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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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LA PUERTA TRASERA DEL INFIERNO


Al final pudimos.

Hablemos de cine. Y de achaques.

Y es que escribir en este blog, por otra parte un proceso gratificante por la interacción con mis lectores y blablabla (y qué más), en ocasiones es como mirarse al espejo y comprobar, estupefacto, que nuestro cuero cabelludo TAMBIÉN está sujeto a las leyes de la física. Como decía un amigo mío, un gran filósofo espontáneo, “todo lo que crece, cae”. Aunque, ahora que pienso, él se refería a otras partes del cuerpo. En cualquier caso, lo que trato de expresar es que hay películas que a uno le hacen viejo. Y no me refiero a aquellas que han protagonizado nuestra infancia: escribir sobre “La guerra de las galaxias”, “Blade Runner”, “Los Goonies” o “Los fabulosos Baker Boys” no me hacen sentir mayor; siempre he percibido la distancia temporal con ellas. Fueron protagonistas de mi infancia, de mi adolescencia, soy consciente del largo camino andado. Pero hay otras que juraría que las vi antes de ayer, que implosionaron en mi subconsciente adulto, y por las que ha pasado mucho más tiempo del que me gustaría admitir. Cuando leo en Imdb que “Se7en” tiene ya 13 años, es como si descubriese una pequeña arruga novata en mi frente, una cana más para la colección. Es como ver a Guardiola de entrenador del Barça. ¿Cómo es posible? Pero si recuerdo perfectamente cuando debutó en 1ª División. Joder, tiene casi mi edad. ¿Tengo la edad de un entrenador del Barça? ¿Dónde hay un psicoanalista de guardia cuando se le necesita?

Estooooo, sí, “Se7en”. Permítanme que escriba el título a la manera original, con el "7" en lugar de la “v”. Es sólo el primer rasgo distintivo apreciable en este film que, a rebufo del paso en el sistema evolutivo del thriller que significó “El silencio de los corderos”, revolucionó el género de tal manera que cientos, miles de filmes se adscribieron a ese subapartado llamado “thriller psicológico con psicópata”, por desgracia fagocitando los salientes más superficiales, facilones y procaces de la propuesta. Hasta hoy, con éxito indiscriminado: último ejemplo, cualquiera de las partes de ese excremento, más que tramposo, traidor, llamado “Saw”. El segundo rasgo distintivo son los títulos de crédito de Kyle Cooper, espeluznantes, embridados por un tema de Nine Inch Nails que suena cual tiza en pizarra. El tercero es David Fincher, un director proveniente de la ILM y popular en el mundillo del videoclip, al que los productores de la saga “Alien” habían tenido la osadía de ofrecerle la dirección de su tercer capítulo. La crítica y el público le giraron la cara, pero ahí había algo: un sentido de la atmósfera opresiva, una sequedad rugosa. Con “Se7en”, Fincher da el campanazo y lleva una aparente película menor a la estratosfera del imaginario cinéfilo, gracias al cuarto rasgo distintivo del film, el guión de un tipo llamado Andrew Kevin Walker. A pesar de algunos tics efectistas, domina la atmósfera rugosa, el hedor de una ciudad sucia y húmeda, y Fincher se permite no mostrarnos nunca las acciones de su villano redentor, sino que se conforma con enseñarnos sus contundentes resultados. Así, al espectador le invade el horror del hecho consumado, de la aterradora infalibilidad del mal.

“Se7en” es un descenso a los infiernos por una escalera de servicio, visto a través de los ojos del quinto elemento distintivo, el lúcido, desbravado, sombrío detective Somerset (un imperial Morgan Freeman), un voyeur de la inmundicia humana que no puede dejar de mirar a pesar de la sartriana náusea que le invade; necesita un metrónomo para dormir, y quizás necesitaría otro para vivir en esa hosca, lluviosa y áspera ciudad sin nombre en la que sobrevive. El sexto rasgo distintivo es David Mills (Brad Pitt, manteniendo el tipo), nuevo detective en la ciudad, impulsivo, dominado por la juventud de sus emociones, impaciente, optimista, siempre a dos pasos de su compañero y a tres de un tipo llamado John Doe. Su interacción con Somerset fortalece y enriquece el film, y consigue que el personaje de su mujer (Gwyneth Paltrow), supere, aunque sea por poco, el mero elemento decorativo. Claro que a eso ayuda mucho el séptimo y definitivo rasgo distintivo.

John Doe nos sermonea”. Es la conclusión a la que llegan los detectives, lo más cerca que pueden llegar del obsesivo autoproclamado Mesías interpretado con implacable ceremoniosidad (su cadencia de voz recuerda a HAL 9000) por Kevin Spacey. John Doe es, efectivamente, un Juan Nadie cualquiera que pretende inmortalizarse, no a través de su grandeza, si no a través de sus actos, que dan un nuevo significado a la expresión “justicia divina”. Invoca a Jesús, pero más bien pareciese un mártir de Satán enviado para certificar la quiebra técnica de la Humanidad conocida como tal. John Doe, el sermoneador, es la guinda de una película que aterró las plateas e hizo correr ríos de tinta entre la dividida crítica, aunque, como suele pasar con las películas de Fincher, el tiempo le hace ganar espacio en nuestras cinéfilas miradas. “Se7en” nos hizo mirar de frente al rostro del mal, a través de los ojos de Chaucer, Milton o Dante, y no nos hizo ni puñetera gracia.
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UN DÍA EN EL MUSEO




No me cansaré de repetirlo: puede que a veces a Brian de Palma se le vaya la olla de mala manera, pero cuando sabe controlarse y se pone en serio, es insuperable. Una muestra: en Vestida para matar De Palma homenajeaba (una vez más) a su admiradísimo Hitchcock, tomando como referencia una escena de Vértigo, en la que James Stewart seguía a Kim Novak en un museo, sintiéndose fascinado por cada pequeño detalle que observaba de ella. Aquí, una madurita de buen ver como Angie Dickinson, que está pasando una crisis de inseguridad sexual está tranquilamente en un museo, hasta que se siente atraída por un desconocido y empieza una persecución en la que los papeles de ratón y gato se cambian cada dos por tres. Suntuosos travellings, con el uso de la pantalla dividida típica de De Palma y la música de Pino Donaggio hicieron el resto, convirtiéndola en un deslumbrante ejercicio de puro cine, en el que no se necesita ni una línea de diálogo... Si es lo que he dicho siempre: se ha de ir más a los museos, leches!
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POSTS CON CALZADOR: HALCÓN MILENARIO 2.0



“FIREFLY”, O LA RESURRECCIÓN DE LOS CASACAS MARRONES

Joss Whedon tiene pinta de friki. No de esos que se disfrazan o se pasan el día con las pestañas y el prepucio delante del ordenador, sino de los del estilo Kevin Smith: grandes connaiseurs de la cultura popular, activistas del cómic y la TV, fans irredentos que, casualmente, han conseguido meter su camiseta temática en el mundillo. Whedon es el creador de tres series americanas con vocación de títulos de culto y hordas de seguidores indesmayables. Dos de ellas están interrelacionadas (“Buffy” y “Angel”). La otra es, quizás, su gran triunfo, precisamente por ser su gran fracaso: “Firefly”. ¿Paradoja?

“Firefly”, que trataba las aventuras de un grupo de contrabandistas espaciales a bordo de una nave llamada “Serenity”, era una serie que combinaba la ciencia-ficción de segunda mano al estilo “Star Wars” con elementos propios del western (hay algún episodio con clarísimas reminiscencias de “Sin perdón”), un humor tan blanco como acerado, unos diálogos ingeniosos y unos personajes de caracteres muy diferenciados que destilaban una gran química. Sus aventuras fronterizas no consiguieron fidelizar, aparentemente, a los espectadores, y la FOX liquidó la serie en el capítulo 11, sin dejar que se emitiesen los tres capítulos restantes que se habían rodado, justo cuando empezaba a tejerse una trama mayor. Otra serie más al limbo. Sin embargo, Whedon & company descubrieron que quizás sí que había pocos seguidores, pero muy entregados. El DVD de la serie fue un récord de ventas (hasta hace muy poco aún estaba entre los 5 más vendidos en Amazon.com), e internet puso en marcha su capacidad para el bocinazo ensordecedor de los fans (llamados “browncoats”, o “casacas marrones”; si queréis saber por qué, cojan el primer autobús a la Wiki). A Whedon, que de tonto no tiene un pelo, se le iluminó la meninge, y, contra todo pronóstico, consiguió algo así como que España pase unos cuartos de final: hacer una película de una serie fracasada. ¿Es Whedon Iker Casillas?


“SERENITY”, THE RIVER TAM CHRONICLES

Pasado el año 2500, la hoy llamada “Tierra-que-fue” es casi un mito para el ser humano. El hombre, una vez la Tierra agotó sus recursos naturales, se expandió a diferentes lunas y sistemas solares que “terraformó”, uséase, adaptó a sus condiciones de vida (aire, agua, casas de citas, etc.). China y los Estados Unidos quedaron como únicas potencias, y se fusionaron para crear una sola estructura de dominación interestelar, la Alianza. A pesar de los avances, a medida que los planetas se alejan más de la zona central, las condiciones de vida y las costumbres son más ancestrales y fronterizas. Este es el punto de partida atmosférico de la serie “Firefly” y de la película “Serenity”, y en la que se incrusta la pintoresca tripulación de la susodicha nave, comandada por un ex-combatiente llamado Malcolm Reynolds (Nathan Fillion), y en la que está, entre otros, River Tam (Summer Glau), una chica hipersensible, plañidera, ingenua, intuitiva, esquizofrénica, y con poderes mentales. Excepto por esto último, una adolescente cualquiera. Que en la película demuestra tener alguna clave para hacer tambalear a la poderosa Alianza, aparte de, inopinadamente, dar una leches que ni Jackie Chan enfarlopado. Hasta aquí, más mal que bien, la sinopsis.

¿Y qué es en realidad “Serenity”? Después de haber visto esta película desde los dos prismas (esto es, antes de conocer la serie y después de verla), la considero una de las mejores películas del género de los últimos años. Se la ha comparado extenuantemente en los Yuesei con “Star Wars”, no por su grandeza, claro, sino más bien por el inevitable dejá vu que desprende. Mal Reynolds apesta a Han Solo, indumentaria incluida; la estética de futurismo usado, naves que se caen a pedazos, uniformes sucios, espacios desérticos; el aroma de “space opera” (hay un imperio interestelar, y una guerra que marca el pasado), en definitiva. Eso sí, no hay extraterrestres ni robots, para no entorpecer el otro gran referente estético, que, como ya se ha apuntado, es el western. Algo que en la película queda más difuso, al permitirse un mayor número de localizaciones. “Serenity” es algo así como “Star Wars” 2.0, o lo que el “Episodio I” pudo ser y no fue: una actualización del género hacia los tiempos modernos. Es un film enérgico, divertido, entretenido, sin alardes de CGI, bien dialogado (Kaylee: “hace un año que no tengo entre las piernas nada que no funcione con pilas”), que al espectador no familiarizado con el entorno “Firefly” le deja un buen e inesperado sabor de boca. No se puede decir que Whedon tenga un estilo propio con la cámara (queda claro que su fuerte está en la escritura), pero sale lo suficientemente airoso de la prueba.

La mayor debilidad del film proviene, como era de esperar, de su dependencia de la serie. Son nueve personajes principales, y en una serie se pueden desarrollar adecuadamente, pero en una película no. A pesar del (falso) plano-secuencia del inicio, que pretende presentar a los personajes uno a uno, lo cierto es que Whedon se ve obligado a detenerse en los tres personajes principales, dejando a los demás bastante difuminados. Uno de estos tres es de nuevo cuño, el Operativo, excelente villano interpretado de manera ceremoniosa, casi religiosa, por el gran Chiwetel Ejiofor. Otro es el ya mencionado Mal Reynolds, antihéroe a la vieja usanza, de réplica y gatillo fácil, corteza coriácea y savia dulce, al que la percha de Nathan Fillion le sienta como un guante. El último es River Tam, el verdadero centro neurálgico de la serie (según Whedon, “Serenity” es “la historia de Malcolm Reynolds contada por River”) y de la película, que tiene la virtud de aparecer poco pero dejando huella, un personaje al que la etérea Summer Glau aporta una convincente fragilidad y una formación como bailarina ideal para las coreografías de acción, y si alguien la ha visto hacer de Terminator bueno en la serie “La crónicas de Sarah Connor” sabrá a qué me refiero.

Lejos de ser una obra maestra, o siquiera un referente del género, “Serenity”, de éxito moderado en USA y nulo en España, es una excelente muestra de que se puede hacer buena ciencia-ficción con las mismas reglas de hace treinta años, sólo poniéndole corazón, algo de ingenio y unos diálogos con algo más de garra que “misa no gusta lo naboo”. ¿Se me oye por allá en el rancho Skywalker?

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HABLEMOS



Winchester 73 nos explicaba la historia de un rifle a través de sus diferentes dueños, los títulos de crédito de El señor de la guerra (prácticamente lo mejor de la película) … ¿adivináis de qué va Babel?

Babel muestra todas las virtudes y defectos de la asociación de González Iñárritu y Guillermo Arriaga; la fórmula de historias desordenadas y aparentemente sin relación parecía mostrar síntomas de agotamiento, aunque sea mas sencilla de comprender el orden cronológico de los sucesos que en 21 gramos,y de hecho acabaron de mala manera su relación al acabar la película. En realidad, la película podría definirse por un prólogo, en el que un pastor marroquí compra un rifle y desde el momento en que sus hijos disparan por accidente empezaría la historia, en forma circular, con las consecuencias del disparo, siguiendo la ley de Murphy, perfectamente unidas por la conversación telefónica de Richard y su asistenta, que se nos muestra de uno y otro lado al principio y al fin.

El título, de resonancias bíblicas, no es casual, ya que si los constructores y obreros de la torre se vieron castigados a no entenderse, aquí los personajes sufren la incomunicación de diferentes maneras.

Susan y Richard son un matrimonio americano en crisis desde que falleció uno de sus hijos, ya que él no supo expresar su dolor, lo que ella interpretó como una huida. Para intentar solucionar los problemas se van de viaje a un país exótico (“para estar solos” dice él), aunque a ella no le guste la comida y desconfía de la bebida, pero a pesar de su resistencia a que la trate, no es su todopoderoso gobierno el que la salva, sino un sucio veterinario. El hecho de encontrarse en un país extraño les da otra sensación de incomunicación, al no entender su idioma.

Chieko se siente tremendamente sola desde que murió su madre, pero tampoco consigue expresarlo, ya que es sordomuda, y busca el contacto sexual como su única válvula de escape. El de ella es el mundo del silencio, aunque esté en una discoteca.

La mezcla de superestrellas como Brad Pitt y Cate Blanchett con actores no profesionales funcionó sin problemas, todos están a muy buen nivel. Uno no puede evitar preguntarse qué habría pasado si en lugar de a una turista norteamericana le hubiera sucedido a otra persona, probablemente no se habría armado tanto revuelo, aunque por otro lado funciona esa obsesión norteamericana actual por encontrar terroristas detrás de cualquier cosa, aunque en realidad se trate de dos niños. La relación de la historia de Chieko con las demás puede parecer cogida un poco por los pelos, pero como historia independiente funciona muy bien, siendo uno de los episodios más turbadores.

Si se habla de la necesidad de ver películas en v.o., en esta ocasión es más que necesario, ya que la mezcla de idiomas es fundamental para comprenderla.
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CÍCLOPE EMBADURNADO EN LACA


Por última vez: no me gustan los musicales. Que no. Pero la puerta de mi cerrazón tiene llave, y eso significa que se puede abrir. No se puede decir que el género esté viviendo un revival, pero sí es cierto que cada cierto tiempo aparece un nuevo proyecto que mantiene al musical con las constantes estables. Penúltimo ejemplo: “Hairspray”, esa reinvención del film de John Waters que, admitámoslo, en su génesis nadie confiaba en que saliera algo con la más mínima dignidad. ¿Tony Manero haciendo de Divine? Sí, claro. Sin embargo, hay que reconocer que Adam Shankman se sacó de la ancha manga una película con ritmo, en todos los sentidos, que alegra la vista, electrifica los pies y fotografía la sonrisa de los rostros de los espectadores, aunque, en realidad, estructuralmente no sea más que otra película de Disney. Gran parte del mérito es achacable al reparto: el premio revelación fue para Nikki Blonsky, John Travolta consiguió que su esfuerzo no rompiera la barrera del ridículo, y veteranos como Christopher Walken y Michelle Pfeiffer confirmaron cosas que ya sabíamos. La sorpresa, sin embargo, fue, en mi opinión, James Marsden, el soseras Cíclope de la saga “X-Men”, que se desmelena en este film con una actuación plena de carisma robaplanos y de espíritu “sixteen in the sixties”, a base de voz, percha y sonrisa profident. Para muestra, un botón. El del “play”.

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QUIEN ROBA A UN LADRÓN...



Hagan sus apuestas, señores, que la carrera está a punto de empezar. Los tres favoritos están desafiantes en la línea de salida, dispuestos a comerse el mundo:
Lilly: no os engañéis por la edad, ésta yegua de pelo bayo tarda en arrancar, pero está atenta al mas mínimo error de sus contrincantes para pasarles por delante.
Roy: este joven caballo negro, casi un potrillo todavía, tiene todo el entusiasmo de la juventud y un tremendo afán de superación. De casta le viene al galgo.
Myra: fogosa yegua castaña que no se deja adelantar fácilmente.
Pero sólo uno de ellos llegará a la línea de meta ¿Cuál será?

Tras Las amistades peligrosas, Stephen Frears nos trajo a un nuevo triángulo diabólico, aunque en esta ocasión con el genuino sabor americano del cine negro, pero con estilo europeo. Con producción de Martin Scorsese y basado en una novela de Jim Thompson, The grifters casi era una apuesta sobre seguro.

La escena inicial con la pantalla dividida en tres mostrando a los protagonistas con gafas de sol mirando con chulería a la cámara, mientras suena la pegadiza música de Elmer Bernstein, ya es toda una declaración de principios: nos encontramos en una carrera.

John Cusack pasó de las comedias románticas adolescentes a papeles mas ambiciosos interpretando a Roy Dillon y se desenvolvió muy bien haciendo de estafador de poca monta; tiene la ingenuidad necesaria del personaje para ser el cebo perfecto para sus víctimas. Atrapado entre dos mujeres minifalderas de toma y rasga, lo va a tener crudo y el que aguantara el tipo dignamente frente a ellas ya es toda una victoria.

Annette Bennig fue la revelación de la película haciendo de Myra Langtry. Es todo un espectáculo verla caminar, sumamente sexy, creyéndose el centro del universo, o riendo como una descosida, desbordando esa alegre sexualidad al estilo Marilyn Monroe. Sabe sacar el máximo provecho de su cuerpo y con Roy quiere revivir sus buenos tiempos cuando daba grandes golpes.

A Anjelica le sienta bien el cine negro, aunque vista de blanco; tal vez porque le viene de herencia de su padre (por cierto, si juntamos el apellido del personaje de Annette Benning y el nombre del de Anjelica tenemos Lilly Langtry ¿un guiño a John Huston?) Su Lilly Dillon , con su inseparable cigarrillo colgando de los labios y lengua mordaz es una luchadora que no retrocede ante nada ni nadie para conseguir lo que quiere, manipuladora al máximo. Ella es la que no ha podido evitar a la eterna tentación de los timadores de engañar a sus jefes. Siempre ha sido una perdedora, aunque se niega a aceptarlo.

Aunque son muy pocas las escenas en que las dos leonas se encuentran son perfectas, lanzándose indirectas a cada cual más directa

Es impresionante ver lo poco que ha cambiado Pat Hingle desde Esplendor en la hierba, mostrándonos que las naranjas sirven para algo más que hacer zumo (nunca te acostarás...). Pero el final hace que nos olvidemos del cine negro y la película tome tintes de tragedia griega, por más de un aspecto; que levante la mano quien sea capaz de olvidar a Anjelica sollozando y temblando mientras recoge el dinero. Lo dicho, a Anjelica le sienta bien el negro.

No puedo acabar sin hacer por lo menos una mención a la desaparición de Cyd Charisse, las piernas mas hermosas de la historia del cine, y de un artista como Stan Wilson. Descansen en paz.
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NÁUFRAGO


Y de la nada, surgió Manoj para agitar el adormecido pulso crítico de la blogosfera y el oficialismo escrito. Hasta ahora, el cruce de posturas y la división de opiniones al respecto de los trabajos de Shyamalan eran algo que observábamos desde lejos, con la suficiencia propia del europeo de rancio abolengo que acoge, una vez más, a un desdeñado y reivindicable autor americano (ya lo hemos hecho con Jerry Lewis, Woody Allen y tantos otros). Nosotros ENTENDEMOS a Shyamalan. Hands up: con “El incidente”, esto se ha acabado. En los Yuesei, directamente, se han cargado la frontera y se han arrejuntado todo en el mismo bando: en el de los de “fostiemos a Manoj”. Pásense, sin ir más lejos, estimados padawanes, por Rotten Tomatoes, y den pábulo a ese ofensivo 21% de su Tomatómetro, y a críticas que se inician con sentencias (en el más amplio sentido de la palabra) como “nothing’s happening here”. En la Confederación Ibérica aún no llegamos a tanto (eh, que semos europeos), pero, como diría ese gran pensador llamado Pazos, aquí están habiendo hondonadas de hostias. Toda España (Essssssssssspañññacojonesya) está esperando con indisimulada agitación la crítica marcbranchesiana. Mi Graciosa Majestad, en un nuevo acto de filantropía intelectual sin límites, se dispondrá, sin solución de continuidad, a ofreceros este luminoso regalo. Que se inicia con la inquietante frase “es, posiblemente, la peor película de Shyamalan”.

Es, posiblemente, etcétera. Sin embargo, en mi ranking shyamalaniano “El incidente” está por delante de “Señales”, la cual, por razones desconocidas, nunca me ha entrado por las gafas. “El incidente”, que tiene fallas de considerable calado, funciona. Sé que es una apreciación personal que no comparte buena parte de la crítica. Les envidio: no es saludable tener siempre la razón. Por encima de todo, es un film adscrito al subgénero que podríamos llamar “suspense apocalíptico”, del que es deudor buena parte del cine de serie B que tanto ha hecho por Night Shyamalan, y en el que más claramente se perciben sus influencias. Nadie discute el arrollador comienzo, que nos eriza los cabellos en solfa a los dos minutos a golpe de suicidio indiscriminado en Central Park, con magna cum laude para la lluvia de paletas (perdón, quería decir “auxiliares asistentes de construcción en campo”) desde un edificio. El director de origen hindú, más explícitamente sanguinolento que nunca, consigue mantener una tensión soterrada durante prácticamente todo el metraje a pesar de jugar en campo contrario, esto es, toda la trama se desarrolla de día, y, además, nos da la explicación del extraño fenómeno a mitad de película. Su sentido de la planificación del encuadre es brillante, como de costumbre, y acierta al introducir el viento como un protagonista más, ya desde casi el inicio, a pesar de que el espectador poco avezado no lo perciba. La historia, simple en esencia, se desarrolla sin bajones agudos de ritmo, y los pequeños descansos humorísticos ayudan a descansar la tensión y son eficientes, aunque sé que en este tema también estoy en franca minoría, leído lo leído; incluyo aquí a la vieja del último cuarto del filme, todo un guiño hitchcockiano (toda la película lo es, de alguna manera). Admirable y emocionante el desenlace, acompañado por una preciosa música de James Newton Howard, y rematado por un simple dato, una hora exacta, que nos explica sintética y admirablemente lo que ha ocurrido. Y sin embargo.

“El incidente” observa varias debilidades. En las películas de Shyamalan siempre hay un factor añadido en forma de conflicto familiar/personal/social encajado matemáticamente en la historia, y a la que nuestro Manoj siempre ha sabido darle una carga de profundidad y verismo encomiable. Los personajes solitarios, minoristas, a contracorriente, de Shyamalan, se han hecho paso en nuestros cinéfilos corazones. No es el caso de los de “El incidente”. Parte de culpa es a repartir con los actores principales: ni Mark Whalberg, ni, sobre todo, Zooey Deschanel y la niña Ashlyn Sanchez, son capaces de trascender sus personajes (John Leguizamo, que sí destaca, nos deja con ganas de más en una extraordinaria secuencia) y transmitirnos la película a través de ellos, quedando esta al desabrigado pairo de la narrativa. La cual nos lleva a un conflicto sentimental entre la pareja protagonista simplón, poco trabajado y sorprendentemente inocuo, que nos despega de la necesaria identificación. Quedó ya dicho que la banda sonora es magnífica; sin embargo, está demasiado presente, y en alguna escena se hubiese agradecido la sequedad del silencio. El ecomensaje es bienintencionado y coherente con el marchamo de serie B que tiene la película, pero dejar su explicación en la voz de un científico radical en un canal de TV resulta chabacano; y es una lástima, porque el final parisino del film es brutalmente coherente.

“El incidente”, como todas las películas de Shyamalan, es un juego al que hay que tener ganas de jugar. A mí me agarró a la butaca, y, hoy en día, entre tanta sonora mediocridad, os aseguro que no es nada fácil. Manoj se ha quedado a medias, náufrago –de ahí el título del post-, entre la esperada propuesta de masas y su mirada nostálgica hacia el cine protagonista de su infancia, una mirada cada vez más presente en su cinematografía. Parafraseando a Forrest Gump, náufrago es el que naufraga. Yo, Manoj, me quedo en la isla, contigo, cual Viernes de pacotilla.
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CÓMICOS



Se habló bastante del uso que hizo Javier Bardem de la palabra “cómicos” en la ceremonia de los Oscars, reivindicando una definición que ha quedado bastante arrinconada y hasta había llegado a tener un cierto sentido despectivo. Él, que proviene de una saga de actores, lo sabe muy bien. ¿Quiénes eran los cómicos? Casi se podían considerar unos parias, errantes de un lugar a otro, pertenecientes a la tierra de nadie y sin derecho a ser enterrados en sagrado ¿y todo eso a cambio de qué? A cambio de unas sonrisas, unas lágrimas o unos aplausos.

El viaje a ninguna parte trata sobre ellos, al igual que Luces de variedades o Cómicos. Una compañía va de pueblo en pueblo con sus representaciones. Son hijos de hijos de cómicos, que nacieron por el camino. Son un grupo endogámico, ya que les cuesta crear relaciones estables con alguien de un sitio concreto, aunque a veces tienen una nueva incorporación.

Arturo (Fernando Fernán Gómez) es el patriarca, su hijo Carlos (José Sacristán) hace los papeles cómicos y ha perfeccionado su especialidad de “voz gangosa”, Son una compañía de última fila, que nunca ha estado en un auténtico teatro ni en un camerino, que elimina personajes de las obras por falta de personal sustituyéndolos por una carta o juntando dos personajes en uno, pero su mayor amenaza son los “peliculeros”, que van en furgoneta proyectando películas y cada vez están consiguiendo más público, por lo que su insulto favorito es “Me cago en el padre de los hermanos Lumière”.

Fernán Gómez habla de un mundo que amó y conoció bien. Probablemente ésta haya sido su obra mas ambiciosa, ya que está basada en un libro suyo, él hizo el guión y la dirigió, reservándose el papel de pater familias. Tal vez como película en su conjunto resulte más redonda El extraño viaje, pero el profundo cariño a los personajes y por el teatro, así como el uso que hace de la memoria la hacen totalmente indispensable, por no decir imprescindible.

Con un trío de ases como Fernan Gómez, Sacristán y Juan Diego, no es de extrañar que los personajes masculinos salgan ganadores; por goleada, además, Agustín González se reserva un pequeño pero estupendo papel de aspirante a autor teatral que escribe revistas musicales en las que en el libreto abunda la indicación de “se juntan todos y cantan”, y Gabino Diego tiene una nueva oportunidad de lucir su habilidad para imitar acentos. Pero volvamos al trío estelar; todos ellos tienen una escena que por sí sola merece pasar a la antología de nuestro cine. La de Arturo es su prueba para un papel en una película, en la que pronuncia su mítico “señorito”; la forma de interpretar teatral y cinematográfica es tan distinta que acaba en un desastre y con él llorando mientras dice “Esto del cine es una mierda. No tiene nada que ver con el teatro”. Maestro de maestros. La de Carlos es su discurso frente a unos pueblerinos explicando que los cómicos no pertenecen a ninguna parte y la de el personaje de Juan Diego, Sergio Maldonado, de lenguaje rebuscado y florido es una borrachera frente a una pareja de novios, donde da rienda libre a todo su arsenal dialéctico, para acabar con el obligado Asturias, patria querida, absolutamente para quitarse el sombrero.

Si la vida es un viaje, como dijo el poeta "arrieros somos, el camino hacemos y por el camino nos encontramos"... aunque en eso ellos nos llevan ventaja.
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EL MAYORDOMO QUE LEÍA NOVELAS DE AMOR


British way of life. Uséase, en íbero contemporáneo, una manera de ser británica. Educación, contención, respeto a las tradiciones, apego a la reverencialidad, el isabelismo como filosofía vital, cierta altivez insular, mis sentimientos son míos. Nadie ha reflejado mejor esta caterva de tópicos en el cine de los últimos veinte años como estos dos gigantes interpretativos, Anthony Hopkins y Emma Thompson, en “Lo que queda del día”, en la mayestática opinión de este escribano la obra cumbre del género cinematográfico llamado “Ivory & Merchant”. El duelo a florete oral entre Miss Kenton y Mr. Stevens, bajo el que se esconde un amor tan arrebatado e inexpresado como imposible, tiene su culmen en esta deliciosa escena en la que el ama de llaves de Darlington Hall cree haber encontrado un resquicio picantón en el pétreo hieratismo del mayordomo jefe. La defensa a ultranza de su privacidad de Mr. Stevens, el ilusionado acoso de Miss Kenton, el mórbido roce de sus manos; una escena sutilísima, frágil, siempre a punto de romperse, que en su brevedad es lo suficientemente elocuente como para explicarnos ambos personajes. En esta secuencia, jóvenes padawanes, está toda la película.

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SULLIVAN, EL VIAJERO



Probablemente a pocos les suene el nombre de Preston Sturges, y sin embargo fue uno de los maestros indiscutibles de la comedia americana y uno de los primeros en poder dirigir sus propios guiones.

Su película más ambiciosa fue Los viajes de Sullivan, toda una rareza en el Hollywood de la época. Un famoso director de comedias, John L Sullivan (Joel McCrea) está pasando una crisis existencial. Cree que la situación actual del mundo, con las guerras y la pobreza hacen imposible la comedia, debe mostrarse la realidad (neorrealismo made in Hollywood). En uno de los mejores diálogos de la película, los ejecutivos del estudio le convencen que no está preparado para ello, ya que nunca ha sido pobre; pero lo que suponían que sería un argumento definitivo para hacerle cambiar de idea sirve para que tenga otra mejor: quiere hacerse pasar por mendigo, vivir con ellos y así podrá rodar la gran película que sueña “O brother ¿where art thou?"... aunque acaba cediendo en lo que de tenga “un poquito de sexo

Este improvisado Gulliver descubre que todas sus aventuras acaban en Hollywood, de modo que toma una nueva decisión drástica y se va absolutamente solo… acompañado de una chica de la que nunca sabemos el nombre (Verónica Lake) harta de hacer de figurante en las películas y que sueña con trabajar con Lubistch: como dice Sullivan “Siempre hay una chica en las películas ¿Acaso no vas al cine?”.

Las aventuras que corren este inesperado par de vagabundos son de lo mas variadas: hay persecuciones del mas puro estilo del cine mudo, intervalos como el de la ansiosa viuda a la caza de nuevo marido y el retrato cambiante, abundantes referencias a los refugios donde tienen que hospedarse, y finalmente una estancia en la cárcel de Sullivan por un crimen que no recuerda. Impagables personajes secundarios como el del mayordomo, todo un filósofo que nos obsequia con frases del tipo de “ Los pobres lo saben todo sobre la pobreza y sólo los ricos morbosos encontrarían el tópico atractivo.” , o “Los ricos y lo que teorizan – que suelen ser ricos- piensan en la pobreza en negativo, como la falta de riqueza, como la enfermedad se podría llamar a la falta de salud. Pero no lo es. La pobreza no es la falta de algo, sino una plaga positiva, contagiosa como el cólera, con suciedad, criminalidad, vicio y desesperación como algunos de sus síntomas. Se ha de estar apartado de ella, incluso para estudiarla. Se ha de rehuir ". Por muy bien intencionados que seamos, la ayuda que damos es totalmente insuficiente para remediar la pobreza, por eso cuando Sullivan, una vez acabada su Odisea, está repartiendo billetes entre mendigos no se imagina que hay uno que le seguirá para robarle el dinero y sus zapatos. Cuando el ladrón se queda atrapado en la vía del tren dudará entre escapar o abandonar el dinero. La elección para los que no tienen nada es fácil, pero la avaricia rompe el saco.

Si Sturges se basó en Los viajes de Gulliver, su película ha servido de referencia especialmente a los Coen en O brother, y no sólo por el título, sino por una escena en la que un grupo de presos encadenados irrumpe en un cine, recordando uno de sus momentos más famosos: cuando Sullivan descubre el poder liberador de la risa al ver unos dibujos animados Y es que no hay nada mas hermoso que hacer reír; eso es algo que finalmente aprende Sullivan después de sus peripecias, así como que no sería capaz de rodar un drama porque en esos momentos se siente demasiado feliz y no ha sufrido lo suficiente como para hacerlo (no hay nada mejor que el autoconocimiento), de modo que volverá a dirigir sus comedias de siempre… con un poquito de sexo, claro.
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CÓMO SER JOHN MALKOVICH


Elucubremos. Un actor sobre el que se hace una película que fantasea sobre el interior se su mente, y sobre el concepto de ser él mismo. Ninguno de sus personajes, ni siquiera su imagen pública. El concepto mismo del actor. ¿Qué tipo de actor sería ese? En cualquiera de los casos, uno muy grande. Más que grande, una estrella. Más que una estrella, una leyenda. ¿Cuántos actores en la historia del cine encajarían en ese traje sin quedarle grande? Abro espacio para la reflexión. Cierro espacio para la reflexión: muy pocos. ¿Alcanza ese nivel un señor nacido hace más de una cincuentena en Christopher, Illinois llamado John Gavin Malkovich?

John Malkovich, esplendor venido a menos, es uno de los actores más inquietantes, dispersos, oscuros, turbadores y esquivos de la industria americana. A menudo arrastró un halo de qualité, de porte europeo, que no siempre ha correspondido con los vaivenes de su carrera, que alcanzó su cenit en los noventa, cuando decir Malkovich era mentar a la elegancia y a la distinción hecha actor. Dotado de una voz suave y una dicción etérea capaz de embriagar una habitación, era sin embargo el villano ideal, precisamente por la contradicción entre sus maneras, su cuerpo equino y sus facciones amenazantes. Ha pasado una época algo olvidadiza, con algún título meramente alimenticio, que ha hecho tambalear su prestigio. No está en la cúspide como hace diez o quince años, pero últimamente vuelve a un cierto primer plano (el anterior trailer colgado por la Directrice es prueba palmaria), y aquí Mi Majestad que lo agradece. Pero, ¿cómo se puede ser John Malkovich?

Vale, nacer con ese nombre ayuda. Sigamos con la receta. Después de algunos pasos en la cantera teatral, en la que comparte “Muerte de un viajante” con un tal Dustin Hoffman, y alguna cosilla televisiva, debuta en el cine a lo bruto: “En un lugar del corazón”, de Robert Benton, le da su primera nominación a tito Oscar. Su segunda película es “Los gritos del silencio”, ya como protagonista, así que la cosa va realmente en serio, y un Spielberg como “El imperio del sol” lo confirma. Pero el gran diente de sierra, la explosión del fenómeno, el verdadero alfa del alfabeto Malkovich, es su maravilloso, seductor, despampanante, hipnótico Valmont de “Las amistades peligrosas”: la tortura psicosentimental que le aplica a la pobre Madame de Tourvel (con la vidriosa mirada de Michelle La Belle) transfiere a la frase “no puedo evitarlo” un nuevo significado desde entonces, y Malkovich se convierte en un icono de la maldad sofisticada. “El cielo protector” y “Sombras y niebla” añaden muescas de prestigio (Bertolucci y Allen), que no de taquilla, a su repertorio. Para ganar dinero ya le es suficiente con una escasa, pero impactante, escena en “Jennifer 8”, y su magnífico villano Mitch Leary de “En la línea de fuego”, en la que mantiene un atronador duelo con tito Clint que se graba en las pestañas de todos los espectadores. Su cambio de registro en “De ratones y hombres”, en la que interpreta a un disminuído psíquico, es recibido con disparidad de opiniones, huele a intento de Oscar, pero es ignorado por la Academia. Qué más da: la marca Malkovich vende, perfuma y da prestigio. ¿Qué más hay que hacer para ser John Malkovich?

Pues darse un barnizado europeo nunca viene mal. Refuerza el cosmopolitismo y marca unas distancias con la industria hollywoodiense que siempre son bienvenidas entre la crítica. Asípues, a mediados de los noventa, nuestro amigo John calza sus posaderas en el sur de Francia, y comienza a frecuentar el cine europeo. Y no cualquier cosa: en un ataque de gerontofilia, encadena un Antognioni y un Oliveira, para posteriormente pasarse por la Más Grande de las Bretañas y por la Alemania más prestigiosa. Agítese junto a un paseo por los teatros franceses, algunas visitas de incógnito a Barcelona (visto con estas gafitas que General Óptica me ha dado) y algún anuncio de traje italiano, y ya tenemos a un actor americano adoptado para la vieja causa europea. ¿O no? No. Hay que mantener el tren de vida, y Malkovich se vuelve terrenal vendiendo su cara de psicópata a productos de indudable comercialidad como “Con Air” o “El hombre de la máscara de hierro”. Europa no paga según qué facturas. A partir de aquí entramos en una época de cierto declive, por lo menos en cuanto a su popularidad y al gancho de sus películas. Buenas películas, acompañadas de excelentes trabajos de nuestro Malkovich, como “La sombra del vampiro” o “El juego de Ripley”, no son acompañadas por las masas. Mucho menos su debut como director en la interesante "Pasos de baile". Así, su mayor éxito se lo debe a Charlie Kaufman, Spike Jonze y ese enrevesado y delirante juego propuesto en “Cómo ser John Malkovich”, en la que nuestro héroe se presta al juego metalingüístico cinematográfico con una capacidad autoirónica que para sí quisiera la mayoría de engoladas estrellitas de Jolibú.

Desde entonces, la carrera de Malkovich, de vuelta ya en los Unidos, ha ido dando extraños tumbos (¿“Eragon”? ¿”Johnny English”? ¿¿¿einnnn???), aunque ahora parece que va a volver al primer plano con tito Eastwood (“The changeling”) y con los Coen (“Burn after reading”). Para servidor, siempre será un aliciente suplementario ver a este extraño animal interpretativo sonriendo perversamente en una pantalla. Simplemente, no puedo evitarlo.
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CIAO, DINO



Y seguimos con el annus horribles cinéfilo. A la gran mayoría no le sonará el nombre de Dino Risi, pero no hay mas que echar un vistazo a su filmografía para ver que fue uno de los mayores maestros de la comedia italiana, tal como la entendemos hoy en día: esa perfecta combinación de costumbrismo neorrealista cómico. A él se debe la que se puede considerar como la primera de todas ellas, dando la transición del neorrealismo a la comedia: Pan, amor y….Con Risi trabajaron los grandes monstruos de la comedia italiana, que normalmente consiguieron con él algunas de sus mejores interpretaciones, como Alberto Sordi en Vida difícil, Vittorio Gassman (probablemente su actor favorito) en La escapada y Perfume de mujer,dos de sus películas mas recordadas, Ugo Tognazzi en Monstruos de hoy o En nombre del pueblo italiano, o la pareja mas emblemática del cine italiano, Marcello Mastroianni y Sophia Loren, en La mujer del cura.

A los 91 años nos ha abandonado, demostrando hasta el final su ironía «Yo, que podría irme de un momento a otro, mejor voy a esperar, porque si muero ahora los telediarios pondrán la información en la sección deportiva», dijo en una de sus últimas declaraciones... Por lo visto no pudo esperar más, maestro
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¿ES PC O MAC?




Aún es pronto para saber cómo les ha sentado el Oscar a los hermanos Coen, ya que a la que lo ganaron por No es un país para viejos ya estaban metidos en pleno rodaje de Burn after reading. Vistas las primeras imágenes, desde luego son totalmente distintas; lo que en una era sequedad y violencia, en esta última es comedia gamberra, dentro del estilo habitual de los hermanos. Trata de un agente de la CIA que pierde el disco en el que tiene grabadas sus memorias que cae en poder de los descerebrados empleados de un gimnasio e intentan hacerle chantaje (¿te resulta algo familiar, Coppola?). Clooney repite una vez mas con los Coen, al igual que Frances McDormand, no así Brad Pitt, Tilda Swinton o John Malkovich, que trabajan por primera vez con ellos, formando un reparto de lo más interesante. Desde luego el que destaca es Pìtt, que sigue demostrando su buen olfato para elegir proyectos últimamente, y da toda la impresión de estar en la línea desmadrada de Snatch que le dio tan buenos resultados. Sin duda será uno de los estrenos de la temporada.
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NO TAN INTOCABLES


Hablaba en mi anterior post de la saturación de versiones de cómics que se está produciendo en la industria cinematográfica en los últimos años. La causa, claro, es la alarmante carencia de ideas. Prueba número 2 del jurado: aparte de los cómics –y otro día hablaremos de los videojuegos-, proliferan cada vez más las adaptaciones de series de televisión, casi todas con resultados artísticos definibles entre las expresiones “innecesaria mediocridad” y “vómito purulento de ostras podridas mezclado con hedionda bosta de ornitorrinco con gastroenteritis vírica”: “Starsky & Hutch”, “Los hombres de Harrelson”, “Los vengadores”, “Los ángeles de Charlie”, “Perdidos en el espacio”... todas cúlmenes artísticos del medio audiovisual. Sí, hay algunas que se salvan, e incluso algo más que eso: “Maverick”, “La familia Addams: la tradición continúa”, “El fugitivo” o, si me apuran, “La tribu de los Brady”, aunque sólo sea por atomizar de manera inclemente el azucaradísimo original, entre otras. Dos de las más destacables están dirigidas por el mismo director, Brian de Palma, dato que concuerda a la perfección con su espíritu equilibrista entre los proyectos “voy-a-hacer-cash-como-sea” y los más personalistas: “Misión imposible”, excelente por otra parte, abrió la veda cine-televisiva de los noventa; pero el viejo Brian ya sabía cómo hacer algo así. “Los intocables” fue una serie muy popular en su momento, principios de los sesenta, en la que Robert Stack interpretaba al mítico agente de la ley. En 1987, Paramount Pictures le ofreció a De Palma la posibilidad de realizar una adaptación de la serie, convencidos de que rompería taquillas, y De Palma no defraudó: además de ganar pasta a destajo, se llevó 9 nominaciones a tito Oscar, de las cuales sólo ganó una, la de Sean Connery, pero daba igual. Los bolsillos estaban llenos, y De Palma ya podía hacer su peli de Vietnam. Pero esa es otra historia...

Los intocables de Eliott Ness” es una superproducción de corte masivo-veraniego, y huele a tal desde casi todos sus fotogramas. Aunque la mano manierista de De Palma está presente, claro (ojo al plano de apertura, cámara en techo encima de un Capone estirado en la silla del barbero), el director norteamericano embrida su tendencia a la sobreactuación, y ofrece una de sus performances más clásicas y funcionales a través de una más o menos velada estructura de western. Lo que no significa que renuncie a sí mismo: hay un par de planos-secuencia de nota, y cierta escena con un carrito de bebé, homenaje a la de las escaleras de Odessa en “El acorazado Potemkin”, que se convirtió por derecho propio en una de las secuencias más famosas, y angustiosas, de la historia del cine. La magnífica partitura de Ennio Morricone acompaña con maestría, y le ofrece el tono épico que el filme requiere. Así que formalmente no podemos encontrarle ninguna pega. Sin embargo, a partir de aquí comienzan los peros.

La historia es sencilla, demasiado sencilla, de hecho, y esto es algo que uno no podría esperarse de un guión de David Mamet, por mucho que se encontrara aún en sus inicios (pero ya llevaba en el fardo “Veredicto final” y “El cartero siempre llama dos veces”). Había una necesidad perentoria de atar unos tres mil cabos, de encajar distintas piezas sin conexión histórica, y de resolver todas las situaciones en las apenas dos horas de película, y esta se resiente de ello. Resumen a velocidad 25 megas: presentación de Ness-encuentra a contable-encuentra a policía viejo-recluta a ambos-recluta tirador letal-ponen emboscada-Capone se venga-Ness se venga. Aunque parezca mentira, no hay mucho más. Cierto es que esa trivialidad manifiesta se sofoca con algunos excelentes diálogos, en los que se percibe de primeras la mano de Mamet, y con un ritmo trepidante tan sólo lacrado por las escenas familiares de Ness (y bien que lo siento por la gran Patricia Clarkson) y por alguna solución inverosímil (el intercambio de jurados A MITAD DE JUICIO). El halo de inanidad del relato en sí se complementa con la visión absolutamente icónica que se hace de Al Capone (tito Bobby, en una de las suyas), al que sólo vemos hablar en público delante de coros de borregos hipnotizados por su carisma; De Niro, a falta de profundidad, le aplica al personaje el histrionismo requerido, y deja para el libro una disertación sobre el béisbol, bate en mano, que acaba de la única manera que podía acabar: con un buen batazo –con varios, de hecho-. Lo mismo podríamos decir de Eliot Ness, interpretado por un sosísimo Kevin Costner, que aporta poco más que una buena percha. Del resto de “intocables” (que en la película, de hecho, son bastante “tocables”, al revés de la vida real, en la que no consiguieron matar a ninguno de los nueve, y no tres, ayudantes de Ness), destaca por encima de todos el viejo poli irlandés Jimmy Malone, interpretado con soberbia maestría por Sean Connery, a quien Mamet, con buen ojo, le da las mejores líneas de diálogo; Charles Martin Smith y un joven Andy Garcia completan con sobriedad el elenco.

Como ha quedado dicho, una película sobria, de excelente factura, que cumple con sus pretensiones de entretener sin insultar a la inteligencia, aunque se queda lejos de las ambiciones de nuevo “Padrino” que algún slogan perturbado derramaba por ahí. Actualmente, De Palma anda enfrascado, ya desde hace algún tiempo, en una precuela titulada “The untouchables: Capone rising”, que parece que no acaba de arrancar. Un momento, llaman a la puerta... otra vez esos plastas de Testigos de Jehová... me parece que voy a coger mi bate de béisbol y les voy a explicar las ventajas de jugar en equipo...
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SKINHEAD HISTORY X



Por una vez voy a crear mi propio programa doble,una especie de grindhouse particular, con dos películas que se complementan perfectamente, homenajeando a esas salas de repertorio que tanto han hecho por los cinéfilos.

Sala 1: American History X, o la confirmación para quien todavía lo dudara de que Edward Norton es uno de los mejores actores de la actualidad. La historia de dos hermanos, Derek (Norton) y Danny (Edward Furlong -por cierto ¿quien sabe ande?-). La admiración que el pequeño siente por el mayor hace que éste esté a punto de convertirse en un skinhead, como él. Su hermano mayor no se volvió así por casualidad: el entorno, las situaciones, y sobre todo su relación con un maquiavélico organizador nazi, Cameron Alexander (Stacy Keach) que le usa para reclutar gente nueva, han hecho de él lo que es. Sus discursos son sumamente reveladores, porque podemos comprenderlos, aunque no compartamos sus ideas, y eso hace que sean inquietantes.

Una noche en que intentan robar su coche, Derek reacciona de una manera sumamente violenta, matando brutalmente a los ladrones ante los ojos de su hermano, en la escena mas recordada de la película, especialmente por la diabólica sonrisa y mirada de Norton a la que es detenido. Pero su estancia en la cárcel le hace ver las cosas de otra manera. A partir de entonces su objetivo será que su hermano no cometa los mismos errores.

Los trozos del pasado, en blanco y negro, con los del presente, en color, se van mezclando para conseguir un producto tan efectivo como mas bien efectista ¿en realidad ¿es suficiente poner a alguien como Derek al lado del típico negro chistoso y que sufra una violación un tanto cogida por los pelos para que cambie su forma de pensar? No, pero si la película se salva es por las actuaciones, sobre todo por un Edward Norton que, al igual que en su primera actuación ante las cámaras, Las dos caras de la verdad, es capaz de interpretar a dos personalidades distintas del mismo papel, y no dudó en lo más mínimo en ganar quince kilos de masa muscular que nunca se habría imaginado capaz de tener. Su interpretación es tan absorvente que robó el protagonismo a Danny, que debía de haber sido el protagonista desde un principio.

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Y pasemos a la otra cara de lo mismo. Sala 2: The believer. De un racista a un xenófobo. Explica la historia real de Danny Balint (Ryan Gosling), que no tarda en convertirse en un auténtico líder de un grupo neonazi por su inteligencia y profundo conocimiento de la historia judía… lo que nadie sabe es que él es judío. Su personalidad esquizofrénica se va haciendo cada vez más radical. Son memorables la escena en que se encuentra por la calle con un judío ortodoxo y sin el menor motivo empieza a agredirle, o el mimo con que trata los rollos de la Torá después de haber profanado una sinagoga, o la de la conversación con un periodista en un bar, en la que explica que todos los grandes males de la sociedad actual provienen de judíos como Marx, Freud y Einstein, que trajeron el comunismo (recordad que son estadounidenses y por lo tanto comunistas = demonios), la sexualidad infantil y la bomba atómica. Odia a los judíos; tal vez porque se odia a sí mismo. Como no para de decir frecuentemente “Mataré a un judio”… y al final lo consigue, de una manera sorprendente, en un final enigmático y lleno de simbolismo ¿la escalera de Jacob?

Frente a la ambición de American history X, The believer es mucho mas sencilla de forma, aunque el personaje de Danny es mucho mas complejo que el de Derek, y Gosling consigue estar tan brillante como Norton; el resultado final de la película es regular, pero una vez mas salvado por una interpretación excepcional.
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L'ÉTOILE DE MA PERSE VIE


Más que un hecho, comienza a ser una plaga bíblica. Las adaptaciones de cómics al cine están de moda, se multiplican como virus, y no parece que nadie pueda pararlas. Los superhéroes son un filón blockbuster, y a ello se aplica la industria americana, que donde pone el ojo pone el dólar. Pero también se ha abierto la veda, en algunos casos algo más modesta, de un abanico más amplio del género, desde los autores mainstream estilo Alan Moore o Frank Miller (“La liga de los hombres extraordinarios”, “Sin City”) al underground de prestigio minoritario (“Ghost world”) e incluso al europeo (las sagas de Astérix y Mortadelo). En el año 2000, un cómic autobiográfico en blanco y negro llamado “Persépolis”, realizado por una exiliada iraní llamada Marjane Satrapi, se ganó a pulso la coletilla “de culto” a base de premios y boca-a-boca, y la cinematografía francesa decidió que no podía dejar pasar la ocasión de arrimar el cómic a su sardina. Con la ayuda de un señor de París llamado Vincent Paronnaud, cineasta e historietista según tarjeta de presentación, trasladó aquel voluminoso cómic de cuatro tomos en un film de hora y media que consiguió, entre otras cosas, un premio Especial del Jurado en Cannes 2007, y que su país la eligiera, en una decisión sin precedentes, como representante francesa en la carrera europea hacia los Oscars. Dicholocualo, se hace inevitable señalar que “Persépolis” es la prueba palpable de que estamos a años luz de nuestros vecinos en cuanto a capacidad de riesgo y empuje cultural: aquí, para siquiera plantearnos la posibilidad de llevar a la pantalla un cómic, nos hemos de dirigir al populismo común múltiplo (Mortadelo y adláteres), por miedo a que la reacción del público español sea la habitual, uséase, girar la espalda y mirar hacia Jolibú. Y tampoco es garantía de éxito. Dos palabras: Capitán Trueno.

Imagino que la primera decisión que los autores debieron de tomar a la hora de llevar “Persépolis” al formato animado fue estilística: ¿cómo ser fiel al dibujo estático y naif del cómic sin morir en el intento? La opción es extraordinariamente satisfactoria. Aunque la esencia sigue ahí, el montaje y la música, preciosa, adquieren un papel preponderante, y ofrecen una agilidad y un dinamismo a la narración que la diferencian, desde un primer momento, del estatismo propio del cómic, pero sin perder su espíritu; es un gigantesco flash-back en un blanco y negro expresionista, sin demasiados tonos, simple, que funciona a la perfección. La historia propiamente dicha, como se ha comentado antes, es autobiográfica. Satrapi (voz de Chiara Matroianni) parte desde su infancia en 1979, cuando es derrocado el sha de Persia debido a una revolución que da paso a una república islámica. De familia progresista, la dibujante iraní nos transmite los cambios políticos y sociológicos del país mientras la penuria, la represión y la intolerancia campan por sus respetos en todo el territorio, gracias, en buena parte, a la guerra que se inicia contra Irak. Marjane, que ha adoptado la conciencia progresista de su familia pero con un tono de voz algo más alto, es enviada al Liceo francés de Viena, donde descubre que Europa no es el Dorado, y que sentirse sola y extranjera es sentirse sola al cuadrado.

Aunque esta sinopsis pueda hacer pensar otra cosa, “Persépolis” no es una película amarga ni trágica. El sentido del humor está presente a través de toda la obra, no permitiendo al espectador que la lágrima sensible se seque sin haber arrancado antes una sonrisa, demostrando un punto de vista algo distanciador y adulto, y evitando, con éxito, el sobrepeso de gazmoñería. Por supuesto, el peso de la historia lo acarrea la propia Marjane, que consigue definir un personaje entrañable y adorablemente atractivo desde su primera aparición infantil emulando a Bruce Lee (son continuas las referencias a la influencia de la cultura occidental: desde su etapa “Iron Maiden” hasta un tronchante momento “Eye of the tiger”...), y al que tiene el acierto de retratar como una superviviente, más que como una heroína. Marjane es idealista y contestona –más que contestataria-, pero comete errores, toma decisiones equivocadas, y ahí está siempre su abuela (personaje al que entroniza como su verdadero espejo vital, por encima incluso de su madre, a la que por cierto da voz Catherine Deneuve) para hacérselas ver. Satrapi consigue transmitir sus dificultades y vaivenes existenciales a través de la guerra, la adolescencia, los primeros amores y la presión de los Guardianes de la Revolución, siempre al acecho de un velo mal puesto o unos pantalones demasiado apretados, siempre custodios de la moral integrista (como diría Groucho Marx, conceptos contrapuestos).

Quizás “Persépolis” nos deja como tema principal la sensación de desarraigo de la protagonista allá donde va, tanto en su exilio vienés, en el que jamás es capaz de adaptarse al entorno debido a su “origen exótico”, como en su vuelta a Teherán, una vez terminada la guerra, en la que se siente tan extranjera de sí misma como en Europa. Una película, en definitiva, que consigue completar con éxito la transición entre cómic y celuloide, que transmite con humor y delicadeza, pero sin sensiblería, sentimientos humanos tan esenciales como el amor, el odio y la tolerancia, así como la dificultad de ser mujer entre una pléyade de radicales religiosos con barba capaces de prohibirles correr porque el movimiento de sus glúteos al hacer ejercicio se puede considerar impuro y provocador. Ellos sí que son provocadores.
 
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