animada. A partir de aquí todo es posible: bailarines folklóricos que confunden Inglaterra con Finlandia, ranas inoportunas, franceses, vacas voladoras, conejos asesinos, más franceses, coristas de las Vegas… El humor absurdo e irreverente de los Monty Python se conserva perfectamente, y de una de sus películas, Los caballeros de la tabla cuadrada, ellos mismos hicieron un musical que ha funcionado perfectamente en otros países, ganando varios premios (en realidad no es de extrañar, ya que en varias de sus películas había canciones, como por ejemplo la tronchante "Cada esperma es sagrado" de El sentido de la vida), y ahora nos ha llegado aquí, de manos de El Tricicle. En principio son dos formas de ver el humor muy distintas: el de los Python está basado en sus diálogos y el de El tricicle es sumamente físico. Pero la fusión ha encajado perfectamente, ya que no queda ni un recurso cómico que no se aproveche al máximo.

En este tipo de obras se pueden ver tanto a actores teatrales que hacen sus pinitos en el musical, como a cantantes que han demostrado su valía como actores. Aquí del primer apartado tenemos a Jordi Bosch, que compone un Arturo muy lejano del adorableRichard Harris de Camelot, inocentón, más bien torpe y a quien nadie parece impresionar por el hecho que sea rey. Del segundo apartado tenemos a Marta Ribera como Dama del lago, dispuesta en todo momento a mostrarnos que tiene un torrente de voz, pero especialmente acertada cuando le dan sus antojos de prima donna. Los caballeros son sumamente incompetentes, destaca sir Gallahad, que empieza con mucha fuerza, pero desgraciadamente prácticamente no aparece en la segunda parte, aunque para compensar en la segunda parte aparece el príncipe Herbert, una deliciosa locaza. De las canciones la que destaca con luz propia es la mítica Always look on bright side of life, que aunque aquí no tiene la carga subversiva que tenía en La vida de Brian, es lo que siempre fue: un maravilloso canto a la vida y a las ganas de vivir. Unas cuantas “morcillas” con referencias a la “casa nostra” para ganarse al respetable y el éxito está asegurado. Desde luego por la cantidad de risas y aplausos que se oyeron a lo largo de toda la representación, hay éxito para rato.
 
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