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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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DE NIÑA A MUJER



Ya hemos hablado en otras ocasiones de lo dura y difícil que es la adolescencia, sobre todo cuando se trata del típico “patito feo” del que todo el mundo se ríe.
Carrie es una chica normalita, que tiende a pasar desapercibida por su timidez, vive con su madre, que es una fanática religiosa, y sus sueños son los mismos que los de cualquier jovencita norteamericana:tener amigas, gustar al chico mas guapo del instituto (una cosa es no ser guapa y otra ser tonta), ser la reina del baile.... La primera menstruación le provocará un trauma, ya que cree que se está desangrando y sus compañeras se burlan de ella de una manera muy cruel.
Con estos elementos Brian de Palma dirigió una de sus películas mas conocidas, todo un éxito de taquilla, que puso de moda los finales tipo “susto-sopresa” y además sirvió para dar a conocer a un joven escritor, un tal Stephen King.
Desde luego hacía falta alguien capaz de ser sumamente frágil y vulnerable, pero al mismo tiempo terrorífica y vengativa para encarnar al personaje, y De Palma encontró a su Carrie ideal en Sissy Spaceck, que pasa por los estados de “patito feo”, “ Cenicienta en el baile” y “Bruja vengadora”, con toda la naturalidad del mundo. Es muy fácil identificarse con ella, todos nos hemos sentido desplazados e incomprendidos en nuestra juventud, y por eso nos alegramos cuando se venga de todos los que se han reído de ella... aunque se pase tres pueblos.
El personaje mas terrorífico es la madre de Carrie, una desquiciada Piper Laurie que sería capaz de encontrar párrafos pecaminosos en la misma Biblia (¿aunque los hay, no?) Su final la convierten en una versión en carne y hueso de un Cristo muy peculiar a quien rezaba Carrie.
Unos jovencísimos John Travolta y Nancy Allen (que repetirían con De Palma, en la infravalorada Blow out), una pareja totalmente egoista, de mucho sexo y poco seso, son los que, sin saberlo, provocarán la tragedia.
La mejor escena es la de la coronación, De Palma la rueda premeditadamente a cámara lenta, mostrándonos la alegría de Carrie, que parece estar viviendo un sueño y quiere disfrutar de cada segundo; sin cambiar el ritmo, la música es la que nos indica que algo va a pasar, tomando poco a poco tintes hitchockianos, hasta que llega el estallido de hemoglobina y la pantalla dividida made in De Palma para mostrarnos lo que sucede desde todos los ángulos. La imagen de Carrie totalmente ensangrentada y la expresión de sus enormes ojos, pasando de la sorpresa a la humillación y la ira son de las que hacen época.
La próxima vez tened cuidado con los patitos feos, ya que tal vez no se acaben transformando en cisne... ¿o no habéis visto Los pájaros?
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PIEL DE GORRIÓN





El cine, como todo lo demás, va por modas. Estas, como todas las demás, son efímeras. ¿Alguien se acuerda del “boom revitalizador del western” que hace unos 10-15 años significó “Bostez... bailando con lobos”? Nos permitió disfrutar de obras maestras del calibre de, por ejemplo, “Cuatro mujeres y un destino”. ¿Y los musicales? Después de “Moulin Rouge” y “Chicago”, cienes y cienes de proyectos de musicales salieron a la luz, se iba a filmar media producción de Broadway... ¿Alguien en su sano juicio ha visto “Los productores”? Y, en caso afirmativo, ¿ha mantenido dicho sano juicio después de verla? Ahora estamos en época de superhéroes comiqueros (NECESITÁBAMOS una película sobre “El motorista fantasma”) y biopics de músicos y cantantes populares. “Ray”, “En la cuerda floja”, “Beyond the sea”, “De-lovely” (personalmente, el proyecto que más simpático me ha resultado de todos)... Incluso en España nos ha atacado este virus, con cositas como “Camarón” o “Lola, la película” (protagonizada por una de las Papá Levante. Adoro este país). El denominador común de este tipo de proyectos es la fórmula de la historia tratada (inicios-ascenso-decadencia + pecados veniales – redención a través de la música) y el destacado trabajo de mimetismo de su protagonista principal, que suele ser extraordinariamente agradecido por las Academias del Mundo Mundial (¿akesí, Jamie?). Le gabachè cinèma no podía ser menos, y han tirado de grandieur: nada más y nada menos que Edith Piaf, el mayor mito musical de Francia. Casi nada. Eso sí, no se les ocurrió otra cosa que dejar tan solemne proyecto en manos de Olivier Dahan, el reciente perpetrador de semejante bosta vacuna titulada “Ríos de color púrpura 2: los ángeles del apocalipsis”. Para salir corriendo. Sin embargo...

Sin embargo, el tal Dahan ha conseguido realizar un más que decente trabajo con el incendiario material que tenía entre manos. “La vida en rosa” es la melodramática historia de una mujer definida y consagrada por su don. 140 minutos que pasan en un suspiro, con una excelente parte inicial, la cruda infancia de Edith Giovanna Gassion, pordiosera y criada en una “casa de mujeres que fuman”, en la que Dahan trata con agilidad y energía los primeros latigazos que la vida le asestó a Edith, combinados con una cierta felicidad al lado de Titine (sorprendente Emmanuelle Seigner), la puta-buen-corazón de turno. Abandonada y vuelta a recoger por su borracho y titiritero padre, el capítulo de la infancia de Edith finaliza con una asombrosa interpretación de “La marsellesa” a cargo de la niña Pauline Burlet en plena calle. Vuelan las monedas: Piaf Begins. A partir de aquí Dahan, a través de una estructura disgregada marca Iñárritu-Arriaga S.A. (se supone que al pairo de la volátil memoria de la Piaf en sus últimos momentos) no siempre bien manejada, va intercalando diversos highlights de la vida de Edith Piaf. Sus inicios con el gerente de cabaret Louis Leplée (un tal Depardieu), el asesinato del mismo, que revela sus oscuros tejemanejes y pone a Edith al pie de los caballos mediáticos, su aprendizaje con Raymond Asso (Marc Barbé), su primer éxito en el music-hall... Curiosamente, Dahan se salta la 2º Guerra Mundial, época en la que la Piaf se consagró definitivamente al convertirse en una especie de símbolo, “La vie en rose” incluida. Prefiere trasladarla a su aventura americana, y a la relación amorosa que más dramáticamente la marcó, la que mantuvo con el boxeador Marcel Cerdan; la onírica escena en la que descubre que Marcel ha fallecido al estrellarse el avión que los iba a reunir de nuevo en Nueva York es extraordinaria; aún así, a esas alturas a la película le falta fuelle, sin duda lastrada por los excesivos y en buena parte gratuitos saltos en el tiempo: la idea es buena, pero Dahan abusa de ella. Además, no se le ocurre otra cosa que esconder un aspecto importante de la vida personal de la Piaf hasta las postrimerías del film, sin explicación aparente. Sin embargo, al final vuelve a levantar el vuelo en un desenlace apoteósico, con una Edith Piaf que apenas puede contenerse en pie, lastrada por la enfermedad y los múltiples excesos, cantando en el Olympia de París la canción que resume a la perfección su vida y personalidad, “Non je ne regrette rien”. Me costó deshacer el nudo de mi garganta.

He dejado para el final a Marion Cotillard. Muy pocas veces he visto un recital interpretativo, a tantos niveles, de este calibre. Independientemente del esfuerzo de mimetismo con la mítica cantante, su escala de matices es interminable, la energía que desprende en cada plano, cada palabra, cada gesto, es prodigiosa; Marion es capaz de jugar con los registros, según la edad o la condición física de su personaje, hasta hacernos creer que la actriz que representa a la Edith veinteañera no es la misma que se arrastra a los cuarentaypico como si fuera una anciana ochentona. Absolutamente espectacular. Aunque hay que reconocer el gran trabajo de los maquilladores de la película: compárese, si ir más lejos, con la visualización del paso del tiempo en esos Matt Damon (basado en... los cambios de gafas) y Angelina Jolie (basado en... en...) de “El buen pastor”... En definitiva, Marion Cotillard, junto a la inquebrantable voz de la Piaf, conforma la pared maestra que sostiene este irregular pero estimulante film. Non, je ne regrette rien.

P.D.: ¿para cuándo un spanish biopic sobre una AUTÉNTICA estrella de aquí, tipo Pablo Abraira, Luixy Toledo, el Príncipe Gitano o Luis Aguilé?
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TRES ERAN TRES...



... como las hijas de Elena, pero eso de que ninguna era buena.... De este trío tan inesperado como distinto, lo que sí se puede decir es que cada uno era muy bueno en lo suyo, ya fuera actuando, cantando o dirigiendo. Señoras y señores, ni mas ni menos que James Stewart, Dean Martin y Orson Welles, demostrando que fueron unos adelantados a su época convirtiéndose en los primeros hombres metrosexuales de la historia. Vamos, ¿a quien queréis engañar? Mucho criticar a las mujeres cuando estamos en la peluquería pero vosotros sois iguales, revistas y rulos incluidos. Sin duda quien parece estar pasándoselo mejor de todos es Dino, aunque ya tenía que estar acostumbrando a las juergas de la rat pack... Claro que esas serían cosas de hombres ¿no?
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ENCAJE DE TELA DE ARAÑA



Veamos.... ya he hecho la cadeneta, ahora hago un punto alto, luego medio punto alto, un punto falso.... ¿Donde estábamos? ¡Ah si la película! No me imaginaba que el ganchillo fuera tan apasionante. En fin, dejaremos las labores para otro momento.
Somesert Maugham fue un escritor muy popular en su época y se llevaron al cine versiones de sus relatos como Lluvia, El filo de la navaja o La carta, que fueron grandes éxitos. En todas sus novelas siempre hay un enfrentamiento moral de unos personajes y un final sorprendente. Pasó al olvido, pero ahora se le ha rescatado (y con buena fortuna) en El velo pintado.
La carta fue una de las colaboraciones de William Wyler con Bette Davis, con tan buenos resultados como de costumbre.
No sé que les pasa a los occidentales cuando van a lugar exóticos que pierden la cabeza, sudan muchísimo y caen rendidos ante la sensualidad del mundo de los nativos (ya tengo idea de donde iré éste verano). Aquí tenemos a Leslie (Bette Davis) que vive en la plantación de su marido Robert (Herbert Marshall) en Malasia. Una noche de luna llena, Leslie sale de su casa disparando a un hombre, un amigo de su marido, Geoffrey. Cuando venga la policía ella explicará que fue en legítima defensa, ya que él intentó violarla.
Su abogado defensor, Howard (James Stephenson) se encuentra un grave problema cuando aparece una carta que indica que Leslie había invitado al fallecido, con lo que toda la versión se desmorona.
La película es una auténtica filigrana, toda una pieza de artesanía difícil de encontrar en la actualidad: las deslumbrantes escenas del principio y el final se complementan perfectamente, con la luna llena como testigo, ensombrecida en los momentos oportunos. Soberbia fotografía.
Todos los actores están muy bien, tanto Stephenson como Marshall (experto en hacer de marido sufrido de Bette),y Gale Sondargaard, en el papel de la viuda asiática del difunto, a pesar de no pronunciar ni una sola palabra con su presencia está imponente.
Y ahora pasemos a Bette, auténtico motor de la película sobre la que gira todo. Compone un personaje de una variedad de matices increíbles: del mismo modo que se pasa todo el tiempo haciendo febrilmente ganchillo, vamos viendo que ella está viviendo en una telaraña de mentiras, pero parece estar perfectamente acostumbrada a vivir con ellas, ocultando la verdad a todo el mundo, aunque no sabemos sus motivos hasta el final. ¿Qué es lo mas sorprendente, que su marido la perdone o que ella no quiera olvidar a su amante? Cuando la luna llena vuelva a aparecer, la cámara vuelve al interior de la casa para mostrarnos el chal de encaje de ganchillo, movido por el viento. THE END. Lo dicho, artesanía de la buena, a años luz de las películas de pantalla verde de la actualidad. Es como querer comparar la buena cocina con el fast food.
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¿MÁS CAFÉ?



Dijo un día Paul Schrader, ese exegeta de la interacción culpa-redención, y notable cinéfilo (todo coleguilla de Marty ha de llevar la cinefilia en la sangre y el pasaporte), que el cine negro falleció con “Sed de mal”, el ampuloso ejercicio de estilo de Orson Welles. Por supuesto, Schrader pecó de apocalíptico (“El silencio de un hombre”, “Chinatown”, “Doble cuerpo”, “Muerte entre las flores”, “Kiss kiss bang bang”, por citar una de cada década), pero estaba en lo cierto, si lo que quería señalar era que la gran época del cine negro finalizó con esa película. No se podía imaginar un personaje más retorcido y ambiguo que Hank Quinlan, no se podía jugar más con las sombras, los encuadres y las maldades. Welles, una vez más, había dicho la última palabra, y el género se plegó a las nuevas vanguardias, los realizadores procedentes de la TV y el flower-power, entre otras cosas. Pero sus constantes vitales nunca mueren, y miles de películas de distintas texturas han chapoteado, más o menos aplicadamente, en sus principios morales (¿o qué es, si no, “Blade Runner”, más que puro cine negro trasladado al futuro?). Curiosamente, siendo como era un género recalcitrantemente americano, uno de sus máximos exponentes fue el alemán Fritz Lang, que había llegado a los Yuesei después de haber recibido una irrechazable (no se podía rechazar. La opción B era hacer de cobaya del profesor Franz de Auswichtz, o algo así...) oferta de Goebbels (que debía estar de muy mal humor después de la huída de Pe) para dirigir los estudios alemanes UFA. La industria yanqui le “conminó amablemente” a ir abandonando esas ínfulas de autor que había mostrado en su periplo germano (“Metrópolis”, “M”), para integrarse en la maquinaria hollywoodiense que, en aquella época, exigía tiros, mujeres-fatal y polis adecuadamente corruptos, siempre alrededor de la frase que, seguramente, más se ha repetido en la historia de este imperecedero género cinematográfico: “¿quieres más whisky?”

Los sobornados” no es ni la peor ni la mejor película del sr. Lang circunscrita al género negro. Mi preferida es “La mujer del cuadro”, pero “Los sobornados” tiene algo de lo que carece esta: una escena clásica, una de esas que aparecen en cualquier documental-Canal-Historia que se precie, una de esas que pasan a los anales (espacio de texto libre para insertar chiste facilón y soez al respecto de “anales”) del cine. Hasta Almodóvar ha reconocido haber homenajeado esa escena en “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”... me refiero, claro está, a la escena en la que Vic Stone (Lee Marvin, el ídolo del sr. Rubio, supongo que por delicatessen como estas) le arroja sin miramientos una jarra de café hirviendo al rostro de Debby Marsh (Gloria Grahame: ¿alguien más le ve un parecido razonable con Annette Bening?), deviniendo esta acción en un punto de inflexión fundamental en el film. Hasta entonces, “Los sobornados” era la empedrada pugna del sargento de policía Dave Bannion (Glenn Ford) por vengar la muerte de su esposa tras iniciar una investigación que promete con destapar la corrupción enquistada en su departamento (y un poco más allá); una muerte, por cierto, filmada con enorme exquisitez: después de marear la perdiz con una agradable y repleta de merengue escena papá+mamá+adorable hijita, nos petrifica con una explosión fuera de plano que le borra a tito Glenn (y al espectador) la sonrisilla displicente que hasta entonces llevaba dibujada en el rictus... A partir de que Lee demuestra que no vale para camarero, el centro neurálgico de la narración se desdobla, siendo Debby y su propia venganza tan protagonista o más que Dave, hasta apropiarse de los aplausos y corazones del respetable al final del film. La dirección de Fritz Lang, en general, es extremadamente discreta, y apenas hay nada del contumaz expresionista de sus inicios alemanes, rémoras del cual se habían paseado por alguno de sus anteriores acercamientos al género (“Perversidad”, “La mujer del cuadro”). A excepción de alguna escena puntual (ese plano con la Grahame agarrada de las rodillas, en penumbra, al albor de la tenue luz que permiten las rendijas de una persiana), Lang se pasea de puntillas, de manera impecable (esas sombras inigualables del blanco y negro) por la cinta; su intención, según reconoció él mismo, era identificar al espectador con el sargento, por encima de otra cosa. Lang va ennegreciendo el relato progresivamente, casi sin que nos demos cuenta, entregándolo en manos de sus personajes. En este sentido, como ha quedado dicho, la triunfadora es Gloria Grahame, excelente actriz de extraña carrera, que recibe su merecido en forma de hiriente sentencia de tito Ford (lo siento, cada vez que le veo resuena en mi cabeza el “Put the blame on mame”), cuando trata de seducirle en una habitación de hotel: “Jamás tocaría nada de Vic Stone ni con una vara de diez metros” (espacio de texto libre para insertar chiste facilón y soez al respecto de la “vara de diez metros”). Vamos a ver, Glenn, tío... esto... tú tienes un problemilla con las mujeres, ¿no?
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EL MUNDO A SUS PIES



Imagina que eres un niño y un día te sacan de tu casa y te llevan a un lugar desconocido. Es un sitio enorme, lleno de soldados, mujeres de grandes pelucas lacadas, eunucos.... pero todos ellos se comportan como si fueran unos muñecos a tu disposición, dispuestos a complacer hasta en el mas mínimo de tus deseos. Estás en una gigantesca casa de juguetes. ¿No parece un sueño?
Así fue el inicio de la vida de Puyi, el último emperador de la China, con la que Bertolucci retomó de nuevo el género histórico de Novecento, aunque esta vez en lugar mucho mas exótico que su Italia natal.
Puyi vive en una jaula de oro de la que no puede escapar. La única referencia que tiene del mundo exterior es a través de su tutor, Reginald Jhonston, que le hace descubrir un montón de cosas que desconoce, haciendo que se vaya “occidentalizando” cada vez más: hoy la coleta fuera (ante los ojos aterrorizados de su corte), mañana unas gafas, pasado ya veremos. Pero aún así no tiene libertad total, y sus consejeros le imponen una esposa, un “vejestorio” de diecisiete años, cuando él habría querido alguien más joven que hablara inglés, francés y supiera bailar el charlestón (al menos no ha pedido que mida 90-60-90, ya es algo. Lo sé, lo sé, lo dejo). A propósito, alucinante la escena de la noche de bodas en la que unas manos parecen salidas de la nada para ir quitando la ropa a los recién casados; recuerda ligeramente otra escena en la que de niño el emperador jugaba en una habitación llena de gente que le tocaba a través de una tela, sin verle.
Pero los juegos no duran siempre, los japoneses le expulsan del país y tiene que vivir en el exilio; por fin puede viajar y hacer lo que le apetece, aunque esté mal visto que tenga mas de una esposa, pero está acostumbrado a hacer su voluntad, de modo que planeará para volver a ser emperador... y lo conseguirá, lo volverá a ser durante un tiempo, hasta que Mao y sus estudiantes del libro rojo le echen de nuevo, pero no al extranjero, sino a un campo de “adiestramiento” para que comprenda sus errores. “Antes te creías superior a todos y ahora te crees el peor de todos” le dice uno de los personajes.
Bertolucci en El último emperador no pudo rodearse de mejores especialistas que Vittorio Storaro para la fotografía, y Ruiyichi Sakamoto con David Byrne para la música. La mejor parte de la película es la primera, en la que se muestra la infancia del emperador y se usa el rojo para dar sensación de calidez, mientras que en la época maoista el color es un verde muy apagado y frío. La música se adapta perfectamente a cada etapa de la historia, y suena exótica y nostálgica cuando hace falta.
John Lone y Joan Chen componen una atractiva pareja, y sobre todo es impresionante el trabajo de Lone haciendo de anciano, su forma de caminar es totalmente convincente.
Peter O’Toole no tiene el mas mínimo problema de agenciarse toda escena en la que aparece, como tutor del emperador y único que comprende lo solo que se siente.
Yo fui emperador de la China” dice con nostalgia Puyi a un niño, al final de la película.
El final no puede ser mas desolador: la Ciudad Prohibida, el Palacio de la Suprema Armonía... todo ello invadido de guiris. Haber hecho una revolución para eso....
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SINFONÍA DE LOS CONDENADOS






réquiem.
(Acus. de sing. del lat. requies, descanso).
1. m. Composición musical que se canta con el texto litúrgico de la misa de difuntos, o parte de él.

Un réquiem en tres actos, si nos atenemos a la definición de nuestra simpar Real Academia, es este segundo film del geniecillo en prácticas Darren Aronofski que dividió radicalmente a la sesuda crítica, removió conciencias, estómagos y tuétanos a tutiplén por la festivalía de estos y aquellos lares (aún se recuerda su impacto en la Seminci vallisoletana). Una de aquellas patadas en el bajo vientre que de cuando en cuando nos da el cine, la mayoría de las veces sin verlas venir, que es cuando más duelen. Sobre la senda delineada por irreverencias del calibre de “Un perro andaluz”, “Saló o los 120 días de Sodoma”, “La naranja mecánica”, “Easy rider”, “Bilbao”, “El imperio de los sentidos”, “Asesinos natos”, “Irreversible” o “El club de la lucha”, “Réquiem por un sueño” se regocija embarrándose en el hedor producido por el fracaso humano, en el olor a azufre que precede al descenso a los infiernos de cuatro personajes en caída libre, agarrados al peso de su decadencia. Aronofski disfruta observando, desde el pedestal que él mismo se ha construido (atención-pregunta: ¿cuántos de los realizadores de los filmes anteriormente mencionados se caracterizan por su probada humildad? Inquietante, ¿eh?), cómo los desdichados espectadores nos revolvemos inquietos en nuestras butacas, deseando que la película termine de una maldita vez, o que, por lo menos, se nos abra una puerta, por pequeña que sea, a la esperanza. Sí, nos gustan los perdedores, pero con glamour; y estos cuatro infaustos muñegotes del titiritero Aronofski (y de Hubert Selby Jr., el autor de la novela original y coguionista de la cinta) se lo dejaron por el camino. O quizás lo cambiaron por un par de gramos de heroína... “Réquiem por un sueño” es, en definitiva, el lado oscuro de “Trainspotting”. O asín.

Cuatro personajes en busca de su autodestrucción. Podría ser una buena sinopsis de esta historia, en la que un hijo, su novia, su socio y su madre se abandonan, sumidos en el cenit de sus alienadas decadencias, a sus respectivas adicciones (droga, éxito, pastillas, dinero, televisión) sin solución de continuidad. No hay demasiado que contar desde el punto de vista de la narrativa lineal, pero sí en cuanto al qué y al cómo de la cuestión. La película emana una penetrante incomodidad desde sus primeros planos, que se van tornando en asfixia, angustia, en una punzante tiza rayando una pizarra (la música de Clint Campbell, apoyada por la árida cuerda del Kronos Quartet, ayuda mucho). Aronofski se decanta por un colorismo algo feísta, afectado, en general, aunque salpica la cinta de numerosos recursos visuales y estilísticos: las split-screen, el minimontaje que precede a cada chute (sea de heroína o de concurso televisivo), los travellings rodantes marca “Spike Lee”... Los más estridentes los sufre el personaje de Sara (una incontenible Ellen Burstyn), una vieja jubilada enganchada al televisor que, con la esperanza de lucir próximamente en la caja de los sueños su vestido rojo, decide someterse a un radical régimen de adelgazamiento a golpe de pastillas. Sumida en un vertiginoso proceso de sumisión a la ingrávida irrealidad, visiones de hamburguesas (quizás el recurso visual más reiterativo y ridículo del film), neveras andantes y programas televisivos en relieve atacan la cordura de Sara, una Norma Desmond sin pasado glorioso que recordar. Los procesos de Harry (Jared Leto, de profesión problemático), Marion (Jennifer Connelly, siempre de notable) y Tyrone (Marlon Wayans, en lo único decente que ha hecho en su carrera, a pesar de ser el personaje de menos entidad) son más arquetípicos y transitados, aunque no por eso dejan de ser menos impactantes; aún así, contienen alguno de los peores momentos de la película (el sueño de Harry), aunque también alguno de los mejores: esa última conversación telefónica entre Harry y Marion, mientras esta última se pinta para bajar el último escalafón de su dignidad, mintiéndose mutuamente, derrotado su amor por su realidad, resulta escalofriante, quizás porque, en contraposición con el resto de la película, sugiere más que muestra.

Como decíamos al inicio, este es un réquiem en tres actos: verano (la luz, el calor de las ilusiones), otoño (la caída, claro) e invierno (pues... ¿de verdad lo tengo que explicar? ¿No habéis aprendido lo suficiente de vuestros maestros Alicia & Marcbranches? Estos niños...). No siendo esto, precisamente, un dicharachero anuncio de El Corte Inglés, cabe entender por qué, en este desesperanzado y despiadado ensayo sobre la debilidad humana, no cabe la primavera.
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TENGO UN SECRETO



La confianza es algo sumamente frágil y debe estar basada en la sinceridad. Cuando descubres a una persona en una mentira, por pequeña que sea, esa confianza se desvanece como un castillo de naipes, ya que no se sabe si esa persona te ha mentido anteriormente o si lo hará de nuevo en el futuro. Esto es algo que el padre del protagonista explica a su hijo en una escena fundamental de El buen pastor, la segunda película de Robert de Niro como director, tras la estupenda Una historia del Bronx. Si en la primera se notaba muchísimo la influencia de su amigo Marty, en esta ocasión ha querido buscar un estilo mas personal, con constantes flashbacks que requieren la atención del espectador desde el primer momento.
Una de las principales características de la película es su frialdad, pero creo que es algo premeditado, del mismo modo que el protagonista tiene que estar constantemente escondiendo sus sentimientos, De Niro tampoco muestra los suyos, bombardeándonos de información y manteniéndose distante del protagonista.
Basada en la historia de uno de los primeros directivos de la C.I.A., Edward Wilson, (Matt Damon, se nos muestra como ha ido evolucionando el personaje desde el principio: un joven idealista, que ingresa en una sociedad secreta tipo hermandad universitaria Alpha-Omega (reclutado a la que estaba vestido de mujer, ¡ojo!), para pasar a trabajar para el gobierno en un nuevo departamento encargado de espiar los países extranjeros; poco a poco, se va convirtiendo en una persona desconfiada, obsesionada por su trabajo, solitaria. La visión del mundo de los espías es mas cercana al de John le Carré que al de Ian Fleming, Wilson es mas Smiley que Bond o Jack Ryan; cualquier persona puede ser un traidor y el mas mínimo detalle, por insignificante que parezca, puede servir para descubrirlo. En otra de las escenas decisivas de la película, un profesor le explica como no puede fiarse nunca de las apariencias: “tras la corrupción puede estar la claridad, un enemigo puede ser en realidad al final un amigo”, y así lo aprende el protagonista, ya que al final verá que tiene mas puntos en contacto con su contrario soviético que con su mejor amigo.
No deja de ser significativo que quien se dedica a escuchar los secretos de los otros se enamore de una muchacha sorda, aunque tenga que renunciar a ella por sus principios, mintiendo a quien será su esposa y a si mismo. La relación con su hijo (la elección mas desafortunada del reparto) va evolucionando, ya que para él empieza siendo un desconocido, a quien después va admirando y temiendo a partes iguales y a quien quiere imitar para ganar su respeto, pero le acabará despreciando, ya que ni suquiera se puede fiar de él. Ya lo decían en Expediente X: “No confies en nadie”.
Un reparto de auténtico lujo (William Hurt, Alec Baldwin, Michael Gambon, Timothy Hutton, John Turturro, Joe Pesci y el propio De Niro) acompaña a Matt Damon, que es quien tiene que aguantar todo el peso de la película, lo que puede ser una pega para algunos, mas teniendo en cuenta lo reservado y poco expresivo que es el personaje, que impide identificarte con él. Además su físico (como el de Angelina) no le ayuda para mostrar que ha envejecido, por mucho que quieran caracterizarle, siendo la única referencia del paso del tiempo la montura de sus gafas.
Aún así, hay momentos de verdadera inspiración, como el de la conversación entre Edward y su profesor poco antes de ser eliminado, el interrogatorio a un posible espía ruso o las conversaciones entre Madre y Ulises; creo que De Niro todavía nos puede dar buenas sorpresas como director.
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PROYECTO SESIONES DOBLES: 2046



AMOR AL POR MENOR

2046”, el hasta ahora último largometraje de Wong-Kar Wai (WKW en la intimidad) se convirtió en una película mítica mucho antes de su estreno. Incluso se podría afirmar que mucho antes de su presentación en el Festival de Cannes del año 2004, rodeada de desbordadas expectativas y de la extravagancia propia del director (un tipo oculto tras sus gafas de sol, huraño, rodeado de secretismo, amante de solapar proyectos, incapaz de cerrar en seco una obra debido al flujo constante de ideas y variaciones del guión) y del propio Festival (un... bueno, es Cannes); como resultado de tal conjunción de estrellas, se tuvo que demorar la proyección del filme, que llegó a Cannes tres horas antes de la misma, siendo además una versión provisional, a la espera del tijeretazo definitivo de WKW; de hecho, parece que ser que, según los que presenciaron aquel pase, fue bastante más de uno. El montaje final compone una historia más lineal e inteligible, ayudada por la voz en off; con lo cual, no puedo imaginarme el batiburrillo (= burro pequeño perteneciente a Batman) (¿a que es ingenioso el juego de palabras? ¿Cómo? ¿Que me meta el ingenio dónde?) resultante del primer editaje. WKW tiene alma de jazzman, es un improvisador nato en la escritura y en el plató; y, sin embargo, sus películas resultan de una mezcolanza de orfebre y relojería suiza que le hacen un ARTISTA subyugante. Sí, se merece las mayúsculas. ¿Qué es “2046”?

“2046”, rodada casi en paralelo a “In the mood for love”, es el reverso oscuro, desencantado y pesimista de la primera, si nos atenemos al compás marcado por Chow (Tony Leung), el personaje que protagoniza ambos filmes. Si en “In the mood...” es un tipo tímido, retraído, fiel y conservador al estilo de la época, en “2046” se transforma, a la sombra de aquel romance imposible, en un impenitente playboy (el bigotito le convierte en el émulo oriental de Clark Gable), bebedor de noches de un solo trago, a la búsqueda de la candidata que le permita revivir esa maldita pasión que, de alguna manera, le ha anulado. Búsqueda que traslada, desde la habitación 2047 (la contigua a aquella que un día compartió con su amada Su), a un relato de ficción futurista que no hace sino extrapolar su tormento: un tren que se dirige a un lugar, también llamado 2046, en el que los recuerdos perduran, en el que el pasado está detenido... Mientras, una serie de mujeres que representan una serie de ideales (intelecto, cuerpo, memoria) van pasando por la vida y las sábanas de Chow sin que ninguna le haga alcanzar la plenitud antaño experimentada. “2046” es la derrota del amor, entendido como un ente imperdurable, como un hábitat alcanzable: es un estado gaseoso que se puede percibir, pero no aprisionar. Es independiente, soberano, libérrimo, y no le pertenece a nadie, ni siquiera a la dispersa y traicionera memoria... Estilísticamente la película es mucho más abigarrada que su antecesora, aunque mantiene los tics del realizador hongkonés: las escenas fuera de plano, los encuadres desplazados de los personajes, algunas imágenes icónicas (esa lámpara bajo la lluvia, esa pared desconchada), o la penetrante música de Umebayashi (junto a nuevas salpicaduras de vieja música latina, y esa "Casta diva" de ahí abajo...). Cada escena es un lienzo delineado con finísimo pincel, cada encuadre es un perfecto trabajo de marquetería en el que todo fluye (pura energía), ningún detalle es baladí; es reconocida la enfermiza meticulosidad de WKW, y en “2046” se aprecia más que nunca. El autor oriental es un esteta irredento, un violinista en el tejado de zinc, un manierista de trazo exquisito que, vista su filmografía, bien parece capaz de comerse a alguien si le desenfoca una escena: el Hannibal Lecter de la cinematografía. “2046” es poesía, más recargada que en su anterior película, más discursiva, más verbalizada (cinco minutos de película en su tramo central tienen más diálogo que toda “In the mood for love”) y muchísimo más lúbrica: no hay reparos en mostrar las correrías sexuales de Chow con Bai Ling (excepcional, hermosa hasta el dolor, Zhang Ziyi), la representación del ideal femenino de carnalidad. Las otras dos mujeres trascendentes del relato son Wen (Faye Wong, que también interpreta al androide del tren, el más humano visto en el cine desde... Sean Young), la representación de la atracción vía intelecto; y Su Li Zhen (Gong Li, la gran diva oriental), quien, no por casualidad, comparte el nombre con el antiguo amor de Chow, y que resulta ser la única que comprende la condena a la que está sometido el protagonista de la narración. Tres episodios pautados por las correspondientes Nochebuenas, época en la que todos sabemos (porque nos lo contó Charles Dickens) que retornan los fantasmas del pasado. Y un fantasma es lo que, en definitiva, persigue Chow: un fantasma en el que apoyar la cabeza, durante un trayecto cualquiera en un taxi cualquiera, como aquella vez en el que el tiempo se detuvo en blanco y negro.

Y, entonces, su cabeza se apoyó en la puerta contigua del taxi.
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LA DAMA DE LOS ESPEJOS



... y Orson Welles hizo cine negro, o cómo ir de Manhattan a Shanghai sin hacer transbordo, tan sólo pasando al otro lado del espejo. Según su versión, a Orson se le ocurrió dar el título de una novela policíaca que había en un kiosco a la que habló por teléfono con Harry Cohn para proponerle una película, ya que fue lo primero que vió y lo que en realidad quería era conseguir dinero para poder montar una obra de teatro. Consiguió convencer al magnate y no solo eso, sino que usó a una de las mayores estrellas de su estudio, Rita Hayworth, que por entonces estaba casada con Orson, le cortó su mítica melena pelirroja y la tiñó de rubia platino.
Un marinero con fama de camorrista, Michael O’Hara (Welles) encuentra a una atractiva mujer en un parque, Elsa Bannister (Rita), por la que se siente inmediatamente atraído. Al salvarla de un atraco, en agradecimiento ella le ofrece un trabajo en el barco de su marido, un famoso abogado criminalista, Arthur Bannister (Everett Sloane), pero él prefiere no liarse con mujeres casadas, aunque acabará cediendo, viéndose mezclado en una complicada trama de mentiras y asesinatos. Voz en off, femme fatale, asesinatos, trama complicada... todos los ingredientes del cine negro (las tres reglas que se enumeran en El detective cantante: siempre hay una mujer, alguien sale dañado y la realidad siempre es superior a la ficción), con obsesivos primeros planos, increíbles encuadres de cámara... el estilo barroco de Welles está muy presente, aunque no dejaran que acabara la película a su gusto (un problema ya habitual en él), eso hizo que no sea la mejor película del director, pero estamos hablando de un auténtico genio, quince minutos de la mas floja de sus películas están muy por encima de cualquier otra.
Shakespeare y Kafka se unen perfectamente, mostrando un grupo de gente movida por la ambición, los celos o el deseo, pero sumergida en un ambiente irreal, hipnótico, de pesadilla y de una extraña sensualidad, a la que contribuye poderosamente la belleza de Rita.
O’Hara contempla con cierto distanciamiento la corrupción moral de los ricos, y hasta se permite sermonearlos explicándoles la historia de la lucha de los tiburones. Pero a la historia que nos recuerda la película es otra explicada por Orson en Mr Arkadin, justamente famosa, la del escorpión y la rana. O’Hara es la rana y Elsa el escorpión; ella no puede evitar mentir, traicionar o matar, porque “es su carácter”.
Dos de las escenas mas famosas son la del encuentro de los amantes en el acuario, en el que sólo se ven sus siluetas rodeadas de peces monstruosos mientras preparan un crimen, y la otra es –como no- la deslumbrante escena final en la que los personajes se van disparando sin parar, sin saber si es a un espejo o a su rival. Virtuosismo puro, que fue imitado entre otros por Woody Allen en Misterioso asesinato en Manhattan, como ya hemos comentado anteriormente. Además, Orson cometió algo imperdonable para esa época: dejar morir a la mujer, sin acercarse a ella, ni darle una sola palabra de consuelo o al menos una discreta lágrima cayera por sus mejillas. Chico malo...
En esta ocasión el Welles actor está superado por Everett Sloanne, que está soberbio como Arthur Bannister, un hombre marcado por su enfermedad, pero de una mente brillantísima y que está obsesionado con su mujer . Como dice él “Matarte a ti es como matarte a mi mismo. Pero ¿sabes una cosa? Estoy bastante cansado de nosotros dos”. Lo sé, nos repetimos... pero es que es tan buena frase...
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PROYECTOS SESIONES DOBLES: DESEANDO AMAR



A la voz de “Bloggeros (cinéfilos) del mundo: uniros”, iniciamos el proyecto de Sesiones dobles, dedicado en esta ocasión al director Wong Kar Wai.
La primera de las películas a comentar es Deseando amar (In the mood for love), y como resulta que somos como los pre-cogs de Minority report, adivinamos el futuro (además, nuestros servicios de inteligencia funcionan muy bien) y sabíamos que se iba a hablar de ésta película, ya nos adelantamos a ello-oye, no hace mucho, y como no puedo hacerlo mejor de lo que lo hizo mi compañero en su día, si os perdisteis su comentario (pecado mortal) aquí tenéis una magnífica oportunidad de recuperarlo y disfrutarlo de nuevo.
Tan sólo añadir que In the mood for love formaría una trilogía con Days of being wild que iba a a formar parte de una serie, pero debido a su poco éxito comercial no se hizo, aunque el personaje de Tony Leung que aparece al final sería el que se tomaría para referencia en In the moof for love; y 2046, o que entre su larguísima lista de premios están el de mejor actor para Tony Leung del festival de Cannes, el Bafta, el Cesar y el David de Donatello.
Y ahora es vuestro turno, os invitamos a que comparéis los comentarios de otros blogs (esto parece un anuncio de detergente: busque, compare, y si encuentra algo mejor, cómprelo) y que comentéis lo que os ha parecido. Esperemos que la experiencia os haya gustado.
Recordad, estos son los blogs participantes, con los que podréis contrastar opiniones: Books&Films, ¿Y si esta vez te quedaras?, Cineahora, Cinematic World, El día del cazador, El séptimo arte, El diario de Mr. Macguffin, Marco Velez, Himnem, Fabrica de ilusiones, Padded Room: Chronics floor, El lamento de Portnoy, La mujer justa, Bogotá 35MM, Ojo de buey, Viaje a Itaca, Sesión Doble, Ekilore, Rulemanes para Telémaco, Arteyliteratura, La linterna mágica, Rodando, The Observer, El trono de Hatti, Palabras ocultas, Mitte
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PUES CÓMO SERÍAN LOS OTROS OCHO...




Supongo que no necesito dar detalles sobre “Plan 9 from Outer Space”: hito cazurro-conceptual y patafísico del género de serie Z, esta magna boñiga evacuada por el descomedido y entrañable amor al cine de Ed Wood fue declarada en su momento “Peor película de todos los tiempos” (aún no se había estrenado ninguna de la serie “Epic movie”, ni, sobre todo, “Batman & Robin”). Cualquiera de sus escenas merecería comentario de texto, pero Youtube tiene sus limitaciones, así que hemos escogido esta, en la que los bigardos marcianos elucubran el plan que por fin va a permitirles conquistar la Tierra. A destacar el recargado barroquismo de la decoración marciana (una puñetera cortina: David Lynch ha tenido que ver esta película, seguro), el sofisticado procedimiento de reactivación de la aterradora pistola revivezombis (se tira la pistola al suelo y a tomar por culo) y el impagable jeto del cenutrio de Tor Johnson (Jim Carrey, a su lado, es la momia de Ramsés II). Se hace necesario reflexionar, por otra parte, sobre el escaso presupuesto que el gobierno marciano le ha dedicado a la invasión (se nota que el presi no es tito Georgie), ya que sólo les da para tres zombis: los otros dos eran Vampira y Bela “El Cuervo” Lugosi... Gracias por descubrirme esta perla, Tim.
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LA PERDICIÓN DE LOS SRES. HOUSE



¿Alguien ha dicho “House”?

¡¡¡Que no es lupus!!!

Lo siento, lo tenía que decir... Al lío. Como muchos de los jóvenes padawanes que nos visitan a diario, sobre todo los que nos siguen desde el principio, conocen sobradamente, Woody Allen es uno de nuestros dioses particulares, como buenos barceloneses que somos. Por razones objetivas que se me escapan, tito Woody goza aquí de un predicamento incluso superior al que disfruta en Europa, fuera de Londres o París. Si usted va a un cine cualquiera, a la salida de la proyección de un estreno cualquiera de Allen, nadie le dirá que la película es mala, incluso aunque no le haya gustado en realidad: se agarrará al eufemismo más pillado por los pelos para evitar un juicio negativo (esta entradilla está dedicada a todos aquellos barceloneses que, en cuanto lean esto, correrán a explicar profusamente en los comentarios lo MUCHO que odian a Woody Allen. Es mi sino). Así que no se sorprendan de que este blog se va salpicando periódicamente de filmes del maestro judío. Una de las más celebradas, sin ningún género de dudas, fue “Misterioso asesinato en Manhattan”, que muchos consideran su mejor comedia. Es un filme que hay que considerar, además, en el contexto de la vida privada de Allen: recién separado de la insufrible Mia Farrow y en plena efervescencia de su relación con Soon-Yi, la frescura vital de la película contrasta con el pesimismo contrito y la violencia sentimental de su anterior cinta, “Maridos y mujeres”, con la que forma un curioso díptico, puesto que trata de inicio conflictos similares, y formalmente son análogas. La cámara en mano, al igual que en “Maridos y mujeres”, está presente durante buena parte de la historia, aunque por motivos bien diferentes: allí para agitar la intemperancia de los diálogos y las situaciones, aquí para acercarnos a una mirada más costumbrista hacia los personajes.

El inicio del filme nos presenta, cómo no, a una pareja de media-alta burguesía neoyorquina, Larry (Woody himself) y Carol Lipton (gracias a Dios y a Soon-Yi, Diane Keaton, multiplicando al infinito su química con Woody), haciendo cosas de burgueses de mediana edad y relacionándose con unos vecinos como lo harían... dos burgueses de mediana etcétera. Si algún espectador no tuviera previa información sobre el filme, podría pensar que volvemos a las andadas de “Maridos...”: esas características conversaciones en la cama, divagando sobre “de dónde venimos/adónde vamos como pareja”... Pero ya se advierte que el tono es más ligero, a pesar de las apariciones de dos buenos detonantes para una infidelidad como Dios manda, Ted (un magnífico Alan Alda) y Marcia (Anjelica Huston, a la misma altura). Carol necesita un estímulo vital, se aburre, y le llega en modo de “vecino sospechoso de enfrente”. Allen nos obliga, en un primer momento, a situarnos en el punto de vista de su personaje, que no da demasiado pábulo a las chaladuras de su mujer. Sin embargo, a medida que las investigaciones de Carol y Ted (y Alice y Bob... no, estos no) avanzan, nos damos cuenta, al mismo tiempo que Larry, que la cosa tiene visos de ser todo un señor crimen... El largometraje se impone un ritmo endiablado de situaciones, diálogos acerados y punzantes en la línea del mejor Allen (“Por su 20 aniversario le regalé unos pañuelos preciosos. Y ni siquiera sabía su talla”), sin espacio para el respiro, en la tradición de la mejor comedia americana clásica, aunque envuelta en papel de cine negro. Están todas las constantes allenianas: la música de jazz (especialmente afortunado al acoplar el exuberante “Sing, sing, sing” de Benny Goodman a dos escenas de alto ritmo), las conversaciones grupales en las que todos se pisan (pero se entiende a la perfección el diálogo principal), el amor por la psiquiatría de sus personajes, el judaísmo socarrón (“cada vez que escucho a Wagner me entran ganas de invadir Polonia”)... Además, nos encontramos al Allen actor más divertido y patoso en años; es ya todo un clásico la escena de las grabadoras (si la volvéis a ver, ojo al descojone de Ron Rifkin, al lado de Woody, al verle pelearse con la cinta magnetofónica como si fuera una serpiente pitón). Por otro lado, las referencias cinéfilas (siempre muy presentes en el universo Allen) campan a sus anchas sin rubor por toda la película, desde la proyección de “Perdición” al comienzo hasta el cartel de “Vertigo” en el autobús en el que viaja la supuesta muerta... Y, por supuesto, ese final-con-espejos calcado de “La dama de Shanghai” (acojodiálogo incluido: “Matarte a ti es matarme a mí, pero, ¿sabes qué? Estoy harta de los dos.” VIVA EL CINE NEGRO); final que, por otra parte, y como acostumbra en ocasiones en el cine de Allen, resulta algo acelerado, como si tuviera prisa en poner fin a la película. Pecado venial: el ritmo es perfecto, los actores están impecables, la risa fluye en marejada... Que lo pase usted bien en Barcelona, sr. Allen. Si consigue que Pe haga una buena película en inglés, tiene la derecha del Padre asegurada...
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KATHARINE LA GRANDE


«Hay mujeres, y además está Kate. Hay actrices, y además está Hepburn»
Frank Capra
Totalmente cierto, una de las actrices mas grandes de todos los tiempos, referencia obligada de las de la actualidad y modelo a seguir por muchas mujeres; ha llegado el momento de hablar de la gran Katharine Hepburn.
Nació en una familia aristocrática, de padre urólogo y madre sufragista, que desde pequeña la educaron en un ambiente liberal e intelectual que influyó decisivamente en su forma de ser, muy adelantada a su tiempo; como dijo George Cukor "No se parecía a los años treinta, sino a sí misma. Luego las chicas empezaron a imitarla, y la década se pareció a ella". Era independiente, con carácter, de un tipo de belleza totalmente distinto al de la época: alta, delgada, angulosa, con pantalones.
Empezó muy joven en el teatro, donde su físico era perfecto para los papeles andróginos de Shakespeare, pero no tardaron en llamarla a Hollywood, donde rodó su primera película enfrentándose a John Barrymore en Doble sacrificio. Significó su primera nominación a los Oscars, siendo la actriz que más estatuillas ha ganado de la historia, cuatro.
En sus comienzos se notaba que no sabían demasiado bien que hacer con ella, sabían que era una mujer de mucho talento, pero todavía no habían encontrado que tipo de personajes le iban, aún así intervino en grandes películas como Damas del teatro, pero descubrieron que la comedia le iba perfectamente y con Cary Grant formó una de las mejores parejas de la historia del cine: los dos eran guapos, elegantes, divertidos, modernos, alocados.... eran el espíritu de la comedia dorada americana, con películas como La aventura de Silvia Scarlett, Vivir para gozar, La fiera de mi niña o Historia de Filadelfia. Curiosamente, ninguna de las películas fue un gran éxito, y se empezó a considerar a Katharine como “veneno para la taquilla”, hasta que Historia de Filadelfia conquistó totalmente a crítica y público y la convirtieron definitivamente en estrella.
Si con Cary fue una pareja inolvidable, también lo fue con Spencer Tracy en nueve películas: La mujer del año, La llama sagrada, Sin amor, Mar de hierba, El estado de la Unión, Su otra esposa, La costilla de Adán, Pat y Mike y Adivina quién viene esta noche, en la que su química también funcionaba perfectamente: ella feminista hasta la médula y el machista, pero los dos segurísimos de si mismos y comprendiéndose con una sola mirada. Su primer encuentro fue legendario; ella dijo “Creía que era mas alto”, a lo que él respondió “No se preocupe, me encargaré de rebajarla a mi nivel”. El resto es historia. Curiosamente, una mujer como Kate parecía sentir una gran atracción por hombres de personalidad muy fuerte, irlandeses y alcohólicos, como John Ford y Spencer Tracy, o complicada, como Howard Hughes.
Con la madurez, llegó un nuevo tipo de personajes y la espléndida belleza de su juventud dio paso a el prototipo de la típica solterona, con el pelo recogido, pero de conmovedora humanidad, con actuaciones como las de La reina de Africa, Locuras de verano, El farsante o El rifle y la Biblia.
La que fue llamada La Zarina ha dejado un trono sin posibilidad de sucesión.
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DE ESPALDAS A DIOS





La filmografía brasileña es una de las más desconocidas e ignoradas en nuestro país. Hasta hace unos años, diría que se pueden contar con los dedos de una mano las películas difundidas en España, donde, por supuesto, consideramos que Brasil sólo produce futbolistas que llegan tarde de las vacaciones, jugadoras de voley-playa, sambódromos y, bueno, Lula da Silva. Aquí su seguro servidor forma parte de esa ignorancia colectiva, así que no voy a agrediros con una erudita disertación sobre la historia del cine brasuca copypasteada de la wikipedia. Tan sólo recuerdo haber leído algo sobre una corriente llamada “cinema novo”, una especie de movimiento cultural nacionalista que rechazaba los parámetros de la producción estadounidense, y que, tomando como modelo la nouvelle vague y el neorrealismo italiano (en particular este último, al tomar el subdesarrollo como bandera), en un principio, y posteriormente la crítica política, tuvo un gran predicamento artístico (que no comercial) hasta que llegó el golpe militar de 1964 y se llevó todo por delante. Unos cuarenta años después, y con alguna honrosa excepción como Hector Babenco en los 80, o Bruno Barreto en los 90 (quienes consiguieron penetrar, y hasta hoy, en la tupida red hollywoodiense: a estos chicos yanquis les gusta de vez en cuando darles algún caramelo a directores de allende Los Angeles, más que nada por el qué dirán), no volvimos a saber nada de ellos, hasta la aparición de Walter Salles, con su “Estación Central de Brasil”, y, en particular, Fernando Meirelles, quien (en colaboración con Kátia Lund) pergeñó este maravilloso chute de adrenalina que resulta ser “Ciudad de Dios”, y que golpeó los festivales de medio mundo, hasta alcanzar cuatro nominaciones para los Oscar, incluida la de Mejor Dirección. Por desgracia, era el año de “Frodo y Sam salen de paseo 3”, así que no había nada que hacer...

Muchos referentes se le buscaron a “Ciudad de Dios” desde su brutal impacto en el festival de Cannes de 2002. Peckinpah, Tarantino, Coppola, González Iñárritu (?) o Guy Ritchie (? al cuadrado) son nombres que, con más o menos tino, se han añadido al listado de referentes oficiales (ya sabéis que a los críticos les encanta el juego de “mira, se parece a...”). Lo cierto es que el único que le encaja como Epi a Blas es, cómo no, Martin Scorsese. El montaje celérico, la presentación torrencial de personajes, la música como un actor más de la película, la violencia como generador vital, la voz en off socarrona, el propósito pedagógico al respecto de la carrera criminal en “Cidade de Deus”... Todo nos hace percibir, en la lontananza, el sonsonete de “Uno de los nuestros” o “Casino”. El film, narrado en primera persona por su protagonista, Buscapé (de profesión fotógrafo, una alegoría nada sutil sobre su papel en la narración) está estructurado en tres partes considerablemente diferenciadas, cada una de ellas enfocada en una época: los 60, los 70 y los 80; la película está basada en un libro-río con cerca de 300 personajes, pero Meirelles consigue comprimir el relato de manera admirable. Cada etapa tiene una textura distinta, propia de cada período: los 60, con un aire algo nostálgico y tonos ocre; los 70 conllevan un ritmo más explosivo, más libre, un aire lisérgico y colorista; los 80 son los más violentos, más oscuros (muchas de las escenas son nocturnas), asfixiantes (la cámara en mano se impone, a veces en exceso; planos en primera persona). Sin embargo, Meirelles lleva el ejercicio de estilo dos pasos más allá, al salpicar la cinta con una narrativa desintegrada (paraliza bruscamente el relato para presentar a los personajes) y bifocal (algunas escenas se muestran desde más de un punto de vista: sí, de aquí viene lo de tito Quentin). Algunas escenas son de una crudeza desgarradora: valga como ejemplo aquella en que un adolescente se ve obligado a elegir a quién dispara: a un niño o a... un niño más pequeño (ladronzuelos ambos, aquí no se salva nadie). El resultado, desde el prisma formal, es vibrante, abrumador, apabullante: no hay respiro para el espectador.

Hay mucho más, empero, en esta película. Toda la parafernalia estilística, todo ese descomunal significante tiene su significado, y carece de gratuidad. Meirelles nos da una clase magistral del mundo de la favela brasileña, una fuente seminal de crimen descarnado en el que las armas campan a sus anchas entre grandes y pequeños, al albor de la vista gorda (o la falta de vista) de gobiernos, prensa y policía: a los poderes fácticos se la suda lo que pasa en las favelas a menos que aparezca en los periódicos. La película se rodó, de hecho, en una de ellas, bajo la tutela de su jefe, que obligó a los realizadores a darles a sus habitantes los máximos trabajos posibles. Como resultado, la gran mayoría de actores son de la favela, no profesionales, que le dan al filme un plus de credibilidad; aunque la palma se la lleva Leandro Firmino, actor que da vida al jefe criminal de la historia, Ze Pequeno, y que, literalmente, acojona. Imposible usar otra palabra. El plano final de la película, en el que Buscapé se va con su cámara por una carretera, mientras, en dirección contraria, un grupo de críos, armados hasta los dientes (de leche) (de mala leche), van compilando entre risas una lista de gente a la que van a matar, es aceradamente simbólica del mensaje descorazonador de este, a pesar de ello, regocijante film. Puede que sea una Ciudad de Dios, pero, por lo visto, hace tiempo que el Todopoderoso se mudó de barrio...
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NO SONÓ POR CASUALIDAD




Ya hacía tiempo que no veíamos a Branagh tras las cámaras, y lo ha hecho con una de sus pasiones, después de Shakespeare: Mozart (Kenny podrá tener cosas malas, pero mal gusto no tiene, oiga).
Al igual que con Shakespeare, intenta acercar la “alta cultura” al gran público, haciéndola más accesible, volviéndola más actual; eso puede desagradar a los puristas, pero creo que lo principal es el espíritu de las obras, y eso no lo ha traicionado nunca.
¿Qué ha hecho esta vez? Ni mas ni menos que situar la historia de La flauta mágica en la Primera Guerra Mundial (es lo que se dice, pero los uniformes no pertenecen a ningún ejército real), con lo que Papageno pasa de ser pajarero a el portador de canarios para detectar gases tóxicos (me parece una idea genial), las tres Damas son enfermeras...; y no sólo eso, sino que con la ayuda de uno de los Kenneth’s friend, Stephen Fry, ha traducido el libreto del alemán al inglés. ¡SACRILEGIO! Dirán algunos. Pues vale ¿y qué?
Fry ha hecho un buen trabajo, para empezar, y ahora pasamos a otro de los dilemas: ¿actores con playback o cantantes? Branagh se ha decidido por cantantes de ópera, jóvenes todos ellos (rejuveneciendo por los tanto a personajes como la Reina de Noche y Sarastro). Todos pasan con nota el examen de la voz, aunque alguno pueda perder algo en lo que es la interpretación, pero cumplen mas que correctamente.
Un majestuoso travelling inicial nos indica por donde van los tiros de esta versión: la cámara se desliza por un campo sumamente verde y florido; una mano aparece entre la hierba y arranca una flor; la cámara sigue avanzando y nos muestra una trinchera, a continuación todo es oscuro y amenazador. Los dos mundos enfrentados son los que estarán presentes durante toda la historia: el día y la noche, la guerra y la paz....
Es cierto que la película no es redonda: esperaba algo mas de fuegos artificiales cinematográficos en la famosa aria de la Reina de la Noche, que recuerda ligeramente a un video de Duran Duran (Kenny también fue joven), y el final de la Reina puede ser un poco decepcionante, pero aún así hay escenas muy logradas, divertidas cuando hace falta (especialmente las que tienen que ver con Papageno, como ha de ser), haciendo que las dos hora de música se pasen rápido (principal inconveniente que puede haber para los que desconocen el mundo de la ópera), además transmite un antibelicismo de lo mas sano en la actualidad.
Tamino (Joseph Kaiser) es salvado por las Tres Damas enmedio de una guerra y transportado a un lugar extraño; ellas le enseñan un retrato de Pamina (Amy Carson), la hija de la Reina de la Noche (Lyubov Petrova), de la que se enamora en el acto, y le dicen que ha sido secuestrada por el malvado Sarastro (Rene Pape) pidiéndole que la salve. Sin dudarlo se pone en marcha, ayudado por Papageno (Benjamin Jay Davis), que muy lejos de los altos ideales de su compañero, tan sólo piensa en las cosas sencillas, como comer, beber, casarse (con Papagena, of course, porque se rompieron la cabeza pensando nombres) y tener hijos. Tamino tendrá que pasar varias pruebas, y descubrirá que las cosas no son como las pintaban. Branagh prescinde de los elementos masónicos de la obra, un tema apasionante que ha hecho correr ríos de tinta, del que podréis saber mas en este enlace.
Lo principal es que la música de Mozart suena de maravilla, como se merece, y aunque fuera tan sólo por eso vale la pena ver la película.
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PROYECTOS SESIONES DOBLES: WONG KAR-WAI



Os invitamos a un proyecto muy especial. Se trata de Sesiones dobles, surgido a partir de The observer y Nataliabook, como podeís ver aquí; consiste en que varios y excelentes blogs cinéfilos (a los que nos hemos unido, humildemente) se ponen de acuerdo en fomentar el visionado y posterior comentario de dos películas de un director determinado.
Tanto el director como las películas serán de un interés indudable; para quien no las haya visto, puede ser todo un descubrimiento, y quien las haya visto servirá para recordarlas. Más adelante, se podrán ver las opiniones que sobre ellas tienen los diferentes bloggers: ¿acaso todos pensamos como uno, como Fuenteovejuna? ¿O quizás haya mas diferencias de las que nos pensábamos? ¿Con que opinión estarán mas de acuerdo los lectores y se sentirán mas identificados? Tal vez encuentren el comentarista que coincide totalmente con su criterio; ¿será el de su blog habitual? Más suspense que en una película de Hitchcock.
Para inaugurar este proyecto se ha elegido al director nacido en Shangai pero criado en Hong Kong Wong Kar-Wai, un habitual en los festivales de cine y uno de los mas prestigiosos de la actualidad.
Las películas elegidas son Deseando amar y 2046.
Ya podéis ir sacando vuestras agendas. Tenéis una cita:
Fecha de visionado: del 30 de marzo al 15 de abril
Fecha de comentarios: del 16 al 20 de abril
Blogs participantes: Books&Films, ¿Y si esta vez te quedaras?, Cineahora, Cinematic World, El día del cazador, El séptimo arte, El diario de Mr. Macguffin, Marco Velez, Himnem, Fabrica de ilusiones, Padded Room: Chronics floor, El lamento de Portnoy, La mujer justa, Bogotá 35MM, Ojo de buey, Viaje a Itaca, Sesión Doble, Ekilore, Rulemanes para Telémaco, Arteyliteratura, La linterna mágica, Rodando, The Observer, El trono de Hatti, Palabras ocultas, Mitte
Esperamos que os guste la idea. Intercambiemos opiniones. Aquí sólo hay un ganador: vosotros.
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RESIGNACIÓN, PUNTO DE ENCUENTRO



Después del dedicado al cine oriental, vamos a por otro díptico sobre cine exótico; en este caso, el español...

¿”En la ciudad”? Esta es una de las preguntas, quizás la más superficial, que se puede hacer uno a sí mismo inmediatamente después de haber presenciado el excelente filme de Cesc Gay. ¿Por qué se titula así? No parece, a primera vista, un retrato de la vida barcelonesa, o de su gente, o de sus costumbres, o una oda a las bonanzas de la Ciudad Condal (vamos, que no es “Manhattan”). En una entrevista promocional al grandioso Eduard Fernández, un tipo que siempre tiene algo que decir, catalán y barcelonés él, comentaba el actor que las maneras, los comportamientos, las conductas de los seres que pululan por la coralidad de la cinta tienen algo que ver con Barcelona: “Todos los personajes somos algo Barcelona, que se diferencia de, por ejemplo, Madrid, en algunos aspectos. “¿Barcelona? Sí, muy bien, muy bonita, todo bien. Es fantástico vivir aquí, el MACBA, el Parque Güell, qué bonito han dejado el puerto, todo muy bien. Vale, pero ¿dónde están las putas? Porque las hay, aunque no nos guste; bueno, por allá, apartadas, que no se vean mucho...” Esto es Barcelona, y esto son los personajes de la película”. Una reflexión tan escasamente sutil como vivazmente certera: estos individuos se esmeran en mantener las formas y guardar sus excrecencias (sus miedos) debajo de las alfombras. De cualquier manera, es difícil pertenecer a esta generación reflejada por Gay, entre los treinta y los cuarenta, sin sentirse mínimamente identificado. Chicos, chicas, sonreid: hemos salido en la foto.

“En la ciudad”, el tercer largo de Cesc Gay, nos dibuja a una serie de treintañeros pertenecientes a una ligeramente acomodada burguesía metropolitana (la excepción, y no debe de ser casualidad vista su elección final, es Tomás, el personaje interpretado por Alex Brendemühl, bastante tirado económicamente), todos ejerciendo profesiones liberales, todos en el meridiano de unas vidas, hasta el momento, confortables y carentes de obstáculos. Aunque la película es coral (aunque con trampa: son todos amigos), quizás el epicentro son los dos matrimonios, Irene/Manu y Mario/Sara, alrededor de los cuales sobrevuelan tanto las insatisfacciones de los demás como las propias: imbuidos, invadidos todos, por el desconcierto de la madurez. Personajes que se callan sus pequeñas miserias, que no se sinceran con nadie, y cuya soledad resulta ser su único espacio acogedor; un grupo de amigos que no hablan (el reverso oscuro de “Friends”: a ninguno de ellos se le ocurriría decir algo como “¡Nos estábamos tomando un descanso!”), y que sobreviven a las convenciones sociales a base de fingimientos, silencios calculados y pequeñas (o no tanto: Sofía, uséase María Pujalte, no dice una verdad ni entrenándose, no sé a quién me recuerda) mentiras. El filme se pasea discretamente por las situaciones, las contrariedades, los engaños, las miradas, los artificios de este grupo de conformistas que parecen resignados al microuniverso que les ha tocado vivir, aunque cada vez la angustia vital sea mayor. Quizás el mejor referente sea Mario (inmenso Eduard Fernández, quizás el mejor actor español de su generación), un personaje que soporta la infidelidad de su mujer sin pestañear, en silencio (con la excepción de una pequeña explosión en el restaurante), tratando de no internvenir y dejar que las cosas sean como antes a través de su propio peso; eso sí, después de tropezarse con un ideal de mujer (Leonor Watling), un poco al estilo de la Antera de “Beautiful girls”. Es imprescindible apuntar, a estas alturas, que todos los intérpretes están sobresalientes: empezando (además de los mencionados) con la gran Mónica López, y acabando con la sorpresa de disfrutar de un Jordi Sánchez que refleja a la perfección la insipidez de su anodino, aunque honesto, personaje. Hay hasta un cameo de Jaume Figueras, saliendo de un cine, por supuesto...

La escena final, la comida grupal en casa de Manu e Irene, nos ofrece la única decisión radical tomada por alguno de los personajes, la de Tomás respecto a su dieciseisañera amiguita (si es que, Jacko, las visten como...), tan valiente como inmadura; el clímax que supone la llantina de Irene se adorna con un ensordecedor silencio, derivado de la comprensión por parte de los amigos: saben que pasa algo, y que a ellos también les pasa algo, pero acto seguido se sumergirán en la comida como si nada hubiese sucedido. Contra la resignación, buenas maneras y fideuá.
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LOS TIMADORES




Hoy se estrena en los Yuesei el delirante proyecto en común de los musos del postmodernismo cinéfilo-gamberroide, Robert Rodriguez y Quentin Tarantino, “Grindhouse”. Dos películas (“Planet Terror” y “Death Proof”) en una misma proyección, de asumida y concienzuda estética de serie Z setentera, separadas tan sólo por algunos falsos trailers de supuestos filmes más desvergonzados todavía, y emulando la arcaica costumbre de dos películas (habitualmente, a cual peor) por el precio de una. Puede hacer más o menos gracia, pero la idea es exactamente esa. Sin embargo, los hermanos Weinstein (con la incomprensible aquiescencia de los dos directores) (váyase, señor Rodríguez) han decidido que, excepto en USA, Reino Unido y Australia, se van a estrenar los films por separado ($$$, clink-clink). Eso sí, van a aprovechar para mostrarnos las versiones extendidas: y a mí qué. Por supuesto, todo Dios se la va a bajar de la mula en cuanto pueda, y los que defendemos ardorosamente el visionado en pantalla grande nos vamos quedando sin argumentos ante tamaña gansada.

Y, bueno, las películas van de Rose McGowan con una pata de metralleta y... bah, qué más da.
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EL GARROTE NO ES TAN VIL



Mi querida España, esta España mía, esta España nuestra, la de los 600, la de las turistas suecas en Mallorca, la de las bodas de penalty, la de los domingueros, la de la tortilla de patata, la de los funcionarios de “falta una póliza”, la del “vente a Alemania, Pepe”, la de los recomendados, la de los pluriempleos... ¿de verdad todo eso fue ayer?
Berlanga con El verdugo dirigió una de las mejores películas del cine español, con un guión perfecto de Rafael Azcona, que mezcla tanto humor negro como crítica social, usando su habitual estilo coral y planos secuencia.
Jose Luis Rodríguez (no, no es El Puma, es Nino Manfredi) es un enterrador y su profesión le hace tener muy poco éxito con las mujeres. Por motivos de trabajo conoce a un verdugo, Amadeo (Pepe Isbert), y a su hija Carmen (Emma Penella), que tiene el mismo problema que él, ya que ningún chico se acerca a ella por el empleo de su padre, de modo que deciden consolarse mutuamente; una cosa lleva a la otra, y sin comerlo ni beberlo, Jose Luis se ve presentando una solicitud de empleo como verdugo, para sustituir a su suegro. Piensa que es un chollo, ya que son muy escasos los condenados a muerte que llegan a ejecutarse: conceden un indulto, o el reo muere de forma natural... O al menos eso es lo que le han hecho creer. Mucho mejor que emigrar a Alemania, que era su mayor ilusión.
Escenas como la de la boda, mientras van quitando todos los adornos de la boda anterior son una buena muestra de por donde van los tiros: a los protagonistas siempre les tocan las sobras de la sociedad, nadie los acepta, aunque les necesiten. Quieren que haya pena de muerte, pero miran mal a los que hacen que las penas se cumplan. Pero la mejor sin duda es la del final, en la que se muestra a víctima y verdugo arrastrados por las “fuerzas vivas” hacia su destino.
El reparto es espectacular, Nino Manfredi y Emma Penella están estupendos; él un buenazo que se deja arrastrar por las circunstancias, incapaz de matar a una mosca y ella derrochando una carnalidad muy “mediterránea”; hay cameos de Jose Luis López Vazquez, Alfredo Landa, Agustín Gonzalez, Chus Lampreave, Lola Gaos, o el recientemente fallecido Jose Luis Coll, pero el mas entrañable de todos es el gran Pepe Isbert, que compone a un Amadeo totalmente humano, hablando de las diferencias entre la guillotina, la silla eléctrica o el garrote vil y qué sistema es más cruel (¿has oido, Schwarzenegger?); todo un profesional que no puede menos que decir, con toda la sabiduría del mundo a sus espaldas, al oír a su yerno: “No lo volveré a hacer nunca mas”. -“ Si, claro; lo mismo dije yo la primera vez” .
Abajo la pena de muerte, sí , pero... al paredón quien no la haya visto (ahora no vayáis a chivaros a Amnistía Internacional).
 
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