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Weblog dedicado al mundo del cine, tanto clásico como actual. De Billy Wilder a Uwe Boll, de Ed Wood a Stanley Kubrick, sin distinciones. Pasen, vean y, esperemos, disfruten. Si no es así, recuerden que NO han pagado entrada.
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EL SILENCIO ES ORO



¡Atención!: Nueva trilogía. Primera parte: El actor es la estrella.
Hubo un tiempo en el negocio en que tenía los ojos de todo el mundo. Pero eso no era lo suficientemente bueno para ellos, ¡oh, no! Debían tener los oídos del mundo entero también. Así que abrieron sus bocazas y empezaron a hablar, hablar, ¡HABLAR!

El paso del cine mudo al hablado fue realmente traumático para mucha gente, requería una forma de interpretación totalmente distinta y no todos estaban preparados para ello. Solo algunos afortunados supieron hacer el cambio, como por ejemplo Greta Garbo, pero muchos otros se encontraron arrinconados y olvidados de la noche a la mañana; habían sido ídolos de todo el mundo, unos auténticos dioses por los que la gente era capaz de hacer auténticas locuras, el mas mínimo deseo suyo, por estrafalario que fuera, era una orden ;pero ahora nadie quería saber nada de ellos, eran unos juguetes rotos que sólo tenían los recuerdos de un pasado glorioso.
Nadie como Billy Wilder supo reflejar ese momento, con una lucidez, crueldad y fascinación increible en Sunset Boulevard, que por caprichos de los traductores se convirtió en El crepúsculo de los dioses, de resonancias wagnerianas. Hay gente que no le supo perdonar, como por ejemplo Louis B. Mayer, que le dijo furioso “Ha desprestigiado a la industria del cine. Ha mordido la mano que le convirtió en alguien y que además le dio de comer. Deberían alquitranarle, emplumarle y arrojarle del país.” La respuesta de Billy fue muy breve : “Fuck you”.
Uno de los mayores aciertos de la película es el reparto, compuesto por personas que vivieron ese traumático cambio: Gloria Swanson, Erich Von Stroheim, Cecil B de Mille, la película que ven proyectada los protagonistas es La reina Kelly, que fue rodada por Stroheim con Swanson, la frase de Max diciendo “Sólo había tres directores: Griffith, De Mille y yo” (totalmente cierta), la irrupción en el verdadero rodaje de Sansón y Dalila de De Mille... todo contribuye a que la identificación sea total y que sea una película irrepetible.
Desde el principio una voz en off nos explica una historia, el único inconveniente es que está muerto. Pero eso no importa, ya que pronto veremos que estamos rodeados de muertos vivientes.
Norma Desmond (Swanson) es una antigua estrella del cine mudo, que vive aferrada a los recuerdos de su pasado, Joe Gillis (William Holden) es un guionista con problemas económicos que encuentra en Norma un cheque en blanco, pero no le gusta pensar que se ha convertido en un gigoló, prefiere engañarse a si mismo considerándose un escritor. La atmósfera de la mansión donde vive Norma es enfermiza, claustrofóbica: funerales de monos, partidas de cartas con “figuras de cera” como Buster Keaton o Hedda Hooper, los patéticos esfuerzos de Norma de divertir a Joe haciendo de Charles Chaplin o bañista de Mack Sennett, la relación de Norma y Max (Stronheim)...
Los estilos de interpretación de Swanson y Holden se ajustan perfectamente a su papel: ella gesticulante, exagerada, desmedida, como si aún estuviera actuando en una película muda, él sobrio, contenido, natural, moderno.
Por supuesto no podemos olvidar la deslumbrante escena final, en la que Norma Desmond ya ha perdido totalmente el sentido de la realidad y cree estar rodando una nueva película, que acaba con ella acercándose fantasmagóricamente a la cámara... Uno de los mejores finales de la historia del cine que pone el broche de oro a esta obra maestra.
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LA NOCHE DE MARTY... Y DE AL GORE



Suena el despertador a las dos. Sacándome las legañas con una pala, me conecto al ordenador para seguir la gala de los Oscars de este año a través del popular canal de TV Rustavi 2, de Georgia. Enseguida compruebo que los comentaristas lo traducen todo a su idioma, y me pongo en la radio "Lo que yo te diga”, de la SER. Van a impedirme escuchar la mayoría de los chistes de Ellen DeGeneres, pero nadie es perfecto. Veo un resumen de la alfombra roja en el que la TV americana inserta estadísticas sobre los vestidos de las actrices como si fuera un partido de la NBA; Pe lleva un vestido Versace color carne que me hace preguntarme, en un primer momento, si ha dado el gran golpe yendo desnuda a la ceremonia. No me había frotado bien los ojos. Observo el peinado de Cameron Diaz, y sospecho que ha venido en moto. Empieza la gala de la nosecuantésima edición de los Premios de la Academia.
-02:30. Después de un video, de repente a todos los presentes les da por besarse, como si estuvieran en misa. Primer notición de la noche (Jack se ha rapado y da más miedo aún de lo habitual) y primer parecido razonable: Jack Nicholson/Rod Steiger. Ellen DeGeneres aparece templada en el escenario, y suelta, entre otros, un buen chiste sobre Al Gore. Será la tónica habitual de la velada.
-02:45. La comentarista de la SER dice que está espléndida, pero a mí me parece que Nicole Kidman está escuchimizadísima, a pesar del impactante vestido rojo-Vodafone. Primer Oscar para “El laberinto del Fauno”, Mejor Dirección artística. Lo celebro con unas galletas Príncipe-doble de chocolate.
-02:58. Primer número musical, con Will Ferrell (con peinado Starsky) y Jack Black, con su eterno careto de sobredosis de coca. John C. Reilly mejora la foto. Segundo Oscar para el Fauno, Mejor Maquillaje, de una desarmante lógica.
-03:04. Momento niñorrepelentista con Abigail Breslin y el hijo de Will Smith, que dan paso a la primera decepción de la noche. No hay Oscar al mejor corto ni para Borja Cobeaga ni para Javier Fésser, que era uno de los favoritos. Snif. Asimilo el disgusto con un yogurt de stracciatella.
-03:13. Sale un coro de 40 personas supuestamente adultas silbando y chistando, para dar paso al Oscar a los Efectos de Sonido. Mientras pienso en lo lejos que queda “Stomp”, aparecen Greg Kinnear y el próximo Superagente 86. Primera estatuilla para “Cartas desde Iwo Jima”, film que he visto esa misma tarde y que ya he determinado como “poco peligrosa” para Marty, aún siendo mucho mejor que “Banderas de nuestros padres”. Le dan el premio a la Mejor Mezcla de Sonido a “Dreamgirls”, lo que me hace cuestionarme qué diferencia hay entre “Mezcla de Sonido” y “Efectos de Sonido”.
-03:24. Me espabilo un poco para el Oscar al Mejor Actor de Reparto. Se lo dan a un abuelo heroinómano interpretado por Alan Arkin, quien desenfunda, como la mayoría de los premiados, una lista escrita de agradecimientos, en contra de las recomendaciones del DVD de la Academia presentado por Tom Hanks que se les envió a los nominados. Si nadie hace caso a Tom Hanks, es que algo muy extraño ocurre en Hollywood...
-03:30. Ellen DeGeneres intenta colocarle un guión a Scorsese. Igual es la única manera de que gane el jodido Oscar. James Taylor canta una canción nominada, perteneciente a una película de dibujos animados (como siempre) con Randy Newman (como siempre).
-03:37. Leo DiCaprio pelotea impúdicamente a Al Gore, quien, definitivamente, hace gala de los mejores chistes de la ídem. Faltan dos horas y media para que esto acabe. Quién me mandaría leer el email de Alice la Directrice...
-03:44. Cameron Diaz se ha peinado, Ben Affleck luce su elegante sosería presentando un video de aquellos de aprovecharé-para-mear, y Tom Hanks y Helen Mirren entregan el primer Oscar, Guión Adaptado, a “Infiltrados”. ¿Pista?
-04:05. Anne Hathaway y Emily Blunt anuncian, evidentemente, el Mejor Vestuario, aunque sus vestidos se me antojan algo “discutibles”. La presentación de los nominados (unos modelos en el escenario) es original, y la ganadora es “New Order”, digo, “Maria Antonieta”. La italiana Milena Canonero sube al escenario y nos demuestra que ha cumplido escrupulosamente el protocolo de vestimenta masculino.
-04:08. Aparece tito Tom. Presenta un premio honorífico (no me preguntéis ni cómo se llama el premio ni a quién se lo dan, porque no conozco a ninguno de los dos). Primera ovación levántate-que-si-no-quedas-mal-en-la-tele, en inglés “stand-up ovation”. Me invade la curiosidad: ¿se habrán encontrado Pe y Tom peleándose por el último canapé de la bandeja? Necesito más café, aunque mi hernia de hiato se queje.
-04:15. DeGeneres le ruega a tito Spielberg que le haga una foto con Scorsese, y le corrige el ángulo de cámara: quizás el mejor momento cómico de la noche. Navarro (Fotografía) le da un 3 de 3 al Fauno, y no hablo de basket precisamente. Robert Downey jr. se muestra con pinta de haber dejado las drogas, pero no saber dónde. “Piratas del Caribe 2” se lleva Efectos Especiales, aunque el único Oscar que se merece es Mejores Efectos Narcóticos. Me apetece una manzana, ácida, por supuesto.
-04:30. Clive Owen y Cate Blanchett, muy atractivos los dos, presentan el Oscar a la Mejor Película Extranjera (un poco más y nominan “Infiltrados” por estar basada en un film de Hong Kong). Un señor alemán salta como si fuera Yoda en el “Episodio II”, lo cual no es buena noticia para Guillermo del Toro. Tranqui-Guille, si te estás forrando con la taquilla...
-04:36. De mayor quiero ser George Clooney. Qué porte, qué voz derritenenas, qué todo... Oscar a la Mejor Actriz de Reparto para Jennifer Hudson, a quien echaron hace un año del “Operación triunfo” yanqui. Ánimo Chenoa, y preséntate al casting de la próxima de Amenábar. Lo siento por mi favorita, Rinko Kikuchi, que por cierto está imponente.
-04:48. Gael García Bernal consigue su propósito de asemejarse a Alejandro Agag y se lleva el premio al Peor Peinado por su corte estilo “tejado”. Al Gore se lleva su cantadísimo Oscar al mejor documental. Sin duda, esta es su noche. La platea pone cara de actor comprometido mientras Gore suelta su discurso pro-climático.
-05:02. Tito Clint presenta el Oscar Honorífico a Morricone, con ese aire de abuelo apacible y cachondón que se le ha puesto. Chicos, otra vez a levantarse. Por cierto, Celine Dion aún existe. Por desgracia. Luego, Pe y Hugh Jackman proclaman la Mejor BSO, que gana una película casi sin BSO (“Babel”). Cosas. Penélope está guapa, pero no supera su radiante belleza de los Goya; le sienta mejor el pelo suelto. Mis globos oculares necesitan el abreojos del proyecto Ludovico de “La naranja mecánica”.
-05:23. Cancioncillas. Beyoncé actúa con el vestido más largo que haya llevado nunca. Me doy cuenta que Eddie Murphy se ha volatilizado de la sala. Supongo que está en el bar, olvidando... Nuevo parecido razonable: John Travolta quiere ser Alec Baldwin. Kate Winslet aparece hermosísima, y además le da a “Infiltrados” el Oscar al Montaje. Siempre me ha caído bien Katie (Winslet, no Holmes). Jodie Foster, por su parte, asoma con un tocado a lo Meg Ryan y presenta el momento-funeraria. No sale Estrella Morente, así que el público puede aplaudir a los desaparecidos a gusto.
-05:55. Un desaliñado P. Seymour Hoffman otorga el Oscar más asumido de la noche a Helen Mirren. God save the Queen. No puedo evitar, al ver a las nominadas, pensar en esa catorceava designación de tía Meryl por un papelucho resuelto por la diva con el Streep automático.
-06:04. Ya vamos tarde... A medida que pasan los premios, los presentadores caminan más veloces hacia el atril. Otro premio cantado, este para ese armario ropero llamado Forest Whitaker. No he visto su interpretación de Idi Amin, pero pinta papel muy lucido, muy oscarizable. Salen Coppola, Spielberg y Lucas para entregar el premio al Mejor Director, y en ese momento ya sabemos que esta va ser, por fin, la noche de Marty, quien se lleva la ovación más sincera de la gala antes de desempolvar por fin el papel de agradecimientos que llevaba guardado en el bolsillo desde hace casi treinta años. Jack redondea la faena anunciando, junto a Diane Keaton, que “Infitrados” también gana el Oscar a la Mejor Película. Son las 06:15 del día 26 de febrero del 2007, y por fin se ha hecho algo de justicia, aunque no dejo de pensar que es pelín bizarro que el primer Oscar de Scorsese sea por esta película que, sin duda, a pesar de ser excelente, no está entre sus tres mejores obras; y que, aunque mi corazón estaba con Marty, mi cabeza, mi traicionera cabeza cinéfila, estaba con... Paul Greengrass. God save Scorsese. Me voy a dormir.
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DICHOSO COCHECITO




Que Brian de Palma nos suele dar una de cal y una de arena es cierto, y parece que últimamente se está pasando con la arena, pero cuando acierta, pocos nos hacen disfrutar como él. En Los intocables de Elliot Ness, aparte de contar con un reparto sensacional: Kevin Costner (más Gary Cooper que nunca), Sean Connery, que entró en una nueva edad dorada, Robert de Niro, enseñándonos las múltiples utilidades de un bate de baseball, Andy Garcia... no sólo nos regaló una trepidante historia de gangsters, sino que se permitió el capricho de homenajear no a Hitchcock (como es habitual en él), sino que ni mas ni menos que a El acorazado Potemkin en la famosa escena de la escalera de Odessa, aquí convertida en una estación de trenes. ¡Que alguien coja al puñetero cochecito de una vez, por favor!
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CHOQUES EN CADENA



Ahora que falta tan poquito para la entrega de los Oscars, (¡qué nervios, Pe!, ¡qué nervios, Guillermo!) no está de mas recordar la película que resultó ganadora del año pasado, para sorpresa de todos: Crash. Que si no se lo merecía, que si le tocaba a Brokeback mountain, o a Munich, o a Good night and good luck, que si era una imitación de Magnolia.... tal vez sea verdad, pero tampoco es mala.
Nos encontramos con una historia coral, en la que varios personajes totalmente distintos que aparentemente no tienen relación entre sí se cruzan, aunque al final todas las historias se juntan y complementan. Eso no es nuevo (Vidas cruzadas, por ejemplo). Además se toman los conflictos raciales como tema; tampoco es una novedad (Ragtime), y lo situamos en Los Angeles (Grand Canyon) ¿Qué la diferencia de ellas? Pues probablemente el sentido de crispación. Todos los personajes parecen estar al borde de un ataque de nervios y sólo encuentran la violencia como vía de escape. El único momento de aparente tranquilidad es cuando un padre intenta calmar a su hija inventándose un cuento para que no tenga miedo. Cada uno de los protagonistas nos mostrará sus dos caras, aunque se abuse de ello, no hace falta estar diciendo continuamente que todos somos capaces de lo peor y lo mejor, según el momento y las circunstancias, pero la idea es buena. El policía racista en otro momento se comporta como un héroe, y el policía idealista acaba matando movido por sus prejuicios.
Paul Haggis es guionista, y eso se nota (Million dollar baby, Banderas de nuestros padres... y también Casino Royale). En su segunda película como director, lo que mas le interesan son los personajes y sus motivaciones. Diálogos como los de la filosofía del hip hop son buena muestra de ello y que hay un mínimo de buena base para que le tengamos en cuenta.
Las tres escenas que se quedan en la memoria son la del disparo del propietario de una tienda a un cerrajero, entre los que se interpone la hija de éste último; la de el policía que acaba disparando en el interior de su coche a un autostopista, por error, y la del rescate de una mujer por otro policía en otro coche, a punto de explotar. Son algunas de las situaciones límite a las que se ven arrastrados los personajes, pero no las únicas. ¿Hay alguien normalito en Los Angeles?
Lo mas curioso es que los perjuicios raciales se nos muestran de manera que nadie se salva de ellos: blancos, negros, rojos o amarillos, llegado el momento, mostrarán su desconfianza por los que no son como ellos, aunque Haggis no es Spike Lee, y se nota.
El montaje es bueno, ya que las historias se van mezclando adecuadamente y el reparto es excelente, destacando Matt Dillon y Don Cheadle, que ya había participado en otra película coral como Traffic. Brendan Fraser, Thandie Newton y hasta incluso Sandra Bullock (¡milagro!, aunque sea el personaje mas desagradecido de todos) están más que correctos.
Que al final caiga la nieve, como un elemento sobrenatural, sirvió también para reavivar las comparaciones con Magnolia y la lluvia de ranas. Haggis, mira de ser un poco mas original, hombre, y mira de demostrar que al final te has acabado mereciendo el Oscar. Te estaremos observando. Es un aviso.
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UNA MIERDA CON TALENTO


Eh, que lo dijo Kirk Douglas, no yo, a ver si vamos a liarla...

Muchos de los colaboradores que Stanley Kubrick tuvo durante su carrera aseveraron esta famosa frase de tito Kirk al respecto del endemoniado carácter del maestro. Huraño, perfeccionista hasta el absurdo, egocéntrico, innovador, introvertido, huidizo, determinado hasta la tozudez más irritante, calculador, maniático... Todos estos, y unos cuantos más, son adjetivos que casan perfectamente con la alambicada personalidad del director del Bronx; pero la frase que quizás mejor le define es la de papá Douglas, acompañada del hecho irrefutable que, a pesar de haber sufrido sus malhumoradas durante “Senderos de gloria”, tito Kirk no titubeó a la hora de sustituir a Anthony Mann en “Espartaco”... Sus aficiones extracinematográficas marcaron su carrera como director: la fotografía (tan vital en su cine como innovadora a cada película) y el ajedrez (¿había dicho lo de calculador? Pues eso). Siempre al día de los últimos avances técnicos cinematográficos, en particular de operación de cámara y montaje, su obsesión y su minuciosidad fueron tormento de innumerables cameraman, directores de fotografía, actores, diseñadores, script girls y hasta señoras de la limpieza. Pero su carrera cinematográfica es, quizás, la que ha sacado mejor nota media en la historia del séptimo arte: su peor película, sea cual sea, es de notable. Su madre hubiese estado orgullosa de esas calificaciones, a pesar de la “E” en actitud...

Stanley Kubrick, originario de una familia judía de clase media-alta del Bronx (¿ein? ¿media-alta? ¿En el Bronx? ¿Pero allí no eran todos traficantes negros con pistola? Maldito John Singleton...), empezó a hacer cine a través de su afición por el periodismo gráfico. La revista “Look” le tenía entre sus fotógrafos preferidos, pero Stan necesitaba contar cosas, y los planos fijos no le parecían el método más adecuado, así que se puso manos al cortometraje (tres, en concreto), y a su primer largo, “Fear and desire”, del que apenas quedan copias puesto que Kubrick la considera “un error de juventud”. “El beso del asesino”, un pequeño thriller en blanco y negro, llama la atención de un productor de la NBC, que se asocia con él para dar a luz su primer acojofilm oficial, “Atraco perfecto”, cuya narración deconstructiva de un atraco a un hipódromo ha sido caldo de cultivo de cienes y cienes de películas de género negro (¿akesí, Quentin?). “Senderos de gloria”, una sutilísima apología antibelicista fuera de los límites del panfletismo, y que nos ofreció uno de los finales más bellos que uno pueda recordar, fue su siguiente película, y la que comenzó a cavar, sin él saberlo, la tumba de su incipiente relación con Hollywood. Kirk Douglas le contrató para sustituir a Anthony Mann en “Espartaco”, pero Kubrick se encontró con un enfoque por parte del guionista Dalton Trumbo (estrella invitada del programa “La lista de McCarthy”) que, por decirlo de manera suave, no le acababa de hacer; además, tuvo problemas con la censura (aquella escena en que Tony Curtis y Laurence Olivier divagaban sobre... caracoles y ostras...), y aquella experiencia le decidió a mudarse a Londres, desde donde rodó, aunque con capital yanqui, el resto de sus películas. A partir de aquí, Kubrick se dedica a la caza y captura de la literatura y su autor como base guionística del resto de sus films, empezando por su colaboración con Vladimir Nabokov para la escritura de “Lolita”, ya comentada por Su Insidiosa Majestad Marcbranches acá mismamente. “Dr. Strangelove” nos muestra el sentido del humor de Kubrick, bastante menos sutil de lo que uno pudiera esperar; en cualquier caso, otro dardo al corazón del belicismo a través del triple salto mortal de un desatado y exhuberante Peter Sellers. A estas, alturas, todo el mundo (cinéfilo o no) se dirige a monseñor Kubrick con el vocativo “genio”, de lo cual no reniega en absoluto, y le dan unas cuantas cartas blancas para hacer y deshacer en la baraja cinematográfica. Retoma el camino emprendido con Nabokov, en este caso al lado de Arthur C. Clarke, y reinventa el cine de ciencia-ficción con “2001”, sin importarle que el escritor acabase retirándose a Sri Lanka harto de sus continuas desavenencias, y que hasta la compañía IBM, que en un principio le asesoraba, se desentendiese del film. “La naranja mecánica” es un icono temático y visual ineludible de los setenta, tan controvertida (por su desprejuicio sexual) como superlativa. “Barry Lindon” es su película más pictórica, inspirada estéticamente en cuadros del XVIII y con una cuidadísima fotografía basada en una preciosa luz natural a la luz de las velas. Toca fusilar a Stephen King y reinventar otro género, el terror, así que tito Stan pergeña “El resplandor” a los hombros del desencajado rostro de Jack Nicholson; quizás la película de Kubrick que peor ha envejecido. Siete añitos se pega el buen hombre hasta “La chaqueta metálica”, un nuevo discurso antibélico, en tres actos muy definidos, que amenaza con subirse al pedestal de “Apocalypse now”. Aunque flirteó con un proyecto llamado “Inteligencia Artificial” (tengo un dejà vu...), su siguiente (y póstuma) obra fue la brillante aunque irregular “Eyes wide shut”, en la que un pusilánime Tom Cruise se esfuerza para asimilar la sexualidad malsana, enfermiza, orgiástica y extremadamente morbosa del filme, mientras una ronca y mordaz Nicole Kidman se reafirma en el imaginario sexual de muchos hombres al son de Chris Isaak (ese espejo...). Un ataque al corazón heló el mundo del cine, y nos dejó huérfanos de uno de los mayores talentos artísticos de la historia, no sólo del cine, sino también del arte. Saca una buena foto del cielo, Stan.
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HACIENDO MONADAS



La ciencia ficción puede tener contenidos filosóficos(2001, Blade runner), de terror (Alien), o de simple aventura espacial (Star wars).... pero a veces (muy pocas) también puede no ser nada de ello, y ser totalmente original, como Doce monos.
Que Terry Gilliam es un visionario, ya lo habíamos descubierto en Brazil o El rey pescador, y aquí lo volvió a confirmar. Su forma de presentar el futuro es tan opresiva, delirante e imaginativa como en Brazil, sin necesidad de utilizar grandes efectos especiales. Todos somos controlados y vigilados: el Gran Hermano nos observa.
Desde 2035 se manda al pasado a James Cole (Bruce Willis) para que investigue las causas que acabaron con la vida de la humanidad como la conocemos. No, no nos encontramos en Terminator, ni Cole es Schwarzenegger; los viajes al pasado tienen muchos fallos y el protagonista acaba en un sanatorio mental, donde conoce a uno de los enfermos, Jeffrey Goines (Brad Pitt).
El hecho de que Gilliam usara a dos megastars como Willis y Pitt en un proyecto tan atípico fue todo un acierto, y los dos consiguieron una de sus mejores interpretaciones. Willis, contenido y vulnerable (preciosa la escena en la que está a punto de llorar al oír Bluberry hill por la radio y poder oler el aire fresco -¿quien dijo que los action men no lloran?-), aunque duro cuando hace falta, pero sin Yippee-ki-yays; frente a un desquiciado e hiperactivo Pitt, gesticulando mas que Jim Carrey, que hasta nos hace olvidar lo guapo que es.
El discursito anticonsumista de Pitt ya nos preparaba para Tyler Durden, y la manera de presentar la locura como único escondite posible para la cordura es muy atractiva; cada vez se van haciendo mas difícil distinguir los límites que separan a una de otra, y Cole empezará a pensar que es “mentalmente divergente”, eso haría todo mas sencillo y que todo encajara y podría disfrutar de una estancia en los Cayos de Florida, que es lo que al fin y al cabo queremos todos.
La manera en que se usa Vertigo es maravillosa y muy apropiada, no un simple homenaje sin mas. A la que Cole ve a Katrhyn (Madeleine Stowe), después de quedarse dormido mientras proyectaban la película de Hitchcock, y la encuentra teñida de rubio, mientras suena la música de Tristan e Isolda de fondo, es como si ella saliera, no de entre los muertos, pero si del interior de la pesadilla que le ha perseguido de pequeño. “Siempre supe que eras tú” .Por un momento, pasado y presente se juntan. Lo que no saben es que ellos mismos han estado creando el futuro que intentan combatir, y que sus esfuerzos por cambiarlo serán un fracaso.
Los doce monos se convierte en un gran McGuffin, como lo fue Rosebud, por ejemplo; en realidad lo que menos importa es lo que significan, sino todo lo que se explica, y como. Esta es una película que se ha de ver mas de una vez, siempre aparecerán detalles que habían pasado desapercibidos en otras ocasiones. Ah! Y por si fuera poco, tanto Brad como Bruce muestran sus gloriosos traseros ¿no es aliciente suficiente?
La próxima vez que cojáis el teléfono, pensadlo dos veces antes de contestar.
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TODO EL MUNDO ES JAPONÉS


-¿Tengo que preocuparme por ti?

-Sólo si tú quieres.

Lost in translation”, 2003

Me llamo Bob Harris y dicen que soy un actor famoso. Estoy en Tokyo. No he estado nunca en Japón, y, a mis cincuenta y alguno, por alguna razón será. No me apetecía nada, pero me pagan un pastón por publicitar un whisky, y mi carrera cinematográfica se está estancando. No entiendo a los japoneses, siempre sonriendo, pasmados de mi unonoventa, gorgoteando su idioma. Creo que la traductora que me han asignado me torea, orientalmente hablando: el director del anuncio, que sólo habla nipón, me da instrucciones durante tres minutos, sin parar de gesticular y vociferar, y la tipa sólo me dice: “más intensidad”. El fotógrafo sí habla inglés, pero casi preferiría que no lo hiciera: que si Frank “Sinatara”, que si el “Lat Pack”, que si 007 (¡Roger Moore! ¡Ni siquiera Sean Connery! ¡El puto “Logel Mool”!). Mientras voy en el taxi, me sorprendo a mí mismo mirando por la ventanilla con cara de turista. Mi vida, durante los primeros días, se redujo al trayecto desde la habitación del hotel al mismo asiento del bar. Qué ásperos son los silencios de habitación de hotel: el sonido ambiente del aire acondicionado, los pasos de los huéspedes sobre el pasillo, tus pies agitándose entre las sábanas... El hastío me envuelve, me invade, me devora. Mi mujer (veinticinco años de casados + niños) me llama de vez en cuando para concederme el excelso honor (me gustaría agradecer a la Academia...) de elegir el color de la moqueta del salón... sin dejar de apuntar que el borgoña (¿qué color es ese?) es el más adecuado; habéis acertado, elegí el borgoña. Ni siquiera mi agente se ha dignado a acompañarme. Los pocos americanos que me he encontrado por aquí son idiotas (“¿Eres Bob Harris?”. No, soy María Magdalena en smoking...), y les entiendo menos aún que a los japoneses, por mucho que me haya tirado a la cantante del bar. Todos son idiotas menos una: Charlotte. Creo que tiene la mitad de mi edad, y el doble de mi melancolía. Es extraordinariamente inteligente, perspicaz, hermosísima, muy carnal. Le cuesta sonreír, y es una pena, porque cada vez que lo hace se ilumina Tokyo (más aún). Hemos salido un par de veces con sus amigos tokyanos (¿se dice así?), hemos cantado en un karaoke (cómo no), hemos hablado hasta dormirnos, y hemos conectado de una manera inexplicable. Ella es todo lo que tengo aquí. Nunca volveré a Tokyo, porque nunca volverán esos maravillosos momentos. He de irme, me espera mi resignación. Otros le llaman madurez...

Me llamo Charlotte. Tengo veintiséis años. Vine a Tokyo acompañando a mi marido, John, con el cual me casé hace dos veranos, un fotógrafo de moda que ha venido a Tokyo a realizar unos encargos. No me gusta su trabajo, ni el ambiente superficial y vacuo en el que se mueve; nos hemos encontrado con la mema esa que dice que es actriz, Kelly no-sé-qué, riéndose a cada instante y charloteando de asuntos tan trascendentales como las lavativas intestinales (pero claro, ella NO es anoréxica). Insólitamente, John parece que babea con ella. Dios, si debe comprar la ropa en la sección infantil... A veces no sé con quién me he casado, y me aturde esta reflexión, pero no tengo a quién explicárselo. Además, estoy en paro, y no sé qué hacer con mi vida; he sobrevolado mi etapa de fotógrafa, y he sido lo suficientemente lúcida como para evidenciar que no soy escritora. Así que me planteé este viaje como una manera de reencontrarme a mí misma, apreciar una cultura distinta, leer entre las líneas de la profundidad oriental. Me paseo por templos nipones, trato de imbuirme de su espiritualidad (como tantos otros que vinieron de allí y me contaron maravillas), pero no hay manera. No siento nada. No siento nada y eso me hace llorar, sola, en la habitación. Sin embargo, he conocido a alguien. Bob Harris, el actor ese. He visto alguna de sus películas, aunque no me gustan demasiado. Prefiero films del tipo “Las vírgenes suicidas” (¿de qué me suena?)... Me gusta hablar con él. Su sentido del humor es socarrón, ligeramente ácido, sin excesos, como una buena salsa; parece un urbanita de vuelta de todo, su estoicismo ante la vida me impacta, me obnubila. Saca lo mejor de mí, y creo que yo consigo lo mismo de él. No me hubiera importado tenerle de padre. Hemos salido juntos por Tokyo, le he escuchado destrozar “More than this” en el karaoke, hemos compartido el desconcierto ante esta ciudad-enjambre de luces de neón (me recuerda a una peli que vi en la tele... ¿”Blade runner”?) y máquinas recreativas... Pero él se ha tenido que marchar esta mañana. Le esperan su esposa e hijos. Nos hemos despedido tres veces. La última cuando ya no le esperaba; me ha encontrado paseando por la ciudad, de camino al aeropuerto, y nos hemos abandonado a un abrazo eterno, mientras me decía unas preciosas palabras al oído que me guardaré para mí (aunque algunos españoles creen que le oyeron...). Luego nos besamos. Nadie me podrá quitar ese momento. Nadie.

Siempre nos quedará Tokyo. Gracias, Sofía.

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POBRE VIEJO LOCO



Una de las obras de Shakespeare mas tristes, lúcidas y pesimistas es El rey Lear. Si en otras ocasiones el camino a la corona estaba bañado de sangre, aquí además se añade la soledad de la vejez y la traición.
Kurosawa ya había adaptado a Shakespeare con El trono de sangre (su versión de Macbeth), y de nuevo volvió a él en una de sus mas lujosas y espectaculares películas, junto con Kagemusha: Ran (Caos); y para ello no dudó en cambiar el sexo a los protagonistas, convirtiendo las hijas en hijos y traspasando la historia al Japón feudal, porque una adaptación no tiene que limitarse a copiar las frases del original, letra por letra, sino captar el contenido, y eso se nota que lo entendió perfectamente, al igual que Welles (o mi Kenny, leñe).
Un señor de la guerra, Ichimonji (Tatsuya Nakadai), ya anciano, se ha pasado toda la vida luchando. Ahora por fin hay paz, pero ya es demasiado viejo para disfrutarla, por lo que decide que le suceda su hijo mayor, aunque quiere conservar su título y privilegios. A la que su hijo menor manifieste que la idea no es acertada, pues es mejor que haya un sólo jefe, le expulsará, sin comprender que ha sido el único sincero. Una escena nos habrá mostrado anteriormente la verdadera naturaleza del hijo pequeño: mientras el padre se queda dormido sentado en el campo, rodeado de invitados, los mayores critican su decadencia; el pequeño, aunque brusco en un principio, se limitará a cortar unas ramas de un árbol para que su padre esté a la sombra. A partir de aquí las traiciones y decepciones serán constantes y el soberano irá descubriendo uno a uno sus fracasos, así como las consecuencias de sus interminables guerras, generando odio y deseos de venganza... Descubrirá el engaño de los seres queridos e inesperadas muestras de bondad por parte de sus enemigos, haciendo que se vuelva loco, y al mismo tiempo sea más lúcido que nunca (¿o tal vez estar cuerdo es estar loco para los demás? Este... parezco una psicoanalista argentina. Macanudo). Rechazado por todos, no parará de vagar acompañado por el bufón de la corte, que como buen bufón, es el único capaz de decir verdades como puños sin que nadie le haga nada: “Nacemos llorando y a la que nos hemos hartado de llorar, morimos” (la alegría de la huerta, oiga; la próxima vez contrate a Los Morancos)
Deslumbrante la escena del ataque al castillo, sin sonido, sólo con música, mientras se suceden las muertes y el patriarca lo contempla todo desde una ventana, horrorizado. Finalmente, el ensordecedor ruido de los disparos nos devolverá a la realidad. El talento visual de Kurosawa, su forma de usar el color y la música aquí se demuestran perfectamente, pues el contraste de lo que se ve y lo que se oye produce un efecto impresionante. Tan sólo por esta escena valdría la pena ver la película. Pero no se vayan todavía, aún hay mas.
También es magistral su uso del paisaje; si nadie supo mostrar la lluvia como él, aquí son el viento y las nubes tormentosas las que reflejan los sentimientos de los personajes.
Es muy interesante el único personaje protagonista femenino, (Mieko Harada) una auténtica “femme fatale” con kimono, que consigue dominar y manipular a los hombres usando su atractivo sexual, digna sucesora de lady Macbeth, otra que también sabía lo suyo, aunque tuviera problemas con el quitamanchas.
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ME LLAMAN ANIMAL




Yo podría haber sido un buen contrincante”. Marlon Brando, “La ley del silencio”

¿La mejor película de boxeo? Ni hablar. “Toro salvaje” es mucho más que una película sobre un deporte, por otra parte, de perfil extraordinariamente cinematográfico. “Toro salvaje” es la madre de todos los biopics, además de, para muchos, ostentar el cinturón de “Mejor película de los 80” (para los académicos de la cosa esa de la Academia no: para ellos, no era ni la mejor de 1981. “Gente corriente”. Sí, claro. Hasta la estatuilla se puso roja). Martin Scorsese, en otra muestra de su inabarcable talento, sobrepasó el stándard biográfico habitual en tres actos (ascenso-cenit-caída) junto a su fiel compinche Paul Schrader, para abrazar un ejercicio de estilo en el que la fotografía y el montaje amparan la disección de una imperfección hecha ser humano en busca de su dignidad. Además, el film, un proyecto retrasado durante años por la falta de confianza de las productoras (una biografía de un indeseable en blanco y negro=mama-caca), resultó ser una cura terapéutica para un Scorsese zambullido en el consumo de drogas. Y, claro, la consagración de un tal Bobby... Sí, te estoy hablando a ti.

Si eres un cinéfilo como Dios (o sea, Billy Wilder) manda, han de interesarte los títulos de crédito. Los de “Toro salvaje” son geniales, con la imagen al fondo de un Jake La Motta saltimbanqueando a cámara lenta en un ring aparentemente vacío, envuelto en una bruma etérea, que junto a la hermosa música suscita la hipnosis del espectador; la cual es resquebrajada de inmediato por el tañido de gong que da paso al primer combate. Excepto este inicial y los diversos contra Sugar Ray Robinson (rivalidad que marcó la carrera de La Motta), Scorsese no se detiene demasiado en las peleas propiamente dichas, haciendo uso de ellas más bien como elipsis temporales. Sin embargo, cuando se pone a dar hostias, se pone: la cámara se pasea a sus anchas por el cuadrilátero, los uppercuts resuenan en nuestras propias costillas, las brechas chorrean sangre como mangueras, los boxeadores nos escupen su sudor y sus dientes, la banda sonora de los gritos del público nos aturden, y los continuos flashes de las cámaras fotográficas favorecen cierto efecto de irrealidad. Sin embargo, como decíamos ayer, el punto y la i de la película es el personaje de Jake fuera del cuadrilátero. Desde este punto de vista, se nos presenta a La Motta ya en pleno ascenso de su carrera, y con las cartas marcadas: un carácter endemoniado, un ego descontrolado, un matrimonio de pega y un hermano que lleva su carrera y con amistades peligrosas entre la mafia de medio pelo de New York. Jake, un auténtico gañán en bata de leopardo, sólo sabe abrirse paso en el mundo a gritos, golpes y exabruptos: es su naturaleza (el escorpión...). Tan sólo una chica, Vicky (un iglú llamado Cathy Moriarty), es capaz de tocar la música que amansa a la fiera, aunque sea de vez en cuando. A este respecto, es divertida la manera en la que Marty visualiza el ritual de apareo del mastuerzo con la chica, glacial y anticlimático. A medida que la carrera de La Motta progresa, su inseguridad y sus arranques de ira se multiplican, y su insatisfacción vital aumenta. Desconfía de todo el mundo, especialmente de la fidelidad de su mujer, y las escenas de violencia doméstica se asientan en la rutina diaria. Jake (quien, como si fuese un tertuliano, cree que sabe de todo), no escucha ni a su hermano, ni a su mujer, ni al capo de la mafia local (Nicholas Colasanto, el entrañable “entrenador” de “Cheers”) (¡¡¡Nooooorm!!!); tan sólo sigue las órdenes de sus propias inseguridades. Su único momento de arrepentimiento aparece después de una pelea amañada en la que es obligado por la mafia a perder, a través de su llanto desconsolado (“¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho?”). Su victoria en el campeonato del mundo no hace más que acelerar su estado de ebullición interior: cuando estás arriba, sólo puedes caer. Su estómago se hincha, su estrella decae, y Jake tira por el camino más inesperado: se convierte en aspirante al “Club de la comedia”. A través de este camino encontrará cierto equilibrio interior, cierta capacidad de reflexión (una vez más en Scorsese & Schrader, la redención), y, a pesar de actuar en garitos de mala muerte, un asomo de dignidad reluce mientras La Motta recita al Brando de “La ley del silencio”.

Es casi absurdo resaltar que sin la descomunal interpretación de Robert De Niro esta película no sería nada, y cualquier elogio resultaría, a estas alturas, redundante; Bobby inauguró el club de “Si no te reconoce ni tu madre, ganarás un Oscar” a golpe de desayunar pizza cuatro quesos. Señalemos el excelente trabajo de Joe Pesci en uno de sus primeros trabajos, y en el que ya nos deleita con uno de sus ataques de ira marca de la casa. Por descontado, la fotografía (Michael Chapman, un excelso blanco y negro) y el montaje (Telma Schoonmaker) son igualmente trascendentales, y dos personajes más de la película. El paso del tiempo ha situado este largometraje en el lugar que merece, mucho más allá de un tipo calvo y dorado apoyado sobre una espada con nombre de película de Stallone.
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DORMIR, TAL VEZ SOÑAR



Me tapé los ojos con una mano. El foco me deslumbraba, impidiendo que pudiera ver mi alrededor, y además me daba calor. Mi lengua no tardaría en secarse.
- Queremos que nos digas quienes son los muertos y quién lo hizo.
No pude menos que sonreír. Dos siluetas se fueron definiendo, poco a poco. Saqué un cigarrillo y lo encendí con calma.
- ¿Por qué?¿Acaso no habéis visto la película?
Una de las siluetas, la mas voluminosa, hizo ademán de querer avalanzarse sobre mi, pero la otra le detuvo, intentando calmarlo. Vaya, vaya; de modo que me tocaba presenciar una de esas escenas de poli bueno y poli malo. Esperé a que acabara la representación, terminándome el cigarrillo.
- Habla de una vez o te aseguro que sino te arrepentirás.- exclamó el poli bueno.
- Y yo os digo que os habéis equivocado de persona.... Pero es una historia larga. ¿Tenéis bourbon?
Los dos se miraron, ligeramente extrañados, y uno de ellos fue a una esquina de la habitación. A la que volvió llevaba un vaso con un líquido de color ambarino, que me ofreció y yo apuré de un trago.
Les expliqué como me había contratado el coronel Sternwood por un posible caso de chantaje a una de sus hijas. Me cayó bien el viejo; enfermo, confinado en el invernadero, intentando conservar un mínimo de dignidad... el no tenía la culpa de que sus hijas fueran unos pendones desorejados. De modo que acepté el caso, por mi tarifa habitual. No tardé en conocer a las hijas, Carmen (Martha Vickers) una morena mas loca que un cencerro y con afición a chuparse el dedo, y Vivien (Lauren Bacall); alta, delgada, rubia, con ese tipo de mirada de abajo a arriba que tanto me gusta. Mi tipo de chica, sin duda.
A partir de aquí todo se complicó: deudas de juego, pornografía, chantajes.... Mis cincuenta dólares al día mas gastos estaban mas que justificados, aunque al fin y al cabo estaba acostumbrado a encontrarme con cosas así en mi trabajo.
Intenté explicarles que detrás de todo ello estaba un tal Raymond Chandler, pero no sabían de quien les hablaba. La verdad es que no me extrañó, así que preferí callar que Faulkner también había estado metido en el asunto (¡con lo que nos gusta Faulkner!). Que Howard Hawks no tenía la menor idea de lo que iba el guión, lo suyo era la comedia y la guerra de sexos, como demuestra mi conversación telefónica con esa muñeca de Vivien, y por lo tanto perdió la cuenta de los muertos que había. Pero al menos consiguió darle ese aire de decadencia, ambigüedad y violencia que se requiere, casi como si fuera un sueño. Porque de eso se trata, El sueño eterno, algo de lo que nadie podrá escapar. Y no es que yo me quejara, había contado con el mejor de los colaboradores que he tenido nunca, alguien con quien me entiendo perfectamente, mi fiel Bogie.
Ellos me miraban, asombrados. No entendían mi historia y seguían insistiendo en que no se explicaban todas las muertes, como si alguna muerte tuviera explicación. Me encogí de hombros y les recomendé que se compraran el DVD. “Está descatalogada, imbecil” masculló uno de ellos. Nadie dijo que la vida fuera fácil.
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¿QUÉ PREFIERES, NIÑO O NIÑA?


Bajo Ulloa es uno de los autores más fascinantes, personales y abigarrados de la fauna-flora cinematográfica española. Parece mentira que alguien cuya vestimenta más característica es una camiseta de la selección brasileña y un pantalón pitillo haga gala, a su vez, de una sensibilidad lo suficientemente acusada como para pensar que, en el fondo, sería capaz de soltar una lagrimita ante la belleza de una luna reflejada en el mar. Cineasta antisistema por naturaleza y convicción, se encontró más cerca de formar parte del engranaje industrial de lo que se pudiera pensar (y a las pruebas me remito), pero, después de confirmarse con "La madre muerta" y romper taquillas con ese porro cinematográfico llamado “Airbag” (el conceto es el conceto) la frustración le retiró a sus aposentos para emerger con una de las propuestas más radicales (y con uno de los peores castings) del último cine español, “Frágil”. Se le ama o se le odia a unos niveles similares a los de otro autor personalista, Julio Medem, con el que comparte más de un prisma. Su ópera prima aún no superada (ains) es la asombrosa, fascinante y opresiva “Alas de mariposa”, una película de una hermosura y carga simbólica muy significativa en un debut. Vuela, mariposa, vuela.

Película deudora de “El espíritu de la colmena” en varias de sus aristas (y no sólo las más evidentes, como la niña-con-mirada), “Alas de mariposa” abre con una impresionante secuencia que desvela ya el conflicto esencial de la historia de Bajo Ulloa. Un abuelo que con su inquietante bastón marca el tempo de una familia anclada en el patriarcalismo durante el parto de su hija, de cuyo resultado reniega: maldición, es una niña. A partir de aquí, desde unas escenas iniciales de aparente familia feliz, poco a poco se van deshojando las capas de la cebolla, que en este caso es la frustración de Carmen por no haber tenido un hijo. Su marido, Gabriel, aunque en el fondo siente lo mismo, lucha contra ello y aparenta conformarse con lo que le ha tocado, una niña, Ami, de enormes ojos y obsesionada con dibujar mariposas, que un día de despiste asiste por error a la concepción del que finalmente será su hermanito menor: Carmen ya tiene lo que quiere. Ami aprende a marchas forzadas lo que significa la muerte (a través de su abuelo: un hombre menos en la familia), el abandono (a través de su madre) y la envidia (a través de su hermano), y toma una decisión trascendental consultada y elaborada con la almohada. Años después, la sorda confrontación de una andrógina Ami con su madre (cada discusión con ella es una cicatriz en su muñeca) acabará con una epifánica tragedia que, paradójicamente, llevará a las protagonistas al punto sentimental de inicio: un beso con pelo. La carga simbólica del filme es manifiesta durante todo el metraje, desde los dibujos de la Ami niña que reflejan su estado de ánimo hasta las figuritas sin alas de su adolescencia; desde el retrato de Jesús de quita y pon (la religiosidad de Gabriel) de la habitación de la niña hasta las sombras carcelarias de la habitación de la adolescente Ami. A rebufo de esto último es necesario destacar la fotografía de Aitor Mantxola, salpicada con unos profundos juegos de luces y sombras; igualmente remarcable es la banda sonora de Bingen Mendizábal, que acompaña adecuadamente el tono progresivamente opresivo y desapacible de la cinta. Bajo Ulloa filma tres cuartos de película en interiores, de tal manera que nos da la sensación de intemporalidad de la historia (acentuada por la decoración rural de la casa); no es hasta que Ami sale a la calle, y la aparición de Gorka, que respiramos un poco de aire fresco de exterior, y se nos revela que la época contextual es la nuestra, y que la familia se ha trasladado a la ciudad de Vitoria. Las interpretaciones de los actores principales son casi todas soberbias, con mención cum laude para Silvia Munt, que compone un personaje atormentado y sutilmente retorcido decisivo para rematar la atmósfera asfixiante de la casa; Fernando Valverde da con el tono propicio de su Gabriel, en continuo diálogo interior entre el amor hacia su hija y los deseos y el espíritu patriarcal que impregna la familia; la niña Laura Vaquero nos ofrece otra excelente pieza para la Galería de Niñas Inquietantes; y tan sólo la interpretación de Susana García (Ami adolescente) chirría un poco, aunque se percibe una mejora progresiva a medida que fluye el relato.

En resumen, una de las mejores operas primas del cine español contemporáneo, que se cierra tan prodigiosamente como se abre, con un hermosísimo plano en el que Ami y Carmen cierran el círculo con un nuevo embarazo. Que digo yo que más les vale que sea niño...
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LLÁMAME JACK



El Actor’s Studio abrió el terreno para un nuevo tipo de actores: gesticulantes, neuróticos,balbuceantes... ya no eran gente de una sola pieza como Clark Gable o Spencer Tracy, sino complejos y atormentados. Si además estábamos en los 70, con los hippies, drogas y música (sex, drugs & rock and roll),éste nuevo estilo de interpretación se ajustaba perfectamente a las inquietudes de esa época. Y aquí es donde aparece Jack Nicholson.
Descubierto por Roger Corman (de profesión: descubridor), películas como Easy rider, Conocimiento carnal, o Alguien voló sobre el nido del cuco se convirtieron en símbolos de esa generación.
Aunque su contribución al cine negro ha sido escasa, la calidad de los títulos vale destacarse: El honor de los Prizzi , donde salió perdedor de un duelo de dos pedazo mujeres como Katleen Turner y Anjelica Huston; Chinatown, todo un ejercicio retro de Polanski con la complicidad del sentido de humor de Huston; El cartero siempre llama dos veces, recordada especialmente por la escena de Jack y Jessica Lange sobre la mesa de la cocina, rebozándose en harina; Sangre y vino, donde había de estar muy al tanto de que Michael Caine no le robara la película, o Infiltrados, su reciente colaboración con Scorsese, donde hacía un gangster justo a su medida: desmesurado, bigger than life, tan violento como sexual.
Algunos hombres buenos nos hizo disfrutar como enanos en sus momentos en que se come con patatas a Tom Cruise, del mismo modo que desayuna a 300 yardas de 4000 cubanos entrenados para matarle, y un histrionismo latente aunque totalmente controlado.
El resplandor (“¡Aquí está Johnny!") nos mostró al Jack mas desatado, lleno de muecas, viajando a la locura y con sus cejas mas diabólicas que nunca (las mas perversas que ha habido en la historia del cine desde las de James Cagney).
En Mejor... imposible su carácter neurótico y maniático se ajustaba perfectamente a él, así como el Joker en el Batman de Burton, tampoco podía estar en mejores manos.
A propósito de Schmidt nos devolvió al Jack mas contenido, humano y vulnerable. Antológico su baño con Kathy Bates, demostrando que hay vida en la tercera edad.
Ganó un Oscar por La fuerza del cariño, por su astronauta borrachín y ligón, donde ya empezó a mostrar que le importaban un rábano los michelines o quedarse calvo, y no hacía que perdiera atractivo, sino todo lo contrario;, se notaba que estaba totalmente a gusto consigo mismo, derrochando seguridad y poderío sexy, perfecto conocedor del contenido de sus pantalones, como ese diablo cachondo de Las brujas de Eastwick. Ese sería uno de sus muchos premios, ya que ha sido el actor mas nominado.
Han hecho historia sus inseparables gafas de sol en las ceremonias de los Oscars o su afición por Los Angeles Lakers.
Resumiendo: si buscáis a un actor contenido e inexpresivo ,Jack no es vuestro hombre; es una fuerza de la naturaleza, que amas o odias... porque él haría lo mismo. Desde luego, no seré yo quien le diga hit the road, Jack
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YA NO MÁS SUEÑOS CON OVEJAS ELÉCTRICAS



El género de ciencia ficción tiene tres referentes ineludibles y a los que se remite este tipo de cine una y otra vez, quiérase o no: “2001”, “Star Wars” y “Blade Runner”. Todo proviene de aquí. En el caso del acojofilme de Ridley Scott, su estética de lluvia de neón y su mirada taciturna y macilenta a un futuro más o menos inmediato han salpicado todo el cine posterior del género. Su escena más recordada es este imperial monólogo pre-mortem del replicante Roy Batty (Rutger Hauer, ese guadiana), aceptando su destino al final de la batalla y mostrando una sensibilidad a la belleza muy superior a la de muchos humanos, ante la expresión bovina de Rick Deckard (Harrison Ford, de cuando su agente estaba tocado por los dioses a la hora de elegir proyectos). Yo también quiero ver lo que él ha visto. ¿Hay vuelos baratos a Tannhäuser?

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AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS



En el post de Bienvenido a la casa de muñecas ya se ha hablado de lo difícil que es ser adolescente, si a eso le añadimos vivir en un pequeño pueblo sureño, las dificultades se multiplican por diez.
En La última película, Peter Bogdanovich nos muestra a un grupo de jóvenes de un poblado de Texas en los años 50, Anarene. Eran años de besos con sabor a chicle en las filas de atrás del cine, que proseguían con incómodos escarceos en el coche, mientras en la radio sonaba... ¿pero alguien estaba atento a la música?
La vida de ese pueblo se muestra de una manera totalmente desoladora, no hay pequeño secreto que no se sepa y los intentos de salir de la monotonía son de lo más desafortunados: una patética orgía, una prostituta poco amable o una excursión a Méjico cuyas únicas consecuencias serán la venganza de Moctezuma fronteriza. Todos parecen condenados al fracaso.
El mayor símbolo del pueblo, e ídolo de los jóvenes, es un viejo vaquero, Sam el León (Ben Johnson), propietario del cine y el billar, los dos lugares de reunión. Tiene la aureola de los protagonistas de los antiguos westerns: solitario, combinando perfectamente el realismo con el idealismo, pero totalmente atado al pasado y a Anarene, del que no saldrá jamás.
El reparto es estupendo, gente de la juventud de Jeff Bridges, Timmothy Bottoms, Randy Quaid o Cybill Shepherd, frente a profesionales de la talla de Ellen Burstyn (nunca estuvo mas guapa), Eileen Brennan, Ben Johnson o Cloris Leachman, se complementan perfectamente, dando una sensación de realidad y sinceridad poco frecuente.
Cybill Shepherd es Jacy, la chica guapa y rica que vuelve locos a los hombres y juega con ellos sin compasión, a quien todas odiamos y envidiamos en el instituto; quiere ser distinta de su madre, pero acabará siendo como ella (nuestra mayor pesadilla). Aunque está enamorada de Duane, sabe que si sigue con él éste no llegará a nada.
Timothy Bottoms es Sonny, su única popularidad la tiene porque es un buen jugador de rugby, aunque no sepa placar; es quien mas admira a Sam y de los pocos jóvenes que no podrán marcharse del pueblo por la guerra. También es el que mas aprecia al que es considerado el tonto del pueblo, Billy (Sam Bottoms, su hermano en la vida real, uno de los soldados de Apocalypse now), mostrando su complicidad con su eterno juego con la gorra de Billy, pero no sabrá defenderlo cuando haga falta, como muy bien les echará en cara Sam a todos. Su parche en el ojo es un homenaje de un gran cinéfilo como Bogdanovich a los grandes tuertos del cine: John Ford y Raoul Walsh.
Jeff Bridges es Duane, el típico chico guapo, fuertote y de no demasiada inteligencia que cae bien a todo el mundo; no consigue olvidar a Jacy y su ruptura hace que sea de los primeros en marchar de Anarene, tanto para buscar trabajo como para ir a la guerra.
Finalmente, el único cine del pueblo cerrará (si el video mató a la estrella de la radio, la televisión mató a la del cine) y la guerra de Corea hará que los joven tengan una razón para marcharse. Tan sólo el incesante viento seguirá sacudiendo las calles, como la rutina va acabando con la vida de la gente.
Un buen amigo de Bogdanonich, alguien que según las malas lenguas entendía algo de cine, un tal Orson Welles, le aconsejó que la rodara en blanco y negro. Desgraciadamente, Bogdanovich no superó esta película, y eso le preocupaba, ya que pensaba que para ser considerado alguien en el mundo del cine, como mínimo se deberían de haber hecho dos películas que pudieran ser recordadas. De nuevo su amigo le dio otro buen consejo: “Sólo hace falta una”. Menos mal. Lo consiguió.
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LA FÓRMULA DEL NAPALM



Gasolina + zumo de naranja helado = el olor de la victoria...

Vi esta película en el cine con un amigo. Salimos razonablemente entusiasmados de la sala, nos había gustado la película, tenía un aire rupturista muy favorecedor, yestoylootro. Al cabo de unos días dicho amigo me llama y me dice, textualmente, si esa mañana me sentía muy fascista. Pues no, lo habitual, jajaja. Le pregunto a qué viene eso. Que resulta que la crítica de “El País” se ensaña con la película, y mucho. Bueno, pues vale, para gustos-etcétera. Pero es que además de eso, en la crítica dicen que a los que les ha gustado esa película son unos fascistas, unos memos, unos machistas, unos reaccionarios, unos terroristas, y nos gusta mearnos en las piscinas. Glups. Esta anécdota resume a la perfección lo que significó en su momento “El club de la lucha”, polémico y radical proyecto de David Fincher desde la novela homónima de Chuck Palahniuk, de la cual mantiene la esencia aunque se permite algunos cambios, incluido el final, que insólitamente es más radical en el largometraje. ¿Acaso el valor artístico de una película lo determina su toma de postura ideológica, si es que la hay, cosa que habría que discutir y mucho en este caso? Se abre el turno de palabra para... marcbranches (que para eso el blog es mío y...) (perdón, Alicia. Sí, lo siento, Alicia, en realidad el blog es tuyo, pero es que...) (perdón, Alicia). No me pasa ni una el sargento de hierro. Bueno, pues eso, inicio los ruegos y preguntas para hablar de... cine.

Somos los hijos no deseados de Dios”. Esta afirmación de Tyler Durden (un Brad Pitt en su salsa) trata de definir ideológicamente el tono de la película, en la que imperan el nihilismo, la insurrección de bolsillo, la carencia de ideología como arma, la frustración como motor vital, la gamberrada como modo de expresión, la alienación como auténtico dictador del siglo XXI. Todo esto, mucho mejor tratado en la novela que en el film, donde muchas veces nos da la impresión de asistir simplemente a las travesuras de unos niños malcriados y con ganas de cabrear a los papis, pienso que es visto por Fincher con más distancia de la que la gente cree. Sus trucos pseudopsicológicos son incluso burdos (las apariciones de Tyler en fugaces planos al inicio del film), pero válidos para reconocer las desilusiones de cierta parte de una generación sin referentes ni enemigos. Tyler nos muestra, en su presentación al mundo, lo que somos, y lo hace a través del Narrador (no, no se llama Jack: Jack es el nombre que se utiliza en el artículo que habla de las vísceras en primera persona, y que el Narrador luego aprovecha), todo un ejemplo perfecto de la esclavitud del hombre moderno: las posesiones. Cuanto más posees, más dependiente eres y, por ende, menos libre. Así que, si despejamos la x, si no te queda nada, tu libertad será absoluta y para que no te quede nada, ¿qué mejor que unas buenas dosis de autodestrucción sin patrocinar? Todo muy profundo y nihilista, hasta que llega una mujer (“si tuviera un tumor lo llamaría Marla”) y lo estropea todo... ¿Dije que hablaríamos de cine?

El ritmo del film, desde los créditos, es extraordinario, y el pasado de Fincher en el mundo del videoclip, en este caso, juega a su favor, facilitándole hacer uso de diferentes técnicas (incluida la infografía) que le dan al film la necesaria sensación de caos y rebelión. Además, juega hábilmente con la sorpresa final, dejando casi invisibles pistas durante el largometraje, que sólo se alcanzan a observar en posteriores visionados. Fincher no se preocupa demasiado en disimular las debilidades de la propuesta (Tyler preconiza la ruptura de las reglas, pero... “La primera regla del Club de la lucha es...”), mostrando, si es necesario, la idiocia de los desgraciados que componen el ejército de Tyler (“¡Su nombre es Robert Paulson! ¡Su nombre es Robert Paulson!” Sí, lo entendieron perfectamente...), una panda de descerebrados que lo único que saben hacer en la vida, por lo visto, es recibir órdenes. El film, eso sí, no sería lo mismo sin la descomunal interpretación de Edward Norton, extraordinario desde esas ojeras permanentes y esa escualidez (tan lejana a la de cierta escena colgada recientemente por Alice la Directrice), transmitiendo al detalle los diferentes estados por los que pasa su personaje. Helena Bonham-Carter sale airosa de un personaje que no le pega en absoluto, y Brad Pitt se lo pasa en grande con su chulesco encantador de serpientes Tyler Durden, todo un McGyver del terrorismo de alpargata.

Por cierto. La editorial de “El club de la lucha” (el libro) obligó a Chuck Palahniuk a cambiar los componentes de las fórmulas caseras que esparce por la narración. Todas fallan en un ingrediente. Así que, queridos niños, no os molestéis en intentar poner en práctica la que abre el artículo para sentiros el coronel Kilgore...

Soy la congénita timidez de Marcos.
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MAÑANAS DE HONG KONG



Que el cine asiático es el mas interesante de la actualidad, no lo pongo en duda, así como que es el que tiene más ideas, y del que están saliendo autores muy interesantes, pero hoy voy a hablar de una de las mejores muestras de típico cine de Hong Kong, que convirtió en estrellas tanto a sus actores como a su director, así que ya os podéis ir poniendo el chaleco antibalas...
Un mañana mejor trata la historia de dos hermanos; el mayor , Ho, (Lung Ti) está metido en una tríada, y el menor, Kit (Leslie Cheung) es policía; a pesar de ello siguen siendo amigos, pero llegará un punto en el que sus profesiones hagan que tengan que enfrentarse y separarse. Entre ambos está Mark (Chow Yun Fat), que está orgulloso de ser un gangster, ya que eso le permite ser “alguien” (¿os resulta familiar?), pero quiere que los hermanos estén unidos (si es que los matones en el fondo son unos sentimentales).
Los dos hermanos cada vez se van sintiendo mas desplazados, son unos inadaptados, no encajan ni en la banda ni en la policía y al final comprenden que tan sólo se tienen el uno al otro.
Hay algo de Scorsese en esta película, por su forma de tratar a los personajes y por como la violencia forma parte de sus vidas. De hecho, una de las escenas, la entrada a un restaurante de Mark anterior a un tiroteo, es un homenaje a Malas calles. La mejor escena es en un bar, una conversación entre Mark, Ho y un aprendiz de gangster, al que le explican lo que es pasar realmente miedo.
Las escenas de los tiroteos están magníficamente rodadas, sobre todo una que lleva a cabo Mark por su cuenta, que he mencionado anteriormente, rodada con la precisión de un ballet, y la del final, en las que Woo demuestra un talento muy superior al de las películas que rodó en Hollywood, como cuando mezcló la Semana Santa española con las Fallas (Spain is different, pero no tanto). Por supuesto, no puede faltar su imagen marca de la casa: dos hombres apuntándose mutuamente a la cabeza con una pistola. Aquí los malos visten de negro (pre men in black de Tarantino), salvo sus jefes, que van de blanco. Hay quien prefiere Hervidero, por su deslumbrante y larguísimo tiroteo en un hospital, pero ésta es mi favorita por los personajes.
Aunque Lung Ti y Leslie Cheung están bien, lo mejorcito es Chow Yun Fat, que compone a uno de los gangsters mas cool que ha habido, con su inseparable cerilla colgando en los labios, sus gafas de sol y su gabardina. Su personaje se convirtió en todo un icono, imitado por una legión de jóvenes, y en Un mañana mejor 2 (honor y balas) se ironizó sobre ello.
El éxito de la película fue tan grande que hubo una segunda parte, en la que repitieron todos los protagonistas y fue dirigida también por Woo, donde la ambigüedad moral llega mucho mas lejos y cuenta con algunas escenas muy buenas, pero sigo prefiriendo la primera. Hubo una tercera parte, en la que ya no intervino Woo, con la que se dijo Sayonara, baby, a la saga (esto... ¿eso es japonés, no? me pido el comodín del público para que me digan su traducción al cantonés o al mandarín).
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RÍASE CON GARBO


Así que Alice la Directrice posteando sobre Woody Allen...

Muy bien. Juguemos a jugar en campo contrario. Lubistch & Wilder-chúpate esa. El primero a la dirección, el segundo, bienacompañado de Charles Brackett y Walter Reisch, juntos-no-revueltos, entre ambos pergeñan “Ninotchka”, este pequeño clásico de la comedia americana que tuvo la desgracia de coincidir en tiempo y espacio con “Lo que el viento se llevó”, con lo que sus cuatro nominaciones al Oscar se quedaron en el limbo de los casipremios (ese que tan bien conocen Scorsese o Hitchcock). En la actualidad, una película de ese calado político-sarcástico tendría problemas incluso para encontrar productores, que no sabrían si calificar a Lubistch & Cía. de comunistas o capitalistas: para ser políticamente incorrecto, hoy en día sólo se puede acudir a la sal gruesa y a la parodia aplastante y vejatoria (“South Park”, “Borat”). Cómo echamos de menos el “toque Lubistch”... El inicio de “Ninotchka” es catedralicio en lo que supone la presentación de personajes y del conflicto principal del relato, luego de unos títulos de crédito que incluyen un pequeño texto de situación en una época “en la que una sirena no era una alarma” (recordemos, el film es de 1939); obviaremos, por descontado, el hecho pelín inverosímil de que TODO EL MUNDO hable inglés, sea de donde sea y esté donde esté... La desopilante escena de los tres mensajeros rusos (tres apellidos imposibles para la historia, y en este orden: Iranoff, Buljanoff y Kopalski) lidiando con sus convicciones (bueno, lidiando más bien poco...) para que el peso de las mismas no les disuada de alojarse en un hotel de superlujo en París nos predice el motor ideológico-moral de la historia. Luego pasamos a la pomposa condesa Swana (Ina Claire), quien por supuesto no nos va a caer bien, y al conde Leon d’Algout (un magnífico Melvyn Douglas), todo un caballero cargado de desfachatez, buenas maneras y joie de vivre; en apenas unos minutos Lubistch & Wilder nos han presentado el mcguffin de la película (la reventa de las joyas expropiadas de la duquesa) y dibujado a los personajes principales. A todos menos a uno.

El archiconocido lema publicitario de la película fue “¡Garbo ríe!”, jugando con el hecho de que hasta el momento Greta la Grande sólo se había dedicado a películas dramáticas. Al ver los primeros pasos de su Nina Ivanovna Yakushova sobre el relato, dicho leitmotiv parece además un cruel sarcasmo. Envarada, seria, hosca, altiva, muy... ¿comunista? Claro que esto es una comedia, y la composición de la Garbo, que en algunos momentos parece la tatarabuela de C3PO, va por ese camino, incluyendo algunas deliciosas perlas: -“Los juicios masivos van muy bien. Quedarán menos rusos, pero mejores”. Pero claro, estamos en París, la ciudad del amor, y un encuentro con el arrebatador Leon lo cambia todo. Esto da paso al segundo acto del film, quizás el más flojo en conjunto (lastrado por un exceso de teatralidad no exento, empero, de buenos momentos), que se centra en la rendición al amor de los tórtolos, bruscamente interrumpida por los manejos de la condesa. El tercer acto, sin duda lo mejor de la película, acompaña a nuestros rusísimos protagonistas a su vuelta a Moscú, su añoranza de aquellos días parisinos en medio del contexto socializopresor (ojo-palabro) y su nueva misión en Constantinopla, todo enmarcado en un ritmo estelar: comedia al punto. El filme está impregnado de sutiles momentos muy característicos de los ideólogos de la película, y que tanto se echan a faltar en la comedia contemporánea. Por enumerar algunos, la “negociación” de Leon con los rusos, observada desde fuera de la habitación del hotel y que comprendemos perfectamente sólo con el ruido y las entradas y salidas de los (y sobretodo “las”) sirvientes; el sombrero como símbolo de cambio y de adaptación al medio (y no sólo me refiero al sombrero que acaba comprando Ninotchka: hay una elipsis que nos lleva de los tres funcionales gorros marca El Ruso a tres señores sombreros de copa que resulta muy significativa); el “ajusticiamiento”, en plena borrachera, de Ninotchka con el champán de Leon... Aunque se ha hablado del cariz político de “Ninotchka”, considero que el choque de ideologías mostrado no era sino un motor cómico muy clásico, el de contraponer culturas o caracteres para reírse de los resultados de la colisión. Aunque, eso sí, el cachondo de Lubitsch no pudo aguantar el colocar una mano alzada y un “Heil, Hitler!” en una escena (recordemos, “Ser o no ser”, su antinazismo...) en la estación de ferrocarril. Quizás su verdadera ideología se encontraba en una línea de diálogo de Ninotchka, borracha perdida en su habitación, simulando un discurso, en el que deja claro que la felicidad y la revolución, en definitiva, son incompatibles.

Y por una noche, hasta Lenin sonrió.

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¡OSTRAS DE LA CHINA!



India, siglo XIX: Estamos en un mercado, lleno de colorido y exotismo, con sus fakires, sus cobras, escorpiones.... Pasamos al interior de un despacho, donde un hombre está escribiendo. Una gota de agua cae sobre el papel, y pasa el secante. Una repentina corriente de aire mueve el fuego de la vela. De repente, una voz suena en la oscuridad y un mendigo aparece tambaleándose: “He vuelto”- murmura. Poco a poco se va acercando al hombre que escribe, que no le reconoce, y empieza a explicar su historia , que pasó “hace tres veranos y miles de años
Así empieza El hombre que pudo reinar. Cine de aventuras en su estado mas puro. Nadie mejor para ello que el mas aventurero de los directores, John Huston. Huston ya hacía tiempo que quería llevar a cabo el proyecto, pero no acababa de encontrar los actores adecuados; se sugirieron nombres tan distintos como Spencer Tracy y Clark Gable o Robert Redford y Paul Newman, pero el director insistía en que debían de ser británicos. Y así, finalmente, (divina cabezonería) se llegó a Michael Caine y Sean Connery. La elección no pudo ser más acertada; los dos están perfectos en sus papeles de ex-militares acostumbrados a meterse en jaleos de todo tipo, pero capaces de respetar a un compañero masón o de cumplir un contrato redactado en el mas puro estilo de los hermanos Marx (la parte contratante de la primera parte....).
Casi, casi imitando a los ocupantes de la Enterprise, Dravot (Connery) y Carnehan (Caine) se adentran en un territorio “donde ningún hombre (blanco, of course) ha estado antes”. Su intención es tan simple como brillante: aprovechando que Kafiristán está divida en multitud de tribus enfrentadas, se ofrecen a instruir a un poblado para llevarlo a la batalla y así conseguir una buena parte del botín, además de tener la posibilidad de coronarse como uno más de los muchos reyes del país.
La suerte y el destino tienen mucha importancia en la historia, y gracias a ello tomarán a Dravot como el sucesor de Alejando Magno, que les invadió hace muchos años, y a quien creen un dios. (Como ellos mismos dicen “si lo hizo un griego podemos hacerlo nosotros“). Comprendiendo que eso puede resultar muy provechoso para sus propósitos, de esa manera consiguen agrupar una multitud de pueblos bajo su mando, y un enorme ejército. Todo es mucho mejor de lo que pensaban.
Pero estamos hablando de Huston, si fueran unos ganadores no le habrían interesado. Los problemas vienen cuando Danny se empieza a creer que es un dios de verdad, eso hace peligrar su amistad con Peachy, hasta que la gente descubre que es un hombre como ellos.
Impresionante ver como se enfrentan a la muerte estos granujillas, que saben que han hecho muchas cosas malas... pero que les quiten lo bailado. Ellos plantarán cara a lo que sea, con una carcajada o con un baile, sencillamente porque ha valido la pena.
Rodada en Marruecos, la música de Maurice Jarre tiene tanto aires de nostálgica marcha militar (precioso tema principal), como de música exótica. Las pinceladas de humor tampoco faltan, causadas sobre todo por las diferencias culturales, que aunque les causan extrañeza, son aceptadas y respetadas (a excepción de la de mear río abajo, supongo).
Kipling (Cristopher Plummer) ha acabado de escuchar la historia de Peachy. Ha llegado el momento de escribir, así que ¡De frente! ¡Maaarchen!
 
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