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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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VACACIONES EN BARCELONA



Por supuesto que a todos nos gustaría tener el control de la imagen que ofrecemos. Como individuos, como familia, como pueblo. Sin embargo, esto no es posible, y los aspectos más característicos de nuestras personalidades acaban afluyendo para ofrecer visiones parciales, superficiales, a veces incluso contradictorias, de lo que realmente somos. Esta paja mental frustrada viene a cuento al respecto de algunas críticas arrojadas sobre la última película de Woody Allen, “Vicky Cristina Barcelona”, más concretamente sobre su manera de reflejar la “identidad catalana”: inexistente. No sé qué esperarían algunos de los políticos que pusieron la pasta y su mejor sonrisa para las fotos, pero Allen, cuyo conocimiento de la idiosincrasia europea diría que es casi exclusivamente artístico, se ha dedicado a focalizar su idea de Catalunya, y España, en una atmósfera mediterránea y bucólica, de lugares antiguos, guitarras españolas (omnipresentes en la banda sonora) parajes soleados y cultura desbordante, como si España fuese un gigantesco parador, repleto, eso sí, de españoles que se comportan como italianos. Desde luego, la clase política catalana (como la ovetense) no podrán quejarse del maravilloso publirreportaje que Woody les ha preparado para arengar al neoyorquino de a pie sobre las excelencias de una visita turística a estos lares. Sin embargo, es obvio que no sabrán ni una palabra más de lo que es España, ni Catalunya, después de ver esta película. ¿Cine? Sí, claro.

Puede que “Vicky Cristina Barcelona” sea la peor película de Woody Allen. Casi con total seguridad, es la más desganada. Era de esperar. A sus setenta y tantos, y después de cuatro décadas a casi película por año, Woody se merecía unas vacaciones. Pagadas, claro. Y qué mejor lugar que una ciudad que le adora y por la que se ha prodigado mucho menos que por otras capitales europeas que igualmente besan sus gafas por donde pasa. Así que, vine al mercat, reina, que paga Roures. Eso sí, con una serie de condicionantes para la película que vienen impuestos desde una comisión turística municipal cualquiera, y que para un escritor como Allen no suponen el más mínimo problema. Al inicio de la escritura del guión, en la historia propiamente relatada, es donde se encuentra lo mejor de “Vicky Cristina Barcelona”. Una pareja de turistas americanas (Rebecca Hall y Scarlett Johansson) con visiones absolutamente dispares de la vida y el amor se ven envueltas en un extraño tetraedro amoroso con un pintor catalán (Javier Bardem) y su atronada ex-mujer (Penélope Cruz), que había roto con él después de intentar asesinarle. Como punto de partida es prometedor, y más en las manos de Allen. Sin embargo, a la hora del desarrollo, y por las razones que sean, se ha ido todo al carajo. Tal es así, que ni siquiera queda definido el género del filme, que no posee la profundidad necesaria para ser un melodrama romántico, ni detenta los momentos cómicos suficientes como para determinarse comedia. Esto último es, quizás, lo más hiriente: no hay ni una sola brizna de los diálogos chispeantes habituales en Woody, no hay sarcasmo ni ironía. Bien parece que el ritmo y la textura de la película es de “Scoop”, pero los diálogos -y la irritantemente machacona voz en off- son de “Match point”. Así, el largometraje navega durante casi una hora entre los dimes y diretes del triángulo Vicky-Cristina-Juan Antonio con los paisajes y recovecos arquitectónicos de Barcelona y Oviedo como fondo de escritorio, bajo un ritmo tan lineal como inane.

Hasta que llega Maria Elena, la ex-esposa de Juan Antonio, que le da un empujón de interés al filme. Su carácter temperamental y febril llevan a la pareja Juan Antonio-Cristina a un nuevo estado en la relación, en la que, por desgracia, Woody tampoco se preocupa demasiado por desarrollar. Y aquí es cuando hay que parar un momento para hablar de interpretaciones. Aunque quizás la actuación más sólida, al ser un personaje principal, es la de Rebecca Hall, la función se la lleva de calle, debido al efecto elefante-cacharrería que produce su personaje, Penélope, que confirma una vez más que cuanto más arrabalera y racial, más cómoda se encuentra. Sus discusiones en castellano con Bardem (quien le ruega, repetida e infructuosamente, que hable en inglés por respeto a la yanqui Cristina) (y, de paso, a ese neoyorquino de a pie antes mencionado) no tienen desperdicio, basadas en improvisaciones de ambos actores, en los que Allen, con buen criterio, confió plenamente. También Bardem parece encontrarse más cómodo en esas escenas, puesto que durante el resto de la película da la impresión de estar excesivamente relajado, al borde de la laxitud marihuanoide. ¿Y Scarlett? Pues ni mal ni bien sino todo lo contrario, lo cual empieza a ser una costumbre; puede que nos encontremos ante otro caso, como la Jolie (o Paz Vega en España), de actriz sepultada por su belleza y por las portadas de Marie Claire. La gran Patricia Clarkson apenas tiene presencia suficiente como para dejar poso de gran actriz en un par de expresiones de desencanto. Para completistas quedan las apariciones a velocidad match-3 de valores autóctonos como Abel Folk, Lloll Beltrán o Joel Joan, que no se pierde una.

El final del film, tan precipitado como acostumbra en Allen, deja un sabor algo desencantado, no permitiendo el director neoyorquino que ninguna de las facciones contendientes del amor (el amor apasionado y el conservador) triunfe; todo quedará enterrado en la memoria como un affaire de verano, tan iridiscente y liviano como suelen ser estos amores de estío. En el recuerdo, no molestan pero no calan. Con el tiempo, “Vicky Cristina Barcelona” será un affaire de verano en la carrera del gran Allen Konigsberg, a.k.a. Woody Allen.
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ADIOS, MR. OJOS AZULES



Es difícil hablar de una persona cuando ha conseguido ser un mito en vida, porque Paul Newman consiguió ser mucho más que un icono de la belleza masculina y un nombre de salsa. Fue alguien admirado y respetado, algo realmente difícil en un mundo tan frívolo como el hollywoodiense.

En plena efervescencia de la irrupción de estrellas del Actor’s Studio, Newman no tenía la brutalidad de Brando, ni la vulnerabilidad de James Dean o la expresión atormentada de Montgomery Clift; por supuesto que tenía todos los tics del método, pero él tenía un aire de triunfador, a pesar de todo, que lo hacían diferente a ellos. No hay mas que verle con James Dean en una prueba: Paul con su corbata de pajarita y el cigarrillo en la oreja, y Jimmy jugueteando. Su rebeldía estaba encaminada a escalar socialmente, usando su físico para ello, y no había película en la que en alguna escena tuviera que exhibir su pecho desnudo; si encima tenía una coartada cultural, como la de haber sido escrito por Tennesse Williams o William Faulkner, mejor que mejor, como fue el caso de La gata sobre el tejado de zinc caliente, Dulce pájaro de juventud o El largo y cálido verano.

Pero también participó en algunas de las mejores películas no ya de esa época, sino del cine americano, como El buscavidas, La leyenda del indomable, donde estuvo realmente brillante, haciendo de perdedores que se niegan a serlo. Hitchcock, Huston, Premminger... casi todos los mejores directores trabajaron con él, abarcando géneros tan distintos como el de la comedia, el western o el drama. Él también quiso probar fortuna detrás de las cámaras, y sus películas El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas, o Raquel, Raquel, mostraron una gran sensibilidad para tratar dramas muy intimistas, siempre protagonizados por su mujer, Joanne Woodward. Porque otra de las cosas que distinguió a Newman de la oledada de “rebeldes sin causa” es el de haber formado un matrimonio a prueba de bomba, algo realmente atípico en Hollywood.

Si con Elizabeth Taylor tuvo el duelo de los ojos mas famosos de la historia del cine, su otra pareja por excelencia fue Robert Redford, con quien rodó Dos hombres y un destino y El golpe, dos de sus mayores éxitos. Las nuevas generaciones no le olvidaron del todo, ahí están los Coen con El gran salto, o Sam Mendes en Camino a Perdición, que creo que con justicia debería considerarse su testamento cinematográfico.

Me gustaría recordarle tan rebelde e irreductible como en La leyenda de el indomable, y creo que la mejor despedida sería como la que le dedicó Cool hand Luke a su madre en esa película al enterarse de su muerte: cantando a ese Jesús de plástico, desafiante y orgulloso, a pesar de la lágrima que se desliza por su mejilla, pero sereno.
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ARQUETTE'S ROLLING



Topicazo: los viejos roqueros nunca mueren. De hecho, muchos de ellos mueren sin llegar a viejos, y algunos de estos se hacen leyendas gracias, precisamente, a no llegar a viejos. Sin embargo, el cliché se cumple escrupulosamente con los Rolling Stones, banda que no figura entre mis preferidas sin que eso sea óbice para negarles su indiscutible condición de mitos. Quizás sea que los tengo demasiado vistos, o que sus arrugas me molestan, o que ni drogas (¿vale el Kas Naranja como estupefaciente?), ni sexo (no por falta de ganas), ni, ya que estamos de rebajas, rock&roll. Fíjese usted si tenían el destino legendario marcado, que Bob Dylan les dedicó una canción antes de que apareciesen (¿o no fue así?). A mediados de los noventa decidieron reinterpretar el celebérrimo tema que les unió para siempre a Dylan y a una revista musical, y para dirigir el videoclip se encomendaron a un tipo de angosta imaginación y extraño talento visual, ideal para la estética MTV, llamado Michel Gondry, quien hoy en día es uno de los mejores aliados del guionista-perroverde Charlie Kaufman. Interpreta a esta “piedra rodante” y descarriada la que para mí siempre será Alabama en “Amor a quemarropa”: Patricia Arquette. Dale, Keith, y cuidado no te caigas.
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EL ZORRO Y LA MOSCA



Otros directores habrían tenido con Mujeres en Venecia su última película y habrían quedado la mar de bien; su forma de tratar la muerte y el paso del tiempo hacen de ella un film perfectamente testamentario, pero Mankiewicz no, fue mas allá. Para él fue como una especie de magnífico borrador de La huella, con la que comparte varias cosas.

Un muy zorruno e isabelino millonario llamado Cecil Fox (Rex Harrison) planea un juego muy propio de su maquiavélica mente, inspirado en la obra teatral Volpone: decide llamar a tres de sus antiguas amantes haciéndoles creer que se está muriendo, para saber cuales son sus sentimientos por él. Una estrella de cine de escasa cultura, una princesa francesa y una tempestuosa sureña a la que llama Estrella solitaria Para ello necesita a un ayudante, y contrata a un actor, McFly (Cliff Robertson) para que se haga pasar por su secretario y enfermero personal.

El título original, The honey pot, podría hacer referencia a la famosa fábula de “A un panal de rica miel dos mil moscas acudieron, que por golosas murieron, presas sus patas en él”. Las tres mujeres acuden ansiosas a la llamada de Fox, esperando ser sus herederas. A partir de aquí, empieza una intriga policíaca al mas puro estilo Agatha Christie, con falsas apariencias, compuertas secretas…pero eso sí, con el sello de Mankiewicz, de diálogos inteligentes y juegos de poder.

El tiempo es otro de los grandes protagonistas de la historia, reflejado en cada uno de los relojes que las mujeres regalan a Cecil, cada uno de ellos de acuerdo con el estilo de cada una de ellas, esa Danza de las horas que baila frenéticamente el “moribundo”, y su genial forma de morir, digna de alguien como él. Y no hay que olvidar un breve monólogo suyo sobre el tiempo, magnífico, que revela mucho de su forma de pensar. “Nosotros saboreamos el buen tiempo segundo a segundo, como un buen vino, y apresuramos el malo. La gente vulgar, los cretinos, engullen el tiempo como una hamburguesa. ¡Cien años de hamburguesas muy hechas! Todos se apuntarían a eso. La gente vulgar sólo pide vivir cien largos y miserables años, y se sienten estafados si viven cincuenta maravillosos”.

Dos de las mujeres destacan con luz propia: Susan Hayward como Estrella solitaria y Maggie Smith como su enfermera, la única de todo el grupo que parece tener principios, aunque Cecil reconoce en ella a alguien con la misma capacidad de “ladrocínio” que él y por lo tanto posible sucesora. Cliff Robertson está sumamente correcto en su papel, pero desde luego el absoluto rey de la función es Rex Harrison, que está perfecto como el elegante, irónico y manipulador Cecil. Su personalidad es tan poderosa que impregna toda la película, incluso cuando no está presente, y por eso no es de extrañar que al final, cuando ya definitivamente se ha “ido”, su voz en off se encargue de poner el perfecto contrapunto irónico a todo, como la guinda que adorna el pastel. Siempre fue un viejo zorro.
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UN REVOLUCIONARIO. UNA LEYENDA. UNA CAMISETA



Contó el bueno de Steven Soderbergh en la presentación en Cannes de la película “Che”, extended version, que se le ocurrió la idea de la película al “encontrarse accidentalmente con el retrato del Che tatuado en la nalga de una mujer”. Esta aseveración me llevó a hacerme, en su momento, y a caballo de mi ingenua curiosidad, dos preguntas: a) ¿qué tipo de casual accidente te lleva a encontrarte con una nalga femenina?, y b) ¿cuál es el objetivo de Soderbergh al hacer una película sobre Ernesto Guevara? Mientras a la pregunta a) no he conseguido alcanzar ningún tipo de respuesta digna (aunque sueño con encontrarme “accidentalmente” con una nalga, ni que sea una sola, de Monica Bellucci), para la b) la respuesta la dio el propio director americano, que se refería a la certeza de que esa mujer no sabía de ese personaje que llevaba tatuado, y su necesidad de darle a conocer. Vista la primera sección estrenada de este descomunal, pantagruélico biopic, llamada “Che, el argentino” -para un día de estos queda la segunda parte, “Che, guerrilla”-, el sr. Soderbergh me permitirá dudar de esas manifiestas intenciones. ¿Responde “Che, el argentino” a la pregunta de quién era Ernesto Guevara? Y, más importante todavía, ¿responde a la pregunta QUÉ es Ernesto Guevara?

Una cosa hay que agradecerle a Steven “navaja multiusos” Soderbergh, y es que se ha alejado por completo de la típica hagiografía tan del gusto americano; tanto se ha distanciado, de hecho, que el guiso le ha acabado por quedar un pelín soso. “Che, el argentino” nos explica los vericuetos de Ernesto Guevara (Benicio del Toro) desde que es reclutado por Fidel Castro (un sorprendente Demián Bichir, que clava al futuro dictador cubano) en su exilio mexicano, hasta la victoria de su columna guerrillera en Santa Clara contra el ejército del dictador Batista, salpicando el relato con varios flash-forward situados en su intervención en la ONU de 1964. Es en estos saltos temporales donde observamos retazos de la conciencia política del Che, algo que durante la narración se nos niega de forma voluntaria. Con la pretensión de un calculada asepsia, Soderbergh, a lomos de su nuevo juguetito (una cámara digital llamada, creo, RED, que casi iguala la claridad de imagen del celuloide), nos muestra, a modo de diario de guerrilla, las vicisitudes del Che Guevara durante los años de la lucha contra Batista a pie de trinchera. Primero como médico, luego como comandante, el Che de Soderbergh es una especie de empleado de lujo de la guerrilla, un chico para todo que igual ataja una herida de bala que recluta adeptos a la causa (armados, si puede ser) que, pongamos, le da de comer al canario, sin que el asma le aleje de su empeño. En contraste con su amigo e inspiración, Fidel Castro, quien desenfunda sus dotes políticas y estratégicas en todo momento, irradiando el típico aura de líder, el Che Guevara forja su leyenda, según Soderbergh, en el día a día, a través de un humanismo que le permite ser generoso y justo tanto con los suyos como con el enemigo, siempre dispuesto a la obediencia a la causa desde el más firme arraigo a la causa: “Patria o muerte”, es el grito con el que acaba su discurso en New York, y con el que arenga a sus hombres en las selvas de Sierra Maestra.

Sin embargo, esta escrupulosidad tiene un deje de simple apariencia. Sutilmente, se nos obliga a empatizar con ese sentido de la justicia, esa rectitud generosa del personaje, apenas salpicada con la orden de fusilamiento de un par de traidores; uno tiene la sensación de que el comandante Guevara tenía más muescas en el revólver. Por otra parte, al iniciarse la narración con Fidel en casa del Che, ofreciéndole sumarse al Movimiento 26 de julio, y saltar ipso facto a la acción en los bosques cubanos, en ningún momento se da la oportunidad al espectador de conocer las causas del firme integrismo que lleva al argentino a hacer lo que hace; tan sólo podemos sacar en conclusión que Guevara era un hombre de acción, que si algo tenía claro es que la revolución sólo tenía un camino, y ese era el de las armas. La mirada de Soderbergh se focaliza tanto en la acción de la trinchera que acaba por olvidarse de las ideas.

La columna jónica del film es, claro está, Benicio del Toro, un especialista en acentos latinos extraños (escuchen su mexicano fronterizo de “Traffic”, impagable) y un magnífico actor, que consigue agitar el carisma de su personaje sin un sólo gesto de más, al margen de tics y exhibicionismos, que sin embargo le empujarán con casi total seguridad a varias nominaciones para diversos trofeíllos de aquellos que ustedes ya saben. Aparte de la ya mencionada sorpresa de Demián Bichir, hay que destacar a un irreconocible Rodrigo Santoro (alejadísimo de su látigo...) como Raúl Castro, que además reitera la internacionalización del reparto: aparte del portorriqueño Del Toro, del mexicano Bichir y del brasileño Santoro, nos encontramos con el venezolano Santiago Cabrera, los cubanos Vladimir Cruz y Jorge Perugorría, la británica Julia Ormond, la colombiana Catalina Sandino Moreno, o los españoles Unax Ugalde y Elvira Mínguez. No sé si esta multiculturalidad era expresa intención de Soderbergh, en referencia al universalismo de la leyenda Guevara, tan presente en las filosofías globales de este siglo XXI. Aunque yo diría, más bien, que esa leyenda sólo está vigente, hoy en día, en el catálogo de verano del Pull & Bear.
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REY POR UN DÍA



Seguimos con nuestra labor reivindicativa. Hace tanto tiempo que vi El rey de la comedia, que prácticamente no recuerdo lo que me pareció. El tandem Scorsese-De Niro era un aliciente más que suficiente, y en este caso ofrecía un singular duelo interpretativo ni más ni menos que con Jerry Lewis. La película tenía muchos puntos de contacto con Taxi driver. El protagonista, Rupert Pumpkin (un nombre que habría encantado a Groucho Marx) vive mezclando fantasía y realidad; su sueño es convertirse en un cómico famoso y no se le ocurre otra cosa mas que secuestrar a quien considera indiscutible rey de la comedía (efectivamente, Jerry, lo habéis adivinado). Pues bien, desde entonces no ha habido ni una miserable reposición, ni un pase televisivo, ni edición en DVD… nada de nada. En esta escena Rupert relata su miserable vida desde un punto de vista cómico, aunque tratándose de él nunca se puede saber si esa actuación es real o sólo existe en su imaginación. Vale que no es la mejor de Marty, pero desde luego, esta película merece otra oportunidad, aunque sólo fuera por el uso de la canción Come rain or come shine,que desde entonces me fascinó y a la que agradezco por habérmela descubierto.

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LOST IN NEW ZEALAND: EL MAKING OFF DE "SALOMÉ"


El primer mockumentary de la historia, que Mi Majestad sepa, provino de un medio tan inicialmente ajeno como la radio, y fue pergeñado por un tal George Orson Welles. “La guerra de los mundos”, versión Mercury Theater, simuló, bajo el manto de la breve novela de H.G. Wells, una invasión extraterrestre que expandió el pánico a través de la credulidad medio-burguesa americana. Como sátira televisiva oficial, aparecieron los primeros falsos documentales en los cincuenta, aunque el término “mockumentary” fue una brillante idea de Rob Reiner, a rebufo de su excelente “This is Spinal Tap”. Posteriormente se han ido generalizando, tanto en cine como en televisión, a veces con el objetivo indisimulable de confundir al espectador puntualmente, la mayoría de ocasiones tratando de encontrar una optimizada sensación de verismo. Aunque la Wiki amplía el término a filmes como “REC”, “Muérete bonita”, “El proyecto de la bruja de Blair” o “Cloverfield” (llamar a esto último película es prostituir al Séptimo Arte), yo preferiría circunscribir el término al falso documental propiamente dicho. Empezando por la maravillosa “Zelig”, no hace falta rebuscar demasiado para encontrar ejemplos como “Holocausto caníbal” (aún hoy hay gente que cree que es real) (como el perro “cunnilíngüico” de Ricky Martin) “CSA”, “Operación Luna”, o la propia “This is Spinal Tap”. “Bob Roberts”, “Toma el dinero y corre”, “Borat”, que también suelen ser incluidas en esta clasificación, considero que tienen una estructura dramática más convencional a pesar de sus formas, así que no las relaciono con el término. Mockumentary como una casa, por el contrario, es “Forgotten Silver”, llamada en España “La verdadera historia del cine”, ideada y dirigida por el simpar Peter Jackson para la televisión neozelandesa en 1995, quien, debo confesar, me hizo comulgar con ruedas de molino (y para que un ateo como yo comulgue, aunque sea con Ferrero-Rocher, hay que echarle talento) durante parte del visionado de la película. Si es que, en el fondo, soy la viva expresión de la ingenuidad.

Forgotten Silver” está rodada con estructura de documental de cabo a rabo, títulos de crédito incluidos, aunque narrativamente, y por razones obvias, sus intenciones son más dramáticas de lo que estos ejercicios investigativos suelen ser. Peter Jackson, en primerísima persona, tal que si fuese Michael Moore (y en tonelaje deben de andar por el estilo) le habrían acusado de megalomanía, nos presenta la desconocida historia de Colin McKenzie, un emprendedor neozelandés nacido a finales del siglo XIX, de quien el accidental descubrimiento de unos antiquísimos rollos de celuloide le desvelan como auténtico pionero de la cinematografía. Sancionada la importancia del hallazgo por gente como Harvey Weinstein (guardaos las carteras), Jackson, junto a un grupo de colaboradores, se dedica a investigar la vida y milagros de McKenzie, que se descubre un auténtico pionero. Hechizado por las primeras imágenes del aún embrionario cinematógrafo, Colin se embarca en el estudio de las diferentes posibilidades del maravilloso invento. Filma el experimento de otro pionero (este real, aunque no está demostrada su hazaña), un tal Richard Pearse, que se demuestra como el primer hombre en conseguir hacer volar un aparato, algunos meses antes que los hermanos Wright. Se le considera el autor del primer largometraje de la historia, “The Warrior Season”, en 1908... ¡con sonido! Sin embargo, el público huye de las proyecciones al estar rodada con actores orientales que sólo hablan su idioma -a estas alturas Mi Majestad ya tenía, no una mosca, sino una plaga, detrás de la oreja-. En 1911 realiza la primera filmación en color de la historia, aunque sea durante 22 segundos. El fallecimiento de su hermano le afecta de tal manera, que deja aparcadas sus ansias científicas y decide dedicarle una obra de ficción monumental de inspiración bíblica, “Salomé”, que se convertirá en su “Don Quijote” (tanto para Orson Welles o para Terry Gilliam) particular.

Mientras gente como Sam Neill aporta sus puntos de vista sobre tan impactante aparición, el grupo de Jackson se dirige a unas perdidas tierras neozelandesas a la búsqueda de unos inmensos decorados que se supone que McKenzie construyó para hacer realidad su elefantiásica “Salomé”. Allí encuentran los rollos de celuloide de la película, finalmente terminada después de años de rodaje constantemente interrumpido por problemas financieros, presiones de inversores (entre ellos, una facción de la mafia y el propio Stalin, que pretendía convertir a San Juan Bautista en un disidente socialista). Finalmente, Jackson recrea una fastuosa presentación de un montaje del material encontrado (Harvey “Manostijeras” Weinstein, en un saludable ejercicio de autoparodia, afirma que “confío en que McKenzie, si estuviera vivo, aprobaría el recorte de sus tres horas de filmación a una hora de película”), y se nos enseñan secuencias del largometraje. Es aquí donde más se luce, en términos cinematográficos, Peter Jackson, al recrear a la perfección la textura del cine mudo, ya no solo al imitar el rayado y la vejez del celuloide, sino a través de las interpretaciones de los actores, físicamente calcados a los ideales de la época (Sarah McLeod, la actriz que hace de Salomé, parece sacada del túnel del tiempo), e incluso se permite un homenaje a “Nosferatu” a través del tratamiento de las sombras en una escena.

“Forgotten Silver”, a pesar de su estructura documental y televisiva, no deja de ser un homenaje, una declaración filmada, de Peter Jackson al cine, a través de la falsa historia de un valiente y desafortunado pionero. Un experimento formalmente impecable que no trata tanto de engañar al espectador como de utilizar al cine como argumento motor de un melodrama de superación personal que tantas veces el Séptimo Arte se ha encargado de narrar. Un Peter Jackson, en resumen, experimentador, honesto y arriesgado que, hoy en día, servidor echa bastante de menos.
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FICCIÓN CON PULPA AÑADIDA





Si Reservoir dogs fue un estupendo arranque de Quentin Tarantino y la gente empezó a fijarse en él, su siguiente película, Pulp fiction, le convirtió de inmediato en el nuevo gurú del mundo del cine, al que cayeron postrados tanto crítica como público, fue como una especie de vendaval, aunque casi sería mas correcto decir una inyección de adrenalina, que encontró tantos imitadores como detractores ¿A qué venía todo esto?

Para empezar, diremos que en Pulp fiction se confirmó el estilo de Tarantino que ya se intuía en Reservoir dogs: varios personajes, historias fragmentadas y desordenadas en el tiempo, todo tipo de referencias a la cultura pop, diálogos brillantes y malhablados, violencia extrema, humor negro...

Con ésta película, Tarantino ya entró dentro de la imaginería popular: el baile de Uma Thurman y John Travolta, o la imagen de Vincent y Jules disparando a la pantalla han pasado a formar parte de nuestra cultura

Si algo se puede decir de Quentin es que ama el cine, de la serie A a la serie Z, y eso se nota. Su proverbial habilidad con los diálogos ingeniosos sobre los temas mas cotidianos y su modélico gusto para elegir las canciones volvieron a brillar aquí de nuevo. Empezamos a descubrir sus manías: los pies, las big Kahunas... Y que Vincent Vega fuera el hermano del reservoir dog Mir. Blonde, Vic Vega, fue uno de los detalles de ese interminable tapiz tejido por los diferentes personajes de películas de Tarantino.

Matones, atracadores, boxeadores vendidos, drogadictos... a Quentin siempre le ha gustado la gente que fuera la crème de la crème. Para qué engañarnos, son mucho mas divertidos e interesantes. Pero uno de los temas principales de la película es el de la lealtad; todos los personajes tienen que pasar una prueba (¿engaño al jefe con su mujer? ¿le robo el dinero?) y sin embargo después de pasarlas canutas la habrán superado. Otro podría ser esas armas que nunca funcionan como es debido o no están en el sito adecuado ¿casualidad? ¿destino? Jules diría “milagro”, yo lo llamo un guión de lo más trabajado que no se deja ni un detalle suelto. Si a ello añadimos un reparto espléndido, compuesto por parte de los Reservoir dogs (Tim Roth, Harvey Keitel , el propio Quentin y Steve Buscemi en un cameo), al que se unieron Bruce Willis, Uma Thurman, Samuel L. Jackson y un John Travolta cuya carrera resurgió a partir de entonces, una serie de tramas perfectamente mezcladas, y que cuando creemos que ya lo hemos visto todo aparece un personaje tan impagable como el Sr. Lobo, así como las leyendas urbanas surgidas acerca del contenido del maletín de Marsellus, la convierten en una cita ineludible de cualquier amante del cine.
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COSECHA AZUL, O EL DESCANSO FINAL DE ANAKIN SKYWALKER



¿Alguien puede llegar a imaginarse qué hubiese sido de “El retorno del Jedi” en manos de David Lynch? ¿Han Solo comiendo donuts? ¿Luke soñando con enanos entre cortinas rojas? ¿Leia montándose un numerito erótico con C3PO en un sórdido hostal de Alderaan, para luego despertarse, con el cabello rubio platino, en medio de un bosque de Endor?

Puede que esto parezca el arranque de un monólogo del Club de la Comedia, pero tiene su base científica. Lynch estuvo muy cerca de ser el elegido por George Lucas para dirigir el capítulo final de la Santísima Trilogía. Finalmente, y como era de preveer, Lynch rehusó la oferta, bajo la rotunda argumentación de que “esto es de Lucas”. Así pues, mr. Papada se puso a dirigir el Episodio VI, eso sí, contratando a un puching ball baratito (Richard Marquand) para que se llevara las galletas si la cosa no funcionaba, algo que, por otra parte, era empíricamente imposible. El universo estaba en armas, expectante ante el cierre definitivo de la saga galáctica. Tal fue así, que el rodaje se inició bajo el título del falso proyecto “Blue Harvest (Horror Beyond the Imagination)”, con camisetas con el ficticio título incluidas. La cosa no coló durante demasiado tiempo, y se hizo imposible evitar las aglomeraciones de curiosos. Así pues, y tal como estaban las cosas, Luquitas se decidió a realizar la película que querían sus fans. En concreto, los de menos de 13 años.

El retorno del Jedi” es, sin duda, la peor película de la trilogía original, y, vista justo después de “El imperio contraataca”, puede incluso provocar purulencias cutáneas e irritaciones de esfínter. El nivel de descompresión se reduce al mínimo, los personajes se infantilizan, sus actores se hastían -algunos, como Harrison Ford, quien rogó a Lucas que matara a su personaje, dan la impresión de que están deseando que se acabe ya el suplicio- y el discurso se explicita hasta sobrepasar el subrayado: Lucas 1, Lawrence Kasdan 0. Salvan el film, curiosamente, Mark Hamill y algunas set-pieces espléndidas que, por sí solas, ya justificaban el visionado del largometraje, e incluso hoy no han sido superadas. El arranque de la película es, de por sí, preocupante: lo que debía de ser un épico rescate (el de Han Solo de las garras de Jabba) en consonancia con la grandeza del final del anterior capítulo, se convierte en una estiradísima presentación, uno por uno, de los históricos personajes de la saga; si ese era realmente el plan de Luke (esperar un tercio de película a que R2 le lance la espada-láser), a Obi Wan le queda trabajo para una trilogía más... Entretanto, por fin hemos visto in situ al verdadero villano de la historia, que no es Vader sino el Emperador, un Ian McDiarmid inquietante cuyo gran momento, de todas maneras, habría de llegar 20 años más tarde. Así, la película va cerrando cabos (la despedida de Yoda o el verdadero vínculo entre Luke y Leia) mientras su edad mental se va reduciendo progresivamente a medida que los protagonistas llegan a la luna de Endor para desactivar las defensas de, ojo al alarde de imaginación, la Estrella de la Muerte 2.0. En el momento en el que aparece el primer ewok se puede situar oficialmente el fallecimiento de la saga “Star Wars” como obra cinematográfica para adultos, pasando a ser un nuevo producto del Disney Channel; este estado de regresión mental dura hasta... hasta... hasta... mierda, hasta hoy. Mecagüenlasguerrasclonyenlosorejonesdejarjar. Eso sí, nos salva el día la extraordinaria persecución de los speeders entre los árboles de Endor, muestra inequívoca del talento visual de Marqu... de Lucas, que sitúa al espectador al borde del vértigo en una escena cuya única banda sonora es el motor de los aparatos.

Ha quedado dicho que uno de los sustentos de “El retorno del Jedi” es Mark Hamill, aunque más bien habría que decir Luke Skywalker. George Lucas no suele ser demasiado sutil en sus metáforas, pero sí muy efectivo, y durante toda la trilogía ha estado dibujando la clave psicológica del desarrollo de Luke a través de su ropa. Del blanco nuclear de la primera parte (todo inocencia y pureza derivadas del desconocimiento), pasando por el caqui (color verde Yoda + blanco nuclear) de “El imperio contraataca”, llegamos al negro contundente y amenazador de “El retorno del Jedi”. Así, la actitud de Luke se mueve entre el manejo soberbio de los poderes que está aprendiendo a manejar, y la humanidad latente que ebulle en su interior, y que incluye los sentimientos de piedad hacia sus amigos y, más importante todavía, hacia su padre. Luc... Marquand se luce en el montaje paralelo de las tres secuencias finales, cual director de circo de tres pistas, aunque para ello tenga que alargar sin sentido (a golpe de discurso villanístico bwa-ha-ha del Emperador) el inicio de las hostilidades entre Vader y Luke. La redención de Darth Vader, plena de dignidad, cierra un círculo que luego sabríamos que en realidad aún no se había abierto, y da paso a un vergonzante epílogo con baile boy scout incluído y foto para la posteridad.

Del proceso de infantilización que sufrió el proyecto hablan a las claras los diferentes cambios en el guión y la estructura que se han ido conociendo a posteriori. Lando Calrissian iba a fallecer junto al Halcón Milenario en la batalla final (de ahí aquella frase de Han Solo, mirando al Halcón: “tengo una extraña sensación, como si no fuese a verla más”); se barajó la posibilidad de que Luke se pusiese la máscara de Vader y se quedase en la Estrella de la Muerte junto a su padre; los ewoks iban a ser una tribu de wookies, pero desde producción se decidió que tenían que ser unos bichos “simpáticos”; Kasdan estaba de acuerdo con Harrison Ford en matar a Solo al inicio del film, para reforzar la impresión de que nadie estaba a salvo; y, como todo el mundo sabe, se cambió a última hora el título del film (originalmente, “La venganza del Jedi”), puesto que, como todo el mundo sabe, los jedi tienen el corazón puro y no se vengan de nadie: puede que maten millares de soldados imperiales, pero lo hacen con un enorme pesar en sus midiclorianos... En definitiva, movimientos de guión que llevaron a “El retorno del Jedi” a una dirección ambivalente, sacrificando el camino adulto y complejo que había imperado en la soberbia “El imperio contraataca” en aras de la conquista del espacio infantil. Lo que parecía una simple concesión para abrir el cierre de la Santísima Trilogía al máximo público posible, se transformó, quince años después, y para desolación e irritación de millones de fans, en un sello de marca. Pero esa es otra historia, muy, muy lejana...
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UN CORAZÓN EN PELIGRO




Nueva entrega de The hire, la serie de cortos de la BMW. En esta ocasión el conductor que interpreta Clive Owen está acompañado por Don Cheadle, Ray Liotta y F. Murray Abraham en una persecución contra reloj por culpa de un misterioso maletín. Para mí que, por mucho que quiera dárselas de duro, cada vez vamos descubriendo que el conductor es un sentimental (es que con esa cara no se puede ser malo). No se puede dar más acción en tan pocos minutos. Ticker está dirigida por el menos famoso de los directores de esta serie de cortos, Joe Carnahan, que entraría dentro de lo que se puede llamar una “joven promesa”. Os aseguro que se puede ver.

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EL TREN QUE LLEVABA UN AÑO DE RETRASO



Insistir en los insondables caminos de la distribución del cine en España, de los que “El tren de las 3:10” es la penúltima prueba, resultaría un ejercicio bloguístico reiterativo, puesto que muchos ya han tratado como se merece el asunto. El último trailer colgado en esta página, el retraso en el estreno de “El caballero oscuro” o “Los cronocrímenes”, y casos sangrantes en sala de espera como “My blueberry nights” o “I'm not there” son sintomatología de que algo no funciona por aquí en la cosa esta del cine. En vez de horadarme el humor con este tema, prefiero arrancar con el curioso caso del género cinematográfico más americano que existe: el western. Recuerdo que hace algo más de una década, y a rebufo de una obra maestra llamada “Sin perdón” y, en especial, del éxito de “Bailando con lobos”, hubo un resurgimiento repentino de un género que estaba en respiración asistida. “Tombstone”, “Rápida y mortal”, “Wyatt Earp”, “Cuatro mujeres y un destino”, “Geronimo”... todo el mundo se apuntaba al carro, incluso gente tan a contracorriente como Jim Jarmusch, con la soporífera “Dead man”. La resurrección duró poco, y la industria y el público volvieron a olvidarse del género de pistolas, indios, desiertos y bolas de paja rodantes que tantas alegrías dio al cine en los años dorados. Sin embargo, el western tiene un instinto de supervivencia muy propio de sus personajes, y van apareciendo proyectos bajo su manto (incluso en televisión, con la aclamada “Deadwood”) que siguen alargando la leyenda con algo más que dignidad. El nuevo acercamiento de Kevin Costner con “Open Range” fue desechado por el público (el peso del agua, uséase, “Waterworld”, es demasiado grande) pero no por buena parte de la crítica. Lo mismo se puede decir de la magnífica “El asesinato de Jesse James”. “El tren de las 3:10”, remake de la película de Delmer Daves de 1957, no es que se haya comido la taquilla, pero ha sobrevivido con dignidad, y es una de las mejores películas americanas que se hayan podido ver este año en este país. Y el año pasado en los yuesei. Cagüentó.

“El tren de las 3:10” está basada en un relato corto de Elmore Leonard, habitual alimentador del cine hollywoodiense, que en sus inicios se dedicó a escribir novelas pulp ambientadas en el Oeste. No entraré a comparar esta versión con la de Davis porque a mí no me gusta transitar los manidos caminos del cotejo entre ambas versiones, yo soy un crítico original y ecléctico que no necesita tirar de formulismos para hilar un discurso que blablabla... vamos, que no he visto la primera. Pero esta película de James Mangold, director irregular que parecía haber perdido el pulso desde su interesante opera prima -“Copland”-, es una de las más interesantes propuestas que nos ha llegado este año desde el otro lado del charco. Un largometraje sólido, bien interpretado, bien fotografiado, que respeta los códigos del género, sin perderse en el homenaje pero evitando pretensiones de reinvención del género. “El tren de las 3:10” es la historia de un granjero, Dan Evans (Christian Bale) acuciado por las deudas, que se suma, por dinero, a un grupúsculo de pistoleros cuya misión es escoltar al famoso bandido Ben Wade (Russell Crowe) a la ciudad de Contention, donde cogerá un tren (sí, el de las 3:10) (que, por cierto, acaba llegando algo tarde, lo que me hace preguntarme si será un tren barcelonés de Rodalies) que le trasladará a la prisión de Yuma, donde será adecuada y civilizadamente ahorcado. La banda de Wade, liderada por un asesino frío y de contados escrúpulos, Charlie Prince (Ben Foster), no va a poner las cosas fáciles... ni tampoco el propio Wade.

Contado así, sus dos horas de duración se antojan excesivas. No es así en la práctica. La narrativa de Mangold es fresca y fluida, a pesar de su querencia por los diálogos y los personajes más que por la acción, que sin embargo la hay, y de la buena. Mangold se deja de maniqueísmos y se preocupa por los prismas y las atmósferas. Los prismas, al mostrarnos la fascinación que produce el mal (en este caso, Wade) a través de los ojos del hijo de Evans, que no puede evitar mostrar una simpatía no explícita por ese canalla charlatán y sugestivo, hacedor de su propio destino, todo lo contrario que su padre; incluso en la esposa de Evans provoca ese efecto, a pesar de que la brevedad del personaje. También Evans es observado través del prisma de Wade, en este caso como un hombre luchador, tenaz, noble, con los pies (bueno, el pie) firmemente anclados en la tierra; un hálito heroico que el forajido respeta en progresión geométrica a medida que el trastabillado viaje sigue su curso.

Prismas, decía, y atmósferas. Si algo caracteriza al western es el extremo olor a violencia que suelen emanar sus pasajes y paisajes; la sensación de que en cualquier momento una pistola se puede disparar para resolver el más mínimo conflicto. El western es un género de hombres conviviendo con la muerte en sus caballos, y Mangold lo sabe, y sabe transmitirlo en su película, apoyado decisivamente en la excelente y nominada banda sonora de Marco Beltrami. Y sustentado, claro está, por las interpretaciones de sus protagonistas, dos estrellas indudables del firmamento jolibudiense. Russell Crowe tiene el papel más agradecido, y se nota que lo disfruta, sin empeñar demasiado esfuerzo en ello; un seductor nato, un charlatán de feria que atrae a las voluntades débiles como moscas, un libertino despreocupado y tramposo. A Christian Bale le toca un personaje menos agraciado, pero sabe darle la intensidad y la humanidad necesaria para acabar conquistando el corazón del espectador a golpe de nobleza, humildad granjera y pasado imperfecto. Otro gran trabajo de Bale, que sin embargo empieza a necesitar urgentemente una comedia para relajar un poco los músculos, que se le van a acabar atrofiando con tanta concentración, introspección y tortura interior. Ríete un poco, Christian, leche. Por otra parte, se ha alabado mucho el trabajo de Ben Foster; sin embargo, a mí me transmitió la impresión de estar en una película diferente, interpretando a un matón chalado de la mafia. Su sobreactuado sicario de gatillo fácil chirría, no encaja. Los demás secundarios (incluido Peter Fonda) cumplen su cometido con competencia.

“El tren de las 3:10” no es una obra maestra. Tiene inconsistencias de guión, para mí la más flagrante la absurda facilidad con la que es cazado el forajido Wade. La escena final tampoco es un dechado de solidez argumental precisamente -ojo al tema cojera-, y es lo que más se ha criticado del filme (curiosamente, es el gran cambio respecto del original); sin embargo, hay que reconocer que es emocionante, que enaltece a los personajes principales y que le da un aliento épico a la película que a lo mejor le ha faltado durante el metraje. Y, en cualquier caso, un simple silbido final nos descubre que, a fin de cuentas, el gesto de Ben Wade no será tan sacrificado como pudiera parecer. Dicholocualo, me voy, que esto me ha quedado larguísimo. ¿Dónde habré dejado aparcado el caballo?
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EL CHICO DE LA MOTO ES EL REY



"El tiempo es una cosa curiosa, un asunto muy curioso. Cuando eres joven, eres un niño, tienes tiempo para todo. Luego pasas un par de años de aquí para allá y no es importante. Pero cuanto más viejo eres, más te preguntas ¿cuánto tiempo me queda?"

Pocas películas tienen un origen tan original como Rebeldes. Un grupo de estudiantes estadounidenses eligió quien sería el director adecuado para llevar a la pantalla uno de los libros de su escritora favorita, Susan Hinton, (una adolescente como ellos). Una bibliotecaria le envió por correo el libro al seleccionado, Coppola, y éste se entusiasmó con la idea, dando lugar a una película de claro homenaje a Rebelde sin causa, llena de colorido y jovencitos llorones, con lo mas florido del brat pack del momento. No satisfecho con eso, y como agradecimiento, a continuación dirigió otro de los libros de la escritora, La ley de la calle, pero sus resultados fueron muy distintos y superiores.

Para empezar es en blanco y negro, con las únicas pinceladas de color de los peces de una tienda de animales y una imagen del final, que se justifica con el daltonismo de el personaje de Mickey Rourke, que ve la vida como si fuera “un viejo televisor en blanco y negro y el volumen bajo.” (hay que decir que los técnicos llamaban a Mickey “mumble fish por su tono de voz tan susurrante). No hace falta decir que la fotografía es fabulosa, con abundantes nubes en movimiento que ser reflejan en los escaparates y callejones oscuros.

El reparto es sencillamente apabullante, probablemente ahora sería imposible reunir uno así: Matt Dillon, Mickey Rourke, Diane Lane, Nicholas Cage, Dennis Hooper (¿quien mejor que un ex-rebelde sin causa para hacer de padre de los nuevos rebeldes?), Chris Penn, Laurence Fishburne, Tom Waits, y hasta el inolvidable Falconetti televisivo, que seguía demostrando una presencia apabullante. Tampoco hay que olvidar a la hijísima Sofia, haciendo de la repelente hermana de Diane Lane.

La historia trata de dos hermanos: el Chico de la moto (Mickey Rourke) y, Rusty James (Matt Dillon). El primero es un ídolo de todos los jóvenes, con aura de “príncipe destronado” y el segundo es un nostálgico de los “buenos tiempos” de las bandas, a los que ha mitificado, siempre metido en peleas. Pero el principal tema de la película es el tiempo, no hay escena en la que no aparezca un reloj, avanzando inexorablemente (a excepción de una conversación fundamental presidida por un enorme reloj sin manecillas). El chico de la moto sabe que su momento ha llegado al fin y ahora es el de su hermano. Sabe también que este debe salir de ese ambiente, e ir a California, su equivalente del paraíso, al igual que los peces luchadores han de volver al rió para salvarse si no quieren acabar enfrentándose los unos a los otros. Por otro lado, los que se supone que han de ser sus sucesores viven anclados en el pasado, sin ningún objetivo en la vida, con unos padres prácticamente inexistentes.

Tal vez sea demasiado experimental, demasiado “arte y ensayo” y le falte algo de corazón, con mas escenas como la conversación de Rusty James con su padre en un bar, en la que Rusty acaba diciendo –como es su costumbre- que de mayor quiere ser como El chico de la moto, y su padre le dice que ruegue al cielo para que no sea así. Pero la última imagen de Rusty con la moto frente al mar, un mar casi tan fantasmagórico e idealizado como el de Los cuatrocientos golpes, demuestran que por fín se ha convertido en El chico de la moto, y como un moderno Peter Pan seguirá con el mito y enfrascado en un pasado inexistente.
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CÓMO SER JEAN-CLAUDE VAN DAMME



Tengo un compañero de trabajo cuya feligresa entrega a Jean-Claude Van Damme es prueba fehaciente de una disfuncionalidad mental sólo aletargada por una similar fidelidad a Hans Zimmer (extraños compañeros de fandom hace la cinefilia, pardiez). Como homenaje (y preludio a esos turnos nocturnos intergalácticos que nos esperan), tengo a bien traer a la Linterna este trailer-preludio-presentación (en francés con subtítulos en inglés) (es lo que hay) de un film que, debido a su carácter independiente, no tiene pinta de estrenarse en España, por lo menos en un breve espacio de tiempo. “JCVD”, aparecida en la cartelera francesa hace tres meses y dirigida por un tal Mabrouk El Mechri, es una especie de falso biopic sobre el propio Jean-Claude Van Damme, en el que se entremezclan ficción y realidad, comedia y melodrama, y un espíritu autocrítico exorcizador que puede que redirija la carrera de este ex-mastuerzo belga hacia nuevas y sorprendentes travesías. La crítica ha hablado maravillas del trabajo interpretativo del actor, y lo que observamos en ese casting al que JCVD se presenta para hacer de sí mismo es realmente prometedor y divertido. Por otro lado, sería una lástima que magnas obras cinematográficas como “Rendirse nunca, retroceder jamás” (uno de los mejores títulos de la historia del cine), “Double Team” o “Street Fighter” no dejen legado artístico. Esas sí que son grandes comedias.
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NO DEJES QUE LAS HOJAS TE IMPIDAN VER EL BOSQUE



Ya nos hemos posicionado más de una vez a favor de M. Night Shyamalan, considerándole como uno de los directores más incomprendidos y peor promocionados de la actualidad. Debido a su fulminante éxito de El sexto sentido quisieron vender sus siguientes películas como si fueran otra entrega de lo mismo, pero donde empezó a complicarse la cosa y las diferencias entre crítica, público y taquilla empezaron a hacerse más graves fueron con El bosque.

Prueba número uno: el trailer que ofrecía lo que parecía una película de terror al uso, tal vez un Scream situado en un pueblo de ¿amish?.

Prueba número dos: por Internet empezó a circular antes de que se estrenara .el rumor de cual era el cacareado “final sorpresa” de la película. Se intentaron suavizar sus efectos diciendo que eran falsos o que se iba a cambiar el final, pero ya era demasiado tarde.

Pues bien, si se va a ver la película con cualquiera de esas dos ideas preconcebidas, desde luego que decepcionará, ya que Shyamalan es un director que se ha de ver sin prejuicios. Porque El bosque no es una película de terror, sino sobre el miedo, convirtiéndola en una de las mejores alegorías del pánico creado desde el 11-S, y de cómo se usa para dominar a las personas. Hay tantos tipos de miedo distintos en la película: a lo desconocido, a sufrir, a amar… que sería una lista interminable, y como es habitual en él, le da una vuelta de tuerca a algo, en esta ocasión a los cuentos infantiles, haciendo una peculiar versión de Caperucita roja.

Estamos en un poblado realmente idílico, rodeado de naturaleza, pero los mayores hacen frecuentemente referencias a sucesos terribles que ocurrieron en la ciudad y nadie se atreve a atravesar el bosque, debido a una extrañas criaturas que habitan en él, con las que han llegado a tener un pacto: no se adentran en sus dominios si respetan los suyos, y nunca usan el color rojo, que es un poderoso reclamo para ellas. Pero un joven, Lucius (Joaquin Phoenix), tiene intención de cruzar el bosque para conseguir medicinas y eso desencadena toda una extraña cadena de acontecimientos.

No es de extrañar que precisamente un retrasado mental como el que interpreta Adrien Brody, Noah, sea el único del poblado que vive sin miedo y se deja llevar por sus instintos, sin importarle las consecuencias: ríe cuando hay una muerte, se adentra en el bosque cuando le parece, juega con el color rojo y en una antológica escena vemos cómo reacciona a la que se entera de que la mujer a la que ama se va a casar con otro. Va a verle, hablan normalmente, pero de pronto la cámara enfoca un primer plano de un trastornado Noah, mientras hay un silencio sepulcral, y la cámara baja para mostrarnos cómo saca el cuchillo que acaba de clavarle a Lucius.

La fotografía es hermosa, llena de colores cálidos y terrosos en el poblado, sabiendo sacar buen provecho dramático del color, como por ejemplo en la escena en que la joven ciega que interpreta Bryce Dallas Howard,Ivy , está en el bosque rodeada de flores del “color prohibido”, sin que lo sepa. La música de James Newton Howard es una maravilla y consigue su mayor efecto en la escena de la irrupción de una de las criaturas del bosque en el pueblo: todos huyen intentando esconderse, salvo Ivy, que se queda en el portal de la puerta con el brazo extendido a la oscuridad, vemos de refilón cómo se acerca una de las “criaturas”, primer plano de la mano de Ivy y de repente vemos cómo otra mano la coge y hace que entre apresuradamente en la casa. La música cambia y suena el violín mientras se ve a Lucius y Ivy a cámara lenta escondiéndose en el sótano. Y del saber hacer de Shyamalan para los diálogos buena prueba es una preciosa conversación de Ivy y Lucius sentados por la noche en el porche de la casa de ella.

Respecto a los actores, quien destaca mas es una sorprendente Bryce Dallas Howard, que fue descubierta por muchos en esta película, un correctísimo Joaquin Phoenix;Adrien Brody, debido a las características de su personaje, es el único que puede permitirse desmadrarse, y es realmente hermoso ver a una pareja como la formada por William Hurt y Sigourney Weaver, que ni siquiera se atreven a tocarse por no dejarse llevar por sus sentimientos ¡Hacen tan buena pareja!.
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LAS GAFAS ROTAS DEL MATEMÁTICO


Año 1971. Se estrenan en los Yuesei, ese mismo año, tres películas que, cada una por su lado y en conjunto, dan paso a un fortísimo debate acerca de la sublimación y banalización de la violencia en las pantallas de cine. Esas tres películas fueron “Harry el Sucio”, “La naranja mecánica” y “Perros de paja”. Esta discusión filosófico-artística se reproduce cada cierto tiempo (recordemos que “Pulp Fiction” trajo consigo una catarata de artículos de opinión a favor y en contra del tratamiento de la violencia tarantiniana), al hilo de alguna película cargada de violencia más o menos efectista, para trasladarla de manera gratuita, simplona y, sobre todo, profundamente ignorante, a unos cauces sociológicos a los que jamás debería trascender. En aquel momento, además, dio la casualidad de que las tres películas culpables eran extraordinarias, con lo cual la historia las ha acomodado en su justo lugar. Después de un sorteo ante notario (yo mismo) anulado por incomparecencia del ídem, he decidido por mayoría simple cuál de los tres filmes iba a aposentar en este nunca bien ponderado blog: “Perros de paja” (¿se puede decir “paja” a estas horas?).

A ver si las cassettes del “Follow me” han servido para algo y lo he traducido bien... Lao-Tzú, “El libro de los 5000 caracteres” del “Dao De Jing”: “El Cielo y la Tierra carecen de reglas, y tratan a la miriada de criaturas como perros de paja; el Sabio carece de reglas, y trata a la miriada de criaturas como perros de paja... ¿No es el espacio entre el Cielo y la Tierra como un fuelle? Aunque vacío en apariencia, todo lo contiene”. O asín. ¿Se le ha ido la pinza con tanta Olimpiada de Pekín a Marcbranches, y se ha vuelto taoísta? Norl. De esta cita sacó Sam Peckinpah el título de su penúltima película, “Perros de paja”, la única que no transcurre en el Lejano Oeste, y que trasladaba a la gran pantalla la novela “The Siege at Trentcher's Farm”, de Gordon Williams. El título más polémico y para muchos el mejor de su obra (servidor se queda con “Grupo salvaje”) es un ejemplo catedralicio de cine de los setenta, seco, brusco, rudo, que a pesar de, no lo olvidemos, su apariencia de cine de suspense, acoge una disección de lo más repulsivo y desabrido de la condición humana a través de una selección de personajes que, más allá del cliché, se arremolinan alrededor de una espiral de tensión que sólo puede acabar de una manera. La historia nos lleva a un apartado pueblecito de la campiña británica a la que se trasladan el matemático David Sumner (Dustin Hoffman, simplemente perfecto) y su esposa Amy (Susan George, principio y fin de su carrera), con familia y pasado en el pueblo. La aparente apacibilidad del estrato rural se ve agitada lenta pero progresivamente por las bajas pasiones y las debilidades primitivas de los personajes. Las primeras escenas del filme ya nos delimitan y definen a los protagonistas del relato; en el caso del matrimonio Sumner, observamos que en su rutina de pareja se intercalan actitudes extrañas entre los arrumacos y el sexo cómplice: Amy manipulando las fórmulas matemáticas de la pizarra de su marido, David acosando cruelmente al gato... No son detalles baladí: la personalidad infantiloide y provocadora de la primera, y el arrebato iracundo del segundo, aparte de ofrecernos pistas sobre la futilidad de su relación, serán los interruptores del baño de hemoglobina final. No sólo ellos, claro. Los obreros de la casa de los Sumner, el borrachuzo Tom Hedden (cuya hija va buscando guerra con todo pantalón que se le cruce), y, en general, todo habitante del pueblo que se atreva a pasar la noche en el bar, se desvelan como despojos humanos cuya existencia sólo es posible mediante una cruel ley de probabilidades (uséase, que tiene que haber de todo). Hay un latente aunque no verbalizado conflicto de sociedades (ruralidad contra burguesía) y de principios humanos (racionalidad frente a instinto), y la onda expansiva provocada por los choques no deja títere con cabeza.

Aunque la atmósfera opresiva inquieta desde el primer plano, el punto de inflexión se alcanza con la violación de Amy por parte de dos obreros. Hasta que llegó la de Monica Bellucci en “Irreversible”, esta fue una de las más comentadas y polémicas escenas de este tipo que el cine había ofrecido. También lo fue la de, claro, “La naranja mecánica”, pero la pátina esperpéntica de esta última la alejaba del realismo; la de “Perros de paja” hirió susceptibilidades no sólo por su crudeza, sino por la ambigüedad de la actitud de Amy, que de vez en cuando parecía aceptar con placer la humillación. Se tildó de machista y ofensiva una actitud que, en realidad, no hacía más que reflejar la confusión e infantilidad del personaje de Susan George. De todas maneras, la gran pirotecnia, y donde Peckinpah realmente demuestra su enorme capacidad como director, se inicia con una especie de fiesta parroquial infantil. A partir de esa escena, en la que la alegría de los niños se transforma en aire irrespirable, tóxico cómplice de las angustias de David y Amy, el montaje del filme se acelera, imponente, majestuoso, celérico pero sin traumas, rebotando entre varias situaciones paralelas convergentes en el caserón de los Sumner. “No toleraré la violencia en esta casa”, dice Sumner en un momento determinado; el lacerante sarcasmo de Peckinpah provoca que esa frase abra las hostilidades de una violencia árida y desnuda que tira de las bridas de lo que queda de aquel hombrecito acobardado y pacífico llamado Andy Sumner. Su enigmática sonrisa final responde ambiguamente a la duda que su acompañante, y el espectador, se plantean, sudorosos, jadeantes aún, en plena despresurización: “No sé cuál es el camino a casa”.
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MI REINO POR UN SELLO



La encantadora Charada mostraba a una serie de delincuentes que perseguían a la angelical Audrey Hepburn, ignorante de que era poseedora de unos valiosos sellos. En Nueve reinas, dos rateros de poca monta se ven metidos en un tremendo lío por unos sellos falsos. Por lo visto al cine le gusta la filatelia, quizás atraídos por lo valioso que puede llegar a ser algo tan frágil.

El cine argentino tuvo su boom hace unos años, con éxitos como El hijo de la novia (de la que ya habló mi compañero), Plata quemada, y Nueve reinas. Con su solidísimo guión, que mantiene el interés en todo momento, una certera descripción de los personajes y un reparto absolutamente creíble del primero al último, constituye una excelente muestra del llamado “cine de género”, en concreto del llamado de estafadores, que ha dado títulos como El golpe o Los timadores, entre otros.

Dos ladrones se encuentran por casualidad y deciden asociarse por un día. El primero, Marcos (Ricardo Darín) conoce todo tipo de estafas, el segundo, Juan (Gaston Pauls) es hijo de ladrón y está iniciándose en ese mundo. Un viejo estafador llama a Marcos porque tiene un golpe perfecto pero su salud le ha fallado, y como es algo que debe hacerse rápido, le propone que ocupe su lugar.

A partir de ese momento todo es una sucesión de engaños y falsas apariencias, hilado con frases brillantes como “Putos no faltan, lo que faltan son financistas” “¿Qué decías vos cuando te preguntaban qué querías ser? – Yo quería ser cómplice”, “Con una vocación como la nuestra ¿qué podia ser? – No sé, ¿ministro?" pero de repente, el sorprendente final, nos lleva a la realidad económica argentina de un momento muy concreto: el del corralito”.

La hermana de Marcos, Valeria (Leticia Brédice), con sus andares de femme fatale, a pesar de su apariencia respetable es una auténtica arpía, aunque sus motivos sean justificados, Marcos no tiene escrúpulos de ningún tipo y es capaz de robar, vender o traicionar a cualquiera, pero al menos no lo oculta, ya que como él mismo reconoce “¿qué podías esperar de mi?” y Juan enredado entre los dos, con sus perjuicios por engañar ancianitas. El triángulo perfecto.

Es una auténtica lástima que Fabian Bielinsky falleciera tan pronto, ya que con su ópera prima demostró que podía esperarse mucho de él tanto de director como de guionista, siendo una de las mayores esperanzas del cine argentino. La película tuvo un desafortunado remake americano llamado Criminal.

Por su temática y por el enorme parecido físico de Darín con Joe Mantegna, Nueve reinas haría un estupendo programa doble con Casa de juego. Por cierto, ¿alguien recuerda la canción de Rita Pavone?
 
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